CAPÍTULO 4

“Asesino Al Asecho”

Una vida sin homicidios es para mí como una vida sin alimentos para ustedes.

– Alexander Pichushkin (El asesino del ajedrez)

14 de agosto por la noche

L’ A V E U G L E M E N T

Camino con decisión por las oscuras calles del pueblo.

La noche es fría y sólo me acompaña en mi recorrido la luz de la luna. No hay estrellas, puesto que el cielo se encuentra nublado. Sólo la luna tuvo la audacia de escabullirse entre éstas para seguir brillando.

Avanzo y avanzo, quien me viera pensará que sólo camino sin saber a donde ir, pero tal cosa no es así.

No soy un alma inocente que se ha perdido y anda sin rumbo fijo desconociendo un camino el cual seguir.

No, para nada.

Si algo se ha perdido es mi inocencia, sólo soy alguien buscando su presa.

Sé dónde está, sé para dónde va. Sin embargo, sería muy aburrido ir y ya, disfruto jugar con la mente de mis víctimas.

Por lo que sigo caminando con convicción, preparando mentalmente todo lo que haré.

Después de unos quince minutos llego hasta donde está: la parada de autobús.

—Un poco tarde para salir de viaje, ¿no te parece? —Digo amablemente mientras me siento a su lado.

Su cabello es castaño, un poco claro, y sus ojos casi tan oscuros como mi alma.

Lleva puestos unos jeans y una sudadera café claro. En sus pies sólo se ven unas sandalias.

Es perfecta.

Voltea a verme y, a pesar de que sus mejillas estén húmedas por los rastros de lágrimas y sus ojos brillen por el llanto sin derramar, me da una gran sonrisa.

Se nota que es una persona amable..., e ingenua. Lástima que son estas cualidades las que la llevarán a morir.

—¿Qué haces aquí tan tarde? —Insisto.

—Yo-... Ya sabes, problemas.

—¿Puedo saber qué clase de problemas?

—De los que se tratas de ignorar pero llega un punto donde se acumulan y te explotan en la cara.

—Oh, esos son horribles —Exclamo con fingido pesar—. Sin embargo, si estás huyendo creo que se seguirán acumulando y la explosión será peor.

—Lo sé, pero no tengo la voluntad necesaria para afrontarlos. —Exclama entre sollozos, liberando por fin el llanto que estaba conteniendo.

Es aquí donde mi oscuridad entra en juego.

Se dice que una habilidad de los psicópatas es la manipulación, y si hay alguien que le ha sacado provecho soy yo.

—Vamos, linda. —Abro mis brazos en una clara invitación a abrazarla. Ella, con un poco de pena se acerca y nos abrazamos durante unos cuantos minutos. Comienzo a acariciar su cabello con una mano buscando que se relaje, y cuando percibo que cierra los ojos saco del bolsillo de mi chaqueta un pañuelo con cloroformo casero y lo coloco en su boca y nariz.

Intenta retorcerse y liberarse, pero de nada sirve porque los químicos ya surtieron efecto.

Intento cargarla y noto que no pesa demasiado.

Por lo que la alzo poniendo su cuerpo sobre mi hombro izquierdo y con la mano derecha saco del bolsillo de mi abrigo las llaves de la camioneta que dejé estacionada del otro lado de la calle.

Siempre hay que ir un paso por delante, así que en la mañana vine a dejarla aquí mientras preparaba todo para esta noche.

Así que emprendo camino con ella en mis brazos.

Ella luciendo como un ángel y yo escondiéndome entre las sombras para evitar que alguien me vea.

Si yo viera a alguien cargando una mujer aparentemente desmayada a media noche me parecería demasiado sospechoso.

Una vez alcanzo mi camioneta la siento en el lugar del copiloto, le abrocho el cinturón, me ubico detrás del volante y comienzo el camino hacia mi cabaña.

Cuando estamos dentro de mi hogar la recuesto en un sillón.

La cabaña es de buen tamaño, en la planta de abajo está una sala de estar con chimenea, una cocina y un medio baño, mientras que la planta de arriba es para toda la recámara y un baño de buen tamaño.

El cloroformo tardará unas dos horas en desaparecer de su organismo, por lo que tengo tiempo suficiente para hacer de cenar.

Abro el refrigerador y sacó los ingredientes que usaré. Prepararé un filete de salmón en una salsa de limón y especias, irá acompañado de una ensalada.

Mientras dejo el pescado marinándose me voy a la planta de arriba a prepararle la bañera.

Dejo que se llene con agua tibia y le coloco un jabón líquido relajante con olor a frutos del bosque. Al ver que tengo todo listo, regreso a la cocina y pongo la carne a cocinar a fuego bajo.

Voy a verla a la sala y luce tan... etérea.

Me resulta difícil de imaginar que una criatura como ella haya logrado ser corrompida por alguien tan atroz como yo -y no me tomó ni media hora-.

Sé lo injusto que es el hecho de que una persona tan buena como ella tenga que pasar por mis manos, pero la vida así lo quiso.

Si se porta bien no habrá necesidad de matarla.

No es tan difícil, no les pido nada imposible.

Con la cabeza a mil pensamientos por segundo termino de cocinar justo a tiempo para verla despertar.

—Cariño, qué bueno que despiertas. Está todo listo para que tomes un baño y después bajes a cenar. —Saludo.

—¿Qué? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde estoy? —Habla confundida

—Estás en nuestra casa, amor. No te preocupes, estás a salvo. —Intento tranquilizarla.

—¿Qué? ¡No! Ni siquiera te conozco. Estás demente.

—Ten cuidado con lo que dices, cielo.

—¿Qué? ¡Déjame ir ahora mismo o empezaré gritar!

Ya estás gritando.

—Linda, sé que estás un poco alterada porque esto fue muy repentino, pero no hubo tiempo de avisarte. Tuve que planear todo lo antes posible, ya estás a salvo. Estás conmigo.

—¡No te conozco, no sé de qué me hablas! ¡Estás demente!

—Querida, por favor, tranquilízate.

—¡No me voy a tranquilizar! ¡AYU-!

––¡Cállate, maldita sea! —Le grito asustándola.

»Oh, no, yo no- yo no quería hacerlo, yo no soy como él, lo sabes, ¿verdad?

—No sé de qué estás hablando —Dice entre lamentos mientras se abraza a sí misma en un intento de protegerse.

—No, no, no..., claro que sabes, Ahnid, amor-

— ¡Yo no sé de quiénes estás hablando! —Comienza a llorar con más intensidad— Por favor, déjame ir, no diré nada.

Ese es el problema, nunca quisiste decir nada.

—Ahnid, preciosa, estás a salvo, ya no tienes que fingir.

—¡No estoy fingiendo nada!

—Te estoy hablando por las buenas, maldita sea, ¡entiende! —Intenta volver a hablar pero mi paciencia se ha agotado así que la sujeto de los hombros y la sacudo.

»Vas a detener tu berrinche y comeremos... como siempre quisimos.

Al parecer por fin entendió que no debe llevarme la contraria-

No.

Al parecer por fin entendió que conmigo está a salvo.

Que yo soy quien siempre ha velado por ella, aún cuando no me quería cerca.

Ella es mi Ahnid, ¿verdad?

Volteo a verla, sus dulces ojos ahora está rojos, pareciera que alguien les roció sangre.

Seguro fue ese maldito, él la hizo llorar.

—Oh, por favor, no llores, ya no estás con él. Yo sí te quiero, ¿cuándo te he tratado mal? —Me mira con confusión, quizá todavía no asimila que la he salvado.

»Vamos, que la cena se enfría. —La ayudo a levantarse y parece cautelosa en todo momento, como si estuviera esperando que él aparezca en cualquier momento.

Ay, pobre. La lastimó tanto...

—Hice tu comida favorita, cariño —Me siento enfrente de ella mientras pongo los platos en la mesa.

—Soy alérgica al salmón. —Dice en un lamento tembloroso.

—Cielo, basta de bromas. Vamos a comer. —Ella enfoca su vista en la mesa, mientras mantiene las manos en su regazo.

»Mírame —No lo hace.

»Amor, mírame y come. —Levanta el tenedor y comienza a comer por pequeñas porciones.

Murmura algo que no logro escuchar y comienza a temblar aún más.

—Linda, mírame. —Le ordeno con los dientes y puños apretados.

—No quiero.

—¿Perdona? Creo que no te escuche. Te dije que quiero que me veas.

—¡No te quiero ver!

Oh, oh.

Ella no debió decir eso.

Ciertamente.

La última vez que lo dijo no salió nada bien.

Lo recuerdo.

La última vez... ¿cuándo fue?

¿La semana pasada?

No, tiene mucho más tiempo.

No, no, no. Eso fue un sueño.

¿Verdad?

Espera, ¿de qué estoy hablando?

Para cuando salgo de mis pensamientos la alcanzo a ver huyendo hacia la puerta de entrada.

Tal cual a como lo hizo la última vez.

“No puedo verte..., no quiero” Dijo, sin embargo siguió volviendo a mí.

Todo por culpa de esos metidos.

Me pongo de pie y camino lentamente hacia ella.

—¿Creíste que dejaría la puerta abierta? —Se estremece ante mi acusación.

—¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor! —Grita contra la ventana mientras la golpea desesperadamente.

—Tranquilízate, te puede oír y nos descubrirá.

—Ayud-

—¡Que te tranquilices! ¿Acaso no entiendes?

—Déjame ir... por favor. —Se desliza contra la pared hasta quedar agachada en posición fetal en el piso.

—No lo haré, no es lo que quieres.

—Por favor, por favor. —Murmura desesperada.

—Mírame..., Ahnid, mírame.

—¡No te quiero ver, eres un monstruo!

Recuerdos de nuestra última conversación vuelven a mi mente, lo dice con la misma repulsión. Como si de verdad me odiara.

—Retráctate y mírame a los ojos. —Le sostengo la barbilla con la mano derecha, pero se rehusa a dirigir sus ojos a los míos.

»Mírame a los ojos..., es tu última oportunidad.

—¡No te quiero ver! Ni hoy, ni mañana, ¡ni nunca!

Cierro los ojos con fuerza mientras intento aplacar todos mis pensamientos.

Ella no puede odiarme.

Yo soy quien la salvó.

Ella me ama a mí..., no a él.

Yo soy quien la cuida, él la destruyó.

Fuiste tú, no hagas como que no lo recuerdas.

Fue él, yo lo vi.

Lo viste porque fuiste tú.

Sus padres lo culparon a él.

Porque los manipulaste.

No... ¿o sí?

Sí, recuerda.

Ella... temblando.

Sí, bajo tu cuerpo.

Mis manos en su cara.

Sí, tratando de hacer que te viera.

Y luego dijo...

Dijo que le dabas asco, que no soportaba tener que verte.

Cierto... Fui yo.

Já, fui yo.

Sí, fuiste tú.

Yo la salvé y yo la destruí.

Pero, si Ahnid ya no está, entonces, ¿quién es ella?

Volteo a la chica que yace acostada en el suelo llorando y suplicando misericordia.

No, es ella.

Es ella, ella está aquí, conmigo.

Intento acercarme y hacer que me vea pero entonces su cara se desfigura.

Un rostro sin vida... y sin ojos.

¿Yo hice eso?

Todavía no, pero puedes hacerlo.

Hago que se gire hacia mí bruscamente, su cara está roja de tanto llorar, tiene los ojos apretados fuertemente mientras lágrimas bajan sin cesar.

—Vamos afuera. —Y, sin más, tomo su mano y salgo de ahí con ella detrás de mí. La guío por el bosque hasta llegar a una especie de riachuelo.

—Mírame. —Le ordeno de nuevo y sigue rehusándose.

La obligo a recostarse en la tierra a un lado de la corriente de agua. Me siento a horcajadas sobre su cadera y pongo las manos sobre su cara, obligándola a abrir los ojos y verme.

—Después de esto no sentirás dolor, nadie te podrá lastimar.

—No, por favor, déjame ir. —Su voz parece un susurro después de gastarla en tanto llorar y gritar.

—Mírame, mira la cara de este monstruo. Es la última vez que podrás hacerlo.

—No.

—Tranquila, no va doler, no quiero que sufras. Sé como hacerlo.

—No, por favor, por favor.

Llevo mis dedos pulgares hacia su ojo izquierdo y le abro los párpados.

—¿Qué estás haciendo? No, por favor, detente. —Me pide mientras llevo mi otra mano a la parte trasera de mi pantalón y saco de este una daga.

—Respira, será rápido.

—¿Qué? Espera, no-

Sus palabras quedan ahogadas en un grito desgarrador de dolor cuando entierro la daga en su ojo. La saco trayendo con ella su globo ocular, repito rápidamente el proceso con el otro ojo.

—Ya estás lista. No dolerá. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Abro su sudadera y entierro la daga en su pecho, desde su tráquea hasta la boca del estómago hago una abertura.

Con las manos temblorosas extraigo su corazón, sintiendo la tibia sangre empaparme las manos.

—Mío, sólo mío.

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