CAPÍTULO SEIS: Todo ha cambiado

Capítulo seis

Todo ha cambiado

16 de enero de 2018

— ¿Qué te parece? —Pregunta mi tío.

Dejo el diario sobre la mesa y doy un sorbo a mi café. Necesito unos minutos para meditar mi respuesta.

— ¿Realmente quieres saber mi opinión? —Indago.

Él asiente, el resto solo espera por mi respuesta expectante. La familia se encuentra en el salón principal desayunando, como cada mañana. A pesar de vivir en pisos diferentes del edificio, siempre nos reunimos para las comidas. Es algo así como una tradición. Luciano nos acompaña en ocasiones. 

>> Si deseas que Biagio Ferrara se convierta en el próximo alcalde de Roma, tendrás que buscarle un mejor agente de prensa —digo finalmente—. Este discurso es pésimo.

— Al parecer —salta mi madrastra. Siempre busca la manera de fastidiarme—, has olvidado quiénes somos, Rinie. Biagio ganará de una forma u otra.

<< Bruja >>, grita mi fuero interno

— No lo he olvidado, Loretta —replico—. Pero, incluso dentro de la mafia, necesitas una buena fachada que te sustente —el doble sentido de mis palabras es evidente—. Aunque manipuléis los estatutos, tendréis que mantener al pueblo calmado —me dirijo hacia Alessandro—. Y con discursos como estos —señalo el periódico—, Ferrara no se ganará el cariño del público, precisamente.

— Es una buena observación —opina el jefe de la cúpula Varone.

— Excelente, diría yo —agrega Donato.

Carlo solo sonríe orgulloso.

— Tendremos que trabajar en ello —alude tío Fabrizio.

— Hay algo que no entiendo —murmuro—. Eres el Comisionado de la Policía —señalo a tío Alex—. Podría asegurar que eres el hombre más poderoso del país. Entonces, ¿por qué no te postulas?

— Prefiero mover las piezas desde la oscuridad —responde— y tener a alguien que cumpla mis órdenes.

— Ya tienes demasiados hombres bajo tus órdenes, papá —indica Alonzo, su hijo mayor.

— Nunca son suficientes, hijo —declara el aludido—. Ve tomando nota. Algún día me sucederás.

Alonzo hace una mueca de desagrado. Apenas le conozco. Cuando llegué a la familia, él estudiaba fuera del país. Solo le veía en vacaciones. Siempre me ha parecido extraño; incluso un poco ermitaño.

Matteo —el hijo mediano de Alessandro—, es todo lo contrario. Siempre fue un chico dulce, amable. Nos supera en edad a Bianca y a mí solamente por un año. Con él tengo mayor afinidad. Aunque nunca me llamó hermana como Bruno. Quien se agrega a la ecuación junto con sus travesuras.

Alessandro y Gabriella tienen tres hijos y no podrían ser más diferentes.

— A papá le gusta jugar al ajedrez —interviene Matteo—. Pero jamás ha logrado vencerme.

— No cantes victoria, todavía —advierte el mencionado—. Sigo intentándolo.

— No lo lograrás —advierte su hijo.

Me gusta ver estas peleas amistosas en la familia. Hacen las comidas más amenas. Aunque mi odiosa madrastra no deja de lanzarme cuchillos con la mirada. Su antipatía ha empeorado con los años. Si tan solo fuera más… noble. Debo admitir que la mujer es realmente atractiva. Sus rizos cobrizos y sus ojos verdes la hacen resaltar entre todas las mujeres. Sin embargo, se muestra maliciosa y fría como un témpano de hielo. Quizá con mi padre sea diferente. No tengo idea. La relación entre ellos es… rara.

— Renuncia al ajedrez, papá —esta vez es Bruno quien habla—. Eres mejor con las marionetas.

Todos reímos a carcajadas ante sus sarcásticas palabras. Luego las mujeres se adueñan de la plática, extendiendo el desayuno por otra media hora.

27 de enero de 2018

— Pide un deseo —indica con una enorme sonrisa.

— ¿Solo uno? —Hago un enorme puchero.

— Bueno, como eres una niña muy buena, tienes permitido pedir dos. Ahora sopla las velas que se derretirán.

<< Deseo poder tomar clases de baile y que mi abuela se quede conmigo para siempre>>

Pido mis deseos y soplo las velas. 

La abuela aplaude como niña pequeña.

— Aquí —me extiende un sobre—. Feliz cumpleaños, Rina.

Un fuerte chillido sale de mis labios al leer la tarjeta.Es la inscripción para las clases de baile. Llevo años pidiendo el mismo deseo y no había podido cumplirlo.

>> Sé que llega varios cumpleaños tarde, pero la intención es lo que cuenta, ¿cierto?

— Te quiero, abu —corro a abrazarla.

Solo espero que mi segundo deseo también se cumpla.

— Yo te quiero más, cariño.

Despierto agitada, con mi cuerpo empapado en sudor. 

Observo a mi alrededor: un débil rayo de sol se cuela por la ventana de la habitación. Debe ser temprano.

El reloj en la mesita de noche marcando las seis y media de la mañana, confirma mis sospechas.

Me levanto para caminar hacia la cocina. Necesito un vaso de agua.

Tomo un sorbo mientras masajeo mis sienes. Es el mismo sueño de todos los años.

— ¿Mala noche? —Mi padre me sorprende en la puerta de la cocina.

— No ha sido la mejor —admito sentándome en un banquillo frente a la isla de la cocina.

— ¿Las pesadillas continúan? —Veo que aún recuerda.

— No son pesadillas —aclaro.

Lo cual es peor. Los buenos recuerdos me atormentan, me torturan; me muestran lo que pudo haber sido; y me dejan un mal sabor en la boca.

— Sabes a lo que me refiero —se sienta frente a mí—. Pensé que desaparecerían con el tiempo.

— Pues, ya vez —me encojo de hombros, restándole importancia al asunto—, no he logrado deshacerme de ellos. Ya no me afectan como antes —miento—. Simplemente, odio este día.

— Lo sé —toma mis manos y las lleva a su regazo—. Todos lo sabemos —no puedo evitar sonreír. A pesar de mi pasado, he tenido suerte—. Tengo algo para ti —intento protestar, pero me lo impide—. Sé que no te gusta celebrar y lo entiendo. Pero soy tu padre. No puedes impedir que te obsequie tu regalo de cumpleaños —siento algo frío y duro en mis manos. Cuando desvío la mirada hacia ese lugar, me encuentro con un pequeño colgante de oro en forma de corazón—. Feliz cumpleaños, Rina.

— Es… precioso —lo tomo entre mis dedos y lo extiendo para verlo en todo su esplendor—. Gracias, papá.

— Solo cumplo con mi deber —muestra el tan característico orgullo Varone—. Eres mi hija y es lo mínimo que puedo hacer.

— ¿Sabes? Si los padres se pidieran por encargo, igual te hubiera escogido.

El emite una sonora carcajada ante mis ocurrentes palabras.

— No me queda la menor duda —comenta—. Soy un padre genial.

Niego con una enorme sonrisa.

— ¿Me lo pones? —Extiendo el colgante hacia él y me giro de espaldas con el pelo recogido.

— Listo —termina su tarea—. Te queda perfecto, justo lo que pensé en cuanto lo vi —luego se coloca frente a mí para sostener el corazón entre sus dedos—. Siempre que necesites buscar respuestas, solo busca dentro de tu corazón.

— Te amo, papá —quiero que no lo dude nunca.

— Yo también te amo, cariño.

Es agradable tener un momento como este en el peor día del año.

***

Coloco las flores cuidadosamente junto a las otras. El lugar se encuentra asombrosamente limpio y las flores se ven frescas. Me agrada saber que se ocuparon de ella en mi ausencia.

<< Seis años sin venir >>

Como es habitual, las lágrimas comienzan a salir y no desaparecen hasta varias horas después. Es el único día del año en el que me permito esa debilidad.

Las imágenes invaden mi memoria: sollozos apenas audibles para que no la escuchase. Sin embargo, sus ojos no podían engañarme: estaba agonizando de dolor, hasta que se instauró el más profundo silencio. Su cuerpo yacía inerte, sin vida...

Al terminar de desahogarme, limpio mis lágrimas; busco el kit de maquillaje en mi bolso y arreglo el desastre en mi rostro.

— Te echo de menos —confieso antes de marcharme. Al salir del cementerio, me encuentro con la imponente figura de Luciano D’Cavalcante—. No tenías que venir.

— Hace ocho años, prometí esperarte fuera de este lugar cada veintisiete de enero —recuerda—. Yo siempre cumplo mis promesas.

— Me alegra saberlo —percibo la amargura en mis palabras—. Entonces, ¿me llevarás a cenar a Vittali’s?

— Por supuesto.

Es nuestra pequeña tradición. Un sentimiento primitivo surge en mí, al percatarme que —de alguna forma— no me ha olvidado. Ni siquiera el tiempo y la distancia lograron romper nuestro vínculo. 

***

— ¡Luciano! —Paola Vittali le saluda con su habitual entusiasmo—. ¡Qué alegría tenerte por aquí! Y muy bien acompañado.

La anciana me examina de pies a cabeza, sin disimulo alguno.

— ¿Ya no recuerdas a tu fan número uno, Lola? —Pregunto sonriente.

— Por supuesto que recuerdo —responde—. Estoy vieja, pero no senil. Solo buscaba algún rastro de la niña Rina en esta hermosa mujer —Mis labios se curvan hacia arriba al escucharla hablar en tercera persona, como si no estuviera presente—. Ahí está —señala mi rostro—: la he encontrado. Me preguntaba cuándo pensabas visitarme.

— ¿Está disponible nuestra mesa? —Intercede mi acompañante.

— Esa pregunta está de más, muchacho —rezonga insultada—. Esa mesa está reservada solo para la familia. Id a sentaros. ¿Os pongo lo de siempre? ¿O la niña americana desea algo tiquismiquis?

— Ningún manjar estadounidense ha logrado superar mi adicción por tu pizza extra grande de pepperoni y mozzarella.

Puedo ver que mi respuesta le gusta.

— Esta niña sabe perfectamente cómo echarse a la gente en el bolsillo —refunfuña caminando hacia la cocina.

— Aun me parece increíble que el lugar siga completamente idéntico —comento, devorando un gran trozo de la pizza que compartimos—. Esto sigue siendo el mejor manjar que he probado jamás.

— Por eso nos gusta tanto —agrega. Con nos, se refiere a nosotros dos y Carlo. Solía ser nuestro lugar favorito en toda la ciudad—. Has cambiado.

Su comentario tan repentino consigue sorprenderme. 

Doy un sorbo a mi soda antes de contestar—: El tiempo corre, Luciano; y con él, nosotros. El cambio es algo inevitable.

No dice nada más. Ambos nos centramos en la cena. Aunque mi apetito ya no es el mismo de hace unos minutos.

***

— Gracias —digo finalmente, una vez apaga el motor del coche—. Ha sido una noche… agradable. No me lo esperaba.

— Te lo dije una vez y vuelvo a repetirlo —voltea a observarme—: nuestra relación no tiene por qué cambiar. Siempre estaré aquí para ti. Eres como…

— Tu hermana pequeña —culmino la frase por él.

Suspiro, apesadumbrada.

<< ¿Por qué no puedes verlo? >>

<< Todo ha cambiado >>

>> En fin, es tarde. Deben estarte esperando en casa —agrego con cierto grado de sarcasmo—. Buenas noches, Luciano.

— Buenas noches, Catarina.

Ambos asentimos y me bajo del coche.

>> ¡Catarina! —Su voz me detiene a medio camino. Automáticamente, giro sobre mis pies, expectante—… Espero… que duermas bien.

No digo nada; solo continúo mi camino. No sabría qué responderle.

En el ascensor me encuentro con mi madrastra, quien muestra una expresión muy extraña.

— ¿Fuera de casa a estas horas, mamá? —Decido darle una cucharada de su propia medicina—. Algo muy grave debe haber sucedido.

No replica. Solo se mantiene en silencio.

Ciertamente, estoy disfrutando la escena.

— Solo espero que termines enterrada al lado de tu querida abuela, hijita —sisea furiosa antes de marcharse.

Por unos segundos, me deja un poco sorprendida. Después, continúo mi camino hacia la habitación.

Sí. Definitivamente, todo ha cambiado. 

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