Solo con ella
Solo con ella
Por: Belinda Gonvel
Prólogo

— ¡Señor Maillard! —gritó una voz que reconocí levemente casi sin aliento y acercándose rápidamente por mi espalda. 

Me volteé de inmediato en respuesta automática. Por supuesto, era quien ya suponía quien caminaba precipitadamente hasta mi posición. 

—Dígame señorita Smith ¿necesita algo? —contesté lo más formal que pude y formando una expresión desinteresada.  

—Bueno, disculpa Peter… —dudó ella al tutearme una vez más en aquella noche —. Solo quería agradecerte lo que has hecho por mí todo este tiempo, antes de que te marcharas, estos años han sido muy importantes para mí.  

Le sonreí complacido sin saber bien a qué se refería, queriendo rememorar si quizá, hubiese hecho algo especial por ella en los dos años que habíamos pasado siendo compañeros de empresa. No, nada especial se me venía a la cabeza. Así que supuse que simplemente era su manera de acercarse a mí con el halago más simple y común que se le pudo ocurrir. 

¡Típico! Pero, ¿qué esperaba que yo hiciera?

—No hay de qué —solté involuntariamente como solía hacer por simple educación —. A partir de ahora tendrá otro cargo más exigente, así que será una buena manera de ponerse a prueba. Estoy seguro de que no cederá ante la presión, señorita Smith —añadí sonando diligente y amable.  

Durante un incómodo silencio, ella me miró con la intensidad de llevar consigo un mensaje explícito que yo comenzaba a descifrar. Como si el entorno bullicioso no le molestara en absoluto, me sonrió complacida. Era extraño, pero mantuve el tipo manteniéndole la mirada sin dudar. Achiqué los ojos, llegando a una conclusión...

¿Acaso me estaba provocando?

—Me alegra que lo vea así señor —añadió casi en un susurro acercándose un paso más a mi posición —. Su opinión es de lo más valiosa para mí, mi adorado Sr. Maillard.  

Aquella frase chocó en mi rostro como una oleada de connotaciones de tentativa, pareciéndome tan excitante, tan exigente y real. Un reto. Y sin pensar en todo lo que podía alejarme de ella, me sentí empujado a dejar salir sin más, esos instintos tan primitivos que solía ocultar. 

Un calor embaucador recorrió mis sentidos, seguramente reflejándolo en mis ojos, animando a la sexy secretaria a actuar. Astutamente aprovechó mi flaqueza acortando del todo el espacio entre nosotros sin que quisiera detenerla. 

Sus labios carnosos se pegaron a los míos demandantes, como buscando saciar un deseo tan contenido que ya solo les quedaba ceder por presión. Era hechizante la manera en que me sentía, como si un halo de nubosidad hubiese impactando de lleno, llevándose mi fuerza y mi voluntad. Pero, ¿¡qué coño estaba haciendo!? ¿Acaso estaba tan borracho que no me opondría? Ni siquiera podía contestarme a eso, pues continué el beso con la misma necesidad y sin medida.  

Mis manos parecían tener vida propia, agarrándola nuevamente hasta pegarla a mi cuerpo. Su calidez era intensa, compensado con el fresco habitual de las noches londinenses, tan cálido como el deseo que sentía en aquel instante por poder poseerla. ¡Sí! susurraba mi macabro instinto ególatra, ese deseo era de lo más delicioso y candente. ¿Cuánto hacía que no me tomaban de sorpresa de aquel modo? No se me venía ninguna situación igual a la cabeza.

¡Aquello estaba mal! Susurró muy bajito una parte de mí, pero la ignoré a conciencia.  

La dejé proseguir sus antojos, con los juegos preliminares durante el corto camino hacia mi apartamento. Por descontado, ella había dado mi dirección al taxista que nos llevaba, quien intruso y curioso, era testigo de nuestro magreo en la parte trasera del oscuro vehículo, tan antiguo como acogedor.  

, seguro que debería haberte alertado ese extraño conocimiento sobre mi domicilio, para ella había sido tan fácil decirlo, como haber dado el suyo propio. Y sí, era una verdadera secretaria tóxica, pero ¿¡qué m****a!? Ahora solo me importaba lo bien que se frotaba contra mi entrepierna abultada.  ¡Oh sí! susurraba mi animal interior.

¡Menuda eficacia!

No tardaríamos en llegar a mi apartamento, donde podríamos culminar con el desespero de nuestro apasionado encuentro.  

La observé sonreír victoriosa, viéndome tomarla como si nada me contuviera en aquel momento. Parecía que finalmente, había obtenido la parte de mí que tanto anhelaba, esa sin el filtro de jefe firme e inerte que solía mostrar. Mi verdadero lado salvaje había salido a flote y yo ni siquiera había sido consciente de ello. ¿De verdad deseaba a aquella mujer? o, ¿solo me había dejado llevar por mi ego insaciable de poseerla? Ahora eso se quedaba a un lado, ajeno a las pasiones que necesitaba desatar. 

—Sabía que esto ocurriría tarde o temprano —susurró en mi oído mientras se contoneaba sobre mi miembro erecto —, siempre he sabido que yo no le era indiferente, mi sexy y apasionado jefe. Ahora... —exhaló en un gemido , no le dejaré escapar.

Pero yo no podía concentrarme en sus palabras, solo el placer explotando en ráfagas por todo mi cuerpo y que me invadía sin contemplaciones. Sí, muy bien hecho machote, agradecía mi fuero interno, al fin has podido saltarte tus arbitrarias normas de conducta.

Eso era lo que había hecho.

 ¡Joder, aquello estaba mal! volvía a susurrarme la razón.  

Gisela Smith, esa chica seductora y mi fiel empleada, ahora era una más en mi lista de ligues pasajeros. Otra víctima de mis escarceos fortuitos y otra más, de las que dejaría marchar.  

La miré caer henchida de placer junto a mi cuerpo desnudo, con una carcajada como triunfo, el pelo destartalado y la ropa a medio quitar. Cerré los ojos recomponiéndome y sin saber bien, qué m****a era lo que me acababa de pasar.

Yo era en primer lugar, Peter Maillard, su jefe y a quien ella debía respetar ante todos los que ahora murmurarían. Jamás habría un nosotros, ni allí ni en otro lugar. Pero ¿cómo hacer que aquel desliz no se convirtiera en un secreto a voces dentro de mi empresa? Mi nombre y mi imagen serían constantemente arrastrados por los suelos. Ya no tendría paz ni sería un ejemplo a seguir.

¡Ahora sí que la has cagado gilipollas!

Me iría lejos, me repliqué como solución al problema, en unas pocas horas desaparecería de su vida, y de aquella habitación aún con el tenue aroma de mi error garrafal. Sí, aquello estaba realmente mal y esperaba que las consecuencias no me castigaran para variar.  

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