¿CELOSA YO?

Franco

Metí la pata. Carmela, la esposa del cónsul de Francia en Madrid, está aquí. La mujer es atractiva y sabe que lo es, le gusta ser el centro de atención y por lo general lo consigue. Es sumamente efusiva, es de origen francés y creció en España. Su marido, es un hombre mucho mayor, sin embargo, llevan varios años de casados. Ella debe tener unos cuarenta años. Confieso que es fascinante conversar con ella aunque suele ser algo empalagosa. Y sin duda, comprendo que su actitud puede hastiar a cualquier mujer, más si Carmela habla con los esposos, novios, prometidos de cualquiera…

No medí las consecuencias, nunca me había tocado estar en esa situación, pues los últimos tres años, yo siempre acudía solo a los eventos del gremio. A su marido le encantaba que su mujer fuera así, la observaba con una admiración que cansaba.

Carmela es doctora en lenguas grecolatinas, así que es raro que no acuda a estos eventos. Jamás le hablé a Sara de ella, como nunca le hablé de muchos otros personajes con los que he convivido los últimos años. Aunque una vez, Elena, la esposa de Manuel, me hizo la observación. “Parece que su intención es poner bravas a todas las tías del gremio, es sumamente encimosa…”

Pero ahora, me había tocado ser el desafortunado, desde la pelea con Sari por el portaretratos que envió Diana, no habíamos tenido una discusión mayor. Odio reconocerlo, pero ella tiene razón, no los presenté. La dejé ahí parada, soy un tonto.

Sara

Soy bastante creativa, mi mente ya se ha imaginado mil cosas entre Franco y esa tal “Carmela”. ¿Pero qué le pasa? Hace mucho que no me sentía relegada, esa es la palabra. 

Franco siguió con su labor de anfitrión por el evento, cuando llegó el turno de los discursos. El pasaría a decir unas palabras, luego pasaría yo para entregar unos reconocimientos y continuaríamos con el brindis y clausura del evento.

Cuando Franco estaba en el estrado  agradeciendo, felicitando y mencionando lo más interesante del evento, Carmela se levantó como una loca y comenzó a aplaudir gritando como fan de cantante de rock: ¡Bravo Franco! ¡Eres la hostía tío!

Franco giró a verme, se despidió y me cedió el micrófono para continuar con los reconocimientos. Entre ellos, uno para la Dra. Carmen Brounelle, es decir: Carmela. La mujer subió como si de recibir un Oscar se tratara. Mandando besos y subió contoneando las caderas con exageración. Me quita el micrófono y comienza a hablar, era de esperarse. Me devuelve el micrófono, y bajando las escaleras se abalanza hacia Franco y le planta un beso, mientras este no sabe como reaccionar. Yo debo seguir con los nombramientos, noto a Franco desencajado pero yo estoy que me carga el demonio. Continúo entregando los reconocimientos, mientras el resto de los asistentes aplauden. Al terminar, doy las gracias, bajo las escaleras y me topo con Elena. 

-¿Qué pasa Sara?

-¿Quién es esa mujer? Carmela

-Ah, la esposa del consul. Ven, te la presento. 

-No por favor. No la soporto.

-Es inofensiva aunque no lo parezca.

-Acaba de besar a Franco, en mis narices.

-¿Qué? No creo, es coqueta pero no se mete con los chicos, solo le gusta llamar la antención. 

De pronto, veo venir a Franco, viene avergonzado a buscarme. ¡Sara!, me grita. En cuanto se cruzan nuestras miradas y lo tengo frente a mí, me doy la vuelta. 

-¡Sara! Espera, por favor, no es lo que parece, Carmen es muy efusiva.

Yo sigo de frente, Franco tras de mí, mientras mi cabeza explota del coraje. 

-¿En serio?- Le digo- ¿Qué te parece que me lance a cualquiera de los presentes y lo bese frente a ti? Solo por efusividad. O ¿qué pensarías si uno de los asistentes se me lanza y me besa frente a ti?

-Sara, déjame aclararlo todo. Carmela no sabía que ya estoy casado, y menos contigo.

-Porque tú no nos presentaste. ¿Sabes que Franco? Vete al diablo.

Salí hecha un dragón enjaulado tratando de fundir los barrotes de la prisión. En el camino me encontré a Carmela y no pude evitar decirle unas cuantas cosas.

-¿Carmela? 

-Sí cariño, no nos han presentado. 

-No, soy Sara.

-La esposa de Franco. Mucho gusto. 

-Pues no para mí. Tal vez nadie se ha atrevido a decirte las cosas de frente, no sé por qué. Pero no puedes andar por la vida besuqueando a los hombres solo porque si.

-¿Te molesta que haya besado a Franco? Lo entiendo, es un bombón. Fue un arranque de emoción, soy casada y no puedo andar por ahí tirándome a los hombres guapos. 

-Es usted una mujer...--me contuve de decirle la palabra que pensaba.

-Y me encanta serlo…-dibuja una descarada sonrisa y se va. Yo decido que no debo rebajarme a discutir con ella y menos en un evento público.

Voy por mis cosas, salgo del salón y subo a un taxi para marcharme al hotel. Que Franco se las arregle para volver...

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