LVIII

El escandaloso canto de un gallo la hizo despertar sobresaltada. Miró a su alrededor recibiendo los rayos tenues de un sol no tan caliente que le informaba que la mañana había llegado. Había pasado toda la noche cabeceando y despertando hasta que el sueño la venció. No sentía sus brazos porque estaban amarrados al poste por detrás. Se sentía débil tanto física como en lo emocionalmente, había perdido las ganas de luchar. Las horas pasaban lentamente y a medida que avanzaban, la sed se hacía inaguantable y había comenzado a sentir hambre, haciendo que su cuerpo colapsara y no pudiese controlar los espasmos que le producía el pánico que comenzaba a sentir. El entumecimiento era su peor enemigo y sus esperanzas estaban quebradas por lo que en esos momentos experimentaba. Comenzó a llorar amargamente.

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