CAPÍTULO 4. YO… SOLO TENGO ESTO PARA VENDER…

Christian sin prestar poca atención al hecho de que el choque aún no había sido levantado por las autoridades, movió su auto, el cual a pesar de sufrir daños exteriores de carrocería no padeció ningún desperfecto mecánico. Sin pérdida de tiempo, se alejó del lugar acelerando en su trayecto a la casa de su amigo.

No pudo evitar sentir, una desagradable inquietud recorrer su cuerpo, convirtiéndose en un penetrante sudor frío, la cual terminó instalándosele en la espina dorsal, demasiado preocupado por el estado de salud de Sally. Temía algo malo pudiera sucederle, porque si eso llegase a pasar, jamás lograría perdonárselo, por no prestarle la debida atención durante esos días, además era la única persona capaz de despertar en él un sentimiento de afecto y protección, quizás porque habían estado juntos en el orfanato hasta el día cuando decidió escapar.

Veinte minutos después, en tiempo récord, llegó a la urbanización ubicada en un sector de clase media de la ciudad, unas antiguas casas de dos aguas, con techos rojos, pintadas todas de blanco. Al llegar, giró el picaporte de la puerta de madera, pero esta no cedió estaba cerrada, por un momento su preocupación se intensificó, cerrando su puño le dio un par de golpes a la puerta, sin embargo, recordó el lugar donde los ocupantes de la casa escondían un juego de llaves por si surgía alguna emergencia, sin pérdida de tiempo se dirigió al jardín, buscó en el lugar indicado y tomó la llave, no pudo evitar sentir alivio, al tenerla en sus manos.

Sin perder más tiempo caminó a la puerta, la abrió y comenzó a gritar el nombre de la mujer.

—¡Sally! —llamó dirigiéndose a la sala, donde se supuso debía estar ella si se había caído subiendo al segundo piso.

Al entrar al salón la vio sentada al pie de la escalera, con el pie estirado, apuró sus pasos para llegar con prontitud a su lado, la mujer exhibía una expresión de dolor, sin embargo, al verlo la cambió por una de alegría.

—¡Oh Christian! —exclamó la mujer emocionada al verlo, al mismo tiempo que un par de lágrimas rodaban por su rostro —. Es un alivio verte, por favor ¿Puedes ayudarme a llegar a mi habitación?

Él se inclinó a un lado de ella, antes de ayudarla para llevarla a la habitación, le tomó el pie, quitó su calzado y comenzó a revisárselo con detenimiento y delicadeza, pasaba sus manos por el lugar donde ella le indicaba que sentía la molestia, mientras la mujer profería un leve gemido, sin apartar los ojos de él.

—Aparentemente no tiene nada malo, sin embargo, como es tan doloroso para ti tal vez se trate de un esguince. Debemos ir a un médico, es necesario mandarte hacer algunas radiografías para descartar cualquier fractura ¿Te parece? —inquirió el hombre en un tono de preocupación. .

No obstante, sus palabras no lograron tranquilizar a Sally, todo lo contrario, se puso nerviosa. Al ver el miedo en su rostro, Christian lo atribuyó al hecho de no querer estar incapacitada por mucho tiempo, por ello empezó a consolarla.

—No te preocupes Sally, estarás bien. No tienes nada a lo cual temer porque voy a estar contigo todo el tiempo requerido. ¡Ven! Apóyate en mí, para llevarte al auto e ir al hospital —declaró con determinación.

Ella hizo amago de levantarse, mas luego dibujó en el rostro un gesto de dolor, el cual no pasó desapercibido para el hombre, quien intentó sostenerla para poder cargar su pesó en él, sin embargo, ella apartó su mano llorando.

—Lo siento Christian, no puedo caminar ni siquiera contigo apoyándome —él la observó dubitativo, tratando de encontrar una solución, momento aprovechado por la mujer para hacerle una propuesta—, a menos de que me alces entre tus brazos, es la única solución —anunció esperando la reacción del hombre con emoción, pues se moría por tenerlo cerca.

Él se quedó un par de segundos sorprendido, pues poco le gustaba la cercanía de las personas, no obstante al final, optó por hacerlo. Al cargarla la mujer hundió su rostro en el cuello, una extraña sensación lo invadió y su piel se erizó ante ese contacto, trató de pensar en otra cosa, como una forma de ignorar la cercanía a ella y aceleró sus pasos para llevarla al auto y dejar de tenerla tan próxima a su cuerpo.

Al subirla al auto, la mujer en vez de liberarlo, lo mantuvo más del tiempo sosteniéndolo del cuello, hasta él mismo liberarse.

—Sally, ¿Puedes soltarme? Vas a asfixiarme —las palabras del hombre la hicieron sentir apenada.

Lo soltó de inmediato y él aprovechó para salir con premura a dar la vuelta para subirse al auto, mientras pasaba la mano por el cuello como si lo estuviese limpiando, luego se sacudió las manos en un gesto inconsciente, tratando de retirarse un sucio invisible.

*****

Lynda, esperaba con ansias el resultado de la conversación del médico con su familia, sin embargo, luego de cortar y ver su expresión sabía la respuesta sin temor a equivocarse. No hubo ninguna sorpresa, siempre había sido así, desde el desafortunado accidente donde murió su madre, la trataron como una extraña, apartada a un lado, sin derecho ni a voz, tampoco a voto. No pudo evitar un par de lágrimas que escaparon de sus ojos, se las limpió con rapidez para no ser vista, no obstante, el médico se dio cuenta y sintió pesar por la jovencita.

—¡Lo siento! Por tu expresión, seguramente esperabas este resultado, no fueron muy receptivo conmigo, poco les importó lo sucedido. ¿Tiene alguna otra alternativa? —inquirió preocupado.

La chica se quedó pensativa, en realidad no tenía quien cubriera sus gastos, tal vez podría llamar a su única amiga, para ver si la ayudaba a vender lo único con lo cual contaba, llevó la mano al cuello sacó la hermosa cadena, único recuerdo de su madre, no pudo evitar el dolor atravesar corazón.

—Yo… solo tengo esto para vender…—No pudo evitar quebrarse y comenzó a llorar —, me lo obsequió mi mamá antes de morir. No tengo nada más con lo cual pagar. El hombre vio la cadena con curiosidad, pero se mantuvo sin decir nada, solo con una expresión pensativa.

—También podemos hacer otra cosa, si no tienes ninguna protección de un adulto, podemos llamar a los servicios sociales —declaró el médico.

—En un mes cumpliré la mayoría de edad. No se preocupe, déjeme llamar a mi amiga, para que me ayude a venderla. Tal vez algún día pueda volver a recuperarla.

En ese momento mientras conversaba con el médico, entró un hombre de aproximadamente cincuenta años era su padre, se emocionó al verlo, pensando iba preocupado por ella, lo recibió con alegría, el médico salió para darle privacidad.

—¡Papá, si viniste! Pensé no…—no pudo continuar hablando porque su padre la interrumpió.

—¡Cállate! Es hora de cesar con tu fingimiento No solo robaste el auto de tu hermana, no conforme con eso se lo destruiste ¿Cómo pudiste chocar el auto de tu hermana? Eres demasiado mala ¡¿Qué clase de horrible persona eres?! —exclamó con violencia.

La chica quedó sorprendida ante sus palabras, encogiéndose, temiendo a ese ataque, no podía creer la actitud de su padre, en vez de preocuparle como estaba, si había salido ilesa, lo hacía por el auto de su hermana. Eso fue un fuerte golpe para su ya maltrecho corazón, con toda la tristeza del mundo pudo comprobar una vez más, la verdad, para su padre no tenía ningún valor y mientras más rápido se diera cuenta de que no podía esperar nada de él, menos sufriría, se dijo, tratando de hallar la forma de controlar el llanto, el cual amenazaba con revelarse, y así poder recibir con estoicismo, la injusta reprimenda de su padre.

“Atrévete a ser valiente hoy y confía en que cuando extiendas tus alas, volarás”. María Demuth.

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