Determinación

Atina

William era el primo de Henrik. Mi mejor amigo, aquel a quien le compartía todo, jamás lo había mencionado. Los tres estudiábamos en el mismo instituto, ¿cómo era posible? O mejor dicho, ¿por qué?

El muchacho sonrió, dejando ver sus dientes perfectos. Su presencia era imponente, pero a la vez, trasmitía calma. No quería hacer preguntas a este desconocido, pero debía saber qué había detrás de todo esto, porque, si de algo estaba convencida era de que debía haber alguna razón para que Henrik jamás lo hubiese mencionado.

“Iremos a caminar un rato” anunció Jess.

Genial. Iba a dejarme sola con alguien de quien ni sabía hace dos minutos.

Antes de que pudiese responder, se alejó con Reuben. Éste tomó a mi amiga por la cintura, y la miraba de una forma tan degradable, como si ella fuese comida y él un animal hambriento. Me preguntaba si alguna vez Jess aprendería a escogerlos mejor. De todos los idiotas con que había salido, Reuben era el de mayor reputación. Aunque raramente lo había visto, su nombre lo había escuchado bastante anteriormente. Durante los juegos deportivos del instituto, él había acompañado a la presidenta del consejo de estudiantes, Evelyn Romero, y tan solo unas semanas más tarde, se lo había visto del brazo de Giorgina Lovatti, una las famosas beldades en nuestro instituto. Era uno de esos muchachos que cambiaban de novia todo el tiempo, y parecía tener estándares definidos para elegirlas.

Debía de haber tenido el ceño fruncido, pues William hizo un comentario rápidamente.

“Estará bien. Ella parece una chica inteligente”

No respondí.  No creía que decirle lo que pensaba de su amigo fuese la forma de iniciar una conversación. En lugar de ello, tuve una idea.

“William, ¿eres nuevo en la ciudad?”

Me miró detenidamente, con una expresión estoica antes de hablar.

“No, he vivido allí toda mi vida”

“No puedo creer que no te haya visto antes” solté. “Digo, el instituto es enorme, pero hemos tenido tantos eventos”

“A los que yo no asisto” su blanca expresión se mantenía a medida que avanzaba la plática.

Antes de que siguiera haciendo preguntas, comenzó a hacerlas él. Le conté de las actividades extracurriculares, y aunque en cierto momento noté que estaba hablando demasiado, él me estaba escuchando, atentamente, o al menos eso indicaba su rostro. Era extraño tener que alguien mirándote tanto tiempo sin interrumpir. Henrik era bueno escuchando, pero su carácter divertido, alegre y sociable lo tenía haciendo comentarios todo el tiempo. William, aunque era la primera interacción, daba la impresión de ser muy diferente.                                                             

Me detuve en ese momento. Los estaba comparando, y eso no estaba bien-

William sonrió, una de esas escasas sonrisas que le había visto desde que llegó, y llevábamos dos horas hablando a orillas del lago. No pude creer cuando vi la hora. Ya era bastante tarde, y el tiempo se había desvanecido sin que me diera cuenta.

Jess regresó con Reuben. Hice una nota mental de hablar con ella respecto a ella viéndose con ese chico, aunque anticipaba que no sería de gran utilidad. Estaba fascinada con Reuben. Cualquiera fuera el hechizo que les lanzaba parecía resultar con todas.

“Bueno, nosotros ya debemos irnos” anunció Reuben. Aunque era un alivio que este se fuera, por otra parte me hubiese gustado conversar un poco más con William. Cuando se fueron me di cuenta de que no tenía su número de teléfono ni ninguna otra forma de contactarlo.

Mientras caminábamos de regreso a casa de la abuela, Jess comenzó a sonreír con picardía.

“William es guapísimo, ¿no te parece?”

“Eso creo” dije, procurando ignorar su evidente intención. La verdad era que sí había notado que era guapo, bastante guapo, pero no quería que ella comenzara a molestarme con eso.

“Yo creo que le gustaste” dijo abrazándome.

Solté una carcajada. Jess era muy imaginativa.

William

Reuben miraba a William, quien escuchaba música en su asiento. Entendía lo difícil que era leer las expresiones de su amigo, pero se moría por saber qué exactamente estaba tramando. Había accedido a regañadientes a dejar que lo acompañara en el viaje. Suficiente tenía con tener que ir él. Pero a Jessica le gustaba jugar el juego del poder. Y eso era bueno para él. Mientras ella creyera que ella lo dominaba, estaría exactamente donde él quisiera. Esa chica estaba resultando interesante.

Cuando llegaron, William fue a su casa. Allí estaba su madre, esperándolo.

“Ya regresaste” dijo, sin atisbo de expresión en el rostro.

“Madre” respondió a modo de saludo.

“Hoy vinieron del banco. No hay nada que hacer respecto a la casa de Santa Inés”

William sintió una punzada en el pecho. Imaginaba que sucedería tarde o temprano, pero eso no lo tornaba más sencillo en absoluto. El banco les había quitado otra propiedad que había pertenecido a su padre, a causa de esas deudas que no conseguían pagar. Su madre, alguna vez una mujer poderosa, imponente, segura y que no se doblegaba ante nadie, se había tornado alguien irreconocible. Su aspecto enfermizo combinaba con el estado de perpetua derrota en que vivía.

“La recuperaremos” dijo William, procurando que la determinación de su voz alcanzara a llegar hasta su madre. Sin embargo, ella ni siquiera lo miró, dio media vuelta y se alejó. Estaba llorando en silencio, no necesitaba verla para saberlo.

William subió hasta su habitación y cerró la puerta violentamente tras él.  Tomó la caja que estaba dentro del primer cajón del mueble al lado de su cama. Su rostro ardía, mientras sacaba de él una de sus fotografías favoritas de su padre. En ella, su padre y él estaban en el patio de su casa de Santa Inés. Él tenía seis años en ese momento. Su padre manejaba una bicicleta, y William iba en un carrito estirado por ésta. Ambos sonreían, con el hermoso paisaje natural de fondo.

Papá, nadie más volverá a quitarnos nada.

En medio de las memorias de su padre, vio la imagen de su primo. Ese ser despreciable pagaría con lágrimas de sangre por todo el sufrimiento de su familia. Recordó complacido entonces la chispa de curiosidad en los ojos de la chica.

Atina Pier era la persona que había esperado mucho tiempo. Ahora era su turno de arrebatarle todo.

Henrik

El lunes había demorado bastante en llegar.  No había hablado con Atina en los últimos dos días, y aunque eso era normal cada vez que ella estaba fuera de la ciudad, en esa ocasión era diferente. Durante el fin de semana lo pensó bastante, y había decidido que el trabajo juntos era la oportunidad que buscaba para poder hablarle de sus sentimientos. Pasarían más tiempo juntos, por lo que no podía permitir que más tiempo transcurriese sin llevar a cabo aquello que había esperado hacer desde el día en que la conoció.

Llegó caminando al instituto, y como esperaba, ella era la única que estaba en el salón. Ir temprano siempre tenía sus recompensas. La chica levantó esos ojos que amaba mirar, pero había algo diferente en ellos, la conocía demasiado como para que ese detalle se le escapase.

“Buenos días” saludó ella.

“Buenos días, ¿cómo estás?” respondió “¿cómo te fue en casa de la abuela?”

“Bien” dijo, volviéndose hacia él completamente “allí conocí a tu primo”

Henrik tardó en procesar sus palabras.

“¿Perdón?”

“William”

El rostro de Henrik era de un matiz inexplicable. Sus ojos se abrieron más de lo normal, separó los labios, pero no dijo nada.

¿Podrá estar refiriéndose a William? Pero si no tienes otro primo, idiota.

“Ah” fue todo lo que alcanzó a pronunciar.

“Su amigo es el novio de Jess”

Recordó lo que Atina había dicho sobre el nuevo novio de Jessica. La descripción coincidía perfectamente con la imagen que tenía de los amigos de William. No es que supiera mucho de ellos.

William era su primo, sí. Pero llevaban demasiado tiempo de no dirigirse la palabra. La mención de su nombre le generó malestar.

¿Qué le habrá dicho a Atina?

Procuró relajar su semblante. No quería que Atina notara su incomodidad.

“Por qué nunca mencionaste que tenías un primo que estudia aquí?”

No había reproche en su voz, solo auténtica curiosidad.

“No somos cercanos” respondió secamente.

Bueno, no era una mentira, sino más bien una atenuación de la verdad. No solo no eran cercanos, sino que no podían estar en la misma habitación. Ya era una suerte que estudiaran en extremos opuestos del instituto. Si por alguna de esas horribles coincidencias se cruzaban, William clavaba su afilada mirada en él antes de ignorarlo por completo.

“Lo mismo dijo él”

Atina no preguntó más, pero la intranquilidad permaneció en él. William era una persona reservada, eso lo sabía. Sin embargo, también sabía que lo odiaba.

“Es agradable” dijo Atina, y en ese momento, Henrik lo notó las mejillas de su amiga sonrojarse ligeramente. Estaba imaginando lo peor, pero rogó en sus adentro que no fuese lo que temía. En el tiempo que la conocía jamás la había visto así. Y el muchacho que había producido esa reacción no era otro sino el ser que más despreciaba a Henrik en todo el mundo.

No puede ser casualidad.

Él amaba a Atina con todo su ser, y lucharía por ella, aunque se le fuese la vida en ello.

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