Capítulo 4] Ricitos

Eran las once de la noche. Jussie había tendido su chaqueta sobre el frío suelo de la habitación que le había tocado compartir con una mujer que no conocía en aquel motel. La chica le había ofrecido una de las almohadas que tenía la cama. Ahora se encontraba tendido en el duro e incómodo suelo de la habitación con los ojos puestos en el techo que los cubría. Se imaginaba cómo amanecería, con el cuerpo dolorido por aquella experiencia a la que no estaba acostumbrado. A lo que sí estaba acostumbrado era a acostarse sobre los mejores colchones que le proporcionaban desde las agencias dedicadas a ellos y sobre las mejores y más caras sábanas que se podía permitir. Pero ahora su comodidad importaba menos después de todo por lo que estaba pasando. De todos modos, aquella tortura solo iba a durarle una noche.

―La querías, ¿verdad?

Tuvo que abandonar sus pensamientos al escuchar a su acompañante hablarle. Ella se había quedado la cama, debía sentirse cómoda en comparación con él, pero qué podía decir él, los hombres siempre tenían que sacrificarse por ellas, aunque no las conocieran ni las soportaran como era su caso.

Se concentró en su pregunta, ¿había preguntado si quería a Lady? La miró, había asomado su cabeza al borde la cama y lo estaba mirando.

―No solo la quería, sigo queriéndola ―se vio obligado a contestarla―. Y es obviamente la razón por la que quería casarme con ella. Tú deberías entender a qué me refiero, estás comprometida.

―Pero mi caso no es igual al tuyo ―soltó así sin más, no era su intención hablar de eso con nadie, mucho menos con un desconocido. Él la miró confuso.

―¿Qué quieres decir con eso? ¿Es que no estás enamorada?

―Es complicado. ¿Qué piensas hacer cuando regreses a la ciudad? ―cambió radicalmente de tema y él se dio cuenta, aun así, no veía motivos para insistir en algo que en realidad le importaba nada. Regresó la mirada hacia el tejado.

―No lo sé todavía. Llevo tiempo intentando pensar en ello, pero contigo cerca es imposible. ―no pudo notar que ella sonreía ante su confesión.

―¿Quieres saber qué es lo que haría yo? ―él volvió a mirarla, estaba interesado por escuchar alguna opinión, aunque dudaba que ella pudiera ayudarlo de nada con la mentalidad infantil que creía tener. ―Me iría a su casa y destrozaría todo lo que me encuentre por el camino, eso me ayudaría a sentirme un poquito mejor. Ya después, sí me molestaría en escuchar sus explicaciones; si me convence pues, los daños causados solo serían una compensación por la vergüenza que me hizo pasar.

—Viniendo de ti no se puede esperar otra cosa.

—Pero hay más.

—¿El qué? ¿Quemarle la casa antes de escuchar sus explicaciones?

—Oye, es una buena idea, —él rodó los ojos—pero no. Preferiría ignorarle, es decir, no buscarlo por explicación alguna, ni llamarlo, eso para que no se crea súper importante por haberme dejado destrozada, sufriendo día y noche por él. Si en realidad le importo algo, será él quien se moleste en buscarme a mí y contarme sus mentiras o verdades, y yo decidiré si creerle y perdonarle, o simplemente pasar página. Hay gente que por más que se las ame, no merecen que se esté con ellas.

Jussie le mantuvo la mirada impresionado, tal vez aquella chica le pareciera rara, pero acababa de darle un argumento que le había sorprendido y convencido. Al menos ahora sabía que ya podía regresar a casa.

—¿Tu prometido es un hombre rico como me dijiste?

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando? Si crees que soy una oportunista estás completamente equivocado, es ofensivo.

Apartó la cabeza del borde de la cama, dejando así de mirarlo, se había molestado.

—Lo siento, no era mi intención. Supongo que tendrás tus razones.

Ella no dijo nada, seguía molesta, sobretodo porque conocía las razones por las que tenía que casarse. Le dolía recordar lo que la esperaba, pensar en su pasado y en su futuro era lo más difícil para ella. Obviamente no podía cambiar su pasado, el futuro sí, pero solo le quedaba un mes para intentar impedir que sucediera y librarse, o después ya no habría nada que hacer, y como estaban yendo las cosas dudaba que fuera a conseguirlo así de fácil, eso la dolía aún más. Su personalidad la ayudaba a olvidarse de sus problemas y llevarlo todo con normalidad, pero ese hombre desconocido siempre procuraba hacérselo recordar y no la gustaba.

Jussie se sorprendió de que la chica que tanto ruido había metido en el poco tiempo que llevaban conociéndose, si es que se podía decir así, ahora había decidido guardar silencio. ¿Debía sentirse mal por ser el culpable? No era asunto suyo lo que ella decidiera hacer con su vida.

Se dio cuenta de que no apartaba la vista de su cabello que se había quedado colgado, extendió la mano para intentar tocarlo y descubrir qué se sentía, cuál era la textura, nunca había tocado un cabello igual. Se detuvo a mitad de camino reprochándose a sí mismo, ¿qué estaba haciendo?

―Ricitos ―soltó inconscientemente y ella lo escuchó.

―¿Qué? ―asomó de nuevo la cabeza para mirarlo. Él se aclaró la garganta, ¿por qué había dicho aquello?

―Si tú puedes llamarte Adonis, entonces es más que justo que yo también pueda llamarte Ricitos.

―¿Acabas de apodarme? ―preguntó con una sonrisa de sorpresa―¿es por mi pelo ¿verdad? ―preguntó llevándose la mano a su cabello. ―Entonces ya somos amigos. ―él la observó impresionado por su conclusión a un error que él había cometido.

―¿Amigos tú y yo? Deja de decir estupideces, eso nunca. Mañana cada uno seguirá su camino, te pagaré todo lo que crees que te debo…

―Que creo no, lo que me debes de verdad ―lo interrumpió.

―…y no volveremos a saber nada más el uno del otro.

―Qué aguafiestas ¿pero sabes qué? Tienes toda la razón. Desde que te conozco no me ha pasado nada bueno, es por tu culpa que estoy aquí. Alan debe de estar ahora preocupado sin poder contactar conmigo porque gracias a tus prisas no pude coger mi móvil del coche.

―¿Es tu novio?

―¡No! ―chilló y se incorporó en la cama dejando de mirarle y cubriéndose con las sábanas hasta el cuello. ―¡Buenas noches!

Jussie se mantuvo en silencio, con aquella chica no había manera. Decidió que ya era hora de intentar conciliar el sueño, que amaneciera de una vez y que toda aquella pesadilla se acabara de una vez, aunque le quedaba otra mayor pesadilla que afrontar, Lady.

Madilyn en cambio no durmió mucho, se levantó unas horas después y bajó la mirada hacia donde estaba acostado su adonis. Hasta con los ojos cerrados era muy atractivo, pero aún así, él no era de su tipo. Verle tendido y removerse de vez en cuando en el suelo y sin nada con que cubrirse, hizo que sintiera remordimientos; él dormía en el suelo mientras ella estaba cómoda en la cama. Se le ocurrió que al menos se merecía quedarse con las sábanas para cubrir.

Se incorporó y se despojó de la sábana. Se bajó de la cama y con cuidado le cubrió procurando que no se despertara. Volvió a subirse a la cama y se cubrió con su chaqueta. En poco tiempo volvió a quedarse dormida y no volvió a despertarse hasta que amaneció.

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