Capítulo 3

Me despierto con un ligero dolor cerca de mi clavícula izquierda y me paso la mano instintivamente, para calmar el malestar, pero siento que mi mano está un poco húmeda, así que la miro de inmediato y veo… ¿sangre?

Me incorporo de inmediato, pero me mareo con el movimiento. Entonces me dirijo al baño, a ver la herida en mi cuello. Es una especie de mordida. Trato de recordar qué fue lo que pasó anoche, pero solamente tengo recuerdos borrosos.

Adrien vino a la casa, sí.

Estuvimos en mi habitación, sí.

Nos besamos muy apasionadamente, sí.

Pero luego no recuerdo mucho, un piquete de un bicho y después de eso, borroso. Más besos apasionado con Adrien, aunque no recuerdo si fue memorable o si cumplió mis expectativas. Después está la mordida. Adrien me mordió, aunque no sé qué se le metió, ni siquiera recuerdo haber protestado por eso porque, estaba… drogada.

¡Maldito pervertido!

Debe haber ser uno de esos tipos con fetiches y lo de él es morder, aunque no entiendo por qué tuvo que ser tan salvaje. Las mordidas ligeras en algunas partes del cuerpo suelen ser sexys. Bueno, este tipo definitivamente va a caer en mi lista negra. Lástima, era tan guapo.

Algunas personas harían todo un drama por esto, eso de que me haya drogado y tal, pero no soy así, porque no es que me utilizó, más bien eso era lo que yo quería hacer con él. He usado y me han usado, hace rato que ese tema está muerto para mí.

Aprovecho el tiempo y tomo una ducha. Luego de arreglarme, bajo las escaleras.

Y es cuando empiezo a sentirlo todo, la luz que entra por la pared de vidrio que da a la piscina empieza a molestarme, así que me devuelvo al cuarto y busco mis lentes de sol. Ya devuelta, escucho la máquina de hacer jugos y el ruido me taladra el cerebro.

― ¿Quieres parar de hacer ruido, Myrtle? ―le pido algo más molesta de lo habitual―hoy estoy muy sensible.

― ¡Vaya! ―me dice―alguien comió perro, de seguro es por esto por lo que tienes el humor así―comenta y me pasa un plato con mi desayuno―espero que se te mejore el temperamento―entonces se detiene para ver la herida de mi cuello―no recuerdo haberte visto nunca esa marca.

―Te refieres a la herida―la corrijo, pero, cuando vuelvo a palparla, me doy cuenta de que ya está cerrada y parece una especie de círculo, me levanto de inmediato del asiento y me vuelvo a marear con el movimiento, pero no tengo tiempo para preocuparme, así que busco el espejo que se encuentra en una de las paredes. Es cierto lo que acaba decirme, la herida ahora parece una cicatriz roja, como si me hubieran marcado con un fierro.

―Sí que está fea, Sia―señala―la gente se tatúa mucho últimamente, pero jamás había escuchado de nadie que se marcara así.

―Te aseguro que no lo hice apropósito―le respondo―ese maldito pervertido con el que estuve anoche me la hizo, pero primero me drogó, así que no hubiera podido hacer nada, aunque hubiera querido.

― ¿Te drogó, cariño? ―me pregunta preocupada―si quieres hacer una denuncia por que te atacó, podemos ir de inmediato.

―Tranquila, cariño―le digo para tranquilizarla―primero, no soy una niña, segundo, no hicimos nada que no hubiera querido y, tercero, el chico en cuestión es socio de papá, así que nada de escándalos―le hago la lista de razones―además, un buen cirujano puede arreglarlo todo.

― ¿Estás segura? ―vuelve a preguntarme―recuerda que no estás sola en esto.

―Cálmate, Myrtle y gracias por preocuparte por mí―le aseguro.

Entonces, vuelvo a sentarme ante mi plato. Los olores son mucho más intensos que hace un momento, que, combinado con la luz intensa del sol y los ruidos de los ronquidos de los cuerpos en el piso, me están volviendo loca. Parece que mis sentidos, lejos de estar aturdidos por la droga que me dio Adrien ayer, están conspirando para volverme dejarme orate. Así que decido comer mi desayuno lo más rápido que puedo para volver a mi habitación.

Pero no puedo volver, porque soy detenida por Barbie, quien me saluda y se sienta a mi lado y Myrtle decide ahorrarse los saludos con ella y le pasa su desayuno sin decirle una sola palabra.

―Gracias, Myrtle―le dice Barbie, con un asentimiento de cabeza. Luego me mira directamente a la cara― ¿Y? ―me dice con una mirada pícara― ¿qué tal estuvo todo anoche?

―Te diría que bien, si recordara lo que pasó, el muy imbécil me drogó y me mordió, mira―le digo y le muestro mi marca y ella se lleva las manos a la boca―descuida, ya llamaré a mi cirujano para que se encargue.

Los ronquidos de la gente se hace más intenso y Myrtle hace más jugo de naranja con la ruidosa máquina, para rematar. Incluso los lentes ya no son suficientes para eliminar el efecto de la luz del sol en mis ojos. Entonces, siento unas manos en mi brazo y la aparto de mi piel que está tan sensible, pero la empujo tan fuerte que veo cómo Barbie cae al piso por mi culpa.

― ¡Lo siento, Barbie! ―me disculpo, cuando me levanto de mi asiento y la recojo del piso―hoy estoy muy rara, creo que es el efecto de la droga.

―Tranquila, amiga―me responde, cuando se toca la cabeza por el golpe que se acaba de dar― ¡Vaya que te dejó mal esa droga!

―Sí, creo que hoy volveremos a casa―le digo todavía con mis sentidos tan sensibles―pero voy a descansar un rato antes de volver.

―Me parece bien―me responde, cuando se pone de pie―no te preocupes, yo me encargo de despachar a toda esta gente y veré que nadie te moleste.

―Gracias, cariño, eres un sol―le digo y le doy un beso, luego me dirijo escaleras arriba y trato de dormir.

~~~

Me despierto con el rechinar de unas llantas que se estacionan afuera de la casa.

― ¡No te interpongas, Lía! ―escucho la voz de papá al borde de la histeria―se ha burlado de mí por dos años, ¡dos años, Lía!

―Pero, Samuel, es su sueño, eso es lo que ella quiere hacer―le suplica mamá y escucho los pasos que se acercan a la puerta principal, así que me pongo de pie y me dirijo a las escaleras. La sala está a oscuras porque ya es de noche y me apresuro a bajar las escaleras. A pesar de que todo está oscuro, veo todo con lujo de detalle, lo cual me sorprende. De hecho, estoy sorprendida de haber escuchado a mis padres desde el estacionamiento, que se encuentra a casi veinte metros de la casa, pero no tengo tiempo para pensar en ello, porque debo prepararme para la tormenta que se avecina.

No entiendo por qué, pero, en lugar de temer a la reacción de papá, estoy enojada, más bien, tengo una rabia que va subiendo desde mi pecho hasta mi garganta.

Las puertas se abren de par en par y escucho a mi padre molesto, quien enciende las luces de la sala y hace que coloque mis manos instintivamente sobre mis ojos para protegerme.

― Al fin te encuentro―espeta papá con mi madre detrás de él― ¡¿me puedes explicar qué significa esto?! ―me grita con una rabia que no le había visto jamás y me enseña un papel en mi dirección que no tengo que adivinas qué es, son mis calificaciones de la universidad― ¡has estado jugando conmigo por dos años, Sia!

― ¿Qué preferías que te dijera, papá, que odio esa maldita carrera y que prefiero diseñar vestidos? ―le digo con rabia, como nunca le hubiera contestado a mi papá, pero no me importa en absoluto― ¿cómo lo hubieras tomado?

― ¡Como la real estupidez que es! ―me responde― ¡serás la heredera de un enorme imperio, fundado por mi abuelo y te juro por Dios que su legado continuará, incluso después que tú mueras! ―me grita.

―Tal como lo supuse―le vuelvo a gritar en el mismo tono. Siento mi cuerpo caliente, como si tuviera fiebre, pero no me siento mal, todo lo contrario, estoy más viva que nunca―no tengo alternativa, según tú, papá. Lo único que puedo hacer en esta vida es dirigir una empresa que odio.

― ¡Sia! ―grita mi madre detrás―por favor, no le respondas, solo cálmate―me pide, pero la ignoro. Entonces mi padre dirige su mirada hacia ella.

― ¡Tú eres la culpable de todo esto, así que mejor cállate! ―le grita y ella pone los ojos como platos y lo obedece.

―Muy valiente te sientes metiéndote con mujeres, ¿verdad? ―le reclamo―lo tuyo es decir y que nosotras obedezcamos.

La cara de papá está como un tomate de la rabia que tiene encima. Sus manos se abren y cierra a sus costados y resopla por la nariz.

― ¡Eres una majadera y una estúpida, Sia! ―me responde― ¿sabes cuánta gente desearía tener lo que a ti se te regala?

― ¡Pues ve y regálaselo a alguno de ellos! ―espeto nuevamente―yo no lo quiero.

― ¡Sia! ―grita mamá esta vez―no le digas eso a tu padre, estamos hablando del patrimonio de tu familia.

― ¡Claro, mamá! ―le grito, con más rabia de la que debería, pero eso no sirve de nada, porque a estas alturas no me reconozco de ninguna manera―en cuanto se habla de que te quedes pobre, enseguida intervienes―añado con una sonrisa amarga―nada de viajes a París o a Nueva York a buscar modelos exclusivos de marcas famosas―me burlo de ella con el mayor descaro que haya mostrado en mi vida― ¡Pues, eso se va a acabar en cuanto tome posesión de la fortuna de la familia, eso lo puedes dar por hecho!

Y es cuando lo siento. Es la bofetada más fuerte que haya sentido en mi vida, si es que alguna vez he sentido que alguien me haya golpeado de esta manera. La cachetada me envía directo al suelo y siento cómo corre una gota de sangre por mi nariz.

― ¿Ves? ―dice papá con sarcasmo, pero no a mí, sino a mamá―te dije que era una malagradecida, pero la defendías a capa y espada.

― ¡Es mi hija, maldito! ―le grita esta― ¡cómo piensas que debo reaccionar!

― ¡También es mi hija―le espeta papá― ¿qué crees, que esto no me duele también? ¿Que me haya tratado como un perfecto estúpido?

De pronto la fiebre que sentía hace un momento se intensifica más, invadiendo cada parte de mi cuerpo, pero no solamente eso, siento como si mis huesos se volvieran ceniza, como si se estuvieran moliendo para volverse a recomponer, alargándose, acortándose. El dolor es tan fuerte que me tiene aún en el piso. De mi garganta salen gritos agonizantes de puro dolor, mejor dicho, de terror.

― ¿Pero, qué te ocurre, Sia? ―dice mi madre consternada, pero yo no la miro, solo me estoy contorsionando en el suelo. Papá está mudo, como si no pudiera ver lo que está viendo, aunque no sé qué puede ser. Solo quiero que pare mi agonía.

― ¡Ayúdenme! ―les ruego entre gritos y llantos, mientras mi cuerpo se mueve a su propia voluntad.

― ¡Por Dios, Samuel, haz algo! ―vuelve a gritar mi madre.

Entonces veo mis brazos, los cuales están tomando formas inhumanas y de los cuales está saliendo ahora pelo por todos mis poros, lo cual me saca un grito de terror, es tan fuerte que retumba por todas las paredes y mi padre, que estaba a punto de acercarse para ayudarme, ahora está de pie tratando de proteger a mamá.

― ¡Por Dios! ―grita aterrado― ¿pero qué rayos está pasando?

Entonces mi cuerpo deja de moverse por sí solo, pero aún duele como nunca en mi vida. Sigo tirada en el suelo y mis sollozos parecen ruidos lastimeros de un… ¿perro?

―Te lo advierto, bestia―dice papá con la voz entre entrecortada, con mi madre detrás de ella.

“Acabemos con ellos”, me dice una voz en mi cabeza, siento la rabia que siente hacia ellos por haberme golpeado.

“No”, le grito, “son mis padres”.

“¡Los acabaremos, ya lo verás!”, vuelve a hablar y siento cómo esa presencia en mi cabeza se va apoderando de mis movimiento. Trato de luchar con todas mis fuerzas para que no se levante, no de los pasos que está dando ahora o que se acerque a mis padres, porque sé lo que quiere hacerles.

“No, Sia”, me ordena con más rabia de la que había sentido hace un rato y domina mi voluntad, mientras yo trato de luchar con todas mis fuerzas, “Ellos van a aprender, Sia, tienen que aprender”.

Entonces siento como si rompe toda la poca fuerza de voluntad y me envía a una parte de mi cerebro, como si fuera una especie de celda, donde pierdo todo conocimiento”.

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