Capitulo 3

 De pie frente al espejo, pensó en afeitarse el vello facial que empezaba a crecer en su perfilado rostro, descartó la idea al denotar que le ofrecían un aspecto bastante varonil. Peinó su cabello sin mucho afán, dejando algunas hebras turbadas. Luego, adornó su cuello con una medalla, la que ocultó debajo de su camisa blanca que hacía contraste con sus jeans rasgados, de color negro y zapatos informales del mismo tono. Finalmente, Caleb se perfumó con una esencia suave, pero persistente.

Salió de su habitación y bajó las escaleras que conectaban con la planta baja de la ostentosa casa en la que vivía. Su madre, en el pasado, había sido una doctora de alto prestigio, hasta que conoció a Alberto de la Vega un magnate en el área de la hostelería. No mucho después de casarse, los padres de Caleb procrearon a su primogénita a la que bautizaron como Manuela, luego del nacimiento de ésta, Alberto forzó a Verónica a abandonar su empleo y a asumir el papel de madre. Fue entonces cuando la mujer empezó a conocer al hombre con el que se había casado. El magnate era egocéntrico, orgulloso y mujeriego, pero su mayor defecto era la superioridad de género que sentía. Humillaba y manipulaba a su mujer siempre que quería, y las pocas veces que Verónica sentía el valor para enfrentarse a él, la agredía con vigor. Por culpa de su mismo complejo, Alberto anhelaba vástagos varones, pero esto no sucedió hasta después de: Carolina y Sofía, su segunda y tercera hija, respectivamente. Las tres mujeres, cuando tuvieron la edad suficiente, se alejaron de la tormentosa compañía de su padre, cansadas del trato que le ofrecía a su madre. Verónica también se hubiese, pero no podía dejar a su cuarto hijo en manos de su padre, y como Caleb era varón, Alberto tampoco hubiera permitido que lo apartaran de su lado. No importa que tan lejos hubiera huido, la encontraría.

Sentada en el sofá de la sala de estar, Verónica bebía vino blanco con sus pensamientos vagando. A Caleb le partía el corazón ver a su madre así. Se acercó sigilosamente a ella y carraspeó su garganta para recibir la atención de la mujer. Verónica se volvió para ver a su hijo, éste se alegró de no percibir lágrimas en el rostro de su mamá.

-¿Estás bien? –Preguntó en un suave murmuro Caleb.

-Sí. –Dijo Verónica, suspirando. En su rostro se dibujaba una sonrisa desganada.

-¿Quieres que me quede y te acompañe?

-No hijo, no te preocupes por mí. Ve y diviértete. –Insistió la mujer. Luego de un tierno y prolongado beso en la mejilla, Caleb se marchó.     

Los tragos de Cristina y Rebecca eran a nombre de Christopher. Los tres yacían sentados en la barra de servicio  platicando. El caballero de ojos zafiros vestía una camisa de mangas largas color carmesí y jeans blancos. Su cabello rubio estaba peinado hacía la derecha, adherido con gel. Rebecca dejó su cabello suelto. Su cuello y brazos lucían accesorias de fantasía plateada, y los lóbulos de sus oídos eran adornados por pequeños aretes esféricos verdes a juego con su vestido y zapatos de tacón. La última chica detestaba usar vestidos, así que optó por llevar unos jeans pardos y una blusa blanca con negro, que dejaba la parte superior de su espalda al descubierto. Transcurrido ya un rato, la conversación llegó a ser interrumpida por un chico de piel morena quien sacó a bailar a Cristina, luego de solicitar permiso de su hermano que accedió, recordándole que estarían bajo su atenta vigilia todo el tiempo.

-Pareces su padre. –Bromeó Rebecca, cuando yacía sola con Christopher, él esbozo una amarga carcajada.

-Evito parecerme a mi papá.

-¿Por qué?

-Él no era un buen padre. Era grosero y violento cuando estaba ebrio y eso era siempre. Mi hermana y yo nunca le importamos. –Reveló con entereza el rubio, seguidamente bebió un sorbo de su cerveza.

-¿Dónde está ahora?

-En prisión. La policía lo encontró con varios kilos de cocaína.

-¿Y tu mamá? –Preguntó nuevamente Rebecca.

-Ella es enfermera. Pasa poco tiempo en casa y cuando lo hace, está muy cansada como para hablar conmigo o con mi hermana. Es como si nunca estuviera allí.

-Lo siento –Musitó Rebecca, Christopher se encogió de hombros restándole importancia.

-Cristina es la única persona que de verdad me importa. Y siempre intento estar con ella para cuando me necesite. –Dijo por último Christopher.

Mientras la noche más se adentraba, la compañía de Christopher se volvía más amena para Rebecca. Aunque el joven de ojos azules respondía, sin inconvenientes, temas generales, para ella se hacía evidente que evadía preguntas personales. Justificó el hecho recordando que aún eran un par de extraños y que, quizás, la revelación que le había contado de su familia, era suficiente para lo que ella ya había etiquetado como la primera cita. Un mensaje hizo sonar el celular de Christopher, en el momento menos oportuno, cuando el catire por fin se había armado de valor para invitarla a bailar. Sacó el aparato de su bolsillo y lo observó con detenimiento. Sus facciones se inmutaron evidentemente.

-¿Estás bien? –Inquirió Rebecca.

-Sí. –Respondió brevemente el otro. Movió sus dedos rápidamente por el teclado digital de su celular. –Lo lamento tengo que irme.

-De acuerdo. Buscaré a Alex –Dijo la chica levantándose de su asiento. No tenía ningún caso seguir en la fiesta sin su acompañante.

-No. Quédate, volveré en unos minutos. –Dijo Christopher empujando, con severo cuidado, los hombros de su compañera para que se sentara nuevamente. Rebecca trató de protestar, pero él no se lo permitió. No iba aceptar un “no” como respuesta. Se marchó sin dar muchas explicaciones.

(…)

Las pesadillas de Laura se volvían, cada vez, más frecuentes y la posibilidad de conciliar el sueño voluntariamente era casi imposible. La oscuridad de su habitación le ofrecía una inusual paz, aunque el silencio confabulaba con su mente en contra de sí misma, recordándole, sin cesar, los últimos días que su madre vivió en plena agonía. No perdió una sola oportunidad para visitarla y para decirle lo mucho que la amaba, conociendo de sobra el trágico desenlace. En estos momentos era lo único que la alegraba, saber que entre ella y su mamá no quedó nada pendiente. Deseaba que su pequeño hermano también hubiera tenido la oportunidad de despedirse de su mamá, pero Sergio nunca permitió que Tobías fuera testigo de la agonía de la mujer que le dio la vida, para él sólo quedarían los recuerdos que Laura le contaría acerca de ella, y seguro que iban a ser maravillosos. Detestaba la forma en la que su padre se olvidó de Raquel. Veintiocho años de matrimonio y dos hijos se habían reducido a cenizas de un amor, el día que Loren se cruzó en su camino y lo hechizó. Los gastos médicos de su mamá lo habían cubierto los hermanos de ésta, y Laura rogó que la llevaran con ella, no soportaba la idea de vivir con la nueva esposa de su papá, pero él se negó a sus deseos. Y allí estaba durmiendo en una casa desconocida, conviviendo con personas a las que apenas les dirigía la palabra, y por si fuera poco, luchando con el tormento de sus recuerdos de lo que sucedió el trágico día que su amada madre falleció. Había abandonado el hospital envuelta en un mar de lágrimas, en busca de un consuelo que creyó haber encontrado.

Cansada de los torbellinos de su cabeza, Laura se levantó de su cama y se aproximó al buró dónde reposaba su maletín escolar. Lo revisó sin afán, esperando encontrar de inmediato, la bolsita de plástico que en esos momentos necesitaba. Se angustió cuando esto no fue como así. Manejada por el desespero, vació todas las cosas que yacían en el interior del maletín. Vio caer sus cuadernos, sus libros, algunas hojas de papel, lápices de carboncillo y otros de tinta, pero no denotó lo que estaba buscando. Los opiodes. Éstos estupefacientes habían sido recitados por Alex quien le había asegurado que la ayudarían a superar el dolor por el que atravesaba, así  fue como su relación había empezado. Ambos se drogaban bajo insuficientes excusas que para ellos estaban bien y con Christopher como su proveedor tenían a su disposición cuántas pastillas quisieran

(…)

            Sola, la noche se había puesto tediosa. Rebecca paseaba de un lugar a otro sin saber qué hacer, hasta que encontró un espacio apartado de la muchedumbre que se divertía al ritmo de la música y al sabor del licor. Había tres taburetes y alrededor, en el suelo, varios vasos de cerveza ya vacíos, posiblemente había sido el rincón social de un trío de amigos. La peli castaña resolvió por acomodarse en uno de esos taburetes, con la mirada en dirección a la fiesta. Hubiera preferido irse, en lugar de quedarse y dar lastima o peor aún, ser la burla de los estudiantes ebrios. No dejaba de suponer cuál había sido la urgencia de Christopher que lo obligó a dejarla sola, y aunque él le había asegurado que su ausencia sería por un breve momento, la verdad es que se había demorado más de lo convenido, y ella empezaba a exasperarse. Se encontraba en el peor escenario que su mente se había imaginado antes de decidirse asistir a la fiesta.

            Recordó fugazmente el inesperado encuentro que experimentó con Laura en los tocadores del instituto, pero lo que la tenía desconcertada eran las pastillas que se le habían caído a ella. No sabía qué debía hacer y su mente se debatía en tres opciones: deshacerse de ellas, repórtalo a las autoridades del instituto o devolvérselas. Debido al trabajo de su mamá había sido testigo, en varias ocasiones, de personas cuyas vidas habían sido destrozadas, de forma directa o indirecta, por culpa de los estupefacientes. Pero toda historia tiene dos versiones, y ella desconocía las razones que habían impulsado a una chica de tan sólo diecisiete años de edad, a consumir drogas. Aunque era cierto que atravesaba la etapa en la que las personas experimentan, no podía suponer lo más obvio. Sus adagios se disiparon, cuando su atención se cautivó por una pequeña e insignificante discusión que se generaba en el centro de la pista de baile. Las protagonistas de aquél  escándalo eran dos chicas que se disputaban, aparentemente, la atención de Caleb, él yacía en medio de ambas evitando que se agredieran. Mutuamente las jóvenes se insultaban con ínfulas de querer pelear físicamente. El show fue cancelado por demás jóvenes que ayudaron a Caleb a separarlas. El indiferente joven se alejó del lugar frotando su rostro con sus manos, claramente estaba agobiado. Sin reparar en su andar cayó donde Rebecca se encontraba completamente sola.

-No creías que podías quedar con dos mujeres al mismo tiempo, en el mismo lugar, y esperar a que todo conspirara a tu favor ¿verdad? –Dijo Rebecca con ocurrencia, sólo entonces Caleb se fijó que estaba acompañado.

-No invité a ninguna. –Se defendió el otro, tomándose la libertad de sentarse en uno de los taburetes que estaban vacios. -¿Por qué estás sola?

-Vine con Christopher, pero le urgió algo y se fue. Dijo que volvería, aunque ya empiezo a dudarlo.

-Qué caballero. –Musitó Caleb con sarcasmo. -¿Por qué no te has ido?

-La verdad es que aún no sé cómo llegar a mi nueva casa y temo perderme en una ciudad que no conozco. –Confesó Rebecca muy a su pesar, causando que el otro esbozara una discreta y genuina carcajada. –No es gracioso. Tengo que esperar que Alex decida dejar de bailar para que pueda llevarme a casa.

-Lo siento. –Articuló Caleb entre risas.

-¿Y tú? ¿No crees que ya tuviste suficiente para una noche?

-La verdad es que no quisiera llegar temprano a mi casa. –Dijo el futbolista, más calmado, recordando la especie de infierno que su casa era. Ambos se quedaron allí en silencio, viendo a los demás bailar. Ella tenía las piernas cruzadas y su codo derecho apoyado en ellas, mientras que su cabeza se recargaba en su mano. Él recostaba su espalda en la pared y sus brazos yacían cruzados a la altura de su pecho. Era un sosiego ameno, Cada uno estaba sumergido en el mar de pensamientos de sus propias mentes, disfrutando de la discreta compañía del otro.

-¿Te gusta Christopher? –Inquirió Caleb, desconcertando a la nueva. –Sólo quedará entre nosotros.

-No te voy a negar que sí es atractivo, pero no es la clase de chicos que me gustan. –Respondió Rebecca. Caleb se conformó con su respuesta. No entendía por qué las chicas se sentían atraídas hacia Christopher que era un chico tosco y desafiante. Tenía un único interés por las mujeres y no era el amor.

-¿Quieres bailar? –Propuso Caleb haciendo que su compañera se levantara de un salto. La tomó con sutileza de la mano y la llevó hasta la pista de baile.

“Love you better” de Alex Preston fue la primera canción que ambos bailaron.  Seguidamente, en la pista sonaron canciones de Elli Goulding  y algunos hits de Alesso. Aunque Rebecca bailaba con bastante confianza, Caleb no pasó de desapercibido la distancia que ella marcaba entre los dos. No era la primera vez que el chico bailaba con una mujer, pero nunca antes había sido de manera tan casta. Se sentía a gusto sabiendo que la chica a la que tocaba cándidamente, no tenía dobles intenciones con él. Que los inocentes halagos que susurraba a su oído, de manera discreta, no la enardecían. En otras ocasiones, con otras mujeres, su rostro y cuello ya estuvieran marcados con su pintura labial. Sin lugar a dudas, Rebecca era diferente a las demás, aunque aún era pronto para etiquetarlo así. Quizás se debía al ambiente académico que había experimentado o, quizás, era tan sólo su forma de ser. Buscaba ser amiga y no llegar más lejos con alguien a quien no conocía.

La noche nunca había sido tan lúdica para Caleb, rió y compartió varios bailes con una chica agradable y simpática. En el pasado, el joven deportista no hacía más que sólo beber alcohol con algunos de sus compañeros del soccer, hasta que se rendía y terminaba por irse de la fiesta. Las pocas veces que se animaba a bailar con alguna chica, era por iniciativa de ellas y nunca pasaba de una canción. Con Rebecca había sido todo lo opuesto: él fue quien tuvo la iniciativa de invitarla a bailar y ya había perdido la cuenta de las canciones que disfrutó a milímetros de ella, pero lo bueno dura poco. Al término de una canción Caleb sacó, de uno de los bolsillos de sus jeans, su celular y luego de presionar uno de los botones de los laterales, apreció que el aparato marcaba las tres menos un cuarto de la noche.

-Me tengo que ir. En la mañana tengo práctica de soccer y si llego tarde el entrenador me suspenderá. –Dijo Caleb con aparente hastío, devolviendo su celular al lugar de donde lo sacó.

-¿Tú también me dejarás sola? –Inquirió Rebecca con ocurrencia. Las facciones del otro dibujaron una impecable sonrisa.

-Cómo te atreves a pensar algo así. A diferencia de Christopher, yo sí soy un caballero, te acompañaré a tu casa.

-Sólo era una broma, no te preocupes por mí. Esperaré a mi hermano. –Musitó la nueva, sintiendo un poco de vergüenza. 

-Está bien. Sé dónde vive Alex y no me molestaría desviar mi recorrido.

-Es en serio Caleb, no quiero causarte...

-Insisto. –Habló determinante el chico, interrumpiendo la negación de su compañera. Rebecca supo que él no se iría sabiendo que la dejaría sola, así que no siguió objetando y accedió encantada. Los dos salieron del lugar, uno al lado del otro, compartiendo ocurrentes anécdotas que causaban que ambos se rieran a carcajadas. Cualquiera pudiera poner en duda su amistad. A pocos pasos de la entrada, yacía un ostentoso auto Hyundai Tucson (2019) de color azul oscuro. Rebecca ocultó su asombró al ver que los pasos de Caleb se dirigían hacia allá. El joven sacó las llaves de sus bolsillos y abrió la puerta del conductor, la nueva habría hecho lo mismo, con la del copiloto, pero una voz la cohibió de hacerlo.

-¿Rebecca? –Preguntó curioso Christopher, quien recién llegaba a la fiesta. Su atuendo seguía siendo el mismo de antes, pero esta vez estaba ligeramente desarreglado. Caleb y la solicitada desviaron sus miradas a él.

-Christopher, pensé que no volverías. –Dijo Rebecca apacible.

-Lamento mucho la demora, las cosas no salieron como yo esperaba.

-¿Nos vamos? –Preguntó Caleb impacientado.

-Permíteme aunque sea un baile. –Suplicó el catire, mirando de reojo, evidentemente disgustado, al otro. Rebecca intercambió su mirada entre ambos chicos. Sentía sus pies arder, ya estaba cansada. Para ella la noche ya había llegado a su fin, pero para Christopher, aún era joven. Se sintió mal al pensar que, tal vez, el chico de ojos azul habría hecho lo imposible para llegar a tiempo con ella, pero ninguno somos dueños de nuestros destinos y a veces las cosas se complican más de lo esperado. Así que, muy a su pesar, aceptó su invitación. Se aproximó a Caleb y rodeó sus frágiles brazos en su cuello, mientras le agradecía por la maravillosa noche que le había dado. Christopher, parado no muy lejos de ellos, observaba con desencanto la escena. Reprochaba la manera en la que Caleb acariciaba la espalda de su cita, al tiempo que la otra susurraba a su oído. Se obligó a controlarse, recordando que, a pesar de la atracción que sentía por Rebecca, él no era más que un amigo, igual que Caleb lo era para ella. Finalmente, ambos hombres se despidieron, a distancia, con frialdad. Y Rebecca regresó a la fiesta, está vez, acompañada de Christopher. 

        

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