Capítulo 3

El tal Máximo conducía a gran velocidad, pero me sorprendía bastante la habilidad con la que lo hacía.

Luego de unos diez minutos, nos detuvimos frente a una casa de dos pisos. Sus paredes eran blancas, su techo de color rojo oscuro, y a ambos lados de la puerta habían dos columnas. Sin duda era una casa preciosa. A su alrededor había otras que eran de estructuras similares, pero con distintos colores.

Máximo se bajó de su auto y se cruzó de brazos a esperarme.

¿Por qué si parecía tan irritado de estar conmigo, me ayudaba?

Joder, qué tipo raro.

Tomé mi bolso y a Ponce, y bajé del vehículo.

Él me observó, luego a mi gatito, y finalmente de nuevo a mi.

-No se si dejan tener mascotas aquí- dijo inseguro.

-No hay problema, puedo preguntarles- respondí tranquila.

No iba a ir a ningún lugar sin Ponce, y si eso significaba tener que dormir en el auto, lo haría.

-No- dijo rápidamente -Voy yo a hablar, los conozco y te puedo ayudar-

-De acuerdo...-balbuceé.

Lo observé mientras se alejaba y suspiré aturdida. Realmente era un hombre hermoso. ¿Cuántos años tendría? ¿Quizá unos treinta?

De todos modos su actitud, aunque era atrayente, me hacía sentir incómoda. Era como si yo fuera una molestia para él...

Acaricié un poco más a mi gatito mientras le susurraba cosas estúpidas. Esa manía que tenemos de hablarles raro a nuestras mascotas...

Unos minutos después, él volvió. Su andar tranquilo me recordó a las otras personas que vivían acá. ¿Habría nacido en este pueblo?

-Dicen que no hay problema con tu gato. Tienen una última habitación disponible, debes pagar 150 dólares al mes. -

Sonreí al escuchar sus noticias. Por fortuna la plata que había traído era más que suficiente para estar aquí unos meses, hasta que consiguiera un empleo.

-¡Muchas gracias!- exclamé con alegría.

-Vamos dentro- respondió y caminamos a la par.

-Tenemos un hogar- murmuré a Ponce, quien ronroneó como si pudiera entenderme.

Máximo me observó de reojo. Joder seguro creía que estaba loca. Pero para mi sorpresa en su rostro no había sorna, sino... Confusión.

¿Sería muy obvio que nunca había salido de la mansión donde crecí?

Abrió la puerta principal y me cedió el paso. Luego de agradecerle, me adentré a mi nuevo hogar. En su interior era bastante sencillo; había un pequeño salón que parecía ser de recepción. Máximo caminó a través de éste y lo seguí. Al cruzarlo, desembocó en un salón más grande donde había sillones y una televisión. Y luego giramos hacia la derecha para terminar en lo que era la cocina. Era pequeña, pero tenía una hermosa isla en el centro que le daba un toque elegante. Sabía que ningún lugar al que fuera sería como mi casa, pero tampoco tenía prejuicios sobre lo que podía llegar a encontrar. 

-Y ahora, vamos a los cuartos- dijo y asentí.

-Es una casa muy linda- comenté mientras caminábamos.

Nos dirigimos de nuevo hacia la puerta principal, y doblamos hacia la izquierda, donde había escaleras. Mientras las subíamos sentí una inmensa curiosidad por aquél muchacho que estaba ayudándome tanto.

-¿Tú estudias?- pregunté.

Máximo tardó unos segundos en responderme.

-Si-

Joder tanto silencio para decir solo dos letras?

-¿Qué estudias?- insistí. Siempre desde chica había sido una persona curiosa que hablaba mucho. Justo lo opuesto a lo que parecía ser él.

-Profesorado de educación física-

Eso explicaba muy bien su estado físico.

-Oh, qué bien-

Esperé a ver si se interesaba por mis estudios... Pero no dijo nada. El silencio nos acompañó hasta que llegamos al final de la escalera.

-Hacia la derecha están los cuartos de los hombres, y a la izquierda el de ustedes.- indicó.

Comenzó a caminar para este lado y en la segunda puerta se detuvo. La abrió y con ansiedad me asomé. Ya quería ver dónde iba a dormir.

Y...

Bueno. Claramente no se asemejaba en nada a mi anterior cuarto, pero no estaba nada mal. Había una cama bastante grande en el centro de la habitación, con un acolchado de color bordó encima. A ambos lados habían dos pequeñas mesitas de luz de color blanco, con dos veladores negros. Y en frente de la cama un pequeño escritorio también blanco.

Lo que más me gustaba de la habitación era que a la izquierda de la cama tenía una ventana y podía ver los jardines de los vecinos.

Me encantaba la naturaleza, era una fuente de inspiración para mi, como toda amante del arte.

-Bueno, te dejo instalar tranquila- murmuró Máximo detrás mío, haciendo que recordara que no estaba sola.

-Muchas gracias por todo, me has ayudado muchísimo- sonreí mirándolo a los ojos.

-No hay de qué- hizo una mueca que se asemejó a una sonrisa.

Y aparentaba ser hermosa... Pero al parecer debía esperar para conocer completamente su forma de sonreír. Enseguida volvió a su expresión fría, se dio media vuelta y cerró la puerta detrás de él.

Suspiré y dejé el bolso sobre el suelo, para que Ponce pudiera al fin recuperar su libertad.

Se acercó a cada rincón del cuarto olisqueando todo. Joder era tan delicado como yo. Tendríamos que acostumbrarnos pronto, o sino esta aventura terminaría fallida.

Como tenía pocas cosas en el bolso, hice un repaso mental de los elementos básicos que tenía que comprar. Y sobre todo, los de mi gato.

Suspiré una vez más y me senté en la cama para descansar un poco. Sentía un inmenso alivio al haber encontrado un sitio donde dormir. 

De pronto un gruñido provino de mi estómago. Estaba bastante agotada después del viaje, pero más aún estaba hambrienta.

Ponce maulló y dirigí mi atención a él.

-Si, lo sé. Tú también tienes hambre-  sonreí.

Me pregunté cómo estaría mi padre a estas horas. ¿Debería llamarlo para avisarle que estaba bien, y que había conseguido estadía? Tal vez más tarde podría hacerlo.

Ahora, necesitaba alimentarme.

Me puse de pie y abandoné mi habitación para dirigirme a la cocina. Detrás mío, Ponce me seguía con su andar característico, digno de la realeza. 

Volví a recorrer el camino que Máximo me había enseñado y una vez allí me aseguré abrí con curiosidad la heladera. Esperaba que tuvieran algo de comida... Luego la repondría, pero en este momento necesitaba alimentarnos. 

Eché un vistazo general y encontré algo que me iba a servir: atún. Ponce era adicto a eso, así que iba a estar más que contento.

Tomé el cuenco donde estaba y coloqué un poco sobre otro bowl, repitiendo en mi interior que compraría más latas de atún. 

Ponce se acercó y comenzó a lamer complacido, ignorándome completamente. 

Y antes de que pudiera acercarme nuevamente a la heladera para buscar algo para mí, una voz me sorprendió.

-Hola- 

Me volteé asustada y me encontré con un muchacho desconocido.

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