Cap. 7. La distracción.

En aquella pobre aldea nómada, una mujer de cabellos blancos como la nieve y ojos cristalinos como el mar, lloraba la pérdida de un ser amado, mientras el resto de su pueblo la rodeaba, repitiendo un triste cántico que pondría el alma de tan afamado ser a buen recaudo, junto a los dioses.

Las lágrimas de la mujer parecían no tener fin, ni siquiera podía retomar fuerzas para dar un grito de esperanza a sus seguidores.

Un niño de 10 años de edad atravesó la multitud, soltándose de la mano que lo retenía, corrió y corrió, hasta llegar junto a la mujer del druida, agarró con fuerza su mano, haciendo que esta mirase hacia atrás, percatándose de que su hijo estaba allí para darle fuerzas.

El cuerpo sin vida de su amado era quemado en aquel momento por las fieras llamas, frente a ella, en la pila de t

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