Capítulo 3

La puerta principal de la casa donde vivía Bianca se abrió cuando ella llegó. No hace mucho había terminado de hablar con Lia. Ella estaba disfrutando de su luna de miel junto a su marido, pero pronto estarían de regreso.

El rostro de Greta apareció en el umbral de la puerta. Bianca se detuvo en los primeros escalones de la entrada que daba directamente al segundo piso.

—Señora Greta, buenas noches —saludó con una sonrisa.

—¿Qué te dije sobre el señora, niña? —la regañó ella.

—Lo siento, Greta.

—Así está mejor. ¿Ya cenaste?

—No todavía, pensaba prepararme algo rápido.

—Olvídate de eso, preparé una deliciosa cena. ¿Por qué no me haces compañía?

—Está bien —aceptó—. Pero iré a dejar mis cosas y regresó en unos minutos.

—Te espero adentro, dejaré la puerta abierta.

Asintió con la cabeza antes de subir a su habitación. Caminó hasta el armario y guardó su bolso. Luego sacó un cambio de ropa. Cogió un pantalón holgado, una camiseta de tiras y una polera. Se cambió rápido y luego fue donde Greta, no quería tenerla esperando por mucho tiempo.

—¿Cómo va el trabajo? —preguntó la mujer mientras le servía su comida, las dos estaban en la cocina.

Bianca dio un suspiro de resignación, no sabía que decir ante esa pregunta.

—Bien —dijo pese a todo lo que estaba sucediendo últimamente. Ni siquiera ante sus propios oídos sonó convencida.

Greta la miró sobre el hombro y arqueó una ceja.

—No suenas tan contenta ¿qué está pasando? —Bianca no pudo mantener el contacto visual por mucho tiempo—. ¿Tiene que ver con ese muchacho, verdad?

La mujer sabía respecto a sus sentimientos por Valentino, ella se lo había sacado después de una noche que el la trajo a casa. Aquella noche un instinto de rebeldía se había apoderado de ella y había terminado yendo con Ava y Lia a un club de strippers. Él había aparecido en el lugar furioso. Para evitar un escándalo que arruinara la noche de su amiga se había ido con él sin oponer resistencia. Durante todo el viaje Valentino no había dejado de regañarla. Bianca, como siempre, había escuchado en silencio. Creyó que tal vez pudieran hablar más calmados en cuanto estuvieran en su casa, pero tan pronto como llegaron él la instó a bajar de su auto. No se fue hasta que ella estuvo al interior de las rejas que protegían la casa. 

Greta había salido apenas el auto arrancó y la invitó a pasar. Luego escuchó paciente mientras ella le contaba toda su historia.

—Algo así —respondió hundiendo los hombros.

—Sabes que puedes confiar en mí, cuéntame lo que te está incomodando. Compartir lo que sientes a veces ayuda a aliviarnos.

Dudó por un instante antes de contarle todo lo sucedido desde la boda de su amiga, no se saltó ni un detalle. Greta era como una abuela a quién le podía contar sus cosas y se alegraba de tenerla.

—Él me está lastimando y a veces me siento estúpida por permitírselo —dijo al final.

—No lo eres, niña. Eres una persona con un gran corazón, no sabes lo que es el rencor y la maldad. Lo amas de verdad, pero apoyo la idea de que llegó la hora de poner un alto.

—Lo sé —musitó resignada.

—Bueno cambia esa cara, no te invité aquí para que te deprimas. Olvidémonos de los hombres, ellos solo causan dolores de cabeza —bromeó la mujer.

Cenaron hablando de la última novela que tenía atrapada la atención de Greta. A ella le gustaba mucho ese tipo de programas. Bianca era más de un buen libro, pero le gustaba escuchar como la mujer le contaba todo lo sucedido durante el último episodio de su programa favorito.

Después de la cena Bianca se encargó de limpiar todo mientras Greta se preparaba para mirar la tele. Ella le invitó a quedarse, pero declinó su oferta. Necesitaba estar a solas para asimilar su decisión. 

Al día siguiente Bianca fue a su lugar de trabajo sintiéndose más segura de lo que había estado en muchos meses. Había llegado la hora de hacer las cosas por ella misma y nadie más.

—¿Estás segura? —preguntó Leonardo más tarde, leyendo el documento que le había entregado—. Dentro de un par de días mi oficina estará lista y tú podrías ser solo mi secretaria. Seguro que Valentino puede conseguir a alguien. Eres muy buena y no sé si conseguiremos a alguien igual.

—Necesito alejarme de él —No necesitaba mencionar su nombre ambos sabían de quién estaba hablando—. Esto me está haciendo daño. No quiero seguir así.

—¿Y ya conseguiste otro trabajo?

—Sí, hablé con Lia ayer en la noche y Matteo le aseguró que puedo trabajar para él. No será en una posición tan buena como aquí, pero no tengo problemas.

—Además de que su empresa es una mejor referencia —bromeó él.

—Sabes que no lo hago por eso —aclaró.

—Lo sé —Él soltó un suspiro—. Está bien, firmaré tu carta de renuncia.

—Gracias.

—De nada, hermosa —dijo él. Como siempre su rostro se ruborizó. Nunca se acostumbraría a que la halagara con tanta facilidad—. Pero hay una condición. Si mi madre te pregunta sobre esto, asegúrate de que sepa que fue tu decisión. Me colgará del pescuezo si se entera que te deje ir.

Bianca sonrió al ver a su amigo temblar de miedo.

—No te preocupes, yo te cubro.

—Te voy a extrañar por aquí —comentó él con una sonrisa.

—¿A dónde te vas? —preguntó Valentino entrando a la oficina. Su voz era mortal.

Leonardo se puso de pie.

—Aquí tienes. —Él le entregó el documento que acababa de firmar. Colocó una mano sobre su hombro—. Suerte.

—Gracias.

Él miró a su gemelo antes de hablar otra vez.

—Los dejaré para que hablen. —Con esas palabras él salió dejándola a solas con el hombre que nunca la amaría.

—¿Entonces? —preguntó impaciente Valentino. Se sentó en el lugar que antes había estado ocupando su hermano. No era su escritorio, pero no es como si importara.

—Acabo de renunciar —manifestó.

—No puedes hacer eso. —Por primera vez notó algo más que la incomodidad en el rostro de Valentino, pero se fue antes de poder descubrir de que emoción se trataba.

—¿Por qué no? Tú mismo dejaste en claro de que no me quieres aquí y yo estoy cansada de sentirme como una molestia. —Se sintió orgullosa de sí misma por no flaquear.

—Lo que ambos queramos no importa mucho, les prometí a tus padres que te cuidaría.

—Haces demasiadas promesas —soltó irónica.

Su forma de responder no solo tomó por sorpresa a Valentino. Casi se dio unas palmaditas de felicitaciones.

—¿De que hablas? —preguntó él recobrando la compostura.

—No importa, te liberó de la promesa que les hiciste a mis padres. A partir de ahora mantente lejos de mi vida, puedo cuidar de mi misma.

Él soltó una risa que no tenía nada de alegre.

—¿Segura que puedes?

Sintió unas ganas enormes de lastimarlo de alguna manera, pero no tuvo la capacidad de hacerlo.

—De todas formas eso ya no es de tu incumbencia.

—No voy a aceptar tu renuncia.

—No tienes que hacerlo —mantuvo su voz firme—. Leonardo ya lo hizo y solo necesito la firma de alguno de los dos para que no se me acuse de abandono de trabajo. Conseguiré a mi remplazo dentro de los próximos días y luego de que le haya enseñado lo necesario me marcharé.

Se puso de pie, cuadro los hombros y se dirigió hacia la puerta. Se detuvo antes de girar la perilla y miró sobre el hombro a Valentino.

—Espero que tengas una buena vida.

Salió de la oficina sintiéndose dividida entre el orgullo que sentía por sí misma y la tristeza. Decidió concentrarse en el primer sentimiento, ya en la privacidad de su casa tendría tiempo para lamentarse por no volver a ver a Valentino.

Pasó el resto del día ignorando a Valentino. No lo hizo porque quisiera demostrarle lo que se sentía, aun no se sentía lo suficientemente capaz de querer lastimarlo, lo hizo porque sentía que si lo miraba a los ojos una sola vez la poca convicción que había logrado conseguir se iría al traste. No quería echarse para atrás, no después de todo el esfuerzo que le costó confrontarlo por primera vez.

La tensión entre los dos era notoria; sin embargo, Bianca se las ingenió para cumplir sus funciones. Pudo sentir a Valentino mirándola fijamente más de una vez.

—Deberían pensar en contratar más que un par de secretarias —le comentó a Leonardo después de la hora del almuerzo—. La empresa ha estado creciendo bastante en los últimos meses. Pronto no podrán ustedes dos con todo el trabajo.

—Pensé lo mismo ¿Que sugieres?

—Necesitaran de unas diez personas más. Estuve revisando las ganancias y hay presupuesto para costear los sueldos.

—¿Dónde sugieres que los acomodemos?

—Podemos desocupar el salón del fondo que no tiene ningún uso en específico y hacer las divisiones. Hay espacio suficiente para acomodar escritorios para todos.

—Tienes razón. Aunque todos los chicos están ocupados con lo de las contrataciones. Supongo que tendremos que hacerlo Valentino y yo, pero necesitaremos de más ayuda. Espero puedas conseguir unas tres personas más.

Bianca asintió de acuerdo.

—¿Te parece si hago una lista con todo el personal que necesitaran implementar?

—Creo que sería mejor que te pusieran en contacto con algunas agencias de empleados y te encargaras personalmente de seleccionar los candidatos aptos para que yo y mi hermano los entrevistemos. 

—Está bien, me pondré a ello.

Bianca se aseguró de enviar sus requisitos a las empresas de trabajadores y pronto recibió posibles candidatos. Durante lo que resto de la tarde se encargó de seleccionar a aquellos que consideraba ideales para el puesto de trabajo. También organizó lo de los nuevos constructores.

Organizó los archivos en carpetas y los llevó a la oficina de Valentino y Leonardo. Su corazón latió desbocado ante la idea de tener que estar en un espacio cerrado con Valentino, su gemelo se había ido a uno de los lugares de trabajo a revisar algunas cosas.

Tocó la puerta y entró cuando él le dio la orden.

—Aquí tengo los currículos que Leonardo me pidió. Ya programé sus citas en los próximos días de acuerdo a vuestra agenda.

Dejó la mitad de carpetas en el escritorio de Leonardo y luego depositó el resto en el escritorio de Valentino.

>>Incluí además el nombre de algunos constructores que se presentaran mañana a primera hora.

Se dio la vuelta sin decir nada más y comenzó a alejarse.

—Bianca —llamó, Valentino. Ella se detuvo, pero no se giró—. Sé que debí preguntarte esto antes. ¿Existe alguna probabilidad de que estés embarazada? —No identificó ninguna emoción en su voz y quiso darse la vuelta para ver que expresión tenía, pero prefería no arriesgarse.

—Ninguna —respondió estoica—. Estoy tomando las píldoras desde hace tiempo y mi periodo llegó poco después de lo sucedido.

El silencio le siguió a su respuesta, así que continuó caminando.

—Tenías razón —dijo de repente él deteniéndola poco antes de alcanzar la puerta—. Lo mejor para los dos es que te marches.

Sus palabras fueron como un golpe que la dejaron sin aire en los pulmones. Pero no se permitió derrumbarse y tampoco le demostró a Valentino el impacto de sus palabras.

—Ya terminé con mi trabajo, me retiro por hoy. —Fue una suerte que su voz no flaqueara ni una sola vez. No esperó una respuesta y se apresuró en salir.

Cerró la puerta tan pronto como estuvo fuera y caminó por el pasillo. Se giró una sola vez con la intención de regresar y decirle unas cuantas cosas sobre su continua actitud hacia ella desde que empezó a trabajar allí, pero no le encontró ningún sentido.

Leonardo atravesó la puerta en el mismo instante que ella llegaba a su lugar.

—¿Todo bien? —preguntó él—. Parece como si quisieras matar a alguien y tratándose de ti es algo extraño.

—Cuando me vaya todo estará bien.

—Eso dolió. Creí que éramos amigos.

—Lo siento, no quise que sonara así.

—Tranquila, lo sé —dijo Leonardo con una sonrisa.

—Acabo de dejar los archivos de algunos candidatos perfectos y el horario en que los cité a cada uno.

—Tú sí que eres rápida. ¿Seguro que no hay nada que pueda decir para que cambies de opinión y te quedes?

—La decisión está tomada.

—Eso me temía —musitó con resignación Leonardo.

 —¿Hay algo que necesites antes de que me vaya?

—No, gracias. Nos vemos mañana.

Bianca agarró su bolso y después de despedirse de Leonardo se marchó. No pudo evitar pensar que en unos días se iría para no volver.

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