La Soberana

Los primero que noto Celeste fue el ruido, escuchaba muchos pasos y voces tan alto que casi la aturdían. Luego le llego los olores, el aroma salado de la sangre azul de las criaturas, el vainilla de un hechicero y un delicado olor a cabra. Le dolía la cabeza y ligeramente le hormigueaba la herida. Le costó darse cuenta que estaba amarrada de cabeza, con las manos sujetas detrás de la espalda, los ojos vendados y con una mordaza en la boca.

«Lo que me faltaba», pensó Celeste.

Y le costó aún más tiempo darse cuenta que Lucas estaba en las mismas condiciones. La espalda del hechicero estaba contra la espalda de la Elegida. Celeste podía sentir sus dedos fríos, largos y suaves entre los suyos.

Escucharon pasos sobre madera floja y Lucas le apretó los dedos. Ellos sintieron el deslizar de la mordaza pero seguían con vendas sobre sus ojos.

—¿Quién

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