Capítulo Cuatro: Retractarte

Sadisha Madsen.

Con mis nudillos enjugo mis ojos caídos. Hoy desperté a las cuatro, madrugué como nunca, y eso me pone en una mala posición. En la sala están Eliam y Aileen, mis hermanos. Ellos juegan algo que consiste en disparar, por consiguiente, en gritarle a la pantalla plana.

 —Esto es paz —digo acurrucándome en el sofá mientras alzan la voz.

Mi cabeza da giros transportándome al lugar sagrado.

Estoy cubierta por oscuridad. Con mis brazos despejo el panorama. Descubro el cementerio municipal. Miro a mi alrededor donde la tierra transparente muestra a nuestro equipo amistoso en decúbito dorsal.

Pateo la caja fúnebre que aparece sin avisar. La pequeña estructura amenaza con enterrarme, y en un arrebato logro salir de ahí. El cambio de estabilidad revuelve mi estómago.

—No era mi petición, Sadisha —responde una pregunto no hice. Minett acomoda su cabello tranquilamente.

Con la proximidad suficiente la empujo hacia la fosa en la que estaba. Cae sentada sobre la tierra. Tiene el cinismo de inmutarse.

—¿Eres por lo menos un ser humano?

De mis labios sale un grito atronador.

—¿Perdiste la cabeza? —pronuncia Eliam inquisitivo.

—¡Casi me matas! —asegura Aileen deshaciéndose del control y dándome su atención.

—¿Estás bien, hermanita? —Niego con la cabeza—. Cuéntanos, anda —sus voces denotan preocupación genuina, un aspecto considerado por parte de dos niños que les cuesta empatizar. Ellos se sientan en los espacios adyacentes. Perseveran en silencio. Conseguir palabras mías es imposible.

—Tuve una pesadilla —acomodo mis piernas en el sofá—, Minett contemplaba nuestros cadáveres sepultados.

Los chicos arrugan el ceño. Mencionar a quien mide 1.66, corta su cabello hasta el hombro y se ejercita cuando nadie mira, es como lanzar una bomba atómica.

—Es suficiente —Aileen taja el tema—. Me cansé de rogarte para que la expulses de tu círculo social —se levanta, yergue la espalda y reanuda la partida.

—Sad, mírame —la dulzura de mi hermano evoca muchos recuerdos—, tienes todo mi apoyo, pero si esa inepta te hace daño de nuevo no podré contener mis impulsos —su admisión eriza los vellos de mi nuca.

Los Madsen nos especializamos en la intimidación; la juventud de ambos ayuda a que los genes sean aún más fuertes. Después de una charla motivacional con los pequeños, abandono la casa apresuradamente ya que mi atraso escolar es muy evidente.

—Madsen, estas no son horas de llegar —indica Gil, la segunda portera—. Las clases ya empezaron, no puedes entrar, lo siento.

Finge lo apenada que se siente, por ende, uso mis tácticas de persuasión. Me veo derrotada cuando ella amenaza con decirles a mis padres, así que permanezco sentada en el primer banco que encuentro.

Juego con el brazalete de metal que rodea mi muñeca izquierda. Fue un regalo de Feicco en mi último cumpleaños. De mis labios escapa una sonrisa, una que es difícil esconder.

***

—Acostada y sonriendo, ¿qué te hicieron, nena? —interroga Hungría, viene acompañado por los demás.

—Recuerdos —le digo uniéndome al grupo.

—¿Y ahora qué hacemos? —esa es Dissa demostrando el interés por no regresar a casa.

—Mamá y papá salieron en la mañana —Aleka camina al compás de la música que brota de sus auriculares, y eso produce un rebote en su largo cabello negro aportándole elegancia—, podríamos comer palomitas mientras miramos películas —sugiere entrelazando sus manos frente a ella con inocencia.

Los chicos le toman la palabra y nos ponemos en marcha hasta su dulce morada. Durante el camino la tensión que encierra a Minett y Feicco en una misma burbuja es asfixiante. Me interpongo entre ellos aminorando el mal clima. Observo cuidadosamente como ella encorva su espalda, aprieta los puños a los lados y se acerca a él. En cambio, el muchacho está rozagante, da pasos firmes, habla con Hungría y sonríe sin inhibiciones, aún así, estando uno al lado del otro solo se percibe rabia contenida.

Ignorando mis observaciones previas, Aleka, Dissa y Hungría concentran sus energías en llegar a la casa y en sostener una conversación acerca de los padres desaparecidos.

Yo mantengo mi presencia en el medio cuando arribamos al hogar tenue de Aleka. Rompemos filas dejando nuestras pertenencias en cualquier sitio, acomodando la sala y preparando aperitivos.

El sol ya empieza a ocultarse, así que ponemos las películas encima de la mesilla. Mientras encogemos parecemos unos niños con nuestras cobijas de dibujos animados.

—Yo quiero ver una del universo de Marvel—dice Minett envuelta en el rosa de Bombón—, tienen de todo —estaba empezando a creer que tenía expectativas.

—Cierra el pico —exige Hungría metiendo a su boca un Dorito—. Si no es de Disney, pues no veremos nada —hace un puchero.

Feicco decide poner una saga de cuatro horas de duración, los demás cedemos porque están en la capacidad de discutir la noche entera por algo sinsentido.

La gran extensión que poseen como televisor muestra la saga de magia más tediosa que he visto, pero no puedo quejarme, mi silencio habla por mí.

—¿Te está gustando? —Las pestañas de Feicco me distraen—. Se visten distintivamente —añade con voz enmarañada.

Encojo mis hombros. No sé qué decir, tenemos la costumbre de ver las producciones cinematográficas juntos, y aún más si son muy largas.

—Tranquila, sé que las viste hace un par de meses —confiesa en mi oído.

Arrugo ligeramente el ceño. Sabe lo que pienso con mirarme directamente a los ojos, y yo no puedo leer sus expresiones. Pierdo el hilo de la película, me acomodo y noto que Minett ojea a Feicco. Nuestras miradas se cruzan, el temor que chispea en su iris me pesa. La película queda en segundo plano por la incomodidad que me embarga. Uno mis párpados; solo logro dormitar. El grueso sonido que surge por los altavoces me impide desconectarme de esta dimensión.

Con la facilidad de mantenerme rígida, me percato de cómo los mencionados anteriormente se alejan del grupo ya somnolientos. Lentamente muevo mis extremidades para lograr salir del gran sillón.

A hurtadillas voy detrás de ellos que sostienen una álgida conversación. El lenguaje que emplean me asquea en su totalidad. Discuten sobre un pasado del que no sé nada, un bosque extraño y antes de inventarme una teoría veo que se acercan.

Por instinto corro de regreso a mi lugar. Encontrarme con Hungría mareado y de pie obliga a mis pies detenerse. Cuando me aproximo a él estornuda sin parar. Miro a todos lados en busca de algo que explique lo que sucede, pero él me frena pidiéndome atención.

—Es ella, es ella, vete —balbucea con frenesí. La velocidad que usa al agitar las manos me aturde un poco.

En una ráfaga de claridad él se paraliza y me toma por los hombros. Su ojos escudriñan los míos.

—Sabes qué, no pasó nada —se cruza de brazos intranquilo. Deja caer su peso en el sofá y se envuelve en sábanas.

En un despiste, Minnie arrastra a Feicco hasta el mueble.

—Ustedes no vieron nada —No, no vi como de un momento a otro las cosas pasaron a carecer de lógica.

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