Capítulo 4: Base de la Fuerza Armada Oriental. Parte: 1/3

Eran las cinco en punto según lo informaba su reloj de muñeca. La madrugada se presentaba con neblina y mucha humedad, el cielo era un vacío de oscuridad con luceros desparramados en toda su extensión. Aún no amanecía, una brisa fresca arrastraba los vapores que se escapaban de las chimeneas del cuartel de las Fuerzas Armadas del Oeste.

Caminando hacia la salida del recinto, a una hora del momento establecido por la directiva militar, Navy se dirigía hacia la estación de ferrocarril a vapor que se hallaba a solo unos doscientos metros a la izquierda de las puertas del cuartel. Llevaba puesto su uniforme de Cazador de Élite y sus armas reglamentarias estaban perfectamente enfundadas y aseguradas en sus estuches. Colgando sobre su hombro, un bolso lleno con sus pertenencias: ropa de repuesto, munición extra, notas, productos de higiene, botiquines de primeros auxilios y artículos de supervivencia.

Agradeciendo el respiro de la soledad de una ciudad dormida y la completa ausencia del personal, se dirigió en solitario rodeando las paredes de piedra que separaban el cuartel de la ciudad. Dirigiendo su mirada a un costado, se tomó unos segundos para contemplar La Colonia en reposo que, gracias a la posición de altura en que se encontraba la base, podría ver casi en su totalidad si tan solo hubiera un poco más de sol.

Bloques de casas color ladrillo con tejados negros se agrupaban en pintoresco orden hasta la lejanía, algunas tenían luces y otras liberaban columnas de vapor al aire. A lo lejos, se podían distinguir al resto de la estructura que conformaban los Muros rodeando toda la ciudad.

Navy se dejó llevar por la imagen de aquella maravilla a la que él llamaba «hogar»: La Colonia estaba diseñada en forma de rombo, en donde cada uno de sus extremos se posicionaron sobre un punto cardinal y, en cada una de esas puntas, se encuentran las bases armadas del Norte, Sur, Este y Oeste. Gracias a este diseño, una persona podría pararse en la entrada de algunas de las bases y ver como los muros se extendían en forma de «V» hacia el horizonte y, si la iluminación ayudaba, se alcanzaba a apreciar cómo en el extremo opuesto de La Colonia la «V» se iba cerrado.

Muchos elogiaban este diseño porque permite el traslado rápido de tropas desde dos bases adyacentes en ayuda de una tercera. Por ejemplo: si la zona Oeste se encuentra bajo ataque, las bases Norte y Sur podrían llegar a auxiliarlos con rapidez. Sin embargo, la falencia del diseño en forma de rombo consistía en el traslado de tropas de un extremo a otro que fuera opuesto, como ocurría ahora. Por ello construyeron una vía de ferrocarril a vapor que une las bases Norte y Sur por un lado, y las bases Oriental y Occidental por otro.

Apartando la vista de los tejados cubiertos de vapor que contrastaban con el cielo nocturno, Navy tomó una profunda bocanada de aire antes de subirse la capucha del uniforme. A pesar de que no le gustaba pasar frío, le encantaba el frescor y la increíble sensación de hacerle sentir vivo que le provocaba, sin mencionar que lo despabilaba en aquella madrugada.

Retomó el camino hacia la estación y en unos pocos minutos llegó a la plataforma Oeste. Era una construcción compleja, una inmensa estructura de hierro y acero recubierto por un entramado de redes de tuberías de agua y vapor, las cuales suministraban la energía eléctrica para el funcionamiento de la instalación.

Junto a una plataforma de madera reforzada con piezas metálicas, un tren de vapor color cobre reposaba sobre una línea de vías que desaparecían en la penumbra de la distancia. Tres vagones de del mismo material se enganchaban a la locomotora, y un gran vagón extra para el traslado de recursos.

Echando un rápido vistazo a los alrededores, Navy no vio a ningún miembro del ejército en la estación pero no le extrañó en lo más mínimo, aún faltaban casi dos horas para la salida. De todas maneras, pudo ver algún movimiento de obreros cargando bolsas de carbón y cajas de víveres. Luego se asomaron uno que otro trabajador para realizar algún control o mantenimiento a toda la maquinaria.

Haciendo tronar el cuello, el Cazador buscó un banco vacío hacia un lugar un poco apartado de la luz de las lámparas y se sentó en él, acomodando el bolso entre sus piernas y poniendo el arco encima de este. Acto seguido cruzó sus brazos, bajó la capucha de su uniforme y cerró los ojos pero no para dormir o relajar la vista, sino para permitir que sus otros sentidos no perdieran su sensibilidad periférica, perfeccionada para el mejor desenvolvimiento posible en los Bosques.

Durante su entrenamiento, la Capitán Rowen le había vendado los ojos y le dijo: «Navy, no siempre tendrás una visión clara. Esto es un bosque, no una planicie. Hay árboles, bruma, arbustos, obstáculos y desniveles entorpeciendo tu vista. Cierra los ojos y aprende a escuchar, gira tu cabeza hacia donde provienen todos los sonidos, deja que tu piel sienta de donde viene el viento y en qué zonas hay humedad, obliga a tu olfato a distinguir todo tipo de olores. En los Bosques, poder sentir un olor antes de tomar una decisión puede salvarte de un paso en falso».

Navy no pudo evitar sonreír, casi hasta pudo oír la voz exasperada de la ahora Teniente Rowen regañándolo por confiarse, perder el equilibrio y caer de una raíz sobresaliente de un enorme roble. Ella se le había acercado sigilosamente y logró darle una bofetada en la oreja sin que él la escuchara, incluso ni cuenta se había dado su presencia.

Sin dejar de reírse en solitario, otro recuerdo asaltó su mente de manera espontánea: sangre, fuego, muerte y gritos… Los malditos gritos, los ecos de los gritos de caídos y de los Infectados lo atormentaban constantemente. Hoy por lo menos lo dejaron dormir tranquilo y sin sueños horribles, pero muchas veces despertaba en la noche muy agitado, tomaba su nueve milímetros y buscaba a algún Infectado imaginario que quisiera enloquecerlo a gritos.

De repente, su alarma interna detectó movimiento a su izquierda apartando de su cabeza el recuerdo de las pesadillas, pasos sigilosos de algo... ¿pequeño? Levantó la vista y distinguió a un gato de color canela caminando a pocos metros de él, lanzó un maullido y se salió corriendo hacia el exterior de la estación. 

Segundos después, un nuevo sonido ajeno a los movimientos de los obreros hizo que girase por completo. Ingresando por la entrada del recinto, una figura con uniforme de Cazador se agrandaba a medida que se acercaba a él. Gracias al reflejo de una de las luces del lugar, alcanzó a distinguir un reflejo rojizo a la altura del rostro de la silueta.

—Buenos días, Navy —saludó esta con una voz más que conocida—. ¿Puedo sentarme?

—Buenos días para ti, Selene —respondió él y se movió un poco hacia su izquierda—. Por supuesto.

La mujer deslizó su arco reglamentario por encima de la cabeza, tomó asiento a la vez que dejaba escapar un largo suspiro, se quitó la capucha para arreglarse la atadura de su cabello.

—¿No podemos planear el viaje para el mediodía?

Navy la miró por unos instantes, su colega presentaba un semblante relajado y somnoliento, diferente a su habitual expresión desconfiada y malhumorada, acto seguido, dejó escapar un largo bostezo.

—Podemos intentarlo si gustas —corroboró desviando la mirada al cielo, ahora con algunos indicios del inminente amanecer—. Le diré al Coronel que sí puede retrasar la operación unas, hmmm, ¿cuatro horas? ¿Qué opinas?

—Mejor dígale que le pida a los Infectados que vengan a atacar acá. ¿Por qué tenemos que movernos hasta el otro extremo de la ciudad? —se quejó estirando los brazos por encima de su cabeza.

—A lo mejor las negociaciones no fueron como esperaban —bromeó él con una sonrisa.

Selene dejó de frotarse los ojos, se enderezó rápido y lo miró con mucha extrañeza. En la penumbra, sus ojos celestes brillaban de una forma increíble, como dos luceros del amanecer.

—¡Por todos los Cielos! ¿Usted haciendo bromas? —acentuó su expresión de extrañeza—. ¿Es usted el Capitán Navy o es un impostor?

Navy rio, una acción que le salía natural solo estando en la presencia de la pelirroja, ya había dejado de sorprenderse de lo cómodo que se sentía a su lado. Ella era mucho más que su compañera de armas, era su confidente, una persona con la que podía ser él mismo sin sentirse perseguido por las presiones mediáticas que lo acosaban en su diario vivir.

—Soy yo, Selene, que no te quepan dudas —le aseguró sin dejar de sonreír.

—Pues suena bastante extraño usted haciendo bromas, me parece que lo mantendré vigilado, solo por las dudas —volvió a recostarse sobre el espaldar del banco, luego agregó con un tono más serio—. ¿Cómo lleva lo de los sueños?

—No quiero hablar de ello, Selene —replicó con tranquilidad, aunque una pequeña sensación de nervios lo tocaron en su interior.

—Sabe que puede hablarlo conmigo, no importa a qué hora o en qué lugar, ¿lo recuerda? —él asintió con la cabeza sin mirarla—. Bien, no olvide que esas cosas las tiene que sacar, le hará bien y podría hacerle daño si se lo guarda —hizo una pausa antes de agregar con suavidad—, sabe que estoy aquí para usted, sea en lo que sea que necesite.

Sintió una ligera sensación sobre su brazo y al desviar la vista hacia allí,  Navy vio la silueta de la mujer inclinada sobre él apoyando una mano en una tierna caricia que solo ella podría darle, un mimo sincero y sin dobles intenciones que solo ella podía hacerle sentir cómodo, resguardado.

Detrás de todo el formalismo que los ordenaba como miembros de un escuadrón del Cuerpo de Cazadores, Selene se había ganado su completa confianza. Era una de las pocas personas en el mundo a las que consideraba su amiga, una persona con quien contar tanto en el Bosque como en el cuartel o como fuera del ejército, con una taza de café o un trago de por medio. Su presencia siempre lo tranquilizaba y le daba una seguridad que no podía darle ninguna otra persona.

Ahora ella lo miraba con mucha intensidad, un gesto que le hacía sentir desnudo, como si no pudiera ocultarle nada. Sin embargo y a pesar de que se sentiría fatal por no ser sincero con ella, no le iba a comentar nada sobre sus horarios desastrosos de sueño gracias a las pesadillas. Estas habían vuelto con más frecuencia y con más nitidez, provocándole ataques de paranoia y desbordes emocionales.

—Lo sé, Selene —apoyó su mano sobre la de ella, no quería preocuparla con sus problemas—. Gracias, por ser tan considerada, gracias.

Luego de un rato la retiró para tomar su arco, dándole tiempo a que ella se recompusiera del momento. Era una buena chica, una buena persona a la que muy pocos lograban comprender y él era uno de esos afortunados.

Pasaron varios minutos en silencio, no pasó mucho tiempo antes de que los escuadrones de Cazadores comenzaran a amontonarse en la plataforma del tren: algunos eran jóvenes soldados, otros tenían las marcas de la experiencia en sus rostros, pero todos dedicados al deber de proteger a su ciudad.

De inmediato notaron la presencia de ellos dos sentados en el banco y los miraban de reojo, murmurando cosas con sus pares de manera alevosa y otros un poco más disimulados, de igual manera no se le escapaba a la vista entrenada de Navy.

¿La razón? Era sencillo, distinguieron su rostro y el brillo de la insignia de la Élite en sus camisas reglamentarias. No importa cuánto tiempo pasara, las miradas curiosas siempre lo seguían a todos lados, miradas de fervor, admiración y fanatismo al reconocer al más que renombrado «Capitán Navy»; no pudo evitar resoplar de fastidio al pensar sobre el tema.

Empero, no era la única razón: la segunda causa que los hacía resaltar del montón era el cabello de Selene, único en toda La Colonia. No era para menos ya que la raza «pelirrojo» se había extinguido de la faz de la tierra casi por completo con la única excepción de la Cazadora que tenía exactamente a su lado, por lo cual Selene era una mujer única en toda lo que quedaba de la civilización.

Navy rememoró las expresiones boquiabiertas de los nuevos reclutas al ingresar al ejército, en sus vidas habían visto a una pelirroja y muchas veces se le quedaban mirando con descaro, señalándola y hablando sobre ella como si no pudiera escucharlos.

Cosa que era una molestia completa para Selene, que era de pocas pulgas y muy volátil si la provocaban. A pesar de esto, ella daba lo mejor de sí para evitar miradas indeseadas y los conflictos que pudieran suceder a causa de esto. Con esta idea en mente, siempre  llevaba puesta su capucha en todos lados, prefería mil veces ocultarse antes de tener que soportar a los poco educados muchachos que se cruzaban en su camino.

Pero a veces se hartaba y golpeaba a quien la mirara muy fijamente o a los que cruzaran la línea del respeto al dirigirse hacia ella. Varias veces los Sargentos se acercaron a Navy para informar agresiones contra sus reclutas nuevos por parte de Selene, con reportes de golpes y lesiones en el rostro a causa de sus puñetazos. Navy siempre les respondía: «si tus reclutas se distraen, se impresionan y se dejan vencer solo por una mujer que tiene el cabello rojizo, no me quiero ni imaginar lo que pasará cuando se encuentren a un Infectado que le falte un brazo o la mitad del rostro. Que agradezcan que ella por lo menos se detiene antes de matarlos, porque un Infectado no lo hará solo porque yo se lo ordene».

Al ver que él no tomaba medidas disciplinarias contra la pelirroja, todos los Sargentos advertían a los reclutas antes de que se armara algún pleito con ella, pero siempre había algún valiente que salía con un ojo morado o con la nariz rota.

Ignorando a los Cazadores y las ganas que tenía de irse de vacaciones a algún lugar a donde nadie lo conociera, cosa imposible luego de la Caída de la Civilización, Navy comentaba algo sobre el horario de partida al Este cuando un grupo de soldados de enorme tamaño llegaron: eran los miembros del Cuerpo de Infantería con sus enormes armaduras puestas y sus fusiles de asalto colgando en los hombros, y justo detrás de ellos llegaron los Capitanes y Sargentos de los escuadrones reunidos.

De inmediato comenzaron a repartir instrucciones y a ordenar a los soldados. Hubo un grupo que les costó alinearse, logrando que uno de los Sargentos les gritara mucho por algo relacionado con el tema del uniforme y la formación.

—¿Uniforme? —Selene frunció el ceño, una expresión habitual en ella en todo tipo de situaciones, buenas o malas—. ¿Van a llevar reclutas?

Estaba por responder cuando una figura se apresuró a acercarse hacia donde se encontraban ellos, se puso muy firme al posicionarse delante de él y saludó:

—¡Capitán, buenos días, señor!

—Descanse, Cazador —respondió Navy de mala gana, era muy temprano para ponerse a llamar la atención del Novato.

—Capitán, ¿a qué hora partimos, señor? —quiso saber el muchacho haciendo grandes esfuerzos para mantenerse firme, llevaba dos bolsos y un morral repletos de artículos.

Navy miró su reloj, aún no eran las seis y el tren salía y media, se lo iba a comentar al levantar la mirada, pero un grupo de siluetas llegando a la entrada del recinto llamaron su atención.

—Es Neguen —señaló Selene poniéndose de pie, luego le hizo un gesto a Navy—, ya vuelvo.

—Voy contigo —replicó este.

Se incorporó para seguirla con Arthur pisándole los talones. Si era la familia de Neguen, quería ir a verlos para conocerlos en primer lugar, y de paso le aseguraría su completo bienestar para que se quedaran tranquilos.

Cruzaron la plataforma acompañados de posiciones firmes de varios soldados, miradas curiosas que Navy ignoró y se detuvieron a pocos metros de la familia.

La figura del Moreno era inconfundible: el único Cazador que superaba los dos metros de altura. Este llevaba en uno de sus brazos a una niña dormida sobre su hombro y, con su mano libre, sostenía la de su esposa, una hermosa mujer de piel oscura y cabello crespo, con un largo abrigo bordó. 

Guardando la distancia, Navy alcanzó a escuchar la conmovida voz de la mujer:

—Cuídate mucho, por favor, cuidate mucho, mucho, mucho —abrazó a Neguen, este se inclinó para besarla en los labios repetidas veces para luego mirarse a los ojos—. Te amo —le tembló la voz—, promete que lo harás, promete que no harás nada estúpido, promételo por favor.

—Lo prometo, amor —respondió este con su tono grave y tranquilizador—. Tú solo espérame sin preocuparte mucho y no me escondas mi colección de monedas, ¿sí? Les traeré muchos recuerdos de la zona Oriental cuando vuelva, ¿y sabes una cosa? —hizo una pausa para mirarla a los ojos, ella negó con la cabeza—. Sigues igual de hermosa como la primera vez que te ví.

Esa declaración terminó por quebrar a la mujer y se envolvió en llantos, abrazó a Neguen hundiendo el rostro en su pecho.

Ante la emotiva escena, Navy se movió en su lugar apartando la vista sintiéndose incómodo, él solo quería ir a saludar a la familia de Neguen pero terminó como espectador de una escena muy íntima. Antes de que pudiera pensar en volver al banco a un costado, Selene se adelantó para ir a saludarlos: el Moreno se había apartado de su mujer y los llamaba con la mano.

—Espera aquí, Arthur —indicó Navy, yendo por detrás de la pelirroja y ubicándose a un metro de distancia respetuosa de la familia.

La mujer vio a Selene y se echó a sus brazos con el rostro surcado de lágrimas.

—No te preocupes, Mirah, yo lo cuidaré y me aseguraré de que vuelva a tí —le prometía la primera sin soltarla—. Te juro por mi vida que te lo traeré, sabes lo insoportable que se pone cuando lo tienes mucho tiempo cerca.

A pesar de lo conmovida que se encontraba, Mirah dejó escapar una risa entre sus sollozos.

—Cuídalo mucho, Selene —se separó de la chica para tomarla de las manos—. Cuídalo por favor.

—Sabes que lo haré.

Mientras las mujeres hablaban, Neguen besó a su hija en la frente, aún dormía de forma plácida y se la entregó a su madre. Tras darle un último beso amoroso a su mujer, se subió la capucha del uniforme antes de salir caminando derecho hacia el interior de la plataforma. Daba la impresión de que no quería alargar la despedida más de lo necesario.

Selene le dedicó un cariño a la pequeña antes de despedirse de Mirah y acompañar a Moreno al interior de la estación, fue allí cuando esta se fijó en Navy.

Un rastro de luz y de alivio pareció surcar el rostro de Mirah al distinguirlo, un rayo de claridad que muchas otras veces había visto en familiares, reclutas, heridos y moribundos al notarlo cerca. Era como si su sola presencia les diera esperanza y consuelo, como si estando él cerca, alguna fuerza suprema se materializara y les solucionaría la situación.

Ignorando el eco de algún grito en el fondo de su maltratada memoria, se dirigió a la mujer:

—Buenos días, mi estimada señora. Como el encargado de la seguridad de su esposo, le voy a asegurar que no tomaré decisiones que arriesguen la vida de Neguen, estaré con él en todo momento y si la circunstancias exigen, no dudaré en ordenar la retirada. La seguridad de mis Cazadores es primordial para mí, dejaré mi vida si es necesario para que su esposo vuelva con usted y su hija.

Usó el tono más tranquilo, firme y claro que pudo lograr en el momento. Por la expresión del rostro de Mirah y el consecuente «gracias» que gesticuló sin hablar, tuvo que haber sonado más que convincente.

Sintiendo un nudo que se formaba en su estómago, la familia de Neguen dio la media vuelta y se retiró de la estación. Segundos después, otros familiares se presentaron para despedir a sus hijos, hijas, padres, madres, hermanos, hermanas, esposas, maridos… Muchos lo distinguieron y lo saludaron a la distancia, algunos niños se emocionaron al reconocerlo y lo señalaron con sus deditos llamando a sus padres.

Navy se llevó una extraña sorpresa al ver que uno de ellos llevaba una mini capa de Cazador con un llamativo «Capitán Navy» bordado en la parte trasera, y no pudo evitar sentir enojo. No con la gente, sino con el ejército. ¿Cuanta propaganda pomposa y exagerada estaban haciendo sobre él?

Tenía conocimiento de que el ejército usaba su nombre para mantener la moral de los soldados y la de los civiles en alto, incluso usaban su historia militar para elaborar una más que adornada campaña de propaganda de esperanza y victoria, de grandes logros en contra de la Infección.

Nunca le gustó mucho la idea pero accedió por fuerzas mayores: habían ocurrido algunos incidentes dentro de La Colonia, lo cual puso en duda la competitividad de las Fuerzas Armadas de la ciudad y lo creyó conveniente para que la gente recuperara la fe en el ejército. Al mes se arrepintió de ello. Comenzó a sentir la carga y la presión tanto de civiles como de militares, todos a la expectativa de él, con confianza y fanatismo puestos en que él acabaría con la guerra contra la Infección.

Todo el mundo, sus Cazadores, sus soldados caídos y todos sus familiares confiaron en él; esperando a que él tuviera la respuesta de toda situación adversa.

En reiteradas ocasiones experimentó muchísima presión, llegando al punto de que le provocaban incontenibles ganas de gritar. Había momentos en que le encantaría poder arrancarse la piel y vestirse de otra persona, escapar de ese personaje que hicieron de él aunque sea por solo unos días.

Pero él era Navy, Capitán del Escuadrón de Élite del Cuerpo de Cazadores del Oeste, un «héroe militar» como la prensa lo llamaba, un ejemplo e inspiración para todo candidato e interesado en la fuerza militar; así que era su obligación permanecer firme hasta que la muerte lo reclame. Respiró varias veces para calmar su creciente nerviosismo, los gritos volvían en oleadas aunque seguían bajo control.

Lo estaba logrando cuando distinguió a Sonia entre la muchedumbre abrazando a un hombre bajo y entrado en años. Este la beso en la frente varias veces mientras una mujer bajita con cabello semi cano la acariciaba en la espalda. Eran sus padres, no cabía duda de ello, aunque Navy no sabía que eran adultos mayores y le sorprendió no habérselo preguntado nunca.

Esta vez les dio tiempo para que tuvieran su privacidad. Una vez Sonia se despegó de ellos, dio media vuelta y lo vio a él parado en la entrada, lo saludó e hizo gestos para que se acercara.

Fue hacia ellos mentalizándose en lo que pudiera ocurrir, pero no estuvo preparado para recibir el abrazo de la madre de Sonia.

—¡Capitán Navy! —dijo la mujer con voz dulce, el nudo que se le había formado en el estómago se le subió a la garganta al escucharla—. No sabe lo orgullosos que estamos por nuestra hija, muy orgullosos porque ella forme parte de su escuadrón. ¡Gracias por la oportunidad que le dio! ¡Ella hará todo lo que usted le diga y no lo decepcionará!

—El honor es mío, mi estimada señora. Su hija es sobresaliente y todo lo que logró es por sus méritos, no por mis instrucciones. Siéntase aún más orgullosa por ella —replicó él a la vez que se soltaba con delicadeza de la señora.

Acto seguido, se dirigió al padre de Sonia para estrechar su mano, pero este se puso firme y realizó el saludo militar cuando estuvieron frente a frente.

—Sargento Murray Rostman, Señor. Veterano del Octavo Escuadrón del Cuerpo de Infantería del Sur —anunció con sorprendente voz energética.

Navy sintió una patada emocional en su cara. Siempre fue para él todo un honor que un Veterano lo saludara de tal forma y enfrente de todo un grupo de civiles, sin importarle que los estuvieran observando. Él tenía muchísimo respeto por los soldados retirados porque eran supervivientes y seguramente sus caminos fueron tan o mucho más duros que los que él transitaba ahora. Si no fuera por la entrega y el sacrificio de ellos, La Colonia no existiría en el día de la fecha.

—Capitán Navy Vert. Comandante del Primer Escuadrón de Élite del Cuerpo de Cazadores del Oeste —respondió él poniéndose firme y repitiendo el saludo.

—Es todo un honor —confesó el Señor Rostman con lágrimas en los ojos—,  tenerlo a usted en frente, un ejemplo a seguir por todos los jóvenes que entregan su vida por la ciudad. Y siento aún más que orgullo que mi hija forme parte de su escuadrón, es todo un logro para ella y un motivo de alegría para nosotros.

Sintió una nueva patada en el estómago, su corazón se agitó antes de responder:

—El honor y el orgullo es mío, Sargento. Una de las más gratas sorpresas que he tenido en mi vida, es el saludo de un camarada Veterano —luego miró a Sonia—. Su hija es una Cazadora con el título bien merecido, no sabe usted la cantidad de veces en que sus flechas fueron decisivas en el campo de batalla y es un ejemplo de superación que todo el mundo debería seguir.

El anciano Sargento sonrió.

—Capitán, estoy seguro de que estarán de vuelta cuando menos los esperemos, señor, y sabe que es más que bienvenido en nuestra casa cuando estén de vuelta, y una cosita más —le hizo un gesto para que se acercara, luego agregó en voz baja—, mi hija está soltera.

—¡Papá! —saltó Sonia poniéndose muy colorada.

Navy no pudo evitar reír de incomodidad, pero las voces en su cabeza se hacían más nítidas.

—Eso es una buena noticia, ella es muy joven para casarse. Gracias por todo, Sargento.

Ambos repitieron el saludo mirándose fijo. Navy notó que el señor Rostman poseía los mismos ojos color miel que su hija, luego retrocedió unos pasos. La pareja de ancianos besaron a Sonia por última vez, acto seguido, ella se acomodó la capa, se subió la capucha sobre su cabeza y se dirigió a la plataforma sin mirar a Navy.

Este dio la media vuelta y la siguió, ignorando a la gente que pronunciaba su nombre, con la cabeza dándole vueltas y el pecho lleno de emociones muy fuertes. Respiró varias veces tratando de relajarse y recuperar la compostura, a pesar del ofrecimiento del Sargento y la incomodidad que le hizo sentir, experimentaba mucha conmoción al ver a toda esa gente despedirse de sus seres queridos con la posibilidad de no volver a verlos.

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