Visita

Él la miraba desde arriba. Le molestaba el aroma a orina que se le pegaba en la ropa al salir de las tumbas, pero sentía que valía la pena si podía mirarla así; desde arriba.

Aún le costaba creer que ella, tan pequeña y frágil, fuera tan poderosa.

La sacudió con la punta de sus zapatos y retrocedió hasta estar lejos del alcance de las cadenas. No se arriesgaría con ella.

Las ondas de su cabello oscuro se sacudieron cuando despertó y se enderezo, sentándose en el suelo y apoyando su espalda de la pared.

Sus ojos era un letrero tricolor de marrón, violeta y verde, su ropa estaban tan sucia que él no podría adivinar el color original de la tela, pero su piel estaba tersa y limpia con un brillo pálido casi enfermizo y sus labios estaban secos. Él la alimentaba y le daba agua suficiente para mantenerla viva, no para mantenerla fuerte.

—¿Descansaste? —pregunto.

Celeste lo miro, como solía mirar todo en aquellos días, cansada.

—Claro —respondió Celeste.

Le costaba recordar la última vez que había descansado de verdad, cada vez que cerraba sus ojos veía a su madre envuelta en lágrimas y sangre, era como si la tuviera tatuada en los parpados.

—¡Qué bueno! —vocifero él contento— Porque necesito que hagas algo.

Del interior de su chaqueta saco una pequeña lata de aluminio, estaba vacía y doblada, parecía que la había sacado de un basurero. La coloco en el suelo, en el espacio entre los dos.

—Hazla desaparecer —ordeno.

Celeste lo miro desconcertada. Él estaba de pie donde siempre se mantenía, con el mismo traje oscuro, limpio y bien planchado, con sus zapatos de cuero embarrándose lentamente de lodo. Ella lo había llamado el Niñotraje era como si se esforzara siempre en lucir más adulto.

—¡¿Qué?! —vocifero desconcertada Celeste.

Niñotraje la miro como si le estuviera pidiendo que dijera cuánto es 2 más 2 y ella le hubiera dicho 23.

—Te pido algo muy simple —espeto él con la sonrisa que siempre hacía.

El cuerpo de Celeste sentía frío cada vez que sonreía así. Era como si su sonrisa fuera un mal maquillaje.

—Tal vez en algún cuento de magia que te leyeron anoche —bufo Celeste.

No se sentía alegre. No creía poder volver a sentirse alegre nunca, pero el humor aún estaba allí, y se aferraba a eso de la misma forma que el dolor se aferraba a ella. Porque el humor era lo único que la acercaba a la normalidad.

La sonrisa de Niñotraje se ensancho aún más. Le daban un arco angelical a su belleza depredadora.

—Sé lo que piensa la gente la verme, joven, pequeño, hermoso. Pero no soy joven. Descubrirás que a ti también te mirarán así. Por eso tienes que hacerte fuerte —Él señalo la lata doblada en el suelo—. Desaparécela o traeré a tu prima, esa con la que creciste para que la mates.

Celeste no pudo ahogar el llanto, lo sintió bajar por sus mejillas como cascadas. El pecho le apretaba porque sabía que ella no podía hacer nada, ni desaparecer la lata, ni salvar a su prima.

«¿Que estupidez es esta?» pensó Celeste.

—¿Qué prefieres, ser débil o fuerte? —pregunto el Niñotraje.

A Celeste le tomo un momento responder— Ser yo misma.

—Eso no te sirve en una guerra —vocifero él.

—No estamos en guerra.

—¿Segura?         

La miro por unos segundos antes de volver hablar.

—Algún día —La voz del Niñotraje la sacudió, como si hubiera despejado una ensoñación—, vas a agradecerme esto.

Eso se escuchaba como una promesa.

—Sueña —dijo Celeste—. Así como soñarte que desaparecería esa lata.

—Veremos.

La puerta de la celda se abrió. A Celeste siempre le costaba recordar que no estaba en una cueva.

—Mi Señor.

Leonardo entro con el mismo protocolo de siempre. Celeste hasta se había acostumbrado de su aire sumiso.

—Tiene visitas oficiales —Leonardo le dijo al Niñotraje.

Y por primera vez desde que lo había conocido Celeste pudo ver algo más que su arrogancia sádica, pudo ver sorpresa.

—Visitas oficiales —dijo tan lentamente que parecía que estaba probando el sabor de las palabras.

Niñotraje se quedó estático por un momento, tan quieto que a Celeste le pareció que era una estatua.

—Bien —dijo Niñotraje mirando la lata con cierto desánimo—. Leonardo ponla a dormir —ordeno.

Los músculos de Leonardo reaccionaron de inmediato con la orden, aunque su mente se quejaba cada vez que tenía que acercarse tanto a Celeste. No le gustaba como se sentía estar tan cerca, se sentía como una cucaracha que ella podía aplastar con facilidad.

Celeste comenzó a revolverse en su lugar, no tenía espacio para retroceder.

—¡No! ¡No! ¡No! —vocifero. No le gustaba cuando la hacían dormir. Dolía y siempre se despertaba con mucha hambre.

Sintió las manos frías de Leonardo tomando con fuerza su rostro. Su tacto era tan frío que a veces dolía, pero lo que venía después siempre dolía más. Los músculos del cuello de Celeste se tensaron ante la anticipación, su cuerpo sabía lo que iba a pasar aunque su mente no entendía muy lo que sucedía.

Su cuerpo entero se quejó, sus músculos dolieron, y luego nada; la oscuridad completa.

Leonardo dejo caer el cuerpo de Celeste sin mucha gentileza al suelo, su cuello roto era lo único que le permitía bajar un poco la guardia delante de ella.

—Mátala si la visita oficial sale mal —ordeno Niñotraje y Leonardo asintió.

*******

—Primera vez que vienen dos veces en menos de un año —La voz de Javier era tan calmada que incluso se escuchaba perezosa.

Estaba vestido con un pantalón de pijama de cuadros azules y blancos, y una camiseta blanca. Tenía una postura tan despreocupada que parecía de verdad recién levantado de la cama. A su lado Matías estaba vestido con un impecable traje negro. Javier jamás había entendido su necesidad de usar tanta ropa y Matías jamás había entendido la inclinación de Javier por vestir siempre como si se fuera a dormir.

Pero alguien como Javier no necesitaba de mucho para imponerse en una habitación.

—Es un año especial, se cumplen 18 años de la muerte de nuestra anterior Reina de Reyes, es tiempo de que haya nacido una nueva. Recorremos lugares de interés para encontrarla.

Matías miro a la persona que hablaba. Era tan alto como él, mucho más ancho de hombros y el rubio de su cabello mucho más oscuro. Tenía una apariencia incluso más joven que la suya pero sus ojos miraban como miraban la mayoría de los vampiros, como si hubieran visto mucho del mundo. Estaba vestido con pantalones oscuros de tela gruesa y un peto revestido de cuero negro.

En su brazo derecho tenía una pulsera de cuero con un ojo de hilos de plata bordado en el centro.

Matías conocía esa insignia.

El estandarte de los Cervus, la legión de soldados más eficientes y temidos. Un Cervus era la perfecta máquina de matar y la empuñadura de oro en la espada que colgaba de su hombro lo señalaba como un Cervus de la guardia real.

Él caminaba por los estantes repletos de libros con las manos sueltas a los costados como esperando el momento perfecto para desenvainar la espada.

A Javier le gustaba usar la biblioteca como centro de reuniones. Decía que cada reunión era como una sentencia de muerte y que le gustaría morir entre sus posesiones más queridas.

—Conocemos bien la importancia de estas fechas —Comenzó a decir Javier—, pero esto es Tierra de Nadie las leyes no aplican aquí…

_Estamos haciendo vistas a todas las Tierras de Nadie del mundo, para pedirles que si saben algo de la Reina de Reyes nos notifiquen.

—¿Zac? ¿De verdad crees que yo no te hubiera dicho algo de saber dónde está la Reina de Reyes?

Los ojos oscuros de Zac lo miraron por un momento y a Matías le parecía que miraba a través de la mentira, pero Javier incluso parecía más indiferente y relajado que antes.

 —Por supuesto. Ya te lo he dicho esto es solo protocolo —dijo Zac.

Zac dio un último vistazo sin detenerse en nada en particular. Matías sentía que estudiaba todo. De pronto sintió que algo lo observaba.

Dejo que sus ojos se deslizarán por los rincones oscuros que daban los estantes. Matías no lograba entender cómo es que Javier se sentía seguro en aquel lugar, había más estantes de libros que espacio y cada rincón era un potencial escondite.

Una de las sombras se movió. Fue tan sutil que Matías a penas lo noto.

De las entrañas de la oscuridad salió un gran lobo blanco. Matías se tensó, no le gustaba las sorpresas y le gustaba mucho menos los licántropos, eran muchos más fuertes que todos.

Javier ni siquiera se molestó en mirarlo.

El lobo camino hasta colocarse al lado de Zac, su pelaje blanco y espeso era como una nube, pero sus ojos marrones miraban con una fiereza que te advertía no acercarte demasiado. Era tan grande que Matías tenía que levantar un poco el mentón para alcanzar su altura.

Entre cada paso que daba se vislumbraba el cuero de otra pulsera Cervus entre el pelaje de su pata.

—Llego el momento de retirarnos —dijo Zac. Dando una pequeña inclinación de cabeza.

El lobo gruño por lo bajo, apenas logro ser un pequeño resoplido y Zac levanto la mirada hacia Matías. Él se mantuvo tan impasible como Javier, quería creer que nada podía perturbarlo.

—El lobo dice que apestas a orina humana —Le dijo Zac antes de salir con el lobo pisando sus talones.

Y Matías supo que la reunión había terminado mal.

«Solo pude tenerla unos días» pensó Matías.

*******

Comenzaba a sentir el frío de la piedra en su piel. Había pasado tanto tiempo en ese lugar que su olfato ignoraba la peste y comenzaba a entender que los gritos y los alaridos no venían de su mente. Aun así, algunas veces creía escuchar la voz de su madre entre las voces desconocidas; llamándola.

Miro sus muñecas, era lo único que podía hacer atrapada allí, estaban laceradas del esfuerzo que había hecho por quitárselas y el dolor en cada roce la distraía. Recordó la primera vez que vio su sangre, la pudo ver incluso en medio de tanta oscuridad, la sangre era negra como un carbón.

Las puertas de su celda de abrieron y Celeste se revolvió, aún sentía el dolor en el cuello. Levanto el rostro esperando ver su dorado cabello, pero él no era quien había entrado, tampoco era Leonardo. Ella caminaba con una gracia excepcional como si tuviera el mundo a sus pies.

El cabello negro se le ondulaba como una cascada de petróleo, su rostro ovalado y rasgos finos de alguna forma la hacían ver irreal. Esa vampira lucia mayor que ella e indudablemente era más alta, tan hermosa e hipnótica como lo sería una cobra real antes de atacar.

—No eres como te imaginaba —Ella hablo con una voz aterciopela, con acento italiano tan embriagante como las burbujas de un champan.

Celeste noto cierto reconocimiento y la pregunta comenzó a formarse en su mente, una pregunta que no había tenido lugar hasta ese momento.

«¿Qué soy?»

Porque estaba segura de que era diferente a todos ellos. Escuchaba miles de corazones latir incluso el suyo, pero no el de ellos, notaba el aroma a sangre, dulce y metálico en todas partes menos en ellos.

—¿Quién eres? —Le pregunto Celeste.

—Solo vine a traerte esto.

Ella se acercó con cautela y Celeste frunció el ceño, estaba encadenada, cansada y triste, jamás había entendido porque todo el que se acercaba lo hacía como si tuviera que tener cuidado.

Celeste miro el vaso de vidrio que ella le extendía, parecía estar llego de agua, pero a Celeste le llegaba un olor agrio que no era propio del agua.

—¿Qué es eso? —pregunto Celeste.

—Tómalo.

Su voz seguía siendo embriagante, pero estaba matizada con cierta ira. Celeste vio su cuerpo delgado, Leonardo era físicamente más imponente pero ella sin duda le daba más miedo.

Tomo el vaso y bebió el contenido de un solo trago. Tenía una vocecita en su mente que le decía que pudo haber tomado veneno pero no le preocupaba, lo único que tenía para perder era la vida y no era algo que la preocupara demasiado.

La vampira solo se dio la vuelta y salió de la celda sin importarle dejarle el vaso en las manos.

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