Capítulo 1: El rastreo.

Era casi el amanecer, la hora preferida de Navy para los momentos de rastreo ya que se sentía con energías suficientes para las largas caminatas, sin mencionar que la claridad del sol iluminaba la zona de manera tenue, permitiéndole moverse rápido en las penumbras. Sin embargo, ahora se movía con sigilo por detrás de unos arbustos a un par de kilómetros del Alambrado, así que suponía que no se encontrarían muchos de «ellos» por la zona.

Pero no, si había varios blancos en su trayecto, las huellas que venían siguiendo la última media hora le daba la certeza de que se encontrarían con por lo menos dos de «ellos». Así que sin dejar espacio a que la confianza reemplazara a la precaución, sostuvo firmemente un arco tensado con su mano izquierda a la vez que sujetaba una flecha de punta metálica con la mano derecha.

El bosque se encontraba silencioso en su totalidad, el dulce susurrar de la brisa no llegaba a mover las hojas de los árboles que lo rodeaban, incluso el canto de las aves no se hacían oír, y el habitual zumbar de los insectos se había enmudecido. Así que, con lentitud, avanzó unos cuantos pasos silenciosos por el enorme Bosque del Oeste de La Colonia, en el cuadrante asignado para su escuadrón.

A pesar de que la iluminación aún era poca, podía ver de reojo a su izquierda a Selene con toda claridad, su pelo rojizo apenas se distinguía por debajo de la capucha que le cubría la cabeza. Con arco tensado en mano, avanzaba a solo unos metros a su ritmo de movimiento.

Al notar su mirada, ella destensa la cuerda y realiza un gesto con dos dedos extendidos hacia arriba. Navy asintió con la cabeza y deslizándose con cautela, logró posicionarse detrás del tronco de un grueso árbol, apoyó su hombro izquierdo sobre el mismo y se asomó con lentitud para poder examinar un pequeño claro que se extendía delante de ellos.

Con la nitidez de un nuevo día pudo verlos a tan solo unos diez metros de distancia justo al frente. Tal como su compañera le señaló, eran dos de esos monstruos que estuvieron persiguiendo desde hacía un par de horas.

El mundo de antes de la Caída de La Civilización los habían llamado «Los Infectados»: personas que sucumbieron a la enfermedad que había eliminado a casi el total de la población mundial, los cuales habían logrado sobrevivir volviendo en la grotesca forma de seres carentes del uso de razonamiento y movilizados con una única necesidad insaciable, el hambre.

Uno de estos era delgado, con ropas andrajosas colgando de sus miembros, en su vida pasada podría deducirse que era un hombre de mediana edad. El otro estaba completamente desnudo, delgado hasta los huesos y se movía lentamente hacia la derecha. No parecían frescos, pero tras quince años de rastreos, Navy aprendió a no confiar en las apariencias de los infectados y mucho menos jugar o darles oportunidad de pelea.

Extendió su arco en frente de él, tomó aire como tantas veces lo había hecho antes y vislumbró a su objetivo. El mundo se ralentizó casi en su totalidad y todo careció de significado, era solo él y el blanco; soltó el aire de sus pulmones a la vez que liberó a la flecha.

Esta salió disparada con un silbido agudo hacia adelante, voló diez metros y acertó justo en el pecho de la criatura andrajosa; la cual cayó de rodillas y acto seguido se desplomó boca abajo quedando inerte en el suelo.

Otra flecha surgió despedida de un ángulo derecho del tirador e impactó en el brazo del segundo infectado. Este giró buscando lo que provocó el golpe sin vislumbrar nada, realizó algunos quejidos secos y gruñidos ahogados cuando una segunda flecha surgió del mismo lado e impactó en el estómago del Infectado, haciéndolo retroceder pero sin eliminarlo.

Navy frunció el ceño a la vez que una tercera flecha surgió del mismo lugar y no acertó el blanco, cayendo un metro a la derecha del mismo. Pudo notar por el rabillo del ojo un movimiento de impaciencia de Selene y se imaginó una expresión de exasperación en el rostro de la mujer.

Una cuarta flecha golpeó al infectado en el pecho, pero carente de fuerza suficiente como para atravesarlo, por lo cual cayó a los pies del mismo sin efecto alguno. El ser buscó con sus blanquecinos ojos el origen de los proyectiles y comenzó a moverse hacia unos árboles al sur. Navy preparó su arco de inmediato, sacó una nueva flecha de su carcaj y viendo casi en cámara lenta los movimientos del cuerpo del infectado, la soltó con perfecta trayectoria hacia la nuca del mismo, matándolo al instante.

Tomó un respiro, levantó su mano derecha con la mano abierta y los dedos extendidos, luego señaló hacia abajo. En pocos segundos sus compañeros se abrieron paso entre ramas y matorrales para reunirse con él.

Cuatro personas se ubicaron en semicírculo a su lado atentos ante cualquier movimiento. Todos ellos vestían el mismo uniforme reglamentario de Los Cazadores: ropas ligeras de color pardo, con capa y capucha de color verde musgo, botas livianas y resistentes diseñadas para hacer el menor ruido posible al movimiento. En el lado derecho del pecho de sus camisas, se vislumbraba una insignia bordada con forma de una lechuza de color verde oscuro con una letra «E» de fondo. Todo el escuadrón iba armado con arcos ligeros, carcaj con flechas de punta metálica, un arma nueve milímetros con silenciador incorporado y largos cuchillos de caza.

Ni bien se reunieron, un muchacho de ojos color marrones suaves susurró en voz baja.

—Muy bien, eso no salió como lo esperaba, lo siento, señ...

—¡Cuatro disparos, novato! —cortó Selene furiosa en un susurro apresurado—. ¡Cuatro disparos y ni siquiera pudiste derribarlo!

El novato se asustó ante la repentina furia de su compañera.

—Lo sient...

—No lo sentirás de verdad hasta que mueran tus compañeros por tu ineptitud —lo interrumpió ella mirándolo fijo—. ¿Y si esto llamaba la atención de una Horda? ¿Y si tu compañero estaba en peligro y esa flecha lo salvaba? ¿Y si era tu vida la que dependía de ese disparo? ¡Ahí seguro lo sentirás de en serio!

—Silencio —ordenó Navy sin subir la voz, Selene se interrumpió y no dijo nada más, luego se dirigió al joven Cazador—. Debes ordenar tu mente, Novato, recuerda que «cada flecha cuenta cuando rastreas. Cada flecha es un peligro menos. Cada flecha es una vida más ».

El aludido tragó saliva. Se lo notaba incómodo y nervioso, demasiado en la opinión de Navy.

—Si, señor. Prometo que la próxima vez seré más preciso, señor. No lo...

—No prometas si no sabes que vas a cumplir —lo interrumpió él con tranquilidad, echó un ojo a los alrededores y continuó—. Termina el trabajo.

El Novato asintió con la cabeza, pasó su brazo entre el arco y la cuerda para acomodarlo a su cuerpo, desenvainó su cuchillo de caza y se escabulló hacia los Infectados derribados, a la vez que los otros tres se pusieron en posición de disparo. Sin perder tiempo, hundió el puñal en las cabezas de los cadáveres caídos asegurando sus muertes, acto seguido, volvió a reunirse con su escuadrón.

—Vamos —dijo Navy—, todavía nos quedan dos kilómetros más de rastreo antes de que sea mediodía. Atentos al viento que pueden arrastrar olores. Si escuchan algo, avisen. Nadie va solo. Nadie se hace el héroe. Si encuentran una Horda, nos reagrupamos y llamamos refuerzos —sabía que no había ni la menor oportunidad de encontrar una Horda, no había rastros ni señales en el terreno que anticipara tal cosa e incluso tampoco había oído noticias de una desde los tiempos en que entró como recluta en el cuerpo de Cazadores—. Distancia de seis metros, ritmo ligero. ¡En marcha! —ordenó y el escuadrón se dividió en hilera hacia ambos lados del capitán, todos menos Selene.

Ella lo miraba con intensidad, sus ojos celestes brillaban por debajo de la capucha.

—Eso pudo costarnos la vida en momentos decisivos —se quejó—, ¿y si...?

Él posó su mirada sobre la de ella, manteniendo la conexión casi sin parpadear. Sabía que a Selene no le gustaba el Novato y en más de una ocasión había sugerido que lo sacaran del grupo alegando que no era apto para el escuadrón de la Élite. Sin embargo no estaba de acuerdo con ella, a pesar de que él valoraba a Selene con todo su ser, estaba seguro de que se equivocaba con su opinión.

Pensó en qué decir sin desmerecerla, habían sido compañeros por más de cinco años y confiaba en ella con su vida. En incontables ocasiones, sus flechas habían sido decisivas en momentos cruciales y estaba seguro de que si ella hubiera tenido la puntería del Novato, él no seguiría siendo Capitán y mucho menos formaría parte del grupo de los vivos.

—Lo sé Selene, pero no puedo darme el lujo de perder posibles soldados excelentes —explicó paciente—. Podría fallar hoy y acertar mañana, podría ser el próximo que te salve en los siguientes días. Lo probaré durante las jornadas entrantes y si me deja dudas, se quedará con la Infantería.

Selene no rompió el contacto visual con él. No la había convencido, lo sabía aún por más que ella no dijera nada al respecto, su mirada era un libro abierto para él. Pero él era el Capitán, él juzgaría si el Novato cumplía las expectativas que exigía el Escuadrón de Élite que él comandaba y, sobre todas las cosas, estaría atento para no arriesgar la vida de nadie de la unidad mientras lo averiguaba.

—Confío en ti con mi vida, Navy —afirmó ella mirándolo con intensidad—. Iría hasta el medio de una Horda si tu me lo dices, lo sabes; pero no pondré mi vida en manos de un Novato que no realiza una muerte luego de cuatro intentos sobre un Infectado que ni siquiera puede moverse.

Ella apoyó una mano en el brazo de él y, con un susurro de su capa en las hojas, se movió con cuidado hacia su posición a la izquierda.

Navy se detuvo a pensar en lo que le dijo, no podía negar en que ella tenía razón y comprendía su temor.

En toda su experiencia como Cazador había visto todo tipo de compañeros, los valientes que nunca retrocedían hasta que el equipo fuera rescatado, los cobardes que abandonaban ante la presión dejando morir a los suyos, los héroes que se sacrificaban para dar una oportunidad al escuadrón, los silenciosos, los rudos, los habladores, los fuertes, los ligeros, los torpes... Incontables rostros desfilaron en su memoria.

Algunos aún tenían nombres, otros ya los había olvidado, algunos rostros aún poseían gritos y últimas palabras de vida, otros le suplicaban auxilio, otros le pedían una muerte digna. Otros solo gritaban de pánico y uno solo en particular lo miraba con ojos de desolación, de quebranto, de la desesperación de una situación insalvable.

Sacudió la cabeza para quitar esos recuerdos de su mente, necesitaba estar despejado para continuar la marcha. Se acomodó la capucha sobre la cabeza al mismo tiempo que se prometía que no permitiría que un novato causara la pérdida de algún miembro de su escuadrón. Para él ellos lo eran todo y si tenía que morir con ellos, lo haría.

Un súbito reflejo de una silueta detrás lo arrastró a la realidad de forma brusca, un movimiento repentino, en la altura.

En una fracción de segundo acarició su carcaj tomando una nueva flecha, la insertó en la cuerda del arco sin perder tiempo y giró sobre sí mismo apuntando hacia la rama de un árbol a pocos pasos de distancia de él, a unos metros de altura del suelo boscoso.

Pensando que tal vez se encontraría con alguna nueva forma o mutación de La Infección, se preparó para recibir una embestida aire-tierra, pero inmediatamente sus músculos se relajaron.

El movimiento de una lechuza sobre la rama había disparado su alarma interna, era un ejemplar hermoso de colores pardos y motas marrones oscuras. Mientras Navy la observaba, se llevó la mano al pecho tanteando la imagen bordada allí: el Símbolo de los Cazadores. Esa ave significaba mucho para él ya que la mitad de su vida fue entregada al propósito del deber con la humanidad, la caza y el exterminio de cualquier Infectado que amenace a la vida.

El ave lo observó desde su posición por unos segundos y después despegó en un vuelo silencioso hacia ramas más altas.

Navy parpadeó tratando de controlar sus pulsaciones mientras volvía a ubicarse de acuerdo a la formación del escuadrón. Se acomodó la capucha, levantó su puño derecho y, soltando un respiro, realizó un gesto de avance en medio de un amanecer templado.

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