El salvador

–Déjenla ir. –Resonó la voz de un hombre al otro lado del callejón. No podía ver quien era, pero en el suelo se reflejaba su sombra. ¿Él me salvará? pero es solo uno contra ellos cinco. 

– ¡Quién te crees! ¿Ah? ¿Qué vas a hacer? ¿Llamarás a la policía o algo así? debe ser una broma. –escupió uno de ellos. Hubo un silencio–... ¡¿De qué m****a te ríes?!

A pesar de que había dos hombres a mis costados afirmándome los brazos, pude ver a la perfección lo que estaba ocurriendo por las sombras del piso. El hombre que se acercó a golpearlo, era mucho más grande y gordo que mi salvador. Podía verlo. Pero no comprendí cómo fue éste el que cayó al piso. ¿Qué acaba de pasar? 

– ¿Qué fue lo que hizo? ¡Oye maldito qué le hiciste! –gritó furioso el hombre frente a mí–. Me las pagaras. –Corrió hacia él con el puño cerrado. Y en cosa de segundos cayó al piso también. Los otros tres intercambiaron miradas. Esto es malo. ¡Está loco! –decían. Los dos que me sostenían asintieron con la cabeza y me soltaron. Me dejé caer en el piso exhausta. Volteé rápidamente para ver quien estaba haciendo tal milagro. Aunque no pude ver su rostro por la sombra, llevaba zapatillas deportivas y un buzo negro. Los tres que quedaban se lanzaron al mismo tiempo contra él.

– ¡Cuidado! –quise gritar, pero mi voz apenas se escuchó. Pude ver como la figura de mi salvador se movió con una rapidez impresionante a través de los hombres formando un zigzag. En cosa de segundos los tres cayeron al suelo sin poder decir nada más. Luego del sonido de sus cuerpos golpearse a peso muerto contra el piso, solo quedo el penetrante silencio de la noche. Él me miró, recogió el celular del suelo y caminó tranquilamente hacia mí. No podía entenderlo. Estaba mirándolos fijamente, y no pude ver qué fue lo que les hizo. Qué había pasado.

Se agachó a mi lado y me entregó el celular. 

–Supongo que esto es tuyo. –dijo. Colgaba de él mi figurita de un conejo rosado. Quise decirle que sí. Darle las gracias y tomarlo. Pero no pude. No moví ningún músculo. Aun no asimilaba que todo lo había pasado. Se sacó la capucha que traía puesta y guardó mi celular en el bolsillo de su sudadera. Una luz intermitente iluminando su rostro. Era un joven de no más de 25 años. De cabello oscuro y ojos cafés. Me miró a los ojos de manera imponente. El brillo de ellos fue sobrecogedor. Sentí una inmensa calma en ese momento. Ganas de llorar y abrazarlo fuertemente. No lo conocía, ni el a mí,  pero me había salvado la vida. 

Acercó su mano con delicadeza a mi rostro. Tocó mi mejilla y me miró nuevamente. 

–Tienes sangre. –dijo. 

–Es que mordí a uno y me golpeó. –respondí. De repente las palabras salieron. Él me miró sorprendido. De seguro no esperaba que hablase. Ni yo tampoco. 

– ¿Te hicieron algo más? –preguntó. Bajó su puño y vi como lo estrujaba con fuerzas. 

–No. No alcanzaron a hacer nada. 

–Ya veo… me alegró de haber llegado a tiempo. 

Asentí con la cabeza. De repente sentí el dolor de mi mejilla. El ardor de mis muñecas y el nudo en la garganta que tenía desde hace mucho. 

– ¿Cómo te llamas? 

–Emma. –contesté. Él ladeó la cabeza y me miró con compasión. 

–Ya veo… y dime Emma. ¿Qué esperas? tenías miedo, ¿No es así? –lo miré sorprendida. Con esas simples palabras  las lágrimas comenzaron a salir. Él sabía que solo me estaba haciendo la fuerte. Que en realidad me tragaba todo lo que sentía en ese momento. Lloré y lloré hasta quedar seca. Habían pasado tantos años desde la última vez. Siempre evité mostrar mis lágrimas. Y esta vez fue frente a un completo extraño. Bueno, un extraño que me salvó. Cuando me calmé, se volteó para prestarme su espalda y llevarme a caballito hasta mi casa. Fue casi tan cómodo como vergonzoso. 

–Así que los mordiste. –soltó él–. Vaya, sí que batallaste. 

–Los mordí, los pateé, golpeé. 

–Vaya… eres tenaz ¿eh? 

–Pero fue inútil. 

– ¿Qué dices? Claro que no. Si tu no hubieras dado la pelea, es posible que yo no hubiese llegado a tiempo, ¿Sabes? lo importante es no rendirse.

Sonreí. Me sentía tan calmada. Su voz es agradable y su chaqueta olía muy bien. Veía las imágenes de la “pelea” en mi mente y aun no lograba entender nada. 

–Em. No sé si esté bien preguntar, pero…

– ¿Hm? 

– ¿Qué eres? –solté. Eso sonó tan estúpido.

– ¿Qué? 

–Digo, venciste a cinco hombres gigantes y ni siquiera pude ver cómo, ¡Y estaba mirando fijamente! Entonces me preguntaba, si hiciste alguna magia, truco o si eres un luchador o algo así. –Él soltó una risita y giró la cabeza para verme. 

–Soy boxeador. –dijo. 

– ¿Un boxeador? Vaya…los boxeadores sí que son increíbles. 

Ya era realmente tarde cuando llegamos a mi casa. De seguro mi mamá ya volvió y estará furiosa. Mi celular estaba apagado y posiblemente roto. Todo lo que pude hacer al llegar fue agradecerle al boxeador una y otra vez. Él, muy tranquilo estaba por irse, cuando lo detuve para preguntarle el nombre. “Jackson Callen” me dijo. Luego se fue corriendo en dirección contraria. Tuve que explicarle todo a mi mamá. Lo que pasó, pero por sobre todo lo increíble y fuerte que era aquel boxeador. Antes de acostarme, tomé mi computador y googleé su nombre para ver si aparecía. Y ahí estaba: Jack Callen, boxeador profesional, peso crucero. 24 batallas, 1 empate, 1 derrota y 22 victorias por K.O. ¡No entiendo nada pero es increíble! ¡Un boxeador profesional me cargó en su espalda! Todo lo que deseaba, además de dormir por fin, era volver a verlo. Mi mamá me dijo que lo invitara a cenar para agradecerle. Claro que será difícil algo como eso. De seguro está siempre ocupado. Sería un milagro el solo hecho de encontrarme con él otra vez. 

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