CAPÍTULO SIETE: Un mal presentimiento

Capítulo siete

Un mal presentimiento

1 de febrero de 2018

— ¿Lo has visto? —Pregunta mi mejor amiga al teléfono. 

Suspiro.

— Sí —contesto—, nos hemos encontrado. Ya no viene al edificio con tanta frecuencia como antes.

— ¿Y…? —La ansiedad domina sus palabras.

— Todo permanece igual. Como si el tiempo no hubiera pasado —admito—. Su sola presencia continúa perturbándome. 

— ¿No notaste nada diferente? —insiste.

— ¿Sabes? Creo que has escogido la carrera equivocada —comento—. Deberías haber sido periodista, en vez de abogada. La respuesta es sí: ahora lleva un anillo de compromiso en su dedo anular. Es un hombre casado, Bianca.

— No la ama —aclara.

Lleva años repitiendo esas palabras. Aún siguen sin darme consuelo. Tal vez, si Luciano fuera felizmente casado, yo hubiera podido pasar página hace tiempo.

— Eso no cambia las cosas —confieso.

— Quizá, si le dijeras…

— Eso tampoco. Solo haría la situación más incómoda –hacemos silencio por unos minutos—. Oye, debo dejarte. Papá y Bruno vuelan a Londres. Quiero despedirme.

— Vale. Hablamos luego —Escucho el abrir de la puerta, dejando ver el estupendo cuerpo de Luciano D’Cavalcante—. ¡Te quiero! 

— Yo también te quiero —cuelgo para dirigirme hacia Luciano— ¿Nos vamos? 

— ¿Era Bianca? 

Asiento.

— Te envía saludos —comento caminando hacia el auto.

— No solo a mí, imagino.

— Imaginas bien —confirmo sus suposiciones. Por unos minutos, mis pensamientos regresan al pasado—. ¿Recuerdas cuándo nos obligaban a inventar historias para cubrirles? —La nostalgia me invade al recordar esos días—. Los cuatro éramos una especie de clan.  

— Todavía lo hago —sonríe nostálgico. Definitivamente, fueron buenos días—. Cada vez, se hace más difícil ocultar sus viajes a Estados Unidos.

— No por mucho tiempo —intercedo—. Bianca se gradúa este año. Eres un buen amigo, Luciano —agrego transcurrido un tiempo.

El silencio se instaura en el coche mientras nos acercamos a la pista de despegue. Es algo realmente curioso: solo podemos pronunciar más de dos diálogos cuando mencionamos a nuestros amigos.

— No entiendo tu afán de despedirte —bufa de repente, una vez detiene el coche—. Tú no eres así.

Tomo una gran bocanada de aire.

Tiene razón. Sin embargo, un instinto muy primitivo me ordena hacerlo. Necesito verles.

— No lo sé —admito en un susurro—. Tengo un mal presentimiento.

***

— Mantente alejado de los problemas, por favor —poco me falta para suplicar. Lo envuelvo fuertemente entre mis brazos. Adoro a este chico—. Y medita muy bien tus próximas acciones. Estoy segura de que Alda vale la pena.

Bruno ya ha aceptado sus sentimientos. Es algo más profundo que una simple atracción. Ahora solo debe decidir qué hacer con respecto a la chica. Solo espero que no la deje ir. Realmente me gusta para él.

— Lo mismo digo —le observo confundida ante sus palabras—. Él también vale la pena, Rina.

Me siento contrariada, confusa. 

— ¿Cómo…?

— Eres mi hermana —alega—. Nadie te conoce mejor que yo —hace una breve pausa—. Bueno, tal vez mi prima 

Ambos nos reímos.

Mis chicos han dejado de ser niños. Me sorprende ver lo rápido que han madurado. 

— Anda —decido romper el momento. La situación se había vuelto un poco incómoda—. Tira pa' adentro. 

Luego, es el turno de Carlo.

Simplemente, no puedo separarme de él. 

<< ¿Qué te sucede, Rina? >>

<< No tengo ni la más mínima idea >>

— Mi niña —besa mi frente—, solo serán tres días.

— Lo sé. Te voy a echar mucho de menos.

— Cuando regrese, prometo pasear contigo un día entero —Acaricia mi cabello con suavidad—. Me gusta este color. Te sienta bien. No vuelvas a teñirte el cabello.

— Lo prometo —esta vez, le beso yo en la mejilla—. Solo procura regresar en una pieza. No creo aguantar más de tres días, a solas con Loretta. 

Mi tono suena a broma. Pero ambos somos conscientes de la veracidad de mis palabras.

— Cuídala, Luciano —exige mi padre.

— No tienes que pedirlo —responde el aludido.

— Lo sé —besa mi mejilla—. Sé perfectamente que siempre cuidarás de ella.

Me quedo de pie, junto a Luciano observándole subir las escaleras hacia el jet.

— ¿Por qué tengo el presentimiento de que es la última vez que lo veré? —Pienso en voz alta.

— Son ilusiones tuyas —interviene el hombre a mi lado—. Todo estará bien.

Siento un fuerte apretón de manos. Solo soy capaz de contemplarle. Es el primer gesto cariñoso desde mi llegada a Roma.

— Sé que andáis en algo, Luciano —aseguro—; y no le queréis contar a nadie. —su cabeza baja termina por confirmar mis sospechas. Este viaje era demasiado raro y misterioso. Aprieto su mano con más fuerza; se siente bien—. Espero que salga bien. Ya me contaréis cuando lo creáis necesario. 

— No se te escapa nada, ¿cierto?

— Te equivocas —expulso el aire contenido—. Hay cosas fuera de mi alcance. 

Ambos sabemos, que mi comentario es totalmente cierto.

3 de febrero de 2018

Me encuentro sentada en la terraza, conversando con Bruno. Él y papá regresaron hace dos días. Sin embargo, no he visto a Carlo. Sale muy temprano y llega bien tarde en la noche. 

Según las palabras de mi hermano pequeño, su viaje fue muy productivo.

— Conocí a alguien —comenta de buenas a primeras—. Fue quien me abrió los ojos con respecto a Alda —no digo nada. No quiero interrumpirle. El tema de la chica Costello es delicado y le cuesta hablar sobre ella—. Sentí algo especial al conocerla. No puedo explicarlo; como cuando te conocí —se apoya en el barandal con la mirada perdida—. Me pregunto cuántas mujeres se encuentran en la misma situación de vosotras —continúo sin pronunciar palabras, pero en esta ocasión, se debe a su reflexión. No necesito indagar demasiado para saber que habla de esa chica y de mí. Su historia debe ser similar a la mía. 

Un estremecimiento se instala en mi pecho y se extiende hacia la nuca.

— ¿Pudiste hacer algo por ella? —La pregunta se me hace inevitable.

Él se gira hacia mí con una hermosa sonrisa—. ¿Por quién me tomas? —Bromea—. Por supuesto que sí. A estas horas debe estar disfrutando de la vida en la mitológica ciudad de Atenas. Me alegro de haberla conocido.  

— Creo que estoy un poco celosa —intento bromear—. Si ella estuviera aquí, seguro tendríamos que pelearnos por tu cariño.

— Solo tengo una hermana mayor —aclara con su dedo índice suspendido en el aire—. Y esa eres tú. En parte, Calla —debe ser el nombre de la tan mencionada mujer— me recordó a ti. Tú, Enzo y yo compartimos un vínculo inexplicable. Nos convertimos en hermanos, a pesar de tener padres diferentes. Eso es algo que nunca cambiará.

— Es bueno saberlo.

La puerta se abre de repente y entra Enzo, gritando el nombre de su primo teatralmente. 

Le observo desde la terraza y sonrío, al ver los alardes histéricos que siempre utiliza para hacernos reír. 

Se asoma a la puerta con los brazos en jarras, imitando a su amigo Giullio.

— Querido, sí que te ha dado fuerte. Hasta madrugas y todo —se burla de su primo—. Y ya estás vestido, haciendo cuentos. ¡Impresionante! Aunque, me decepciona saber que no me habéis  invitado a la charla.

Da unas palmadas en la espalda a su primo y deja un beso en mi mejilla.

— Estate quieto, Enzo —le para los pies—. No me pasa nada, solo no podía dormir.

Toma asiento, mientras enarca una ceja.

— Ya, claro —enciende un cigarro y le da varias caladas para pasarlo a Bruno—. ¿Dónde estuvisteis?

Oficialmente —para los más allegados—, Alda Costello y Bruno estás saliendo juntos.

— Bueno —responde—, estuvimos hablando y… la invité a cenar. Después, la llevé a su casa.

— ¿La invitaste a cenar? —Bufa mi otro hermano. Creo que está alucinando. 

Bruno jamás había hecho algo así con una chica, pero con Alda, todo era completamente diferente.

— Así es —contesta, esquivando su mirada.

— ¿Y no pasó nada? —Pregunta Enzo, incrédulo—. ¿Ni siquiera un beso? ¿Hubo tocamientos?

— Enzo —le reprendo. A él le tiene sin cuidado y me regala una pervertida sonrisa— ¡Serás guarro!  

— Déjalo —interviene el otro Varone—, ya me burlaré yo.

— Es solo que me parece extraño, que no hayas tenido nada con ella. Que sencillamente la llevaras a casa y ya está. Admítelo, nunca has hecho algo que se le parezca. Ni siquiera sales con las chicas, al no ser a una habitación de hotel.                                                                                                    

— No haré nada, hasta que me lo pida —confiesa Bruno, decidido—. No quiero arruinarlo.

— Ese es mi chico —aplaudo orgullosa. Unos segundos después, envuelvo sus manos entre las mías y le miro fijamente—. ¿Alda lo sabe?

Traga saliva, bajando la cabeza. Eso confirma mis sospechas: la chica no tiene idea de que los Varone y hasta su propia familia, encabezan la mafia en toda Italia. 

Enzo coloca una mano en su hombro, buscando su mirada. Adoro ver esa camaradería entre los dos. El vínculo que comparten, es sorprendente.

— Tranquilo —dice casi en un murmullo—, podemos evitar que lo descubra.

— Pertenece a nuestro mundo, tanto como nosotros —intervengo—. Es solo cuestión de tiempo que lo averigüe. 

— Te recuerdo que su padre es Massimo Costello… —la sola mención de ese nombre, me produce escalofríos. Desconozco la razón, ni siquiera lo he visto en persona. Aun así, no puedo evitar esa rara emoción. 

Por encima del hombro de Enzo, veo los ojos grises claros de Gabriella. 

Mis labios se curvan hacia arriba, al ver su mirada en el cigarrillo de su sobrino.

— ¡Lorenzo! —exclama poniendo los brazos en jarras.

Del sobresalto, se le cae el cigarrillo al suelo y lo pisa. Enseguida, se pone detrás de mí, como los viejos tiempos.

Estoy disfrutando de la escena.

— ¡Tía Gabriella…!  Estás especialmente guapa esta mañana —intenta adularla mientras la mujer frunce los labios.

Bruno siempre suele utilizar su encanto para calmar a su tía. Pero esta posee el carácter de su familia paterna y no se deja influenciar por nadie. Ni siquiera por Alessandro. Tía Gabriella es quien manda en la casa.

— Sabes que no me gusta —comienza a advertirle—, que fumes en las habitaciones… 

No puede continuar, pues Enzo la toma por la cintura.

— Lo siento —coloca la barbilla es su hombro—, llevas toda la razón. Si yo fuera tú, me daría un buen par de nalgadas, ¿sabes?

— No creas que no lo he pensado —replica la esposa de tío Alex—. ¡Suéltame ya! —Le da un suave manotazo—. Tu actitud zalamera no funcionará conmigo. Esconderte detrás de Rina, tampoco —agrega—. Vuelve a fumar en la habitación y me pensaré lo de las nalgadas. El desayuno está listo. Más vale que os apuréis los tres.

Bruno y yo soltamos una sonora carcajada, mientras mi tía se aleja.

— No os burléis —replica Enzo—. No es gracioso.

— Sí, sí lo es —contraataco—. Venga, cambia esa cara. Vamos a desayunar. Muero de hambre.

En realidad, solo quiero ver a mi padre. Sin embargo, hoy tampoco aparece en el comedor.

 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo