Capítulo 4

El cielo se oscurecía cada vez más después del arcoíris, antes de notarlo; llegaba la tormenta. Y temí que las piedras en el camino fueran tantas que formaran una montaña que no podria escalar.

–No puedes – Repetí por segunda vez con la mirada fija en ma pared de enfrente.

-No Jess, estaba en camino hacia tu casa pero el accidente cubrió todas las desviaciones.

-La temporada de lluvias está iniciando, es mejor mantener la ruta de la carretera.

-En serio lo lamento.

—Ya veré que hacer.

Colgué a Rebeca y me dí el lujo de permanecer quieta, pensando en todo y nada. Después de unos minutos voltee hacía marcos, él me observaba con el ceño fruncido.

-Podría llevarla al hospital, pero me temo que no es un bonito lugar para niños – Me senté en el sillón frustrada, apoyando los codos en mis rodillas y tomando mi cabeza con ambas manos.

—La ultima vez que llevé a Sarah al trabajo me despidieron – Solté un sollozo. Esto me tenía agotada.

—Yo me quedaré con ella.

—Debe haber otra opción – Susurré un poco mas tranquila.

– Tal vez si reconsideraras la guardería – Sugirió.

–Dylan quemaría todo el edificio con tal de llegar a ella. – Tenía una política clara, entre menos personas conocieran a Sarah; menos posibilidades tendria Dylan de llegar a ella. – Ni siquiera necesitaría hacerlo, no tengo ningún papel de Sarah, yo...

La voz se me atoró en la garganta, lo último que necesitaba era enfrentarme a asuntos legales. Sin mencionar que justo en ese momento estaba estabilizandome económicamente, apenas podía terminar de pagar las deudas que generé en los últimos meses y Marcos nos sostuvo durante mucho tiempo, no quería seguir aprovechandome de su buena voluntad.

Guardamos silencio por unos segundos,

– Conocí a un chico ayer en el bar, es encantador– Dió en el blanco, y reí ante su comentario. Él me acompañó con una sonrisa.

–Escucha, tengo una cirugía pequeña de tres horas, después pasaré por ella – Asentí agradecida viéndolo levantarse del sofá, en menos de cinco minutos me quedé sola con Sarah.

–Bueno – Comencé – Iremos juntas al trabajo.

———————

Llegué a el edificio con precaución, estacioné cerca del ascensor y me colgué la pañalera y la bolsa de un brazo. Subimos directo al último piso y por suerte no hicimos parada en ningúno otro. En cuanto las puertas se abrieron salí disparada a mi oficina.

–Muy bien, Sarah. Ya estamos aquí.

Senté a Sarah en el sillón gris individual que se encontraba frente a mi escritorio y bajé un par de cojines al suelo, haciendo más grande el espacio en el que pudiera jugar y precaviendo una caída.

—¡Mamá! -Gritó y traté de tranquilizarla y hacer señas para que guardara silencio. Una vez ella se concentró en los juguetes que tenía alrededor yo pude centrarme en mis pendientes. Ese día no había rastros de Mateo y lo agradecí infinitamente.

Y entonces, el repartidor de cartas arruinó mi buena racha de mantener a Sarah como incognita.

En cuanto la vió se detuvo en el marco de la puerta –¿Es tuyo? – Preguntó decidiéndose por ingresar.

–Hoy no necesito preguntas, Leo– Mencioné. El chico tenía 18 años, en esa jungla de ejecutivos, encontraba en mí a una persona a quien hablarle coloquialmente. Y aunque eso se representaba usualmente con sutiles faltas de respeto, era un buen chico.

Dejó los papeles, firmé la nota que tenía pegada a su tablero y dividí mis cartas de las de Mateo.

– ¿Estás jugando a la hermana mayor?– Respiré profundo en respuesta.

Él al parecer entendió los sonidos y las miradas, pues no tardó en salir de la oficina. Hubo un pequeño momento de paz después de eso, pero apenas abría la segundo carta cuando un fuerte estruendo resonó en todo el piso.

Escuché maldecir a Leo.

Salí al instante al pasillo para observar como su carrito de correspondencia desaparecía por las escaleras –¡No te quedes ahí!, ¡Ayudame! –Gritó corriendo tras el, yo no lo pensé mucho y lo seguí con apresuro. Solo serían cinco minutos.

Mateo

No había sido la mejor mañana.

La reunión del consejo directivo concluyó en migajas, y se había aplazado una hora más de lo que duraría, si había algo que no me agradara eran los imprevistos.

Cuando salí de el ascensor vi el reloj en mi muñeca. Con efectividad, eran más de las diez, y estaba seguro que Jessica había cancelado la reunión de las nueve treinta. Las luces de su oficina estaban encendidas, así que me dirigí hacia el lugar con paso ligero.

Quería determinar las prioridades de ese día, sin duda sería un día agitado. Y tan solo por cortesía, preguntaría si todo marchaba bien, con respecto al día de ayer.

Finalmente todos esos planes se cancelaron cuando llegué a su oficina y no encontré un rastro de ella, había un par de papeles sobre el escritorio, así que asimilé que algún asunto la había entretenido en otro departamento del edificio. Decidí voltear e irme, pero antes de dar el primer paso fuera de ahí, una voz me exaltó.

Una voz chillona que hablaba desde abajo del escritorio me hizo detenerme y regresar. Entre un cuadro roto y boligrafos fue la primera vez que la ví.

A la niña que me arrancaría el alma.

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