DE LO DURADERO 2

—Ah —dijo mamá—. Supongo que su inteligencia salvará a unos cuantos de mi ejemplo ahora. A diferencia de mí, usted es bastante superior en muchos aspectos y supongo que por eso vino aquí. Hágame un favor y me explica por qué razón noto que es usted quien quiere disponer de la vida de mis hijos tal como lo haría una orgullosa como yo.

—El cerebro todavía te sirve para pensar, parece —murmuró tía Amanda—. ¿Quieres explicaciones? No puedo dártelas, porque justamente lo que quisiera explicarte es indecible.

—Ahora se volvió una samaritana de golpe. No ha venido a traer dulces ni a hacer felices a los niños, ni a reprocharme en cara mis desgracias, gorda de m****a. No, no ha venido a eso.

—Menos mal que ni tú ni yo somos rencorosas, porque de lo contrario, alguien no saldría vivo de aquí. Ni siquiera te odio, hermana. Me gusta tu casa y tus hijos. Sobre todo tus hijos...

—Usted... —dijo mamá, impotente.

—¿Sabías que a veces sufrimos no solo por lo que hicimos, sino por lo que no hicimos?

—Usted —insistió mamá. Su voz parecía quebrarse—. ¿Tiene idea de lo que es llevar una vida difícil? ¡Usted, que desde sus comodidades en el pueblo o la ciudad, se ha convertido en una mujer de mundo que actúa, e incluso, habla distinto a nosotros! ¿Puede imaginarse lo difícil que ha sido para mí, sostener a todos y a todo, cuando a veces, ni yo misma he podido sostenerme?

Siguió un silencio absoluto.

—Lo imagino vagamente, pero ahí donde estás metiendo el dedo, es donde queda la llaga —contestó tía Amanda—. ¿Eso es lo que quieres para tus hijos?

—Entonces, usted... ¿Ha venido a llevarse a mis hijos para demostrar su superioridad?

—No, no. No es eso.

—¿Una obra de caridad, por decirlo así?

—Tampoco. No intento demostrar nada, simplemente hago lo que puedo para poder ayudarte. Es mi obligación moral visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y a guardarme sin mancha del mundo—añadió tía Amanda en tono pasivo y solemne, y aunque no podía verla, estaba casi segura de que se había persignado como una buena samaritana.

—¡No soy viuda y mis hijos no están huérfanos!

—Exactamente, pero con la vida que lleva... —añadió refiriéndose a papá—. Libertino tosco, ladrón de los sueños de mujeres, embudo de alcohol, hijo del demonio, bicho rústico y vulgar. Menos mal que una es religiosa y puede identificarlos.

—Honra a mi esposo con todas esas calificaciones —agregó mamá con ironía—. Al hombre con quien me uní en sagrado matrimonio hace tantos años. Hacía tanto que no hablábamos ¿eh? Ya había olvidado toda la humanidad que hay en usted.

—¡Bah! Resplandezco de humanidad. Lo importante de todo esto es que has entendido. Es tu asunto si decides seguir con él, a mí lo que me interesa es llevarme a uno de los niños.

—No lo sé, Amanda. Todo es tan confuso. Es como si estuviera renunciando a uno de ellos, a mi derecho y deber de madre. No será una artimaña para quitarme a mis hijos o algo así, espero.

—Nada de eso. Ni un poquito así. Llamémosle, un renunciamiento necesario, un sacrificio en el nombre del Señor. ¿Para qué nos vamos a engañar? Ninguno de tus hijos va a tener una vida digna en esta pocilga y mucho menos siguiendo el ejemplo de un ogro borracho que se pasa el día cazando y recolectando para darles de comer. Yo, que desde muy joven me las he jugado duro para estar donde estoy, yo, que ahora soy la encargada de la Hacienda Villa Fría ya que conozco a su nuevo propietario, te ofrezco la llave del éxito para uno de tus hijos: Trabajar en la hacienda conmigo. Es su oportunidad. Nadie más hará algo parecido por alguno de ellos. No lo vuelvas a hacer —dijo tía Amanda, con súbita voz de advertencia—. No te vuelvas a arrepentir.

—Hay que ver el provecho que puede sacarle a su magnífica humanidad —agregó mamá—. Lástima que no pudo tener sus propios hijos para...

—¡Es que ya no se respeta el dolor ajeno! —interrumpió tía Amanda—. Ahórrate tus comentarios sangrientos, mujer infeliz, que yo prefiero ayudar al prójimo como lo manda el Señor... ¿Qué tal Emiliana? Tiene 16, es perfecta.

—Olvídelo. Gregorio vendrá por ella a finales de abril.

—¡Ah, la ciudad! —exclamó, escandalizada—. Una oportunidad de redención para todos los malos ratos que nos hizo pasar en nuestra infancia. ¡Gregorio! Súbitamente misericordioso ahora que vive en la ciudad y que es un hombre honorable.

—Es nuestro hermano —musitó mamá—. Ya pagó todo lo malo que hizo.

—Como Barrabás —murmuró tía Amanda—. Y ahora caerá en lo mismo en la ciudad...

—Estará bien con Gregorio.

—En cualquier lado mejor que aquí. Perdona la franqueza. ¿Y Mauricio?

—Es el mayor, jamás abandonaría a su padre. Seguirá sus pasos en los terrenos.

—¡Pero qué mal habrá hecho ese pobre muchacho para pagar tal castigo con apenas 17 años! —vociferó—. Eloy, por ejemplo, le tiene terror Juvencio...

—Al trabajo querrá decir. Es muy chico, tan frágil y enfermo. Tiene apenas 14 años y Dimas le sigue los pasos con tan solo 10. Ni siquiera le gusta la luz solar.

—¡La gloria no es para los débiles! A los 10 años ya había trabajado yo en cinco haciendas.

—Está mejor aquí que con usted. Lo mismo que Reina, Alba, Sixto y Olivia, o yo, o todos los demás. No tienen más de 8 años.

 —Pero si están tan bien, ¿por qué mi llegada los puso tan ansiosos? Estoy segura de que en algún momento habrán dicho algo sobre largarse de aquí. Sospecho que me falta alguien... —musitó tía Amanda, como pensando—. Clarita...

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo