1: EL HOMBRE ADULTO QUE NO QUIERO SER

La clase de música se le hace de lo más aburrida, ya han pasado años desde que ha empezado y la emoción se ha evaporado con el tiempo; prefiere gastar su tiempo en clases de francés o dando otro recorrido en el campo algodonero, que en este mes de seguro se ha de ver desértico, pero puede comprender porque su padre le ha obligado a tomar esas clases, en especial de guitarra y violonchelo. Son instrumentos que ayudan a la postura; los músculos del brazo y espalda a incrementar de tamaño, además de hacerlo ver más masculino.

Del otro lado del salón, en donde el sonido de diferentes instrumentos suena con desiguales, se encuentra su hermana usando el violín y se le ve cansada, de ella es quien proviene las notas melodiosas. Últimamente su padre les ha puesto más extras después de clases para su mayor desarrollo, ha aumentado las horas de práctica y de estudio, cosa que les ha quitado mucho las energías y al dormir no sienten que hayan descansado en realidad.

Arlyn ahora se encuentra en clases de costura y culinarias, hasta gimnasia. Desde lo sucedido con la maestra de francés puede entenderla, solo un poco. Pues para él es fastidioso y cansado el ir a acompañarla diario, pero si eso significaba no ir a encerrarse en una oficina revisando los archivos viejos, los cuales su padre le insistía que pusiera suma atención. Así que, si su hermana quiere otra clase, él puede aceptar cualquier cosa. Por ahora.

— Joven Herrera, ese acorde ha quedado perfecto —anunció su profesor sacándolo de su ensimismamiento, parpadea repetidas veces antes de voltear a verle. El hombre le palmea el hombro, felicitándole—. Sí que ha obtenido frutos su trabajo y esfuerzo, pero es de esperarse siendo hijo de José Luis.

— Con nueve años sería vergonzoso que no, ¿verdad? —decide ignorar lo último dicho por su maestro, pues ha venido de más y le ha desagradado en su totalidad.

— ¿Mañana es tu cumpleaños, verdad? —cuestionó, viéndole con curiosidad y una media sonrisa. David asiente.

— Así es, mañana es mi Dagmar —agrega, pues sabe lo tan importante que es esa palabra para aclarar que la edad que cumplirá es de suma importancia—. Padre dice que es un día muy importante —no solo él, todos. Incluso su tío.

— Un día feliz, sin duda alguna —la sonrisa del maestro se tornó un poco incomoda, tal vez ya haya leído entre líneas que le quiere lejos—. Es un cumpleaños que no vas a poder olvidar jamás, tenlo por seguro.

Y así acabo la conversación, lo cual le hizo sonreír con alivio. Le observa alejarse, pero en vez de ir a con su hermana, la cual obviamente cumplirá años mañana igual que él, se va directamente a un grupo de niños que parecen tener dificultades con algunas estrofas. Nadie felicita a su hermana, nadie le ha dedicado un "pasa buen día mañana" y eso le alegra, pues solo demuestra quien es el mejor y por quien todos harían lo que fuera. Él. Nada más él.

Las siguientes dos horas fueron de pura interpretación de violonchelo, tomando pequeños lapsos de descanso para poder aligerar la presión de sus manos, tomar agua e ir a por un bocadillo. Con el piano fue igual, solo que nada más práctico una hora entera, siendo instruido por su maestro cada cuando. Puede vivir con ello, tal vez cuando consiga su casa propia, mande a hacer un salón en donde poder tocar sin interrupción alguna.

Endereza su espalda, antes de estirar sus brazos hacia arriba mientras exhala para después inhalar, el aburrimiento le ha pegado con ganas. El ligero empujón contra su hombro le hace soltar una risa baja, adora a la joven que le acompaña, no solo porque sea rubia, baja y blanca, sino porque no una idiota total ¿qué podía ser mejor que eso? Una costarriqueña definitivamente. Le gustan más que las estadounidenses.

Tal vez mañana pudiera conseguirse a una en su fiesta de cumpleaños, invitaría a tres y si puede ligarse a todas, ese sería su mejor regalo. Nadie podía decirle que no en su Dagmar, al menos eso noto en el cumpleaños de Abraham.

Cuando se cumplen los veintiún años de edad, no es un cumpleaños cualquiera, pues por fin uno puede salir de casa, conseguir un verdadero empleo y heredar todo lo que se le ha heredado; Dagmar significa glorioso o día glorioso, en todo caso. Ningún hijo debía vivir solo antes de la edad establecida, ya que afectaba su autoestima y más mierdas, según los psicólogos a los cuales ha cuestionado. Él no tenía problema con irse antes, pero su padre le ha explicado que además de ser una ley, era una tradición y no debía de ser rota.

En memoria de sus abuelos, es que ha respetado aquello.

Se levanta de su lugar para ir a guardar su violonchelo en el estuche, pues le ha dejado reposado en la pared del fondo mientras practicaba el piano; se asegura que el arco quede perfectamente colocado, para después poner los seguros. Si algo se dañaba por un descuido suyo, se iba a disparar contra la frente; con el tiempo les ha tomado mucho cariño a sus instrumentos musicales, pues ha comprendido que ambos son su válvula de escape.

— ¿Me invitaras mañana? —vaya, eso había sido rápido. No esperaba que le siguiera tan de cerca, ¿cuál era su nombre?— ¿David Alberto?

— Te escuche, espera —cierra el zipper, reajusta las solapas de agarre y carga su estuche al momento de levantarse, echándoselo a un hombro. Ya una vez de pie, ve a la rubia de pies a cabeza, fijándose en las caderas y el busto, no está nada mal. Acostarse con ella puede ser una posibilidad, pero no iba a permitir que le hablara así: dándole órdenes—. Mañana es mi Dagmar, ya sabes, es algo muy importante... ¿Por qué debería invitarte?

— Llevamos años siendo compañeros de sonata —y él que no se acuerda de su nombre, m****a.

— Error, llevas años queriendo ser mi compañera de sonata —hace una mueca—. No lo eres, sólo toco contigo porque eres la menos peor de este grupo —y porque con su hermana ni de loco se iba a poner, en una de esas le clava el arco del violín.

— ¡Eres un cerdo! —se obliga a calmarse, pues la comisa del labio le ha comenzado a temblar.

— Pues este cerdo toca mucho mejor que tú —dice en tono bajo, no quiere que les sigan viendo—. Más vale que le pidas a tu padre un cambio de escuela, porque para cuando te vea de nuevo, todos tendrán tus pechos al desnudo gratis.

— David —la voz de Arlyn le hace salir de su encabronamiento, hace una mueca y sonríe orgulloso al ver la ira y miedo en los ojos de la rubia—, padre está esperándonos afuera.

Voltea a verla sobre el hombro, su hermana mantiene la cabeza baja y sostiene el estuche del violín con ambas manos; la postura perfecta, aunque está seguro que ha escuchado lo que ha dicho y es obvio que está enojada, pero prefiere mantenerse fuera del problema. Si alguien le hubiese dicho hace seis años que su hermana por fin sería digna de ser desposada, él se hubiera reído a carcajadas y tachado al sujeto como un demente.

Aunque no ha sido nada fácil, su hermana fue complicada y muy ignorante, siempre diciendo cosas como: "soy igual que tú, no deberían hacerme menos", ¿cómo no hacerla menos cuando era tan... ella? Cuando fallecieron sus abuelos, por fin esa fea oruga se había vuelto una hermosa mariposa, con algunos detalles a arreglar, pero en la mayoría estaba bien. Ya podía tener con ella una que otra platica.

— Voy enseguida: dile a padre que estoy arreglando unos negocios —ella asiente y se va a hacer lo que ha pedido, eso le hace sonreír orgulloso.

— Entonces —vuelve su atención a la rubia, quien ahora solo le ve encabronada. M****a, el efecto del miedo se ha ido—, ¿estoy invitada?

— ¿A salirte de mi vida? Claro que sí —la señala—. No eres más que una buscona y eso no me gusta, es algo que no va conmigo. Tú —la señala totalmente—no vas conmigo, ¿entiendes?

— No eres más que yo, ¿de acuerdo? —pone los ojos en blanco, para después verle como si fuera poca cosa y eso le hace sonreír de lado, la perra tiene tremendo colmillo—. Soy mucho mejor que tú.

— En tus sueños.

— ¿Sabes? —descruza los brazos, para pincharle el pecho— Todas tenían razón, eres un pendejo machista.

— No, querida —le manotea la mano para alejarla, como si fuera una mosca molesta—, yo soy un caballero que sabe lo que es bueno.

— Olvida que quise ir a tu puñetera fiesta.

Y se fue, contoneando las caderas como si hubiera sido la ganadora de algún concurso. Bien, al menos espera que no se haya tomado de menos la amenaza, porque si vuelve a verla en la próxima clase... Le pediría a su padre un cambio de horaria de música, sería la tercera en el año, pero estaba bien. No quiere tener problemas, además de que esas fotos de ella las borro ese mismo día. No era para nada su tipo.

Al salir del lugar, sosteniendo con firmeza su instrumento, se reúne con su padre, quien le esperaba fuera del automóvil. Le extraña un poco que haya venido a por ellos, siempre llama a alguien más para que lo haga o les permite ir a casa solos, esas veces las aprovechaba para poder ir con Joel y los demás a comer o perder el tiempo, mejor dicho. Pues aunque invitara a Abraham, sabía que este pondría una excusa.

Saluda a su papá con un abrazo, el cual es acompañado de unas sonoras palmadas en la espalda, subieron al vehículo y dieron marcha, tomando la ruta habitual. Las calles, como siempre a esa hora, estaban atiborradas, los camiones de transporte público y personal, obstruyendo todos los carriles, y no le sorprendía ver tanta gente, era la hora de salida en muchos lugares.

Una sonrisa se formó en sus labios al recordar a su abuelo decir: "Debes tener algo muy en claro, David, esos sujetos que ves ahí son nuestros burros. Trátalos bien y págales mejor, así jamás se te saldrán de las manos". Es graciosos porque su abuelo fue golpeado por uno de sus trabajadores, al cual llamaba su mano derecha. Ser bueno en los negocios no era nada más saber hacer tu trabajo, sino también el de los demás y saberlos controlar, no con mano dura. Eso era ser un buen líder, según su abuelo, pero para él, quien tenía amigos en la carrera de trabajo social, sabía que las personas bajo un trato amable y un ambiente bien manejo, rendiría mejor en la cuestión laboral.

— Realmente es mañana —habla su padre, su voz sonando sobre la calmada canción que suena de las bocinas—, mi muchacho y mi bebé cumplen años mañana.

Ese comentario de su padre le desconcertó; no tiene nada de malo ¿de acuerdo? Ha sido lindo y halagador, pero ¿acaso había dicho "mi bebé"? ¿Se refería a Arlyn? David la ve por el espejo retrovisor y su hermana luce igual de sorprendida, incluso más y aunque le llamen mamón, ¡es que es de sorprenderse! Su padre jamás les ha dado motes cariñosos, a ninguno; sosteniendo que eso solo era para pendejos mimados, cosa que a su parecer no eran.

Él frunce el ceño, una interrogante silenciosa de: "¿qué está pasando?", Arlyn se alza de hombros: "no tengo la menor idea", es su respuesta y voltea hacía la ventana, parece no querer tener mucho que ver con aquello, pero David no puede quedarse con la duda. Se rasca con nerviosismo la nuca, es una maña que a su abuela desagradaba pues decía cosas como: "¿acaso tienes piojos?", de igual forma, el mantener las manos en los bolsillos también estaba prohibido.

Respira hondo, queriendo alejar aquellos recuerdos amargos; no necesita de ellos, no quiere pasar por un mal rato. Voltea ver a su padre, quien sonríe radiante viendo hacia el frente, es como si todo estuviera yéndole de maravilla.

— ¿Acabas de decirle a Arlyn: "bebé"? —cuestiona, no queriendo que el desconcierto sea tan obvio. Su padre le ve por el rabillo del ojo, antes de volver la vista al frente. Como no lo ha negado, en definitiva es un sí— ¿Desde cuándo le dices a Arlyn: "bebé"? —remarca con voz grave la palabra, haciendo que sea más que evidente a lo que se refiere.

— Es mi hija, David —su padre pone la direccional a la derecha, segundos antes de girar—, es normal que le llame así.

— No, no lo es —sentencia, pues él mejor que nadie le conoce—. Nunca le hablas más que para darle órdenes —voltea a ver a su hermana nuevamente por el retrovisor, ella le observa con el ceño fruncido. Ha sido muy duro, pero es la verdad. Alza una ceja, volviendo a prestar toda la atención a su padre—. ¿Qué ha pasado?

— Nada, solo que mañana mis niños cumplen su Dagmar —explica, usando un tono de voz amable; uno que David reconoce como: vendedor. ¿Le quiere vender esa absurda mentira?—, estoy feliz —frena ante una luz roja, voltea a verlo y David se siente empequeñecer, pero lo que hace es cuadrarse de hombros—, ¿acaso no puedo?

— Tú nunca le has hablado así —no lo va a sacar de ese renglón ni a patadas—, ¿qué está pasando?

— No me hablas así en primer lugar —José Luis le señala, su dedo índice es grueso y la uña está cortada con precisión, sin embargo, se puede notar mugre bajo de éstas. David traga con nerviosismo, sintiendo la opresión en su pecho y el maldito miedo posándose lentamente en su garganta—, soy tu padre, así que vele bajando —David calló, haciendo una mueca de desagrado. Odia el cómo sus manos han comenzado a temblar—. Después de la cena tenemos que platicar muy seriamente.

— ¿Qué platicaremos, padre? —cuestionó Arlyn después de unos minutos en silencio, él jamás creyó que su hermana tuviera los huevos para hablar frente a su padre, menos cuando éste se veía tan aterrador y se veía encabronado, aunque tal vez por el hecho de que nunca le ha visto así, es que se ha atrevido a abrir la boca— ¿Será para la fiesta de mi hermano? Si ese es el caso, no entiendo porque deba yo participar.

— Bueno, eso es creíble —se cruza de brazos, resbalando la espalda por el respaldo hasta tomar una postura cómoda—. Haremos mi fiesta ocupando toda la casa, incluso la habitación de mi hermana, y por eso la estás tratando bien —razona, uniendo los puntos que cree necesarios—, ¿es eso, verdad?

— No, este año no tendrás fiesta.

— ¡¿Qué?! —golpeó el vidrio de la ventana con la palma abierta, el escozor subiendo por su brazo hasta llegar a su nuca, erizándole los vellos— ¡¿Cómo que no tendré fiesta?! Le dijiste al abuelo que mi fiesta número veintiuno sería la más grande y que en ella se usaría parte del dinero que me dejo, ¿piensas romper tu palabra? Tú has dicho que...

— David Alberto Herrera Cabriales, será mejor que cierres esa puta boca antes de que te la cierre yo de un madrazo —bien, ahora sí que lo había hecho enojar—. Hablas como si tuvieras los huevos de oro, así no es como se te ha educado y más te vale que le vayas bajando a tus arranques, has estado bien por meses, no lo eches a perder.

Y se calló. No era tan idiota como para seguir con sus rabietas, pues lo único que ganaría con eso es que su padre le rompiera la boca. No piensa lidiar con lo que vendría después de eso, tiene muy en claro quien sigue siendo el mayor, tanto en dinero como en fuerza, y eso volvía a su papá el jefe. El líder.

Pronto él lo sería y le echaría de su vida.

Cuando llegaron a la casa, su padre estaciono frente a la entrada y David no dudo en bajar, pero en vez de cerrar la puerta con un sonoro golpe, decide ayudar a su hermana a bajar. Ella le agradece, espera a que él baje el violonchelo que había sido colocado en la cajuela y ambos se encaminan a la puerta, sin embargo son frenados al escuchar a su padre llamarles.

— Vayan a cambiarse de ropas, algo semi elegante y esperen en el cuarto de su madre y mío ¿de acuerdo? —fueron mandados a la habitación de sus padres, ¿es enserio? ¡Ya no son niños! Pero ante la seriedad de su padre, deciden solo acatar la orden.

Como su padre ha solicitado, cada uno se ha ido primero a su respectiva habitación para cambiarse de ropa. Si el señor había pedido algo semi elegante, es porque les daría una noticia grave, conoce bien su modo de operar, por lo tanto se decide por un pantalón negro de vestir, camisa blanca de cuello largo y un abrigo gris, el cual tiene un interior de terciopelo.

Se coloca los zapatos que usaba para la universidad, los cuales se mantienen brillosos gracias al buen cuidado que les ha dado. Camina al baño, en donde observa su reflejo por un momento, no ha habido mucho cambio en su rostro como lo han tenido sus demás amigos, ya que carece de un impresionante vello facial, pero de igual forma no hay espinillas ni barros, cosa de lo que está muy agradecido.

Después de peinar su cabello, el cual posee un corte de militar no tan marcado ni corto, se dirige a la habitación de sus padres. No le sorprende que se hermana esté ya ahí, vistiendo un vestido azul grisáceo, la tela brillosa y claramente fría, los delgados tirantes caen por los hombros y mantienen con pereza el revelador escote trasero. Él se lo regaló el año pasado, no recuerda la razón; posiblemente su madre se lo haya pedido.

— ¿Qué hiciste? —la pregunta de parte de Arlyn le hace salir de su ensimismamiento, parpadea confundido, para después verla con los ojos entrecerrados.

— ¿Disculpa? —murmura, sorprendido ante la acusación— Eso es algo que debería preguntar yo —le señala, mostrando lo irritado que se encuentra—. He estado haciendo todo bien para no joder mi Dagmar, es obvio que quien la ha cagado has sido tú, ¿acaso se enteró que dejaste la clase de francés?

— ¡¿Cómo sabes eso?! — su hermana alzo la voz, sonrojándose inmediatamente. Oh, bueno, tarde o temprano el rumor iba a llegar a ella.

— Me cogí a tu maestra —aunque fue Abraham quien lo hizo, aquella apuesta la perdió horriblemente, pero no piensa dejar que su derrota sea anunciada a los cuatro vientos.

— Eres un cerdo.

— Veinte años y sigues diciéndome el mismo insulto —pone los ojos en blanco, palmeando los bolsillos de su abrigo en busca de su celular—, ya cámbiale.

— Si dejarás de serlo, lo haría —Arlyn sonríe radiante, como alguna vez la abuela le enseñó—, pero como sigues igual de pendejo que hace tantos años...

— Sí, bueno, no esperes mucho de mí cuando paso tiempo contigo.

Su hermana infló las mejillas molesta, desvió la mirada y se alejó, tomando asiento en la enorme cama de sus padres, la cual no hace ningún ruido bajo el peso de su hermana. David, molesto, se encamina a la puerta, dispuesto a salir de ahí e irse a la suya, para poderse dormir o empezar con sus malditos deberes, pero se frenó en seco al pensar en lo que su padre le haría, si no lo veía donde le había dicho que debía de estar.

¿Qué le haría su padre? No quería morir en manos de quien le dio la vida, tiene suficiente con verle cada día desde que... Suelta un suspiro, rasca su nuca da dos pasos atrás, se da la vuelta y apoya la espalda en la puerta, necesita algo firma en donde poder dejar ir su cuerpo. Los recuerdos no le vienen nada bien.

Busca nuevamente su celular, encontrándolo en el bolsillo de su pantalón; no iba a morir de aburrimiento, ni iba a permitir a su mente divagar en cosas que le pondrían mal. Comienza a chatear con sus amigos en un solo grupo, el cual mantiene el mismo nombre desde secundaria: "Power Ranger Rojo Manda", la verdad no está muy de acuerdo con ello, él prefiere el azul.

Abre una conversación en privado con Abraham, el cual le acaba de m****r una horrible imagen de alguna extraña película. En definitiva, su mejor amigo es raro.

David: Adivina dónde estoy.

Abraham: No sé, ¿en tu cuarto, tal vez? Por cierto, ¿tienes alguna camisa color rosa que me puedas prestar? La necesito, quiero hacer enojar a mi padre.

David: ¿Tú crees que soy pendejo? Claro que no tengo una camisa rosa, mi padre me prende en llamas si llegara a ver eso. Y no, no estoy en mi cuarto, sino en el de mis padres.

Abraham: ¿Qué diablos hiciste, David? Mañana es tu cumpleaños, no deberías arruinarlo.

David: No he hecho nada, ¿por qué mierdas me culpas? Lo más seguro es que fue mi hermana. Sale sin autorización cuando cree que nadie la ve, pero yo sí y no pienso dejar que me embarre en sus mierdas.

Abraham: Calma, no tienes por qué echarla a los dientes del lobo. Tal vez tus padres quieren hablar con ustedes sobre la fiesta de su cumpleaños o algo así. Sabes lo mucho que invierten, es ridículamente costoso el mantenerte feliz.

David: Si fuera eso, nada más me lo hubieran dicho a mí y no me tendrían encerrado ¿entiendes? Algo no está bien, a Arlyn no le han festejado nunca un cumpleaños como corresponde ¿por qué ahora sí?

El mensaje se marca como leído, pero al pasar de los segundos no hay señal de que vaya a haber respuesta, así que David sale de la conversación y decide comenzar una nueva con una chica del instituto, la cual quería salir con él por la posición que poseía económicamente, era demasiado obvia. Eso le agrada, no era como las demás, las cuales no paraban de alagarlo ni decirle lo que quería escuchar, eso no era malo, pero definitivamente no va con él.

Hace años, cuando estaba en secundaria, le sorprendió muchísimo escuchar a Noel, un viejo amigo, que las chicas (todas ellas) iban tras las billeteras llenas. Ahora no le extraña, ha escuchado y comprobado muchas cosas, como que entre las hermanas menores eran unas interesadas, tres de ellas lo tuvieron de objetivo, pero nunca lograron su cometido.

No puede culparlas en su totalidad, ya que se les había educado de esa manera; dispuestas a operarse por la aprobación del hombre que más dinero portara en su billetera, pero eso a él no le agrada. No puede con la sangre, así que imaginarlas sobre una plancha con el busto abierto... No, definitivamente no puede con esas imágenes.

David buscaba algo como su madre, una dulce mujer dedicada al hogar y a su familia, sonriendo y dando apoyo a lo que su pareja decidiera. Ella cocinaba, lavaba, tejía y era capaz de hacer múltiples tareas a la vez, tenía buena figura a pesar de ya tener cuarentainueve, y, lo más importante, no era una estúpida. Su madre le ayudó mucho en bastantes tareas, cuando su padre y abuelo no se daban cuenta, claro.

Él no quiere una mujer estúpida a su lado, sería un desperdicio.

— David, necesito preguntarte algo — la voz de su hermana le hace alzar la mirada, ella sigue donde mismo, pero por la expresión que posee puede suponer que se encuentra asustada, ¿por qué?

— Puedes hacerla —se alza de hombros—, mas puede que no la responda —ella pone los ojos en blanco, antes de acomodarse en la cama para quedar frente a frente.

— ¿Padre te ha dicho qué es el Dagmar? —la pregunta le hace soltar un resoplido, ¿por qué debe de ser tan tonta?

— Se le dice así cuando los hijos cumplen veintiún años —hace una mueca—; por hijos me refiero a mujeres y hombres, ¿de acuerdo? Pero suelen usarlo comúnmente en los varones.

— ¿Nada más?

— Sí —Arlyn baja la mirada, mientras que David frunce el ceño— ¿Te molesta o algo?

— No, la verdad es que no me importa —suspira, moviendo la punta de los zapatos de tacón sobre la alfombra color hueso—. No es como que no lo haya visto venir.

— Creo que sí debería importarte —su melliza voltea a verle, luciendo confundida—. En este mundo no puedes ser conformista con nada.

— ¿Ese es tu lado empresario? —su hermana arquea una ceja y él solamente le ve sin mucha gracia.

— No, era mi "yo" siendo amble contigo, pero ahora mismo te está mandando a la m****a.

Una sonrisa se formó en ambos, no es la primera que han compartido esta clase de conversaciones que terminan en una genuina sonrisa, es obvio, pero aun así les extraña un poco cada vez que sucede. David vuelve a prestar atención a su celular, no necesita recordar cosas sin importancia, y al ver que la chica ya le había enviado una foto, no puede evitar sonreír victorioso. Al abrir el archivo, hace una mueca, pues en la fotografía lo único que podría considerarse ropa sería el peluche que sostiene entre sus pechos.

Tal vez la invitarla a la fiesta no sea mala idea, pero ¿en verdad era necesario hacer eso con el muñeco?

Se escuchó el sonido de la puerta al intentar ser abierta, esto le hace levantarse y alejarse de esta, guardando su celular en uno de los bolsillos de su abrigo. La tensión en su cuerpo aumenta considerablemente, pues imaginar de lo que posiblemente su padre quiere hablar, le hace querer saltar por la ventana. Sin embargo, al ver que no era su padre, sino su madre, la tensión se esfumo. No dudo en acercarse a ella para saludarla con un abrazo.

Ya la había superado en altura desde su tercer año en preparatoria, pues mientras ella medía 1.68 metros; él, 1.95 metros y eso le hacía sentir bien, pues la iba a poder proteger de todos aquellos que le quisieran hacer daño... o algo más sencillo como alcanzarle las cosas que estuvieran lejos de su alcance en la alacena.

Por otro lado; las mujeres siempre buscaban hombres altos, ¿no? Las tenía a ganar el día que se pusiera a buscar una relación.

— David Alberto —habla su madre, separándose con suavidad de él—, necesito hablar contigo un momento ¿sí, amor?

— Claro, sin problema —rasca su nuca, pasando su peso de un pie a otro con incomodidad—, pero papá dijo que no saliéramos...

— Tranquilo, tu hermana puede escuchar... De hecho, debo de hablar con ambos —le soltó para poder cerrar la puerta tras de sí. Su madre luce nerviosa, incluso puede notar que posee ojeras y las marcas de la edad se han ven más visibles en las comisuras de sus labios, cosa que jamás le había visto. Parece cansada, triste y preocupada, algo definitivamente no estaba bien— David Alberto, Arlyn —comienza Teresa, luciendo nerviosa— son hermanos, ¿sí? Eso jamás se les debe de olvidar, aunque pasen cincuenta, setenta o cien años sin verse, deben estar juntos y enfrentarse ante todo y ante todos.

— ¿Estás bien? —cuestiona, preocupado por la forma en que su madre luce.

— Amores —le corta, llevando las manos al pecho—, ésta ciudad, es la peor y más peligrosa selva en la que van a vivir —David voltea a ver a su hermana, quien mantiene el ceño fruncido; es obvio que ella tampoco le sigue el rollo a su madre—; está llena de feroces animales que no dudaran en arrancarles la garganta —coloca las manos como si fuera a rezar, como si estuviera a punto de hacer una plegaria—, pero también hay pequeños y tiernos seres que les serán un buen bálsamo.

— Mamá, eso es raro —Arlyn se levanta de la cama, acercándose a ellos para posar una mano con suavidad en el antebrazo derecho de su madre—. ¿Papá te dijo que vinieras a vernos y que nos dijeras esto? ¿Acaso nos quiere asustar?

— ¡No! —el miedo en la mirada de Teresa pone los vellos de sus hijos en punta, nunca le habían visto así, menos el escucharla alzar la voz—. Su padre no debe enterarse que he venido a con ustedes ¿está bien? Mantengámoslo en secreto — hizo una mueca, llevándose una mano al cuello con nerviosismo—. En unos momentos su padre vendrá y les llevara lejos, el viaje durará muchísimo tiempo...

— Genial, un viaje —no es que la preocupación por ver a su madre así haya desaparecido, pero, vamos, un viaje de regalo para su cumpleaños es bienvenido.

— ...y ese tiempo deben usarlo para hablar entre ustedes —siguió hablando, ignorando lo dicho por su hijo—; no se oculten nada y quítense de rencores, deben de permanecer juntos.

— Mamá, pides un imposible —David Alberto hace una mueca, viendo de reojo a su hermana—. Arlyn y yo no tenemos nada en común... es como hablar con un chimpancé.

— Sí, yo poseo inteligencia —murmura su hermana, desviando la mirada al tocador del lugar.

— Come m****a.

— Piérdete, pendejo.

— Sé que no será fácil —les corta su madre, impidiendo que sigan con aquella tonta discusión—, pero, por favor; inténtenlo —junto sus manos, como si lo dicho fuera una plegaria—, por mí

Eso fue suficiente para que sus hijos aceptaran, podrían amar de la misma manera a su padre y su madre, pero harían todo por ella antes que por él. Así se les había educado. Una mentada de madre, les dolía más que ser insultados o golpeados; con ellos todo lo que quieran, pero que jamás se metieran con su madre. Ella, Teresa, no merece que nada malo le ocurra.

Sus hijos creen firmemente aquello.

Su madre se acerca a ambos y les besa ambas mejillas, para después abrazarlos por un largo rato, ellos sienten como su cuerpo tiembla y logran escucharla como trata de retener los sollozos. Se separa de ellos, acomoda sus ropas delicadamente y con lágrimas en los ojos sale de la habitación, cerrando tras de sí al momento de salir. David Alberto y Arlyn se quedan viendo el lugar por donde su madre ha salido, no están seguros de lo que acababa de pasar ni por qué su madre había tenido tal acercamiento, pero tenían muy en claro que aquello los había dejado muy nerviosos.

Más de lo que ya habían estado.

David nunca dudo de las decisiones de su padre o de su abuelo ya difunto, eso no significa que las haya acatado al pie de la letra o que no haya pensado que podían hacerlo mejor; ser el hombre de la casa era tomar la responsabilidad y con ello duras pruebas, mientras que la mujer se encargaba de sostener la familia. De ser un pilar fuerte, el cual soportase cualquier calamidad por el bien de quienes dependen de ella, pero con el tiempo se ha dado cuenta de muchas cosas. No es pendejo.

Por lo tanto, que su madre, quien siempre calló cuando su padre habló, viniera a advertirles algo ¿estaba mal o bien? No está seguro de cómo tomar aquello, pues es obvio que no puede ir a con su padre y cuestionarle, ya que lo único que provocaría es que su mamá tuviera moretones al día siguiente.

Niega con la cabeza. Su padre tomaría la mejor de las decisiones en lo que fuera que estuviera metido o en lo que sea que los fuera a meter, al menos eso espera.

— Nunca había visto a mamá así —comentó Arlyn, haciendo que volteara a verla con una de sus cejas arqueadas— ¿Qué estará pasando?

— Nada que sea de tu incumbencia —decir aquello en voz alta le sirve para recordárselo a él también—, mejor ponte a platicar con tus amigas de sus novio o de ropa.

— David, ¿enserio no lo entiendes? —ella se coloca frente a él, dejando a vista lo nerviosa y asustada que está. Afortunada ella de poder demostrar emociones sin reprimenda alguna—. Papá está a punto de hacer algo muy grave como para que mamá venga a hablar con nosotros.

— En primer lugar —le señala y da un paso enfrente, el cual Arlyn no duda en retroceder, David no puede ocultar la victoria que eso significaba con una sonrisa ladina—: te recuerdo que no puedes llamar a nuestro padre de esa forma, ese derecho me pertenece a mí; segundo, todo lo que haga, diga o nos ponga a hacer no debe de ser dudado más que por nuestra abuela, quien ya descansa en paz, y tercero, mamá solamente quiere lo que toda madre quiere.

— ¿Y eso qué es? — Arlyn frunció el ceño.

— Que sus hijos se lleven bien —hace una mueca—, pero eso será imposible entre nosotros y en lo único que no la voy a complacer.

Se fue a sentar a la cama de sus padres un poco molesto y nervioso, emociones que necesita despeja rápidamente, si no quiere que le jodan el día. David sabe confiar en su padre, tiene en cuenta que es la mejor opción, pero no puede dejar de pensar en su mamá; lo nerviosa que se veía, lo preocupada e incluso asustada. Podría ser que su hermana tuviera razón, que su padre está a punto de hacer algo muy idiota como para preocupar a su madre, o peor aún, que ya lo haya hecho.

David extrae su celular y vuelve a revisar las conversaciones; Abraham ya le ha respondido y solo eso necesito para distraerse. De igual forma, inicio una plática con Roberto.

Pasaron unos quince minutos cuando por fin el padre de ambos entro, vistiendo con un traje muy formal y peinado como si estuviera a punto de ir a un gran evento, le recuerda mucho a aquellas reuniones en el campo o cuando fue a verle en el kínder... David arruga la nariz con molestia, mejor ya no divagar tanto en el pasado, además, si iban a ir a una fiesta tendría que arreglarse mejor de lo que ya estaba y es algo con lo que no está muy a gusto.

— ¿Nos vamos? —Para David, su padre sonó demasiado entusiasmado— Nos espera un viaje increíble que siempre vamos a recordar.

— No estamos arreglados como usted —comentó su hermana, levantándose del sillón en el que había decidido esperar—. Necesito que nos dé algo de tiempo, mi atuendo y el de David definitivamente no están al nivel del suyo y...

— Calma, se ven muy bien ambos —José Luis posa la mirada en el reloj de muñeca, uno de cadena dorada que luce caro y visiblemente cuidado—. Por otro lado, no hay tiempo que perder. Hay que ser puntuales.

— He olvidado mi reloj —su padre voltea a verle, luciendo claramente irritado, pero no se doblega— y mi medicamento.

— Bien, de acuerdo —alza las manos, soltando un suspiro—. Tienen quince minutos, no más.

¿Quince minutos? Eso era más de lo que esperaba, David salió corriendo a su habitación, dejando atrás a su hermana y a su padre, debía preparar una maleta de mano con tres cambios al menos, pero lo primordial son sus medicamentos. Ha donde fuera que fueran, nadie le iba a señalar por ir mal arreglado y si había mucha gente, lo mejor era ir bien preparado.

Al llegar a la puerta de su habitación, se detuvo al escuchar un ligero golpe, volteo y miro en dirección a las escaleras. En los primeros escalones, se encuentra su madre; está llorando, mientras sostiene con mano temblorosa su mejilla.

No es difícil adivinar lo que ha pasado. Hace una mueca, abre la puerta de su habitación y al entrar cierra la puerta tras de sí, dentro de su cuarto se sintió como un niño pequeño: "Deja a los adultos resolver sus cosas", era lo que decía su abuelo mientras le llevaba a la habitación y le encerraba, pero de fondo recuerda haber escuchado muchas veces a su madre y abuela llorar.

— No seré ese adulto — se promete, dirigiéndose a su guarda ropa.

Solamente le quedan trece minutos, no debe desaprovechar ni un minuto más. Cuándo ya tuviera los 21, definitivamente las cosas iban a cambiar.

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