Capítulo 2: Misión.

Había pasado una hora del mediodía cuando el escuadrón del Capitán Navy fue detectado por las torres de vigilancia de la Colonia. Este echó un largo vistazo a los bordes del Bosque en búsqueda de blancos, pero no se detectaron movimientos en la zona, así que examinó las edificaciones defensivas desde la distancia.

A mitad de camino entre los Bosques y la ciudad, se erguía el «Alambrado», este consistía de una enorme edificación hecha con kilómetros y kilómetros de alambre de púas entretejidas y reforzadas con tablones de madera y chapones de hierro y acero, formando una enorme y extensa barricada que rodeaba el perímetro de La Colonia a unos quinientos metros de los Muros, como primera línea de defensa ante cualquier invasión o asalto.

Después del Alambrado se encontraban «El Muro» o «Los Muros», una línea de paredes enormes y sólidas de piedra, acero y ladrillo, adornadas con torres de vigilancia y pasarelas para que los defensores se establecieran en la parte alta del mismo. Los Muros se erguían como la defensa por excelencia después del Alambrado. En toda la historia de La Colonia, los Muros jamás habían sido flanqueados, atravesados o derrumbados.

Sin notar señales de Infectados, el escuadrón avanzó por «La Llanura», una planicie de un kilómetro de ancho la cual dividía el Bosque del Oeste de la primera defensa de La Colonia. La Llanura aportaba la visibilidad suficiente a las torres para poder distinguir cualquier Infectado que se acercara atraído por los ruidos de la ciudad en actividad, sin importar la hora del día ni las condiciones climáticas.

Liderando la marcha a ritmo ligero, Navy pudo distinguir a la distancia el brillo de los rifles de precisión de los escuadrones de francotiradores. Casi con seguridad supo que ya los habían visto surgir de entre los árboles, pero de todas formas le dijo a Selene que volviera a repetir la señal.

Ella asintió y levantó un largo catalejo, reflejando los rayos del sol en uno de sus lentes, dirigió la señal hacia una de las torres. De inmediato, un segundo reflejo surgió de una de las torres que flanqueaban las puertas como respuesta.

Navy apuró el paso hasta tomar el ritmo de un trote ligero hacia un punto en específico de la primera defensa. Hizo un gran esfuerzo para ignorar la horrible sensación de desnudez que hacía presión sobre su nuca mientras cruzaban la Llanura, lejos de la cobertura que le brindaban los árboles a los que estaba tan acostumbrado. Apartó esa idea de su cabeza confiando en que por más que un Infectado los viera, los francotiradores se encargarían de que no les hicieran daño, eso sin mencionar que también él y los suyos sabían luchar contra ellos.

Llegando al Alambrado, se arrojó cuerpo a tierra mientras dos de sus Cazadores levantaban parcialmente una de las líneas más bajas del entramado metálico. Se arrastró por debajo del mismo y cruzó al lado interno, seguido por Selene y otro Cazador de complexión musculosa. Una vez del otro lado, estos sostuvieron el alambre mientras los últimos compañeros lo atravesaban.

Sacudiendo la tierra que se le había pegado en las manos, Navy levantó la vista hacia una de las torres, pudo ver a un francotirador observándolos desde la altura realizando un saludo cuando distinguió su rango de Capitán. Le devolvió el saludo con un simple gesto de la mano, casi perezoso.

Ya reunidos del otro lado, el escuadrón atravesó el resto del camino hacia los muros de casi cinco metros de alto. Este último tramo de unos seis metros de distancia se encontraba plagado de púas de hierro que surgían desde el suelo y desde la paredes, como si fueran un ejército de lanceros en formación defensiva.

Se movieron zigzagueando entre los últimos obstáculos hasta una puerta semioculta entre una torre y una casamata. Ingresaron para luego circular en fila india por un túnel oscuro y seco que atravesaba las defensas por debajo, en pocos minutos emergían por la puerta de salida en el extremo opuesto del túnel, surgiendo a un patio de grandes proporciones en donde se encontraban grupos de reclutas siendo perseguidos y acosados por sus oficiales al mando.

Algunos grupos llevaban puesto el uniforme de los Cazadores y recorrían un circuito con obstáculos, mientras sus coordinadores tomaban el tiempo del trayecto y examinaban si aún poseían todos su equipamiento en orden al final del mismo.

Otros grupos consistían en miembros del Cuerpo de Infantería: soldados de uniformes con armaduras pesadas carmesí, el tamaño de las mismas amplificaba las dimensiones de un ser humano normal a tal punto que llegaban a intimidar a cualquier tipo de criminal que quisiera enfrentarlos. Estos trotaban de un extremo al otro del enorme patio de entrenamiento aumentando su resistencia física, la cual necesitaban siendo que son la primera línea de contacto cuerpo a cuerpo si llegara a ocurrir algún brote o las defensas cayeran.

Alejándose de la multitud de curiosos reclutas en preparación, Navy y su escuadrón se dirigieron a sus barrancones acompañados por los gritos de los instructores y los sonidos de incontables pasos sobre el patio. Llegando a la puerta, dio la orden de romper filas y sin mirar a nadie en particular, se encaminó a su habitación mientras se desabrochaba el cinturón donde sostenía su cuchillo y pistola reglamentaria. Abrió la puerta y lo colgó en un perchero, se quitó su capa y el arco dejándolo en el mismo lugar.

Una vez en la intimidad de su oficina, entrelazó los dedos de sus manos y se realizó algunos elongamientos de sus brazos, tenía tiesos los músculos de tanto sujetar un arco en tensión por mucho tiempo. La sensación de relajación que sintió en sus hombros le despejó la mente de los eventos del día: diecisiete Infectados abatidos en manos de todo el escuadrón, incluso el Novato pudo derribar a uno con un disparo certero al pecho luego de su desastroso primer intento.

También encontraron huellas que parecían de lobos cinco kilómetros más al noroeste, lo cual era toda una novedad ya que no hubo reportes de depredadores desde hace unos veinte años en el Bosque del Oeste. Mañana tendrían que volver a seguir las huellas y confirmar la dirección a la que se dirigían, si avanzaban más hacia el norte podrían intentar atacar a los rebaños de ovejas y vacas de las granjas de las Praderas del Norte y eso era algo que no podían permitirse.

Pero eso sería mañana, tomó una de las sillas de madera que tenía más cerca, se sentó y quitándose las botas, observó su barracón: la habitación contaba con un escritorio y un par de sillas ubicados en el medio del espacio, una cama en la parte posterior de la pieza con un armario. En el extremo izquierdo de la oficina se encontraba una puerta que conducía a su baño privado, sin muchos lujos pero con todo lo que él necesitaba.

Se inclinó hacia atrás relajando la espalda, contemplando su espacio personal.

El lugar estaba hermosamente iluminado por una bombilla en el techo y una ventana detrás de su asiento, por donde ingresaba la claridad del mediodía. Un enorme mapa de La Colonia colgaba de una de las paredes, marcada y nombrada con cada sector de la misma y las áreas de los alrededores que fueron exploradas.

Como último adorno pero no menos importante, un enorme estandarte verde con una lechuza en pleno vuelo colgaba orgullosamente en la parte alta de la pared trasera, símbolo del Cuerpo de Los Cazadores del Ejército de La Colonia, justo detrás del asiento de Navy.

Sin prestar atención a los gritos que provenían del campo de entrenamiento, se dirigió al baño, abrió el grifo del agua caliente y dirigió su vista al espejo sobre el lavamanos.

Un hombre de rostro serio le devolvió la mirada, de unos treinta años de edad, poseía una contextura ligera y atlética, necesaria y formada por las largas carreras en los Bosques como Cazador. Era de estatura mediana, con ojos de color marrones oscuros y cabello no muy largo del mismo tono, peinado hacia atrás.

Revolviéndose el pelo, se desvistió e ingresó a la ducha. El agua circulaba sobre su cuerpo revitalizando, quitando el cansancio y la sensación de suciedad de encima. Su mente volaba y volvía a los rostros de los Infectados abatidos.

Pensaba en los Infectados muy regularmente, cada uno tenía un rostro que alguna vez fue humano; mujeres, hombres, jóvenes y niños. Reflexionaba si en algún rincón remoto de sus cerebros aún permanecían algún resquicio de las personas que algunas vez fueron, si en algún lado estuvieran prisioneros en espera de que otras personas encontraran alguna solución a la Infección... y en qué sentirían al ver a uno de ellos atravesándolos con una flecha en vez de ayudarlos.

Una vez más se obligó a volver al presente, detenerse a pensar en ello hacía que uno enloqueciera y tuviera piedad en el momento más decisivo. Ya había presenciado los resultados de la piedad en contra de un Infectado: terminaban en dos muertos en vez de que sea solo uno, en el mejor de los casos. Los gritos provocados por esas situaciones jamás se iban de su mente y muchas veces lo despertaban en medio de la noche, en forma de pesadillas grotescas y personas que gritaban «¡Navy! ¡Ayúdame!»  sin que él no pudiera hacer nada para auxiliarlos.

El ruido de una mano llamando a su puerta lo trajo a la realidad con un sobresalto.

—¿Capitán Navy? ¿Está usted allí? —una voz femenina llamó desde el otro lado.

—¡Sonia! ¡Por hoy terminamos! ¡A las dieciocho horas les daré las nuevas instrucciones! —gritó desde el baño al reconocer a la más joven de su escuadrón de Élite.

—¡Capitán, es el Coronel que quiere hablar con usted, señor! —replicó con tono apremiante.

¿El Coronel? Eso significaba solo dos cosas: hubo alguna queja en contra de su autoridad o algo malo ocurrió en alguno de los sectores de La Colonia y precisaban refuerzos. De la manera que fuera, un Oficial superior lo llamaba y él tenía que responder.

—¡En dos minutos estoy afuera! —anunció cerrando la llave del agua.

Salió del baño mientras arrojaba la ropa sucia a un cesto, se secó y buscó un uniforme limpio en el armario y en menos de unos minutos se arreglaba el cabello, luego abrió la puerta.

Del otro lado lo esperaba Sonia, una cabeza más baja que él, de hombros pequeños, figura delgada y esbelta. Vestía el uniforme de Los Cazadores completo incluido el arco y el morral con las provisiones de supervivencia, como si no hubiera llegado a su habitación a cambiarse. Se había bajado la capucha dejando al descubierto unos suaves ojos color miel, su cabello color castaño claro se desparramaba hasta sus hombros en un corte agraciado.

Al verlo, ella se puso firme y saludó.

—¿Dónde está el Coronel, Sonia? —preguntó al no verlo con ella.

—Capitán, en la sala de conferencias señor —respondió de inmediato con tono firme.

—Muy bien. ¿Cómo me veo? —quiso saber mientras terminaba de acomodarse el cabello, nunca fue bueno para vestirse en situaciones formales.

—Espléndido, señor —replicó en un tono discreto.

—Que mala mentirosa eres —sentenció sin inmutarse, ella sonrió—. Guíame.

Ambos caminaron en silencio hacia la sala de conferencias. Ésta estaba cruzando el pasillo principal del barracón, casi al final del mismo. En poco menos de un minuto se hallaban en la puerta, el Capitán llamó y desde adentro una voz masculina respondió «Adelante», por lo que tanto Navy como su escolta ingresaron uno detrás del otro.

La sala de conferencias era una habitación muy bien iluminada, con largas filas de asientos orientados hacia un escritorio con una pizarra de grandes proporciones ubicada en la parte de atrás. Allí de pie, en el centro, lo aguardaba el Coronel.

Al verlo, ambos Cazadores se pusieron firmes, por lo cual el Coronel respondió con un gesto de la mano autorizando la entrada.

—Capitán Navy, acérquese por favor. Cazadora, retírese —dijo el oficial con tono tranquilo.

Sonia repitió el saludo y dando media vuelta se retiró cerrando la puerta. Navy se aproximó al Coronel, cuando estuvo de frente, volvió a ponerse firme.

—Descanse, Capitán —ordenó dirigiendo su mirada hacia unos papeles que estaban sobre la mesa.

El aludido se ubicó frente al Coronel. Era un hombre alto de edad avanzada con el cabello negro salpicado de tonos blancos, su rostro estaba surcado con leves arrugas de la vejez. Llevaba puesto el uniforme de los Cazadores con la capucha baja, tres estrellas doradas adornaban sus hombros, símbolo del rango que representaba. Adornando el lado izquierdo de su pecho, había una fila de varias condecoraciones y medallas, las cuales tendrían una historia para ser escuchada por cada una de ellas.

—¿Quería verme, Coronel?

— Capitán, tenemos una situación —comenzó este a relatar sin preámbulos, mirando un mapa que extendió entre ambos—. En el Bosque del Este, nuestros rastreadores nos informaron que hay presencia anormal de Infectados durante el último mes. Fueron eliminándolos con varios escuadrones de Cazadores en simultáneo, pero la cantidad de ellos no disminuyó tras dos semanas de incursiones —relató de mala manera, de una forma casi amargada a la vez que señalaba el mapa en la zona este de La Colonia—. Ayer a las veintiún horas, los vigías reportaron un grupo de Infectados avanzando por la Llanura Este —hizo una pausa. Navy lo notó aburrido, daba la impresión de que quería anunciar lo que tendría que anunciar y se iría.

" —Fueron eliminados rápidamente, pero el ruido atrajo a un grupo de Infectados más numeroso que avanzaron contra el Alambrado Este a las tres horas de la madrugada. La señal de alarma fue dada a las tres horas y veinte minutos después del contacto visual. La Infantería fue desplegada cuando los Infectados alcanzaron el Alambrado —indicó en el mapa los puntos de contacto entre los cadáveres y los defensores de La Colonia.

" —Una vez el número de muertos se detuvo, el cuerpo de Cazadores se dedicó a limpiar la zona de Llanura y un arco de dos kilómetros dentro del bosque. El Teniente Ran informó que aún se encontraban cientos de infectados dentro de los mismos y solicitó ayuda de Los Cazadores de los otros sectores.

" —El General Liren consideró que los sectores Norte y Sur proporcionarán solo un grupo reducido de sus fuerzas, y el sector Oeste de Cazadores deberá movilizarse en dos días para reforzar las posiciones orientales. Dejarán en esta posición cinco escuadrones de Cazadores para los rastreos diarios...

Navy asimilaba las palabras del Coronel, tenía muchas preguntas y una gran duda: él era solo un Capitán de escuadrón, no el Teniente del sector Oeste ¿Por qué el Coronel le daba esta información? Decidió escuchar todo hasta el final antes de hablar, estaba seguro que se enojaría si lo llegara a interrumpir.

— ... ¿Alguna pregunta, Capitán? —terminó el oficial.

—Coronel, si señor, solo una duda ¿Por qué me hace partícipe de esta información, señor? ¿La Teniente Rowen...?

—La Teniente Rowen me recomendó a usted, Capitán —lo interrumpió cortante, observándolo con sus ojos pequeños—. Hay una misión para alguien de su talla, dígame, ¿cuántos años de servicio tiene en el cuerpo de Cazadores? —inquirió el Coronel cambiando el tema de conversación de la misma manera en que uno descartaría un cargador de munición vacío por otro

—Coronel, unos quince años, señor.

—Quince años de misiones completadas, rastreos eficaces, Infectados abatidos y logros que ningún soldado haya alcanzado antes en la historia de La Colonia ¿Sabe usted cuantas incursiones completadas tiene en toda su carrera? —Navy negó con la cabeza, no le gustaban los números—. Trescientas setenta y dos. Tiene el récord de rastreos completados de todo el cuerpo de Cazadores, seguramente conoce el Bosque del Oeste como la palma de su mano —declaró sin quitarle la mirada de encima.

—Coronel, no lo hubiera logrado sin los Cazadores prodigiosos como los que tengo al mando. Sin ellos yo no estaría acá, señor —repuso Navy sin cortar el contacto visual.

—Pero usted los entrenó, Capitán. Y ahora no es tiempo para falsas cortesías —replicó el Coronel con sequedad, Navy no respondió así que continuó—. El punto es que La Teniente Rowen me habló de usted y de sus habilidades en el Bosque. Y decidí que es la mejor persona para afrontar el reto que se nos presenta.

"—Los Infectados avanzan desde el Este, no sabemos por qué vienen de esa zona o qué es lo que los atrae. Tenemos que enviar a un grupo a averiguar que sucede y cómo podemos detenerlo. El ritmo que llevan estos grupos dan lugar a pensar la idea de que son antecedente de una Horda. Dudo que usted haya visto o imaginado la presencia de alguna en toda su vida y el peligro que supone para La Colonia si se llegara a generar una.

Navy intentó hacerse una idea de una cantidad de Infectados tan enorme, tan incontable que no alcanzara la vista como para poder ver su final. Avanzando contra los muros, imparables. Sintió escalofríos al imaginarse a una ciudad siendo asolada por una Horda y hasta casi olió el humo de las casas incendiadas... gritos por doquier.

—Muy bien, Capitán —continuó el oficial, sacándolo de sus reflexiones—. Ya tienen sus órdenes. En dos días, a la hora que le indicará la Teniente Rowen, marchará con el cuerpo de Cazadores del Oeste. Una vez lleguen al sector Este, se le dará los detalles de su misión. Puede retirarse.

—¡Coronel, sí señor! —replicó poniéndose firme, Navy saludó y, dando media vuelta, se dirigió hacia la puerta pensando en todo lo que le dijo el Coronel y en cómo lo enfrentaría.

Avanzó por el pasillo sin encontrarse con nadie y tras ingresar a su habitación, cerró la puerta para arrojarse sobre su cama con el cerebro agarrotado.

Abandonaría su puesto para dirigirse hacia el otro extremo de La Colonia a defender un punto asediado, a caminar por terreno desconocido al interior de un Bosque plagado de muerte, a buscar el origen del movimiento de un mar de seres sin alma, ansiosos por matar y devorar a todo ser humano vivo que quedara sobre la faz de la tierra. Los gritos en su cabeza volvieron a sonar, lejos, pero con cruda claridad.

Se pasó la mano por el cabello asiéndolo, y tiró de él en un intento de acallar las voces que azotaban su mente, siempre funcionaba el dolor aplicado en su cuero cabelludo para silenciarlos. Acto seguido, miró el reloj a cuerda sobre su mesita de luz, aún era media tarde, pero estaba cansado. Así que cerró los ojos y se dejó llevar en un profundo sueño.

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