Capítulo III: Enferma de coraje

Llegamos a un pequeño bosque, quedaba a una hora de mi casa aproximadamente. Recargue mi bici en un árbol, luego tome al pajarillo y lo saque del bolsillo de mi sudadera. Lo bajé y me senté. Tomé mi celular y noté que tenía llamadas perdidas de mi novio.

—Ay no... — regresé la llamada.

—Q...

—¡¿Dónde estás y porque no contestas el maldito celular?! —interrumpió.

—No sentí ni escuché cuando marcaste, perdona.

—¿Estás con otro? 

—¡¿Qué?! 

—¡Pásame al chico con el que estás!

—Amor cálmate, no estoy con nadie.

—Sí ¡ajá! ¿Me crees tonto Alanna?

—Yo no dije eso

—Luego hablamos Alanna, disfruta los momentos con el otro. Bye. 

Miré mi celular y había colgado ya. Recargue mi cabeza en el árbol. Sentía un peso enorme en mi espalda, me sentía cansada. El pajarillo hizo un sonido, lo observé y sonreí, quedé observándolo. 

—¿Qué buscas? —me acerqué a él. Comencé a mover la tierra con mis dedos y miré unos gusanos, el pajarillo agarró uno y se lo comió, luego comenzó a comerse los demás. 

—Te gustan los gusanos eh... que buen menú el tuyo.  

Gotas comenzaron a caer, rápidamente me levanté, envolví al pajarillo y lo puse en mi bolsillo de la sudadera. La lluvia era cada vez más fuerte; tomé mi bici y pedaleé rápido. Durante el camino, me costaba mirar por donde iba, pedaleaba cada vez más fuerte y sentía la adrenalina correr por mi cuerpo, pensaba en que momento podía caer.

—¡AY! ¡NO! —cerré los ojos. 

—¿Estás bien?

—¿Te lastimaste? —escuchaba unas voces que me decían. Cuando abrí los ojos mi bici estaba a dos metros de distancia, mi pie me dolía, mi rodilla y mi codo sangraban. Vi como mi bolsillo se movía, y saqué rápido al pajarillo que se encontraba allí; se había lastimado, su ala estaba lastimada. Volví a meterlo y me levanté despacio, caminé hacia mi bici mientras las personas se me quedaban viendo, solo la tomé y volví a pedalear. Esta vez iba despacio. 

La noche llegó y el tiempo que normalmente hacía, se hizo casi al doble. Abrí la puerta y lo primero que sentí fue una cachetada. Mi madre tenía los ojos rojos, había llorado, ambas nos quedamos viendo sin decirnos nada, luego subí a mi habitación. Tenía un nudo en la garganta, no sabía porque lo había hecho, mi corazón se había herido. 

Cerré la puerta de mí recamara, prendí la luz y saqué con mucho cuidado al pajarillo de mi sudadera, lo coloqué en su cajita y noté que estaba herido. 

—Es mi culpa, lo lamento... —abrí el cajón y saqué un pequeño botiquín de él, tome un poco de algodón y limpie a su alrededor, luego puse un poco de alcohol en la tapita y lo dejé caer en su ala, el pajarillo trino de dolor, tome una gasa y recorte un pequeño pedazo, lo coloqué cuidadosamente de la herida y luego me percaté de que no se cayera, esperé unos segundos y luego me levanté a apagar la luz, me senté dando la espalda a la puerta y mirando hacia la ventana. Podía ver a luna, las estrellas y los árboles, la silueta del pajarillo hacía que la vista fuera aún más bella ante mis ojos.

—Se supone que yo debía cuidarte, no lastimarte —el pajarillo me miraba —¿Estás bien? —el pajarillo soltó un pequeño cántico, yo sonreí —Si tú estás bien, yo también lo estaré. 

Una luz entro por la puerta de mi habitación y reflejó la sombra de una persona. 

—Hija... —dijo mi madre con voz débil —Hija, lo siento... —comenzó a llorar —Estaba preocupada por ti, no sabía dónde te encontrabas y no me avisaste a dónde irías, no podía imaginar la idea de que algo malo te hubiera sucedido, eres mi equilibrio Alanna, sin ti yo no seguiría aquí... —giré poco a poco la cabeza y miré hacia mi madre, ella estaba de rodillas, pero no como acto de humillación; mi madre se había puesto a mi altura, quería decirme que podía confiar en ella otra vez. 

—Perdóname —mencioné. Mi mamá me abrazó. 

—Sigues mojada —mi madre sonrió un poco

—Sí

—Te enfermarás, necesitas darte una ducha. 

Mientras me duchaba, pensaba en que al principio yo me había sentido lastimada por la acción de mi madre, no me había dado cuenta que yo la había lastimado primero al no avisarle a dónde me dirigía. Llegué a mi habitación y me puse mi pijama, era una noche fría y lluviosa, pero hermosa ante mis ojos. Las gotas caían en mi ventana y su sombra se reflejaba en mi rostro, el sonido de la lluvia al caer era una melodía para mí, era como un susurro en mi oído. Cerré los ojos y abracé mis piernas.

Estaba parada en la puerta de la casa, y había agua sucia en ella, la corriente era un poco fuerte, en una ventana que quedaba frente a la puerta se encontraba el pajarillo, cantando... Yo comencé a asustarme, el agua cada vez era más fuerte y más sucia, salía de la cocina, de la sala y también de los escalones para finalmente salir por la puerta, mojando mis pies. Comencé a moverme para llegar a la ventana donde el pajarillo se encontraba, pero, no podía, el agua me arrastraba, yo me agarraba de la puerta y trataba de avanzar, estiraba mi mano hacía donde se encontraba él...

¡Ayúdame! ¡Ayúdame! no dejes que me lleve la corriente era cada vez más fuerte y el pajarillo cantaba más alto¡Ayúdame por favor! el agua se elevaba más, ahora me llegaba a las rodillas, el pajarillo cantaba y me miraba... 

Pegué un brinco al sentir que alguien tocaba mi frente. 

—¡Estás ardiendo en temperatura! —mi madre volteo y salió de mi habitación, yo a penas y podía respirar. Cerré los ojos por un instante, me dolía mi cuerpo, me sentía débil, no quería moverme. Llegó un momento en donde pensé en morirme, pero... no podía, aquel pajarillo necesitaba de mí, no quería dejarlo solo, era lo único que tenía. 

Mi madre comenzó a ponerme paños fríos en mi cabeza, podía escuchar todo lo que decía. 

—Ya estás grande Alanna, es para que te cuides más, sigues pareciendo niña chiquita —Sonreía ante lo que mi madre decía y en vez de sentirme mal, con las palabras que decía mi mamá me hacía sentirme mejor —¿Y te ríes? cómo si lo que dijera fuera gracioso.

Lo es pensé

—Alanna... no vuelvas a hacerme eso, no tienes idea de cómo me sentí ayer, llegué a pensar que no te volvería a ver —comenzó a llorar —Recupérate pronto —besó mi frente y se marchó. 

Derrame una lágrima.

Lo siento mamá. Te amo. 

La luz dio directo a mis ojos y desperté. Cuidadosamente me senté sobre mi cama. Miré el reloj y era la 1, no sabía cuánto tiempo me había quedado dormida. Mi celular comenzó a sonar. Era una compañera de la universidad.

—Alanna ¿dónde estás? ¿estás bien?

—Hola Janne —mi voz se escuchaba poco

—Alanna, parece que estás afónica. ¿Estás resfriada?

—Sí, un poco. 

—Me tenías preocupada.

—Estoy bien... 

—No, no lo estás, iré a verte y te llevaré algo

—Janne no es necesario que traigas algo, estoy bien. 

—Alanna casi no te escucho, iré a verte —soltó una pequeña risa —De paso te llevo los trabajos y tareas para que no te atrases ¿está bien?

—Está bien

—Bueno, nos vemos en un rato 

—Sí... —colgué 

La llamada de Janne me había hecho sentir bien y me hizo recordar a Tara. Tenía tiempo sin saber de ella, después de la muerte de su novio, había perdido casi contacto con ella. Le había escrito varias veces para saber cómo se sentía, pero solo los leía, en la universidad ya no la veía; no sabía que sucedía, tampoco sabía si yo había hecho algo para molestarla y que ella fuera tan distante conmigo. 

Tomé mi celular y abrí conversación con ella, aún seguía conectándose. Comencé a escribir un mensaje, pero al terminarlo lo borré, pensé que tal vez le molestaba mi presencia y no quería que se sintiera incómoda conmigo. Había tomado una decisión y yo la dejaría de buscar, aunque por dentro ella siempre tendría una parte de mí.

Tampoco había recibido mensajes de mi novio después de la llamada. 

Miré hacia mi ventana y el pajarillo me miraba.

—Estoy bien —sonreí, pero no estaba bien, mi corazón había sentido dolor, otra vez y de alguna u otra manera sabía que el pajarillo podía sentir lo que yo sentía —Estaré bien —corregí mis palabras.  

Mi madre entró a mi habitación.

—Alanna baja a comer. 

Asentí, me levanté de la cama

—Tu padre no trabajó hoy —hizo una pausa —Está en casa. 

Mi piel comenzó a sentirse caliente, era como si mi padre fuera un fósforo y yo la dinamita. Volví a sentarme en mi cama. 

—Alanna yo sé que...

—No quiero verlo —interrumpí 

—Está bien... —cerró la puerta. 

El simple hecho de saber que todo el día vería o escucharía a mi padre me estresaba, mientras él no estuviera en la casa podría decirse que era feliz. 

Mi padre entró a mi habitación y abrió la puerta enojado. 

—¿Cómo que no vas a comer?

—No tengo apetito

—No has probado nada en todo el día. Baja a comer

—No tengo apetito

—¡Qué bajes a comer!

—¡Qué no tengo apetito! —apenas y podía gritar de lo afónica que me encontraba.

Mi padre se acercó a mí y estiró la mano. Iba a pegarme.

—Está aquí Janne... dijo mi mamá rápidamente. 

Mi padre bajo poco a poco la mano. Janne se encontraba con mi madre en la puerta de mi habitación, había presenciado todo el teatro. 

—Las esperamos abajo para comer —mi padre se dio media vuelta y salió. Mi madre también nos dejó solas.

—Hola Alanna...

—Hola...

—No sé si llegué en un buen momento para evitar que tu padre te pegara o en un mal momento. 

—No importa

—¡Ay amiga! lo siento...

—Tú no tienes la culpa. Ese señor siempre es así, no cambiará.

Ambas nos quedamos en silencio por un instante. 

—No lo soporto Janne, no soporto a mi padre...

Janne me abrazó y comencé a llorar. 

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