Capítulo 4

Bianca no se permitió pensar demasiado en su partida en lo que resto de la semana, si lo hacía iba a terminar llorando en algún rincón. Se mantuvo concentrada en hacer su trabajo y enseñarle todo lo que pudo a las nuevas secretarias. Ambas eran muy buenas y aprendieron con rapidez.

Su último día de trabajo se sintió de lo peor, apenas y se levantó para ir a trabajar y durante todo el día se mantuvo más callada de lo normal. Leonardo trató de hacerla reír más de una vez sin mucho éxito. Él no dejó de mirarla preocupado, pero se mantuvo al margen.  

Cuando el final del día llegó casi se sintió aliviada, por fin podría marcharse a casa para lamerse sus heridas en privado. Su intención era salir de allí sin que nadie se diera cuenta, pero fue llevada con engaños por Leonardo hasta donde habían instalado los nuevos puestos de trabajo.

—¡Sorpresa! —se escuchó gritar en cuanto prendieron las luces.

Todos sus colegas, los nuevos y los antiguos, estaban allí. Bianca los miró sin saber cómo reaccionar, tenían sonrisas y aplaudían. Uno a uno todos se fueron acercando a abrazarla. Una fiesta era lo que menos quería, pero no quería ser grosera con nadie así que les siguió la corriente. Recibió los buenos deseos de un futuro mejor y agradeció con una sonrisa.

—Ahora el jefe dirá unas palabras —dijo Alonzo, uno de los trabajadores.

Leonardo se paró en medio de las personas antes de hablar.

—Bianca, fuiste una estupenda trabajadora, pero sobre todo una gran amiga. Te vamos a extrañar —dijo Leonardo—. Todos aquí te quieren y lamentamos que te tengas que ir.

Las demás personas asintieron de acuerdo y aplaudieron nuevamente.  

—Gracias por eso —le dijo a Leonardo cuando se regresó a su lado.

—Bianca, es tu turno de hablar —manifestó Alonzo.

Todas las miradas se posaron ella y como siempre su rostro comenzó a calentarse.

—Yo quiero agradecerles por este detalle, son como una familia para mí y seguro que los voy a extrañar.

—¡Entonces no te vayas! —gritó uno de los muchachos y todos rompieron a reír.

—Bueno, bueno. Todos disfruten de la comida y la bebida —Las personas se dispersaron en por todo el lugar.

Bianca miró la habitación en busca de Valentino, no estaba muy segura si lo quería era verlo o no.

—No está aquí —comentó Leonardo.

Trató de fingir que no le importaba, pero no debió salir demasiado bien porque el gemelo tenía una mirada de preocupación en su rostro.

Caminó hasta la mesa de bebidas y bocadillos. Todos disfrutaban de la fiesta y era lo mínimo que ella debía hacer.

Tomó un trago de la mesa y se lo llevó a la boca. Solo lo tomó para tener un poco de valor y olvidar su timidez.

>>No creo que sea buena idea —mencionó Leonardo.

Agarró otra bebida y se la alcanzó a él.

—Tranquilízate será la única que beberé.

—Pero puedo apostar que es la primera vez que lo haces y seguro que se te subirá a la cabeza rápido.

—Bueno, ya veremos —dijo encogiéndose de hombros.

Bianca comenzó a sentirse relajada y por primera vez dejó a un lado su timidez y se involucró con todos los asistentes. No podía decirse que fue muy conversadora, pero escuchó las anécdotas y rio con los chistes.

La celebración duró por alrededor de una hora antes que las personas comenzaran a despedirse. Si alguien creyó raro la ausencia de Valentino en la fiesta, no lo mencionó.

—Vamos, hermosa. Te acompañaré a casa —dijo Leonardo.

—Está bien —dijo ella sonriéndole. Los dos se despidieron de los pocos que quedaban y caminaron hacia la salida.

—La llevaré yo —anunció Valentino apareciendo junto a ellos cuando estaban en la puerta.

Bianca lo admiró en silencio por unos segundos, no sabía cuándo sería la próxima vez que lo vería. Sus cabellos negros, su piel bronceada, sus ojos de un verde oscuro, la mandíbula fuerte y cincelada. Era imposible no apreciar su atractivo y sabía con certeza que no era la única mujer interesada en él.

—No creo que sea lo mejor hermano —intercedió Leonardo—. No te preocupes, me aseguraré de que llegué a salvo.

Valentino miró de Leonardo a Bianca y luego de regresó y asintió aunque no parecía muy contento.

—Fue un gusto conocerte. —Se acercó a él y poniéndose de puntillas depositó un beso en su mejilla y luego se alejó—. Espero el mundo no nos vuelva a poner en el camino del otro.

Se dio la vuelta y caminó lejos de él. Cada paso que ponía entre ellos se sentía como kilómetros de distancia y fue difícil no mirar hacia atrás. Aun lo amaba y seguro sería así por un tiempo o tal vez por toda la vida. Había pasado tantos años amándolo que ahora no tenía ni la remota idea de cómo no hacerlo. Pero él era parte un capítulo en su vida al que tenía que ponerle fin. Ya no esperaría más porque el correspondiera sus sentimientos.

Leonardo la alcanzó apenas unos segundos después y se puso a caminar a su lado.

—Él no es malo ¿lo sabes verdad? —preguntó él. Los dos tenían la mirada hacia adelante.

Bianca se sintió incapaz de responderle. En el pasado hubiera estado de acuerdo con él de inmediato, pero ahora ya no sabía que pensar. El Valentino que había conocido cuando era joven no era el mismo del que se despidió esa noche. Entendía que con el tiempo las personas cambiaban, pero eso no justificaba ninguna de las actitudes de él hacia ella.

Leonardo la acompañó hasta su casa y luego de asegurarse de que ella estuviera a salvo se marchó.

Estaba cambiándose de ropa cuando el teléfono sonó. Al ver el identificador estuvo a punto de apagar su celular, pero sabía que eso no tendría buenas consecuencias.

—Hola, hija. ¿Cómo va todo? —saludó su madre en cuanto contestó.

Al recibir su llamada supo que ellos ya estaban enterados de su renuncia. Era tal vez por eso que su madre sonaba contenta, ella estaba esperando que se decidiera de una vez por alguna profesión y si era algo con negocios sus padres estarían más que felices.

Ellos rara vez la llamaban, era más usual que ella los llamara. No eran malos padres simplemente nunca habían sido tan cercanos. Bianca había sido una hija sorpresa para un par de padres que no deseaban tener hijos. Ninguno de los dos consideraba el aborto una opción, así que no tuvieron más opción que tenerla. Nunca le habían hecho faltar nada, ni tampoco la habían maltratado; pero jamás fueron padres al cien por ciento. Más de una vez ellos no habían sabido cómo actuar con ella. La única vez que parecían realmente preocupados por ella era cuando actuaba más como una persona del doble de su edad que como una joven. Suponía que tal vez era porque eso les hacía más difícil el trabajo de la crianza.

Como nunca tuvo problemas en el estudio la mayoría de veces la habían motivado a divertirse un poco más, pero solo porque una vez entrara a la universidad tendría que centrarse en eso. Lo que ellos no habían esperado es que su única hija y sobre todo un prodigio, rechazará ir a la universidad.

—Hola, mamá. Todo bien.

—Me enteré que renunciaste a tu trabajo. ¿Por qué no me contaste nada al respecto?

—Fue repentino.

—¿Entonces ya te decidiste por estudiar? —pregunto ella esperanzada.

—De hecho no, ya conseguí otro trabajo en un lugar mejor.

—Bianca… —Adivinaba lo que se venía. Su madre comenzaría el típico sermón sobre tomar decisiones importantes y que el tiempo estaba corriendo. Había escuchado tantas otras veces el mismo discurso y en ese preciso instante no tenía ganas de hacerlo.

—Es una empresa muy reconocida. Pertenece al esposo de Lia, será una buena experiencia en el futuro. 

Su madre estaba al tanto de quién era el esposo de su amiga y admiraba al hombre. Era por eso que se lo mencionaba. Casi podía escuchar los engranajes en la cabeza de su madre trabajando. 

—¡Eso es perfecto! Tomaste una sabia decisión. Las empresas de los hermanos De Luca son reconocidas a nivel internacional. Solo procura no quedarte allí de por vida, el estudio es tan importante como lo es la experiencia.

—Lo sé, mamá. ¿Cómo está papá? —preguntó cambiando de tema. Años de práctica le había enseñado a esquivar las discusiones con su mamá, no era fácil ganarle y Bianca no era de las personas que le gustara discutir.  

—Él está bien y lo estará aun más cuando le cuente para quien trabajarás.

—Salúdalo de mi parte.

—Está bien.

—Ahora que trabajarás en otro lugar, seguro que no quieres que te paguemos el departamento del que hablamos.

Sus padres tenían suficiente dinero para pagar sus gastos. No eran ricos, pero seguro que no estaban lejos de serlo. Sin embargo, ella se negaba a recibir su apoyo porque sentía que vendría con alguna condición.

—No gracias, estoy bien. —Ella parecía dispuesta a insistir pero Bianca la cortó—. Mamá, me tengo que ir.

—Claro, hija. Cuídate.

Terminó la llamada, caminó hasta su habitación y se buscó una ropa más cómoda. Tenía un plan para lo que restaba de la noche.

Caminó hasta su pequeña cocina y sacó de la refrigeradora su helado de reserva y se sirvió una gran cantidad en un bol. En otro recipiente acomodó una variedad de comida chatarra.

Llevó todo hasta su habitación y lo dejó sobre su buró. Después buscó en su bolso todas las películas que había conseguido para la noche. Cada una de ellas era de romance. Necesitaba liberar la tristeza que la venía agobiando y que mejor manera que a través de un maratón de películas tristes. Así podía echarle la culpa de sus lágrimas a lo que estaba viendo y no se sentiría tan estúpida por llorar.

Cerca de las dos de la mañana había visto tres películas, llorado a mares, comido tanto helado que su estómago se sentía a reventar y maldecido a los protagonistas masculinos. La extraña combinación la ayudó a sentirse mejor.

Se sentía tan tentada a continuar con su propia terapia de duelo, pero el cansancio pudo más. Ni siquiera se dio el trabajo de devolver las cosas a su lugar antes de acostarse a dormir.

Al día siguiente se despertó temprano porque se había comprometido con Greta a ayudarla a arreglar su jardín. Nada mejor que mantenerse ocupada para evitar pensar.

Tomó una larga y refrescante ducha, arregló todo el desastre que había hecho y preparó su desayuno. Después bajo al primer piso y tocó la puerta de la dueña de casa. Ella le recibió con una dulce sonrisa y la llevó hasta el patio trasero.

Las dos se pusieron a trabajar sin descanso, Greta había encendido música y estaban escuchando una variedad de músicas, algunas de ellas que a Bianca le resultaron vagamente familiares.

Con el sonido de fondo las dos comenzaron a conversar de temas al azar. Greta tenía muchas anécdotas que contar y a ella le gustaba escucharla.

—Descansemos un rato —dijo Greta algunas horas después.

—Está bien.

—Preparé limonada antes de que llegarás, ayúdame con los vasos.

Bianca se puso de pie y siguió a Greta dentro de la casa.

Las dos entraron a la casa. Ella aprovechó para lavarse las manos y en seguida sacó un par de vasos. Greta también se había lavado las manos y estaba sacando una jarra de limonada de la refrigeradora. Con las cosas en mano ambas regresaron atrás y se sentaron en las gradas del porche.

—Está quedando muy bien —musitó Greta mientras le servía su bebida.

—Sí, tienes unas flores muy hermosas.

Tomó su bebida de golpe, estaba demasiado sedienta por el trabajo bajo el sol.

—Y tu una mano increíble.

—Me inscribí en un curso de jardinería cuando tenía catorce años.

—Eres alguien muy peculiar. La mayoría de chicas a esa edad tienen otros intereses.

—Me lo dicen muy seguido —bromeó.

—Pero seguro que no siempre es como un halago. A veces no es fácil ser diferente.

—Seguro que no.

Greta colocó una mano sobre la suya y la apretó. Ese gesto fue mejor que si le hubiera dicho algo.

—¿Ya estás cansada? —preguntó después de un rato en silencio.

—Para nada.

—Bueno, estoy segura que puedo confiarte mis flores. Encárgate de ello, niña. Yo prepararé el almuerzo. 

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