Capítulo 4: Base de la Fuerza Armada Oriental. Parte: 2/3

Gritos. Otra vez los podía oír en el fondo de su cabeza. 

—Capitán, ya estamos todos, señor.

La voz de Arthur lo trajo a la realidad. Allí estaba su escuadrón con bolso en mano.

—Síganme. 

Los guió por la plataforma, esquivando a grupos de soldados y familiares para subir en el tercer vagón. Por dentro era una construcción de madera con retoques metálicos, contenía una larga fila de compartimientos iluminados con una tenue luz proveniente de los techos.

Se dirigieron al tercer compartimiento de la izquierda. Navy se sentó en uno de los asientos de madera revestida de cuero con relleno al lado de una de las dos ventanas que poseía la habitación, a la vez que su escuadrón se ubicó en los asientos restantes sin mediar palabra.

Él los observó notando que se encontraban afectados por la despedida, así que les dio tiempo para que se recuperaran antes de hablar sobre cualquier cosa. De repente, su vista se detuvo en Sonia, quien se hallaba sentada frente a él con el rostro semioculto dentro de su capucha. De inmediato notó que derramaba lágrimas silenciosas, haciendo poderosos esfuerzos para contenerse delante de todos.

—Arthur, hazme un favor. ¿Podrías traer agua caliente y tazas?, en el segundo vagón hay una caldera, trae también té y azúcar —pidió Navy, no ordenó.

El Novato lo miró e hizo un gesto de asentimiento, agradeció que este no preguntara nada antes de salir por la puerta.

—Permíteme, Selene —dijo el Capitán poniéndose de pie una vez que el muchacho cerró la puerta.

La aludida se movió de su asiento y Navy lo ocupó, a su lado se encontraba la jovencita. Sin preámbulos, sin vueltas y sin pecar de falsa modestia o cortesía, se dirigió hacia ella:

—Sonia, estamos contigo. No te perderás ni permitiré que te ocurra algo, volverás con tus padres, no los dejarás solos —levantó su mano y rodeó los hombros de la chica.

Sonia levantó la mirada hacia él, tenía una expresión desolada marcada en cada una de sus facciones. Mantuvo la vista por unos segundos a la vez que más lágrimas se escapaban de sus hermosos ojos, sin poder resistirse más, la chica lo abrazó con fuerza y hundiendo la cara en su pecho, se largó a llorar.

Navy no se lo impidió. Si de algo estaba seguro en su vida era que un soldado es un hermano en la línea de fuego, pero también lo era en los momentos de más debilidad, y tanto en el frente de batalla como en la retaguardia, a un hermano no se lo abandona cuando más desprotegido se siente.

Todos en el compartimiento permanecieron en silencio sin mirarse. Navy le dio un espacio  a la chica para que se descargara, no le importaba cuanto tardara, quería que lo suelte antes de llegar al este y se sentiría mejor una vez que lo hiciera..

—Volveremos, Sonia —le aseguró este usando su tono más tranquilo—, los volverás a ver. No morirás en un bosque desconocido, no permitiré que una estúpida misión se cobre la vida de mis camaradas. Ninguno —miró a cada uno de sus Cazadores— es descartable, ninguno. Daré mi sangre para que cada uno de ustedes vuelva con sus familias —se dirigió a Sonia—. ¿Me entiendes?

—S-si, s-señor —respondió ella desde su pecho con voz temblorosa.

—No la escucho, Cazadora —le susurró subiendo apenas el tono.

—Si, señor —repitió, esta vez con voz más firme.

—¿Cazadores? ¿Llegaron a entender esto? —preguntó al grupo con forma más autoritaria.

—¡Capitán, sí señor! —corearon los tres.

—¿Está esto entendido, Cazadores? —insistió, ya podía usar el tono firme de siempre.

Sonia se apartó de sus brazos, secándose las lágrimas y recuperando la compostura.

—¡Capitán, sí señor!

—Así me gusta, escuadrón. Descansen —los felicitó al ponerse de pie.

Volvió a su asiento, cubriéndose las marcas de lágrimas del uniforme con la capa del mismo. Selene tomó su asiento y rodeó con un brazo a su ahora más relajada compañera, Sonia apoyó su cabeza en el hombro de la pelirroja y se quedó allí.

Navy se alivió al notarla más serena, no le importaba ninguna otra cosa más en el mundo que sus Cazadores estuvieran bien, no los dejaría solos en sus penas y preocupaciones si él estaba al mando, ninguno de ellos estaría solo.

Miró por la ventana hacia el exterior, los soldados finalizaban el abordaje y solo quedaban por subir los últimos Sargentos. Cuando se dieron cuenta se escuchó un silbato, luego el característico ruido de bocina de la locomotora se hizo oír, señal que indicaba la marcha de la formación.

El tren lentamente tomó velocidad y pudieron ver cómo la estación y la base se alejaban por la ventana, largas filas de casas desfilaron en consecuencia iluminadas por el sol de un nuevo día, se veía gente que caminaba por las calles adoquinadas yendo al trabajo o simplemente paseaban a los perros. Un hombre con delantal blanco barría la vereda de un bar, un grupo de personas bajaban frutas y artesanías de una carreta tirada por caballos en las puertas de un almacén… La Colonia se despertaba.

Hacía un par de meses que Navy no salía a la ciudad para despejarse de las actividades militares, ni siquiera para tomar café en algún lugar apartado del cuartel, así que poder ver la vida de la gente «normal» le sirvió para relajarse. Como respuesta para ese pensamiento y justo después de cruzar una plaza llena de niños jugando, Arthur volvía al compartimiento llevando una bandeja con tazas de té y algunos bocados dulces para ellos. Rápido se sirvieron y desayunaron.

El viaje duró unos veinte minutos. Dejando atrás a una fundidora de acero, la locomotora se detuvo en la estación Este de La Colonia. Juntaron sus cosas sin perder tiempo, salieron al pasillo y bajaron por la puerta a la plataforma. Lo primero que notaron al descender fue una enorme columna de humo que se alzaba al cielo, provenía del otro lado del muro y Navy se preguntó qué rayos sería eso que ardía.

De inmediato comenzaron a oírse las voces de los Sargentos organizando a los soldados a base de una mezcla de órdenes e insultos. Los apurados comandados se ubicaron en filas ordenadas con sus oficiales a la cabeza, estos repartieron unas últimas instrucciones y comenzaron a marchar hacia la entrada del cuartel.

—¿Tenemos que ingresar también así, señor? —preguntó Neguen en tono curioso.

—Quédense cerca mío, seguramente nos estarán esperando —respondió Navy y siguió a la columna que se alejaba.

A unos doscientos metros, el cuartel del Este los aguardaba. Era una edificación casi idéntica al cuartel Occidental, solo que estaba diseñado en forma opuesta. Ingresaron y vieron una columna de soldados aguardándolos presentando armas, con sus Capitanes, Sargentos e inclusive su Oficial superior al mando, el Teniente Ran.

Las tropas del Oeste se formaron en orden frente a las tropas del Este, con Navy y su escuadrón posicionándose en el extremo izquierdo de los occidentales.

—¡Firmes! —ordenó un Capitán del Cuerpo de Infantería del Este—. ¡Saludar! —vociferó y ambos ejércitos presentaron su saludo.

—¡Capitanes del Oeste! ¡Un paso al frente!

Navy avanzó al mismo tiempo que lo hicieron los otros oficiales de su rango. El Teniente Ran avanzó hacia ellos con paso decidido: era un hombre perteneciente al Cuerpo de Infantería, así que sus resaltadas dimensiones llamaron la atención de todo aquel que mirara al frente, tenía algunas arrugas en su rostro y un enorme bigote poblado de color negro y manchas canosas. Portaba una armadura color cobre con rayas doradas que amplificaban sus dimensiones, con una llamativa estrella con una «T» en el pecho y la espalda.

Navy observó sus movimientos seguros y la postura de sus piernas, luego miró sus hombros: no estaban torcidos por el peso de la armadura. Dedujo que era un hombre fuerte e imponente. Si era como la Teniente Rowen, debía de ser un soldado experto, capacitado.

—Es un gusto tenerlos acá, señores, esperamos que nuestras instalaciones sean de su comodidad, nuestros Sargentos les indicarán dónde se ubicaran sus soldados. Capitanes los espero para hablar con ustedes en privado —dijo con tono enérgico, recorriendo con la vista a cada uno de los oficiales que dieron el paso al frente. Luego puso su vista en Navy, entornó los ojos y sonrió—. Y más grande es nuestro honor en este día, día en que el Capitán Navy de la Élite pisó el cuartel del Este, ahora sabemos que les daremos con lo más pesado que tenemos.

El aludido deseó que se hubiera callado cuando todos los orientales posaron su vista en él, pero era medio imposible no distinguir su escuadrón de la Élite: era el más pequeño y sus insignias llamaban la atención.

—¡Victoria! —gritó el Teniente.

—¡Victoria! —respondieron las tropas del Este.

Todos los escuadrones se desarmaron a la orden de rompimiento de filas, entonces vinieron los suboficiales del Este para guiar a cada uno de estos hacia sus barracones.

—Capitán Navy, el Teniente Ran lo espera, señor —dijo una Sargento con uniforme de Cazador.

—Los veré en unos minutos —anunció Navy a sus compañeros y se dirigió con los otros Capitanes a la oficina del Teniente.

La habitación era muy similar a su oficina, un poco más grande y con más archivadores. La gran diferencia era la bandera que colgaba detrás del asiento del Oficial, en vez de la lechuza marrón pardo sobre un fondo verde, se encontraba un enorme búfalo negro sobre un fondo carmesí en posición de embestida, símbolo del Cuerpo de Infantería. También distinguió un fusil de asalto de diez disparos sobre un perchero en una esquina.

Al ingresar, Navy se ubicó entre los otros Capitanes Cazadores, tratando de pasar lo más desapercibido posible de la visión del Teniente. Este, por su parte, se ubicó detrás de su escritorio y luego de acomodar unos papeles, se dirigió a todos los presentes:

—Señoras y señores, bienvenidos a la base Este del Ejército de La Colonia. Como les habrán indicado sus superiores, estamos con dificultades y la situación es la siguiente: nos asedian. Una gran cantidad de Infectados avanzaron contra el Muro durante la última semana haciendo el primer contacto con el Alambrado hace cuatro días —se dirigió hacia un mapa ubicado en el muro derecho de la habitación, señaló tres lugares exteriores al perímetro de la ciudad en él—. Cuando pudimos exterminarlos, el cuerpo de Cazadores incursionó al bosque para limpiar cualquier monstruo rezagado.

“—En el primer asalto al bosque dio como resultado veinte caídos, once desaparecidos y casi el doble de heridos. El Cuerpo de Infantería salió al apoyo y los Infectados continuaron surgiendo de los árboles, dejando a la retirada como la mejor opción para no perder más efectivos.

“—El día siguiente, a la madrugada para ser más precisos, se notificó que los Infectados avanzaron una vez más contra los Muros, llegando hasta las puertas de La Colonia. El Cuerpo de Infantería salió a repelerlos con un total de otra docena de muertos y quince heridos —señaló un punto cerca de donde ellos se encontraban hablando en ese momento, continuó sin alterarse—. Ayer a la noche los Infectados fueron vislumbrados desde las torres de guardia cuatro y cinco, nuevamente el Cuerpo de Cazadores fue desplegado pero con la restricción de exterminar sin adentrarse a los Bosques. El resultado fue cero caídos y solo un herido.

“—El General Liren dejó órdenes bien claras: repeler y exterminar a todo Infectado que se acerque a La Llanura. Cuando sus números se reduzcan, incursionamos en los Bosques a eliminar a cualquier rezagado. Al mediodía recibirán las instrucciones de su posicionamiento en el perímetro defensivo y las fechas de sus incursiones, ¿preguntas? —el Teniente Ran los observó a través de sus ojos pequeños, no hubo respuesta—. Puede retirarse.

Todos los Capitanes se pusieron firmes y saludaron a la vez, luego comenzaron a salir de a uno por la puerta hasta que… 

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