Capítulo 2

La corte de los milagros, un refugio para los ladrones, los asesinos, los repudiados de la sociedad, los vagabundos que piden dinero en la calle, solo esa gente sabe llegar a ella. Se encuentra después de una pequeña zona de túneles subterráneos que fueron abandonados, servían para el movimiento de aguas residuales, al quedar vacío a alguien se le ocurrió que sería un gran refugio para gente como nosotros y no solo eso, conectaba con cada rincón de la ciudad, tal vez es algo desagradable, pero eso no importa si te sirve para mantenerte vivo.

Nos las hemos ingeniado para poder crear un pueblo debajo de la ciudad, casas pequeñas, suficientes para dos o tres personas,  algunos han puesto sus propios negocios acá abajo con lo que roban de arriba, se puede decir que tenemos una economía, pagamos con dinero y si no lo hay, hacemos trueques, tal vez es algo retrograda, pero para nosotros funciona y nos hemos mantenido así por años, por lo menos desde que yo recuerdo. Aquí nací, aquí vivo y posiblemente aquí muera.

Al principio lo único que se escucha son nuestro pasos cansados y pesados por todo lo que llevamos cargando, ni siquiera entre nosotros platicamos, pese a que ya estamos fuera del alcance de la policía, algo anda mal, no sé si soy la única que lo detecta, pero el olor pútrido del drenaje tiene un aroma extra, sangre y muerte. De pronto llegamos a ese túnel que nos lleva directo a la entrada, un par de puertas escondidas entre la oscuridad, están abiertas y sale humo de ellas. Soltamos las maletas en el agua sucia que cubre nuestros zapatos hasta el tobillo y corremos hacia el interior, en el borde de la puerta nos asomamos sutilmente, esperando encontrar al enemigo dentro, pero no hay nada de eso, por el contrario, lo que sea que haya pasado, ya terminó.

Corremos por entre las calles, nos separamos y buscamos a nuestras familias. Algunas casas están en llamas, hay cuerpos en el piso, la sangre corre por los reducidos pasillos, lo que sea que atacó, no pudo vencer, pero fue suficiente para diezmarnos. La angustia crece en mi pecho y de pronto siento una presión en la garganta, busco a alguien entre el mar de cuerpos y sangre, la única persona que me queda de mi familia, la que me ha criado desde que mis padres murieron. Mi abuela.

Llego a la casa donde vivimos, entro y todo está en su lugar, las fotografías, las pequeñas plantas colgantes de mi abuela, los pocos muebles, nada ha sido profanado, pero aún me falta algo.

—Brooke, mi niña, qué bueno que llegaste… justo a tiempo, los monstruos ya fueron erradicados— escucho su voz saliendo de la pequeña cocina, camina arrastrando un poco los pies, con las manos en el regazo y su sonrisa más tierna.

—Claro… “los monstruos”, ¿te hicieron daño?—, me temo que mi abuela comience a sufrir de demencia, cada vez inventa cosas más irreales, es como escuchar a una niña pequeña inventando historias muy fantasiosas.

—No hija, pero ya están muertos— la tomo de los hombros y la guio hacia el sillón donde nos sentamos ambas.

—Claro, vi los cuerpos— acaricio su cabello mientras recuerdo cada cadáver que tuve que saltar para llegar hasta acá.

—No hija, no dejan rastro, se deshacen, se vuelven polvo… son monstruos— me lo dice como si yo fuera la que no comprende las cosas.

Esto ya no es normal, me quedo absorta en mis pensamientos, no puedo tener a mi abuela aquí, sola, mientras yo estoy afuera robando, está cada vez peor, se cree lo que me dice, habla con una seguridad que me asusta. Claramente no hay monstruos, solo policías, granaderos que buscan sacarnos de aquí sabiendo plenamente que este es un nido de ratas.

Temo que desde lo de mis padres, su muerte la dejara trastornada y esta sea su forma de salir de la realidad. Me levanto y empiezo a guardar su ropa y mis cosas en maletas. No creí que algún día haría esto, de repente irme me da miedo, no sé qué vaya a pasar con nosotras. Salimos de la casa, algunos nos ven con curiosidad mientras avanzamos, mi abuela solo se despide con alegría como si el cambio no causara ninguna clase de angustia en ella. Con forme avanzamos me encuentro con Eva.

Eva, así como Jenny y Kuro, ha crecido conmigo, pertenece a esa generación de niños que nacimos y crecimos aquí, que nunca tuvimos una vida normal allá arriba, en la ciudad, solo llegamos a ir a la escuela, pero claramente nuestro desarrollo conviviendo con otros niños era conflictivo, algunos no superaron la primaria, eran demasiado inadaptados, en mi caso yo llegué hasta la preparatoria, pero no le vi sentido seguir si mi destino me decía que tenía que aprender a manejar un arma y no estudiar una carrera universitaria. Me ve con sus ojos castaños, es una muñeca de piel morena y su cabello organizado dreadlock que le dan ese toque africano.

—¡Salem!, ¿te vas?—, ese es el nombre que me pusieron, por el que me conocen, “Salem”, me agrada pues pareciera tener magia. Eva me ve contrariada —¿por qué?

—Esto ya no es normal, no es sano, yo… me voy, no puedo seguir arriesgando a mi abuela a esto, su mente es muy frágil.

—Salem, yo creo que eso es algo que solo tú decides, si eso es lo que quieres, sabes que eres libre— me lo dice casi apenada.

—Ya decidí… tengo que cambiar el rumbo de mi vida— la abrazo, despidiéndome de ella, como si personificara todo mi pasado y todo lo que había hecho hasta el momento.

Retomamos el camino por entre las estrechas calles hasta que llegamos a la salida, donde dejamos las bolsas con dinero, agarro un par y seguimos adelante, hacia la superficie, con eso alcanzará para comenzar algo en lo que encuentro trabajo, después de todo el botín fue muy sustancioso. Ayudo a salir de las coladeras a mi abuela y caminamos hacia un hotel cercano, es un edificio grande, modesto. No iba a meter a mi abuela en un hotel de mala muerte, pero tampoco pienso gastar millones en unas cinco estrellas.

Al entrar a la habitación veo un par de camas individuales, las sábanas se ven limpias, hay un tocador sencillo pegado hacia una de las paredes y enfrente un mueble con televisión. Entro al baño para enjuagarme la cara y escucho que mi abuela enciende el televisor, salgo del baño y me recuesto en la cama, veo a la reportera del noticiero hablar y de repente algo llama mi atención. 

—“Ningún policía resultó herido, los ladrones sólo se llevaron la camioneta blindada con 20 millones dentro, hace poco el cuerpo de bomberos apagó un incendio que comenzó cerca del área industrial, se originó en uno de los almacenes abandonados, este estaba vacío, lo único que ardía era la camioneta…— habla tranquilamente frente a la cámara y yo presto atención por si tienen alguna pista de nosotros —…en este momento nos encontramos con el dueño de la empresa Iron encargada del servicio de seguridad prestado al banco, Dieter Iron”.

Lo veo en la pantalla, es un hombre alto, mucho más alto que la reportera, su cabello es negro y sus ojos son de un color verde turquesa, son muy llamativos, me quedo absorta, tiene una nariz recta, cejas pobladas y labios medianamente carnosos, muestra una barba de dos días. Se ve muy varonil, pero a la vez muy pedante. Parece de esos hombres que saben que tienen dinero y poder, que saben que con eso pueden hacerse de no solo cosas si no de la dignidad de la gente. Suspiro y es cuando en verdad escucho lo que dice.

—“El lugar del incidente por lo menos está a 30 minutos de distancia de donde encontraron la camioneta, no dejaron rastro, utilizaron una pequeña mina trampa, no generó daños graves, pero produjo una explosión que desconcertó a los elementos de seguridad, haciendo que bajaran del vehiculo. Agradezco que no hubiera muertos, pero considero que este tipo de personas son escoria de la humanidad, no hay nada con que vincular el acto a algún ciudadano y sé que la calidad de trabajo de nuestro equipo de policías públicos no servirá para encontrarlos, esta ciudad está olvidada por Dios y somos pocos los que en verdad hacemos algo como ciudadanos honrados… así que… si están viendo esto, escoria…. busquen un trabajo honrado, dejen de comer a las costillas de la gente que si lo tiene”—. Sus ojos me ven fijamente a través del televisor, siento la amenaza muy directa y aunque no lo tenga frente a mí, me intimida, pero no puedo negar que es guapo, hay algo en él que me llama mucho la atención, volteo a ver a mi abuela que lo ve con el mismo detenimiento. 

—Es atractivo, deberías conseguirte un hombre así de guapo y con dinero, ¿te imaginas?—, claro, suena tan fácil. En verdad parece una niña pequeña, como si no pudiera medir las cosas que dice.

—Sí, abuela, pero… hoy no… lo dejamos para mañana ¿está bien?, hoy estoy muy cansada— le guiño un ojo y me levanto de la cama para arroparla.

—¿A dónde iremos?—, su pregunta me causa estragos en el corazón —¿qué haremos ahora?

—Salir adelante… conseguiré un trabajo y todo estará bien— le sonrío mientras la cubro con las sábanas.

—Yo podría trabajar.

—No lo creo, ya trabajaste mucho, ahora déjame a mí hacerme cargo ¿está bien?

—Bueno, pero… sino lo logras entonces yo me encargaré— cierra sus ojos tranquilamente y me doy cuenta que soy yo ahora quien tiene que cuidar de ella. Beso su cabeza y acaricio su cabello antes de dejarla dormir tranquilamente, veo las bolsas de dinero en el suelo y entiendo que es lo único que tengo para encontrar un lugar y un trabajo antes de que se acabe.

—Me lleva la chingada.

Es lo mejor que puedo decir, han pasado tres semanas, ¿qué ha sido de mí?, nada… ¡y ese es el maldito problema!, estoy buscando empleo, pero es imposible, todos me piden identificación, certificado de estudios, comprobante de domicilio que es el único que tengo, no me creen que a mí edad sea mi primer trabajo formal… Bueeeeeno, lo entiendo… tengo 23 años, debería de tener incluso una licenciatura terminada o casi por terminar. Fui a ver lo del certificado y resulta que me lo dan en 3 a 4 meses, ¿cómo por qué se tardan tanto?, es solo un estúpido papel. Los odio.

Voy caminando por la calle de la amargura, haciendo cuentas mentales, con la compra del departamento quedé casi en la calle, si, si, si, ¿por qué comprar y no rentar?, tal vez tendría más dinero ahorita, pero hay que ser sinceros, si rento será mi mismo destino, sólo lo voy a aplazar más, con la gran diferencia que si me quedo sin dinero me corren del departamento, por lo menos así, techo no nos faltará. En el camino vacío y desolado de mi tristeza encuentro a un tipo que se me hace conocido, está frente a un hotel de mala muerte, recargado en un auto que claramente no es suyo al verme se sorprende y me sonríe.

—¡Vaya!, Salem cuchillos locos— es Yusuf, uno de los chicos con los que crecí y me mal críe, hermano de Eva y su parecido es tal que uno creería que son gemelos.

—¿Qué haces aquí?—, me quedo viéndolos con curiosidad y alegría.

—Esperando a que Eva deje de tener intimidad con su hombre— dice Yusuf cruzado de brazos, pone los ojos en blanco. Podría verme sorprendida porque Yusuf no sea el típico hermano sobre protector y celoso, pero claramente sé que Eva no está intimando, si acaso está golpeando o medio matando a ese susodicho —y ¿tu?, supe que decidiste dejar la corte.

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