Cap. 2. El nacimiento del elegido.

Siglo XVIII…

En una fea casucha, en aquella pobre aldea de nómadas, una mujer de cabellos rubios cristalinos, casi grises, postrada en una cama, se encontraba, mientras su esposo, el gran Asir, el druida, sentado en su sillón de madera la observaba. Las matronas ayudaban a su mujer a que diese a luz a su primogénito, el que heredaría todo aquello que el mismo había perdido.

La llegada de un nuevo líder, ese que llevaría la justicia a los de su especie, que vengaría las constantes muertes que los humanos habían propiciado contra los brujos.

La gloria, eso era lo que esperaba a su hijo, eso mismo fue lo que pidió a los dioses a cambio de un sacrificio humano, de sangre. Había mandado crucificar a su propio hermano, para salvaguardar el destino de la tribu.

Aquel niño era su única salvación, ese que tendría el mismísimo poder de sus ancestros corriendo por sus venas.

La mujer dejó caer la cabeza hacia atrás, exhausta, con el llanto de su pequeño irrumpiendo en la estancia, mientras Asir se ponía en pie, apartando a las mujeres, sosteniendo a su ensangrentado hijo entre las manos, observando en él la marca que indicaba que aún había esperanza para la brujería: un rayo del mismísimo Thor, en su costilla izquierda.

Agatha se puso en pie, apartando a las mujeres que intentaban que se detuviese, y se acercó a su esposo, con una sonrisa en el rostro, acariciando la marca de su pequeño, mientras el hombre besaba su mejilla, obligándole a mirarle. Ambos sonrieron, pues acababan de darse cuenta de que tenían en sus brazos al elegido, él marcaría la diferencia, haría justicia entre los de su propia especie.

  • Te llamarás Erwin, como el alma que hemos tenido que sacrificar para tu nacimiento – aseguraba su padre, mientras su esposa asentía, en señal de que era un buen nombre.

  • Erwin Thorburn – añadió la mujer, señalando hacia la abultada marca con forma de rayo de su piel, esa que parecía haber sido marcada con fuego hirviendo en su piel. La mismísima marca de Thor.

Actualidad…

La tierra volvió a temblar, pero esta vez, se prolongó por unos segundos, resquebrajando el suelo que pisaban, haciendo que Selena se tambalease y estuviese a punto de caer al vacío, si no hubiese sido por Frank, que la sujetó por el asa de la mochila, lo habría hecho.

  • Este no es lugar para… - pero el hombre no pudo continuar, pues en ese justo instante la correa de la joven se soltó, y esta cayó por el agujero - ¡Selena! – la llamó, intentando alcanzarla, pero esta sólo se despechó por el agüero, gritando en el proceso.

Frenó la caída, sujetándose a las afiladas piedras de las paredes, quedándose sujeta a una, aterrorizada de caer hacia la oscuridad, haciéndose magulladuras en las manos, dejando que su sangre cayese al vacío, sobre la puerta de metal, haciendo que esta comenzase a perforarse, como si en vez de sangre se tratase de ácido caliente, despertando el plácido sueño de un peligroso prisionero.

  • Señorita – llamó Frank, al alumbrarla con la linterna – aguante – insistió, para luego mirar hacia Bill – dame una cuerda, tenemos que sacarla de ahí, es la prometida del señor Smith.

Una pequeña brisa se coló por la cerradura de aquella cárcel de piedra, llegando hasta la joven que se hallaba allí, sujeta a las rocas, sacudiendo sus cabellos, lo que hizo que mirase hacia abajo, en el momento justo, en el que la puerta de hierro se abría, y un extraño ser salía, sediento de sangre, sonriendo con malicia hacia aquel suculento manjar.

  • Frank, dese prisa – pidió la muchacha – hay algo ahí abajo.

Fergus se arrastró por las piedras, trepando a la pared, haciendo movimientos extraños, los cuales no habrían podido ser hechos por ningún ser humano normal, tan sólo por una criatura como él, tan sólo dejándose llevar por el olor de la sangre de su primera víctima en más de trescientos años. Ni siquiera le importaba sucumbir a la oscuridad, no tenía sentido seguir custodiando al prisionero que le habían obligado a vigilar, ni siquiera importaba que ese ser maligno saliese al fin al exterior, tan sólo necesitaba sangre humana…

  • ¡Frank! – insistía la joven, al vislumbrar una extraña sombra en la oscuridad, arrastrándose hacia ella - ¡Frank! ¡Sácame de aquí!

Erwin abrió los ojos, enervándose de pronto, saliendo de aquel sueño eterno en el que la maldición de los siete brujos blancos le había mantenido durante siglos, levantando la vista hacia su carcelero, descubriéndose solo en aquella cárcel antigua.

Los gritos de Selena resonaron en aquella oscuridad, mientras Frank agarraba la cuerda que Bill había traído, con la intención de lanzarle un extremo a la señorita Rhys, al mismo tiempo que el brujo cerraba los ojos, metiéndose en la mente de su enemigo, observando a aquella suculenta muchacha, justo había llegado hasta ella, cuando su cuerpo se precipitó al vacío, de forma espeluznante, mientras su cabeza era lanzada hacia arriba, cayendo junto a Bill, haciendo que este pegase un enorme grito y saliese corriendo, asustado.

Selena intentaba buscar explicación para lo que acababa de suceder, mientras Erwin abría los ojos, con una sonrisa maliciosa en el rostro, estaba hambriento, tan sólo necesitaba alimentarse, como no lo había hecho en siglos.

Dio un salto, bajando del altar de piedra, pisando tierra firme, para luego caminar hacia el exterior de su cárcel, observando la piedra con los símbolos que lo mantenían cautivo en el interior, partida en dos, ensanchando incluso más su sonrisa.

La joven cayó al vacío, pues justo no había podido mantenerse por más tiempo sujeta a las afiladas rocas, y al hacerlo gritó, como si su vida dependiese de ello, haciendo que el gran Thorburn mirase hacia arriba, oliendo la sangre de aquella a la que Fergus había estado a punto de devorar.

Entró en su mente, la mataría antes de que hubiese llegado al suelo, una víctima más, una Rhys más. Lo supo en el momento en el que la olió, era descendiente de los cazadores de brujas que dieron muerte a su familia. La despedazaría, miembro a miembro, hasta que fuese totalmente irreconocible.

Sonrió, con malicia, observando los últimos recuerdos que pasaban por la mente de aquella joven, deteniéndose entonces, al mismo tiempo que lo hacía ella, a escasos metros de llegar al fondo, sobre el aire, como si una manta invisible estuviese deteniendo el golpe.

“Maeve, su nana, leía su mano, mientras ella negaba con la cabeza, aterrada de que lo que la mujer dijese fuese cierto…

  • La línea de la vida es larga, la de los hijos, sólo tendrás un hijo, y …

  • No pienso tener hijos con el idiota de Fréderick - se quejó – papá dice que es un matrimonio de conveniencia, que será bueno para mí, pero … no me gusta ese tipo.

  • Si me dejas puedo decirte el sexo del niño – insistía la mujer, era bruja, Erwin podía verlo en su alma. ¿Por qué aquella muchacha no la cazaba y la asesinaba? ¿Por qué parecía tratarla como su igual? Si incluso parecía tenerle… ¿cariño?

  • No pienso tener un hijo con ese palurdo arrogante – insistió, haciendo el amago de retirar su mano, pero su nana fue más rápida, y la aferró con fuerza – nana…

  • Hay algo raro en la línea del amor – dijo ella, de pronto, mirando hacia un punto fijo, abriendo mucho la boca, mientras Selena miraba hacia el mismo punto, sin ver nada - … no es posible.

La joven quitó la mano y se puso en pie, tan pronto como su madre apareció, y miró a ambas con cara de pocos amigos.

  • ¿Otra vez perdiendo el tiempo con Maeve? ¿No ibas a preparar los menús del restaurante?”

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