El sabor de la ambrosía

«Las cosas prohibidas tienen un encanto secreto». Publio Cornelio

Inmediatamente se ocultó el sol, la noche no se hizo esperar. Emprendimos el retorno al apartamento con rapidez, ya que, aunque parecía un lugar seguro, nunca se debía ser tan confianzudo en un país que apenas estábamos explorando. Al regreso, encontramos la escalinata oficial y la bajada fue mucho más rápida y menos incómoda que la subida, además, estaba iluminada por postes de luz. De camino, entramos a un supermarket y compramos las cosas que nos hacían falta para los días que estaríamos en Atenas.

Kaliníjta[1] —saludó el joven griego de la caja mientras iba pasando los artículos por el lector de códigos.

Kaliníjta —respondió Christian, quien al parecer conocía algunas palabras básicas de este idioma.

—¿De dónde son? —preguntó con curiosidad en un inglés regular. Aparentaba ser un chico muy conversador.

—Yo soy italiano y ella norteamericana.

—¡Grandioso! Espero tengan buena estancia en Atenas —dijo con una gran sonrisa.

—Muchas gracias —agradecimos a coro.

Al terminar de contabilizar nuestra compra, el joven tomó de la estantería detrás de él una caja de seis condones y la colocó en el mostrador.

—Estos son los mejores, si desean llevar.

No pude evitar ponerme roja de la vergüenza y Christian solo atinó a mirarme y reír.

—Gracias, joven —dijo al fin—, pero no los necesitamos, solo somos amigos.

—¿En serio? —exclamó el muchacho abriendo los ojos—. Mil disculpas, pero hacen bonita pareja.

Christian y yo nos miramos, sus ojos parecían sonreírme y estar de acuerdo con el muchacho.

—Por eso somos amigos —le dije al chico sin dejar de verlo a él. Christian pasó una mano por su pelo tratando de disimular la incomodidad del momento. 

Para mí esta era una señal del cielo, ya sea para confirmarnos que nacimos para estar juntos o para torturarnos, pues aun siendo el uno para el otro no podíamos hacerlo realidad en el tiempo y espacio. De todas formas, hubiera querido llevarme el paquete de condones por si acaso se daba la oportunidad de ir en contra de lo moralmente aceptable. Yo no era una persona tímida, en cualquier momento podía empezar a seducirlo, pero sentía cierto respeto por lo que él representaba y por ser hermano de mi amiga.

Llegamos al apartamento. Estábamos muy estropeados y hambrientos.

 —Si quieres, anda a ducharte mientras yo preparo un par de sándwiches —le propuse mientras colocábamos las bolsas en la mesa de la cocina.

—Está bien. —Y lo vi tomar su mochila de donde la había dejado y escuché cuando cerró la puerta del baño.

Lavé mis manos en el fregadero y con toda mi calma saqué los artículos de las bolsas y las acomodé en el refrigerador, excepto lo necesario para la cena. Preparé tres sándwiches de jamón y queso y los coloqué en la tostadora apagada hasta que Christian saliera del baño. Saqué mi celular del bolsillo y revisé los mensajes. Tenía un montón de mi madre, de algunas amigas de la escuela y de Camila. Los de esta última eran muy importantes para mí, así que fueron los primeros que abrí.

Decía: «Hola Eli. Me da mucha alegría que ya estén disfrutando de Grecia. ¿Ya le has echado el ojo a algún griego? Espero me guardes alguno, jajaja. Cuando puedan escríbanme para llamarlos y escuchar sus voces, y contarles todo cuanto me ha ocurrido». Me pareció buena idea que la llamáramos mientras cenábamos, así que, para ahorrar tiempo tomé una toalla del armario y empecé a quitarme la ropa.

Estaba en ropa interior cuando Christian abrió la puerta del baño y nuestras miradas se encontraron. Advertí que por unos segundos centró su mirada en mis senos, antes de agachar la mirada y darse la vuelta. Yo tomé la toalla y me cubrí. No sentía nada de vergüenza, es más, quería quitármelo todo y disfrutar que él me viera con sus hermosos ojos canela.

—Lo siento —se disculpó.

—Fue culpa mía, quería ahorrar tiempo para que cenáramos juntos y llamemos a Camila.

—Bien… Tómate tu tiempo, yo puedo esperar a que estés lista —dijo sonando algo tímido y nervioso, sin darse aun la vuelta.

—Ya puedes girar, estoy cubierta —le dije tomando mi pijama y caminando hacia él, que se echó a un lado tan pronto se dio la vuelta.

Una vez dentro del baño una risita traviesa y pervertida salió de mi boca, pues sabía que no era poca la conmoción que le causaba al pobre padre virgen. La idea de que me viera desnuda y me tocara atrapó mi mente, pero era un deseo que solo se podía realizar en mi imaginación. Dentro de mí tenía demasiadas emociones que si no las liberaba empezarían a controlarme. Me metí a la ducha y abrí la llave. Acaricié mis senos con mis manos, mientras el agua tibia mojaba todo mi cuerpo. Apreté mis pezones e imaginé que eran sus dedos que lo hacían. Mi mano derecha descendió por mi vientre lentamente hasta llegar a la humedad que brotaba mezclada con el agua de la ducha. Con mi dedo mayor froté lento y luego aumenté el ritmo, mordiendo mi labio inferior para silenciar mis jadeos, aunque la idea de que supiera que mis gemidos eran suyos no me desagradaba. Mientras me acariciaba imaginaba a Christian arrodillado frente a mí, rozando su lengua en mi centro de placer. Esta idea aumentaba mi excitación y sentía la electricidad recorriendo mi cuerpo y concentrándose en aquella área, hasta que una explosión de goce me hizo soltar un gemido, mientras mi cuerpo temblaba.

Terminé de ducharme lo más pronto posible y salí con el pijama puesto. Christian estaba sentado en el sofá escribiendo un texto en el celular. En cuanto me vio, se puso de pie y se fue a la cocina. Cepillé mi cabello y lo dejé suelto para que se secaran los mechones que se me habían humedecido en la ducha. Me dirigí a la cocina y él ya estaba tostando los sándwiches y sirviendo el jugo de naranja en cada vaso.

—Parece que la cena ya está lista —exclamé entusiasmada.

—Así es, bella dama —contestó—. Ya le he escrito a Camila, no debe tardar en llamar.

—Perfecto. ¿Te parece bien si comemos sobre la cama? La cocina es un poco estrecha y quiero subir los pies, me duelen un poco.

—Claro que sí. Vamos. —Tomé ambos vasos con jugo y él llevó los sándwiches.

Nos acomodamos en la cama y comenzamos a comer, mientras conversábamos sobre lo sabrosa que estaba la cena, el cansancio que teníamos y las maravillas que nos esperaban por ver. Terminamos y Camila aún no llamaba. Recogí los trastes y los llevé a la cocina. Al volver Christian se había recostado sobre la cama mientras texteaba. Yo me acosté junto a él.

—Camila dice que nos llama en un minuto —me dijo girando su cara hacia mí. Nuestras cabezas estaban tan cerca que su respiración acarició mi rostro.

En ese instante el celular de Christian sonó, tomó la llamada, la puso en alta voz y colocó el aparato en el espacio entre su cabeza y la mía.

—¡Hermanita! —exclamó él.

—Hola, Cami —dije yo.

—Hola mis queridos —dijo ella llena de alegría—. Entonces, se la están pasando de maravilla sin mí.

—Nunca tanto, amiga. Te extrañamos mucho.

—Más les vale —amenazó.

—Camila, y ¿qué has resuelto con lo de Teen Today? —preguntó Christian.

—Todo el día lo he pasado de reunión en reunión, hasta ahora he llegado a casa. Aún no hemos solucionado todo, pero el proceso va caminando. Ya tengo un equipo de diseñadores con Luka a la cabeza trabajando en una nueva colección. Si todo sigue así, pronto podré alcanzarlos.

—Me alegra mucho escuchar eso —dije, aunque estaba disfrutando la compañía del padre.

—Y ¿ya saben cómo se filtraron los diseños? —preguntó él.

—Aún estamos investigando, pero estamos cerca de saber.

—Espero que todo se solucione lo más rápido posible —le dije.

—Pero ya basta de cosas de trabajo. Cuéntenme qué han hecho.

—No hemos hecho mucho, apenas tenemos una tarde en Atenas, pero subimos al Monte Licabeto y vimos el atardecer —expliqué llena de emoción.

—Te perdiste de una maravillosa vista, Cami. Estamos cansados, pero valió la pena —completó él.

—Así es —afirmé.

—Eso suena divino —dijo Camila dando un gran bostezo—. Discúlpenme, estoy muy cansada.

—Descuida, hermanita. En otro momento seguimos hablando.

—Bien. Sigan disfrutando y pórtense mal. —Y rio con malicia—. Por otro lado, querida amiga, te estoy preparando una gran sorpresa.

—¿En serio? ¿De qué se trata? —pregunté con mucha curiosidad.

—Si te lo dijera, ya no sería una sorpresa, así que ten paciencia que pronto lo sabrás.

—Esas sorpresas tuyas…

—Confío en que te gustará.

—OK. Confío en ti —dije resignada, pero con la curiosidad aún despierta.

—Bueno, los dejo por ahora, chicos —se despidió.

—Que descanses Camila —le deseé.

—Pórtate bien, Camilita —se despidió él.

Ciao. —Y cortó la llamada.

—Se escuchaba bastante cansada —dije y, acto seguido, bostecé.

—Tú pareces estarlo también —me dijo divertido. Yo sonreí.

—Hacía mucho que no caminaba tanto, me duelen un poco los pies y tú estás como si nada.

—Suelo caminar grandes distancias en la misión en la que trabajo en Kenia. —Hizo una pausa y continuó—: Voy a ayudarte con ese dolor de pies. Siéntate —me pidió incorporándose y quedándose sentado en el borde de la cama.

Obedecí al padre Christian y me senté apoyándome en el espaldar. Entonces, él se colocó más al centro de la cama, tomó mis pies y los puso encima de sus piernas. Ante mi mirada atónita, Christian comenzó a masajear mi pie derecho. Lo hacía con delicadeza, pero con firmeza a la vez y me miraba a los ojos sonriendo, divertido por mi expresión que había pasado de sorprendida a placentera.

Lo estaba disfrutando mucho y no quería que se detuviera. Cerré los ojos y deseé con todos mis sentidos que Christian continuara el masaje por todo mi cuerpo. Con cada toque mi excitación aumentaba y sentía cómo poco a poco mi entrepierna se humedecía y mi corazón latía a tanta velocidad que pensé que en cualquier momento iba a salir de mi pecho. Este hombre me transformaba y hacía que olvidara mi código moral. ¿Por qué lo prohibido resultaba ser tan atrayente?

—¿Se sienten mejor tus pies? —me preguntó y se detuvo, pero continuaba con mis pies entre sus manos.

No sabía qué contestarle. Mi cuerpo me pedía que me abalanzara sobre él como una bestia feroz, pero mi razón me decía que controlara mis bajos instintos. La moral y la ética, ante todo, pues no soy una cualquiera y él era un cura de la iglesia.

—Están mucho mejor, gracias por el gesto. —Hice caso a mi razón—. Tienes unas manos divinas, podría quedarme así toda la noche.

—Cuando era adolescente solía estar en el equipo de atletismo de mi escuela y después de las prácticas, Camila siempre masajeaba mis pies, decía que me harían correr más rápido.

—Y ¿lo hacías? —pregunté cual ingenua.

—No sé si era por el masaje de ella, pero gané varias competencias. —Y rio como si recordara aquellos tiempos de sus años mozos y prosiguió—: Tienes una piel muy suave y delicada, se siente muy bien masajearlos. 

—No pondré ninguna objeción si quieres hacerlo en otra ocasión —dije con picardía.

—Será un placer. —Hizo una pausa mientras me miraba y continuó—: Bueno, es hora de dormir, pues según tu itinerario, mañana nos espera un día lleno de lugares a los cuales visitar.

Christian se levantó de la cama poniendo mis pies a un lado. Lo dudó por un momento, pero se acercó a mí y me dio un beso de buenas noches en la mejilla. Era algo muy natural en él. Antes de que se alejara sujeté su brazo.

—¡Espera!

Quería pedirle que me besara otra vez, pero que en esta ocasión lo hiciera en mis labios y me complaciera con probar la dulce ambrosía que destilaba su boca. Pero al igual que el manjar de los dioses griegos, su boca estaba prohibida para los mortales.

—No tienes que dormir en ese incómodo sofá, la cama es bastante grande y cabemos los dos —le sugerí deseando que aceptara—. Prometo que no voy a morderte.

Él sonrió, pero noté cierta vacilación. Tal vez él sí quería que lo mordiera y no estaba seguro de poder resistir la tentación de dejarse morder.

—No te preocupes. Estoy acostumbrado a dormir en peores condiciones —se excusó tratando de evadirme—. Además, me muevo mucho en la cama y no quiero incomodarte.

—Christian, no estamos en África y no me importa que te muevas, yo duermo como piedra y no me daré cuenta. Ya sé que eres cura, pero estarás a salvo conmigo —mentí descaradamente, ya que ante la primera oportunidad era capaz de aprovecharme de él.

El padre no encontró más excusas a mi lógica y asintió con la cabeza. Nos preparamos para dormir, pero una vez estuvimos ambos en la cama, él sacó una libreta y escribió en ella por unos minutos. No resistí la curiosidad y le pregunté:

—¿Qué es lo que tanto escribes? ¿Llevas un diario?

—Ah… solo escribo algunas ideas que me surgen para la escuela en Kenia.

—Es admirable que estés tan comprometido con lo que haces.

—Solo trato de hacer bien lo que me toca, pero gracias. Tal vez, en algún momento puedes darme algunas ideas para mejorar nuestro sistema.

—Con gusto, pero no esta noche. Que descanses —le deseé arropándome hasta los hombros y dándole la espalda.

—Descansa. —Escuché su dulce voz y cerré los ojos con una sonrisa en mi boca.

***

27 de junio del 2018

Atenas, Grecia

Christian, has perdido la razón. Me he dicho a mí mismo que debo guardar la distancia con ella y hago justo lo contrario, la tomo de la mano, le doy un masaje en los pies, la beso en la mejilla y me acuesto en la misma cama que ella. ¿Cuándo vendrás, Camila? No puedo pasar más tiempo a solas con ella.

Si mi director espiritual, el padre Francesco, me viera me diría que tantas clases de canalización de las emociones, de sublimación de los deseos y no me han servido para nada. No he siquiera intentado poner alguna de estas cosas en práctica. Ya me lo habían advertido algunos de mis compañeros de seminario. Se burlaron de mí porque no había tenido relaciones sexuales. Pero, además, me advirtieron que cuando me apasionara de una mujer no habría Padre Nuestro ni Ave María que evitara que perdiera la cabeza. «Vas a caer, Cristiano D`Angelo y dejarás de ser tan santurrón», me decían. Los más compasivos me consolaban diciendo que, aunque cayera, siempre podría levantarme y continuar con mi vida de servicio a la Iglesia.

No soy un santo y en Kenia lo comprobé, pero no me siento capaz de utilizar a Elizabeth para satisfacer el deseo de conocer a una mujer íntimamente. Ella ha sufrido mucho por las mentiras de su novio y yo no voy a agregarle más sufrimiento.

Sin embargo, no puedo evitar sentirme atraído. Por un largo rato la estuve contemplado mientras dormía. Nada más hizo tocar la almohada con su cabeza y se quedó dormida, pero al hacer un movimiento inconsciente su sábana cayó al suelo. Observé su figura de lado, sus curvas, sus nalgas y sus piernas. Me acerqué y aspiré el olor a esencia de jazmín de su pelo y de forma automática sentí que mi pene reaccionó a su olor. Mi mano quería acariciar la curva que hacía su cintura, pero me contuve al darme cuenta de que perdía el control y eso resultaba peligroso. Me levanté de la cama, recogí su sábana y la cubrí con ella. Luego fui al baño y dejé que el deseo que sentía por ella me poseyera. Fantaseé con acariciar su espalda, aprisionar sus nalgas en mis manos, meter mi mano en su pantalón y hacerla venirse mientras gritara entre jadeos mi nombre. Qué placentero fue llegar al orgasmo pensando en ella. Sin embargo, esto es muy malo. La carne es engañosa y esto solo alimenta mi deseo por ella. No sé cuánto más pueda aguantar, pero debo resistir un par de días más hasta que llegue Camila y reduzca la posibilidad de que caiga en la tentación.

[1] Buenas noches.

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