Capítulo 5

—¡Maldita bruja, envenenaste nuestra agua, quemaste nuestras cosechas!—, el que encabeza la caravana, un hombre regordete y con un bigote que cubre su labio superior me acusa de cosas falsas, sé en mi corazón que nada de eso es verdad.

—¡Mientes!—, me hubiera gustado que mi voz saliera con más fuerza, potente e intimidante, pero por el contrario se quiebra a mitad de palabra, haciéndome ver vulnerable.

Ignorándome, avanzan más hacia mí, doy un par de pasos hacia atrás, mis pies se hunden en el lodo del lago, volteo hacia los árboles, esperando que mi amado lobo salga a defenderme, pero no veo ni siquiera sus ojos, estoy sola frente a una horda dispuesta a aniquilarme. Los perros se jalan de sus correas quieren acercarse y devorarme, veo sus enormes dientes y como sacan gotas de saliva espesa cada vez que ladran hacia mí. Cuando la esperanza me abandona algo cambia, llega en un corcel negro un hombre cubierto con una capa, igual de negra, baja la capucha mostrando el rostro de un hombre joven, de piel extremadamente blanca que parece palidecer aún más con la luz de la luna, sus ojos son oscuros y sus cabellos rubios, tiene rasgos finos y serios.

—¿Qué creen que hacen?—, desmonta su caballo y camina hasta plantarse como un muro entre la multitud enardecida y yo.

—Es una bruja, merece morir en la hoguera— vuelve a insistir el hombre regordete, pero esta vez en un tono más afable, con cierto temor, incluso yo me siento intimidada. Es entonces cuando voltea hacia mí, me ve de arriba hacia abajo con el ceño fruncido, como si mi presencia le diera repulsión, frunce su nariz.

—¿Cómo están tan seguros de que ella es una bruja?—, pregunta sin quitarme la mirada de encima.

—¡Lo es!, plagas han caído en este pueblo desde que ella regresó—, insiste el hombre, queriendo convencer a este caballero de que yo soy el verdadero problema aquí.

—A mí no me parece una bruja, más bien es una mujer con miedo, miedo de la ignorancia de un pueblo inculto— gira hacia mí por completo y me quedo paralizada, como si con su mirada fuera suficiente para congelarme. Se quita su capa y la pone sobre mis hombres, entonces me doy cuenta de que estaba temblando de frío. —Ven conmigo, te podré a salvo— me ofrece su mano enguantada en cuero y aunque su rostro no es el más gentil que pueda existir, lo prefiero a seguir frente a este grupo de gente llena de maldad.

Tomo su mano y me lleva hasta su caballo negro, el animal parece ser el corcel de la muerte, es demasiado grande y corpulento con patas delgadas y una musculatura que no se ve en ningún animal de la zona. Con cuidado me toma por la cintura y me ayuda a montar al caballo para después subir y acomodarse detrás de mí, sus brazos pasan a cada lado de mí y toman las riendas del animal. Los observadores se quedan sorprendidos de lo que ocurre, nos ven ir con la boca abierta y frustrados por no haber terminado su cometido. 

De pronto siento los ojos cansados, me recargo sobre su pecho y mis parpados comienzan a cerrarse, me siento arrullada por el movimiento del caballo hasta que por fin me gana el sueño, me sumerjo en la inconsciencia por más que intento luchar contra ella. Abro los ojos una vez más y de nuevo me encuentro con mi reflejo en el espejo, mis ojos violetas palpitan al ritmo de mi corazón, una mano suave acaricia mi espalda y me doy cuenta de que hay una mujer conmigo, está preocupada.

—¿Estás bien?—, es una de las comensales del restaurante, supongo que entró al baño como cualquier otra clienta y se encontró conmigo.

—Sí, me encuentro bien, gracias­— le sonrío de forma nerviosa y comienzo a lavarme las manos, fingiendo lo mejor que puedo.

—¿Segura?, te ves muy pálida.

—Segura, gracias por preocuparte— le guiño un ojo, tomo una toalla de papel y me seco lo mejor que puedo antes de salir del baño y regresar a la mesa.

Con cada paso que doy comienzo a olvidar lo que vi cuando cerré los ojos, esas imágenes, el lago, los perros ladrando y ese hombre rubio se comienzan a diluir en mi cabeza ¿por qué?, me concentro lo mejor que puedo, tratando de aferrarme a lo que sea, por lo menos un solo detalle, me concentro en ese hombre rubio, intento repetir dentro de mi cabeza cada una de sus características, pero cada vez que repito la lista se vuelve más pequeña. Es tan desesperante.

Me doy cuenta de que River ya está en la mesa, esperándome, o eso quiero creer. Es un hombre joven bien parecido, su piel es muy blanca, su cabello es rubio cenizo y sus ojos tienen un marrón suave, porta unos lentes redondos y un traje azul marino que lo hace ver muy formal, no es el tipo de patán que se la pasa invitando mujeres en cada bar que entra, parece que simplemente ese día decidió alocarse un poco y apuesto que se arrepintió. Levanta la mirada, me ve fijamente y se asombra al verme, se levanta de su asiento cuando llego y acerca mi silla. Cuando se sienta frente a mí se ve deslumbrado, sus ojos los abre mucho, está sorprendido, supongo que no se imaginaba como luciría.

—¡Wao!, perdón… Román River— me extiende la mano.

—Sí, ya lo sabía— le guiño un ojo y tomo su mano —Brooke Salem— le sonrío, no pude pensar en un mejor apellido que mi apodo, no sé cómo vaya a repercutir eso.

—Claro, que nos conocimos en ese bar… en verdad creo que… te recordaría, eres muy hermosa— es coqueto de una forma inocente, habla como si no pudiera esconder lo que piensa y lo dice de una forma natural que no ofende —lo siento no quiero incomodarte, pero es que… ¡wao!, en serio ¡wao!, tus ojos… ¿son de ese color?—, me dice sorprendido.

—Sí, se llama síndrome de Alejandría, son violetas… o por lo menos da la ilusión de verse de ese color.

—Pues son hermosos y únicos— se queda embelesado viéndome fijamente, —pero bueno, a lo que veníamos.

—Sí, lo del trabajo… ¿todavía tengo oportunidad?—, me muestro inocentemente apenada, en verdad necesito ese maldito empleo, no puedo salir de aquí sin haber atrapado algo bueno.

—Claro… mi jefe necesita una secretaria con urgencia, ¿tienes experiencia en ese campo?—, me ve fijamente con atención, ¿qué tan difícil puede ser?

—Así es— intento mentir de forma natural, sonrío para darle ese último toque a la mentira.

—¿Tienes alguna carta de recomendación o puedes platicarme de tu experiencia laboral?—, anda… sigue mintiendo, ¿ahora que le dirás?, maldito sea el día en el que creí que mentir para todo sería buena idea. Saca una carpeta donde revisa unos papeles —yo soy de R.H. y bueno… necesitaría estos papeles para poder ingresarte a la nómina… además de que yo no te entrevistaré… el jefe de mi jefe vendrá a hablar contigo— me extiende una hoja con requisitos.

—¿Ahorita?—, lo veo sorprendida.

—Sí, le comenté que había una interesada para el puesto y quiso venir, es que… en verdad urge una secretaria… en serio— me sonríe y guarda su carpeta.

Paso mi vista por la hoja que me da, comprobante de domicilio, lo tengo, comprobante de estudios… empezamos con problemas, cierro los ojos y suspiro antes de abrirlos, identificación vigente… otro problema. Nota mi incomodidad y comienza a tronarse los dedos, tan nervioso como yo, eso no facilita las cosas.

—¿Todo bien?—, se inclina un poco hacia la mesa preocupado, queriendo ver la hoja que me entregó, tal vez sospeche que me dio la incorrecta.

—Sí y no, de todos estos papeles solo cuento con el comprobante de domicilio… los demás… los perdí— ajá, retomemos la parte de mentir —mi casa se… incendió…— lo cual no es de todo falso, fue atacada por quién sabe quién, tal vez si me hubiera quedado lo suficiente y no hubiera salido corriendo, sabría quien se atrevió a atacar la corte de los milagros, pero bueno, eso no es algo que pueda corregir en estos momentos —y perdí todo, apenas estoy tramitando mi comprobante, pero se van a tardar en sacarlo cuatro meses… y yo… por eso no he encontrado trabajo— regreso la hoja —creo que no cumplo con los requisitos— le sonrío un poco apenada.

—¿Cómo crees?, vaya… como si no existieras— me dice tomando la hoja.

—Sí, es muy difícil ¿sabes?—, le sonrío amargamente, porque literalmente tiene razón, no existo para la sociedad porque me la pasé oculta debajo de ella —creo que deberías de decirle a tu jefe que mejor no venga, no lo hagamos perder su tiempo. 

—No, mira… hay que hablar con él y vemos que te dice, en verdad nos urge alguien para el puesto— aprecio su insistencia, pero comienza a ser sospechosa.

—Pero no creo que sea difícil conseguir a alguien, es una empresa importante y grande, cualquiera querría entrar, pero gracias por tu tiempo— me apoyo de los descansa brazos dispuesta a levantarme y salir de ahí hasta que una voz retumba en mi cerebro, como un recuerdo bizarro, uno que no sabía que tenía clavado en el subconsciente, haciendo eco en cada neurona provocando choques eléctricos.

—Román… ¿ya asustaste a nuestra nueva secretaria?, un gusto soy Armand Bathory— veo a un hombre alto, de rasgos finos, su piel es blanca pálida y sus ojos son granate, me ve con calidez. Lo conozco, lo he visto en otro lado, pero… ¿dónde?, de pronto una imagen se interpone, ese hombre a caballo, ese tipo rubio dando la cara frente a una horda… ¿quién es?, ¿de dónde salió esa imagen?

—Un placer… mi nombre es Brooke— intento mostrarme tranquila y borrar esas ideas que se abalanzan contra mis ojos. Se sienta entre Román y yo, me ve fijamente, su mirada me pone nerviosa y desvío la vista.

—Tiene unos ojos hermosos ¿no?—, le dice Román.

—Verdaderamente hermosos— levanto la mirada hacia él y le sonrío tímidamente.

—Sí… es por una mutación genética, el síndrome de…

—…de Alejandría, sí, he oído de él, de hecho conocí a alguien con esos mismos ojos— me sonríe con nostalgia.

—Ah… vaya, está entonces familiarizado— le sonrío de nuevo.

—Bastante— se acomoda en su asiento —bueno… y ¿entonces cómo van las negociaciones laborales?—, voltea a ver a Román.

En eso llega el mesero para tomar la orden, yo no sé qué pedir, todo está en italiano, pero conozco el espagueti a la boloñesa, eso sí lo entiendo y lo pido, Román pide algo que no logro ni pronunciar y Armand no pide nada, solo le encarga al mesero una botella de vino con nombre complicado. No puedo dejar de verlo fijamente, intentando recordar de donde lo conozco.

—Bueno… ella estaría encantada de trabajar con nosotros— dice Román ajustando sus gafas y retomando el tema.

—¿Pero?—, Armand me sigue viendo fijamente y yo me quedo sin palabras.

—Pero no cumple con los papeles, perdió todo en un incendio y apenas los está tramitando, así que… bueno… ese es el impedimento— mientras Román habla, Armand no me pierde de vista.

—Sí, lo siento por no cumplir con el papeleo… ya será en otro momento— le sonrío apenada.

—Román, saca el contrato— le pide Armand.

—¿Qué?, sí… sí, señor— busca en su carpeta y saca un contrato, se lo da a Armand —aquí tiene, señor.

—Por favor— toma una pluma de su saco y me la ofrece poniendo el contrato sobre el menú.

—¿Qué?, ¿así?, pero…— tomo la pluma y dudo por un momento en firmar, todo es tan sospechoso, sus ansias por conseguir una secretaria, esa desesperación que incluso los lleva a ignorar el papeleo que es debido, ¿en qué me estoy metiendo?

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