Capítulo 4: La Alta Sociedad de Santiago.

Estos seis días han sido agotadores, afortunadamente estoy con un receso en la universidad por las vacaciones de invierno, además de tener que aguantar el genio insoportable de mi madre, a quien no le bastó dejarme en ridículo en mi cumpleaños, sino que programó una cena para invitar a Massimo Cavalcanti, ya que el día de mi ridículo estaba presente.

Para mi fortuna, mi padre me avisó con tiempo y llegué a encerrarme a mi cuarto. Fingí un dolor de cabeza extremo y no salí de mi habitación, aunque la señora casi echó abajo la puerta, alegando que no venía solo, la ignoré.

¿O qué creía? Que yo bajaría con mi sonrisa de niña de alta sociedad, como si nada, para darle gusto a ella… se equivoca. Ese día ella perdió todo mi cariño y respeto.

Mi padre me apoyó, porque considera que Massimo es un hombre demasiado mayor para mí, algo que ha conversado con ese señor y también está de acuerdo, no tiene ni el más mínimo interés en mí, aparte de una linda amistad.

Me meto a mi habitación, saco un vestido espectacular de la última colección de Cavalcanti Moda, tiene un aire de los veintes, muy ajustado, de color negro, un escote V y con una abertura hasta unos quince centímetros sobre la rodilla. Unos tacones negros que me dan unos diez centímetros más, mi metro sesenta y dos se disimula un poco. 

Me meto a la ducha, mentalizado en que serán solo tres salidas y nada más, tres vestidos y volveré al lado de mi padre. 

Me estoy lavando el cabello, cierro los ojos y escucho esa voz profunda, de un hombre de unos treinta años.

El día de la cena alguien subió para usar el baño de este piso, no sé por qué. Yo estaba en plena oscuridad, de pronto mi puerta se abrió, había olvidado pasar el seguro luego que mi padre me trajera algo de comer.

Una voz masculina, de un rostro que no vi, que le pertenecía a una silueta que me hizo estremecer, pidió disculpas por haberse equivocado. 

Ahora, igual que en ese momento, mi cuerpo se estremece, siento que algo me llama a él como si se tratara de magnetismo. Ni siquiera vi su rostro, pero imaginar su cuerpo abrazando el mío, su voz profunda susurrando palabras de amor a mi oído y dejándonos llevar por lo que sentimos…

-Estás loca, él con suerte sentirá un poco de vergüenza por equivocarse de puerta.

Me apresuro, me cubro con una toalla y comienzo a sacar mi cabello con delicadeza, para luego usar el secador. 

Se deja caer en ondas perfectas, ahora procedo a la crema por todo mi cuerpo y luego a vestirme con ropa sencilla. Tomo un pequeño bolso con cosas que pudiera necesitar y el vestido dentro de una funda.

Nada más salir de mi habitación, me encuentro de frente con mi madre. 

-¿En serio lo harás? Irás a exhibirte como una cualquiera. 

-Antes de mi cumpleaños sus palabras me habrían dolido profundamente, pero ahora me dan lo mismo. Esto es un favor para su tan especial Massimo Cavalcanti, bien sabe cuáles son mis intereses. Ahora, con permiso, voy casi en la hora.

Avanzo unos pasos, pero me toma del brazo. 

-No me dejes con la palabra en la boca, no te cansas de desafiante. Soy tu madre y me debes respeto.

-El respeto se gana, igual que el cariño.

-¡Insolente! - trata de darme una cachetada, pero le detengo la mano -.

-No se atreva, porque ya le dije que no siento respeto por usted. Si me toca, nos iremos como iguales.

-¡Eres una furcia! ¿Qué va a decir la alta sociedad de Santiago? Seguramente la loca de tu prima irá a cubrir el evento y te tapará de fotografías. Mañana todos te verán como una fácil y Massimo ya perderá el interés en ti.

-Ese señor no siente la más mínima atracción por mí - dejo caer su mano de manera despectiva y escupo las palabras con rabia -. Entre nosotros hay amistad y cordialidad, porque es socio de mi padre y algún día yo me sentaré a su lado. Deje de buscarme con quién casarme, porque eso lo elijo yo. Aunque viendo lo feliz que es usted en su matrimonio, a lo mejor nunca me caso. No quisiera hacerle daño a un buen hombre como mi padre.

Salgo disparada de su alcance, bajo las escaleras con rapidez, nada más salgo de la casa las lágrimas brotan de mis ojos. No consigo entender que mi madre no me quiera. Duele como una herida profunda en el pecho, pero tendré que acostumbrarme.

He llegado a pensar que no soy hija de esa señora, porque de otra manera no me explico que me trate así

Me subo al auto y el chofer me lleva con rumbo a las instalaciones de Cavalcanti Moda. Me limpio el rostro y me aplico algo de crema en el rostro, para que no se me note tanto el haber llorado.

Respiro profundo, cierro mis ojos y me imagino que ese hombre diciéndome que todo estará bien. Me abrazo fuerte por la cintura y sonrío como tonta, pero eso es mejor a nada.

Al llegar al estacionamiento subterráneo, un agente de seguridad me espera. Me ayuda a bajar y a cargar mis cosas, tomamos el ascensor y nos vamos directo al piso en donde será la muestra. 

En cuanto se abren las puertas, Giacomo se lanza sobre mí. 

-Te adoro, muchacha, llegaste una hora antes y eso para mí es lo más hermoso - me guía hasta la maquillista-. Ahora, quiero ver ese vestido del que me hablaste.

El agente le entrega el vestido, al abrir la funda deja escapar un gritito de asombro y se lleva las manos al rostro. 

-Niña, este ha de verse perfecto en tu cuerpo - mira a la maquillista -. Déjala hermosa, peinada y maquillada para este vestido. Aunque sea de la colección anterior, la quiero deslumbrante.

La mujer se pone a eso y la peluquera comienza a peinarme con mucho cuidado, alabando mi largo cabello.

Comienzan a llegar los demás, algunas me miran con recelo, pero a mí me resbalan. No podía decirle que no a Massimo, esta es una estrategia de cooperación entre empresas, para mí es una manera de decirle "haré lo que sea por ti, pero después tú lo debes hacer por mí".

Termino frente al espejo con maquillaje suave, con sombras oscuras que resaltan mis ojos castaños y con mi cabello recogido solo con horquillas y un moño bajo, que me da un aire de mujer de los veinte. No me veo de mi edad, si no que algo mayor.

Comienzan los murmullos de que los invitados han comenzado a llegar. Me imagino a Pilar sentada tomando notas y esperando por mí. Cuando le conté por teléfono casi me dejó sorda por el grito que dio. 

Y así me preparaba para desfilar ante un reducido, pero selecto grupo de la alta sociedad de Santiago, donde las miradas estarían puestas en mi desplante, mi cuerpo y la prenda que me cubriría.

Giacomo aplaude un par de veces, nos manda a hacer todo perfecto y nos desea que no nos caigamos nada más entrar allí. Se inicia la música y todos comienzan a salir y entrar, cambiándose rápidamente para volver a salir. Hasta que se me indica salir.

Inhalo, échale y salgo lo más tranquila que mis nervios me permiten. Hago mi recorrido y veo a mi padre, ni luces de mi madre, veo su mirada orgullosa y justo antes de volver veo esos ojos, azules, oscuros por algo que no reconozco. 

Y, por alguna razón, los relaciono con esa voz. Porque esos ojos y esa voz solo pueden ser del mismo dueño.

Me estremezco, mientras Giacomo me pregunta si me encuentro bien.

Ya no lo sé, porque miles de mariposas empiezan a revolotear en mi estómago. 

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