7. Dos más dos no siempre es cuatro.

Llegado las una y media de la madrugada escuché movimientos extraños entre los matorrales a diez metros de nosotros. Me levanté con mucha cautela, deslicé mi mano hasta mi cintura para desenfundar mi linterna y la otra mano para apoyar las yemas de mis dedos por mi arma. Caminé hasta el lugar, alumbré e investigué la zona. Empecé a abrirme paso entre la maleza, con cada avance se sentía movimientos muy frenéticos. Toqué con suavidad las ramas más gruesas del matorral, la abrí y de repente salieron volando murciélagos, que estaban errando por ahí, al comprobar de qué solo eran unos animales nocturnos los que despertaron mi curiosidad, me sentí más aliviado y fui de regreso a la tienda y no tardó demasiado en originarse otro estruendo, pero este era más salvaje. Escuché pasos que quebraban las ramas al correr, venía hacia mí. Saqué mi linterna esta vez junto con mi Jericho, alumbré y ordené a que se detuviera. Esperando a que se identifique me planté brioso y me quedé cauteloso. Los a

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