Anna y El Pasado
Anna y El Pasado
Por: kesii87
CAPÍTULO 1 – Una gran ciudad

Las chicharras chillaban con insistencia sobre los árboles del parque. Hacía un calor terrible, una sofocante humedad cálida, de esas que son características en Seúl, la ciudad donde vivía.

Se acercaba el verano, los días estaban siendo mucho más largos, y el calor era insoportable en aquellos días.

Sentada sobre uno de los bancos, admiraba una enorme pluma de paloma que había sobre la madera, junto a mí.

Me levanté mientras acomodaba mi cabello hacia un lado y guardaba la pluma en uno de los bolsillos del pantalón de mi uniforme. Miré hacia la cafetería donde trabajaba, percatándome de que algunos clientes entraban en el lugar.

Corrí hasta ellos sintiendo la suave brisa sobre mi rostro, mientras mi cabello se ondeaba tras de mí.

El lugar donde trabajaba era una cafetería americana. Era curioso, pues entraban más coreanos que americanos en aquel negocio.

Mi jefa, una mujer mayor, de unos 70 años, bastante reservada y seria, a la que me había obligado a decir, señora, era coreana. Algo raro, ¿no creéis?, un coreano montando un negocio americano. Pero lo cierto era que ella había vivido en EEUU desde que tenía uso de razón, incluso se casó con un americano.

 Aquel día parecía ser tan tranquilo como cualquier otro, todo en aquel lugar era siempre igual. Me sentía agradecida de haber encontrado aquel trabajo cuando había llegado al país, tan sólo unos pocos meses atrás. Recordaba conmovida como el señor Miyagui, un hombre mayor de más o menos la misma edad que la señora, el cual había conocido en el avión, me había puesto en contacto con ella. Gracias a él y a la señora Chan había conseguido adaptarme a aquel lugar.

Aunque la verdad era que yo no quería para nada encajar, es más casi nunca hablaba el idioma por temor a ser aceptada, así que tan sólo me limitaba a hablarles a todos en inglés.

  • Puedes irte a casa – decía tras de mí la señora, pues ya había acabado mi turno, aunque yo siempre me quedaba hasta el cierre. Pero aquel día parecía que ella no estaba dispuesta a permitirlo – hace un día estupendo, ve a disfrutar de él.

Salí por la puerta casi obligada, con mi bolsa a cuestas, mientras caminaba hacia el parque, el lugar más relajante de todos.

La verdad era que yo no solía coger el autobús, el metro, o cualquier otro medio de transporte, me gustaba mucho caminar. Para mí era como mi propia penitencia.

Llegué a una enorme plaza de piedra, cerca de donde la gran estatua del antaño emperador Joseon se encontraba, y me tumbé en la caliente roca boca arriba, sintiendo el calor de esta sobre mi espalda.

Cerré los ojos en paz, aunque podía sentir como miles de personas me miraban y murmuraban, compadeciéndose de mí. Pero no me importaba, en cierto modo me gustaba ser una incomprendida en aquel lugar.

Me gustaba mucho sentirme sola, sentir que no tenía a nadie en aquel triste mundo. No podía dejar que nadie se volviese a acercar lo suficiente, no podía dejar que nadie viese como era realmente.

  • ¿Se encuentra bien? – Preguntó una voz cerca de mí, haciéndome salir de mi hipnotismo, haciendo que mirase hacia él sin comprender… ¿por qué me hablaba?, ¿por qué preocuparse por alguien como yo, por una simple loca que estaba tirada en la calzada? Pero el resplandor del sol me impedía ver con claridad de quien se trataba.

Me levanté sin prestarle demasiada atención, mientras seguía mi camino, sin mirar hacia él siquiera, sin tan sólo responderle. No quería hablar coreano con  nadie más que no fuese mi jefa. Así que simplemente pretendí que no le había entendido.

  • ¿señorita? – insistía, esta vez en inglés, pues creía que no respondía porque no podía entenderle.
  • Estoy bien – respondí, sin tan siquiera mirarle, mientras seguía caminando, dejándole atrás.

Caminé por el puente, sobre el río Han, mientras sentía el sol en mi espalda. Pronto anochecería, y eso me tranquilizaba, el día acabaría pronto.

Miré hacia abajo, tocando mi colgante, mientras aligeraba el paso hacia casa.

Entré en casa de sopetón, sin prestarle atención a Kity, mi gata (la había encontrado en la calle, y tras echarle un poco de pan, me había seguido hasta casa, y como mi casera era bastante buena me dejó quedármela), dejando mi bolsa sobre la mesita del salón, tumbándome sobre el sofá. Estaba exhausta, y no era de haber caminado hasta allí. Estaba cansada de sentir aquel peso sobre mí.

Kitty caminó hacia mí, acariciando mis dedos, que colgaban del sofá, con su cola. Dejando claro que quería ser saludada y mimada.

Miré hacia ella con una sonrisa, era divertido.

Dejé mi dolor a un lado, agarré a mi gata y la puse sobre mi regazo, para luego acariciarla dulcemente y notar como el animal ronroneaba.

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