¿Hay algún hombre fiel?

«El amor es respeto, lealtad y fidelidad, es compartir nuestros sueños y trabajar juntos para convertirlos en realidad». Eduardo Alighieri.

—Eres increíble, mi amor —dijo mientras se hacía un espacio junto a mí en el sofá.

—Tú también lo eres, mi amor—. Aunque en esta oportunidad no había sido tan increíble.

—Tenía muchos deseos de estar contigo, no pude aguantar mucho. Te prometo que voy a recompensarte la próxima vez.

—Está bien, cariño. Luego continuamos donde nos quedamos.

—Lamento tener que irme. Mi deseo era pasar la noche contigo.

—Siempre habrán más noches y estoy segura que las que pasaremos en Grecia serán las mejores de nuestras vidas. No te arrepentirás. Grecia es un lugar muy romántico y se presta para todo lo que una pareja que se ama desee.

Le dije tratando de ser sutil con mi anhelo de que me pidiera que nos casáramos mientras estuviéramos de viaje. Ya era tiempo de formalizar nuestra relación, pues ya teníamos dos años de ser pareja y mi madre no se cansaba de preguntar que cuando daríamos el gran paso, pues no estaba bien que una maestra de una escuela católica viviera con un hombre sin casarse como Dios manda.

—Estoy seguro de eso—. Me dio un suave beso en los labios y continuó—: Ya debo irme. Mañana nos vemos en la escuela. En la mañana tengo práctica con los chicos del equipo de fútbol, no quiero que el torneo de otoño nos encuentre desprevenidos.

—Ganarán igual que el año pasado, ustedes son los mejores de La Florida —lo halagué. La verdad es que hacía tremendo trabajo como coach.

Robert se levantó del sofá y se colocó otra vez su ropa. Se despidió de mí dándome un beso y se marchó. Me puse de pie, recogí mi vestido y mi ropa interior del suelo y fui directo a la ducha. Esa fue nuestra última vez juntos como pareja. A veces lo extrañaba, pero entonces recordaba cuando lo encontré besando a Laura, la maestra de música, y se me pasaba la nostalgia. Ella nunca me causó buena impresión, sobre todo por la forma en que miraba a Robert cuando daba sus clases de Educación Física y se notaban sus músculos en su camiseta deportiva.

Lo amé con todo mi corazón, pero mi orgullo era superior a su infidelidad. En especial, por haberlo hecho con una de nuestras compañeras de trabajo. Fui el hazme reír de todos los docentes. Fingí estar bien y seguí dándole lo mejor a mis estudiantes, pero por dentro estaba destrozada. Jamás un hombre me había hecho esto o, por lo menos, fue la primera vez que me enteré.

Estos días de vacaciones eran una especie de liberación y sanación para mí y ver una llamada de Robert en mi celular me amargaba terriblemente. ¿Acaso no tenía vergüenza ni respeto por él ni por mí? O tal vez se había cansado de Laura. No lo sabía y no tenía deseos de averiguarlo.

—Parece urgente. ¿No vas a contestar? —me preguntó Christian al ver que el celular vibraba por segunda vez y yo solo me quedaba contemplando el aparato con el ceño fruncido.

—Es mi ex novio. Él solo representa malas noticias. No quiero hablar con él —le contesté tumbando la llamada.

—¿Tan mal te fue con él? —Noté cierta curiosidad en el padre.

—¿Qué te digo? Lo sorprendí siéndome infiel con una de mis compañeras de trabajo.

—Es terrible —dijo levantando sus cejas con sorpresa—. En definitiva, debe ser un loco. ¿Quién puede serle infiel a una mujer como tú?

Me reí con ganas para que no notara que me había sonrojado por su comentario.

—Hay padre Christian, ¿Crees que haya algún hombre que sea fiel en este mundo?

—Por supuesto que sí —exclamó muy seguro.

—¿En serio lo crees? Mencióname por lo menos a uno y tal vez te creo —repliqué con incredulidad.

—Mírame a mí. Yo soy un hombre fiel —dijo señalándose y yo no pude evitar reírme en su cara.

—Christian, tú no cuentas, eres sacerdote. No tienes una mujer a la cual engañar.

—Bueno, de cierta manera estoy casado con la Iglesia. Hice un compromiso con ella —se defendió.

Yo volví a reír imaginándome a la Iglesia como una mujer poderosa aplastándome como a un insecto, por mirar con malas intenciones a uno de sus hijos más preciados.

—¿En serio nunca has estado con una mujer después de que eres sacerdote? —me atreví a preguntar.

—Ni antes ni después —contestó con simpleza, sin sentir vergüenza por el hecho de ser virgen a los treinta y tantos años.

—¿Estás hablando en serio? En verdad que me impresionas, padre. Pensé que con tu porte habías tenido locas a todas las chicas o, ¿acaso eres gay?—. Él se rio a carcajadas y se le marcaron con profundidad los hoyuelos de sus mejillas.

—No, Elizabeth, no soy gay, me gustan las mujeres. Tuve un par de novias en la adolescencia, pero entré muy joven al seminario. Así que no tuve tiempo de esas cosas. No creo que sean malas, pero hice una opción de vida. Quería entregar mi vida por el servicio a los demás.

—Vaya, es muy valiente de tu parte. Pero dime una cosa ¿jamás piensas en llevarte a la cama a una mujer? ¿No te da curiosidad saber qué se siente probar la carne?

—¿Qué puedo decirte Elizabeth? Soy un hombre, no un dios. Que sea sacerdote no me excluye de los deseos carnales, son parte de nuestra condición humana.

—Y si surge la oportunidad de experimentar ¿lo harías?

Lo miré fijo a los ojos, esperando su respuesta. Pude ver que mi pregunta lo había dejado pensativo y el rubor subió por sus mejillas. De repente, sentí que estaba acosando con preguntas muy personales a alguien a quien acababa de conocer. «Es un sacerdote, Elizabeth ¿A dónde vas con este interrogatorio? Detente de inmediato», me dije a mí misma.

—Discúlpame, he sido muy imprudente. Mi intención no es faltarte al respeto interrogándote sobre tu vida sexual —me disculpé antes de que contestara, aunque me moría de deseos de saber si tenía alguna oportunidad con él, aunque sonara como una idea descabellada.

—No me faltas al respeto. La verdad es que me siento cómodo hablando contigo. La mayoría de las personas me pone en un pedestal y se olvida de que yo también soy humano —contestó con esa sonrisa adorable que provocaba besarlo.

Guardé silencio por un momento, y pensé en lo mucho que me gustaría saber qué tan humano era él y qué podía hacerle a una mujer con esas manos firmes, si se decidiera a romper sus votos y probar el sabor de una mujer, aunque sea por una vez en su vida. Pero mis pensamientos pecaminosos se interrumpieron al sentir mi celular vibrar otra vez.

—¿Es él? —preguntó Christian.

—Sí —contesté haciendo una mueca de hastío.

—¿Te parece si nos vengamos de lo que te hizo?  —Me dio una mirada traviesa.

—¿A qué te refieres? —pregunté confusa.

—Permíteme el celular. —Y extendió su mano hacia mí.

Yo lo obedecí y le pasé el móvil. El padre Christian contestó la llamada y yo abrí los ojos con sorpresa sin imaginarme qué pasaba por su cabeza. ¿Qué planeaba hacer?

Buongiorno —le dio los buenos días en italiano y acercó su cabeza a la mía para que escuchara y el olor de su piel se impregnó en mi nariz.

—¿Quién eres tú? Quiero hablar con Elizabeth.

—¿Quién la llama? y ¿qué quieres con mi novia?

Cubrí mi boca para que Robert no escuchara mi risa, ni Christian se diera cuenta de las emociones que provocó en mí que me llamara su novia. Era sorprendente para mí que este sacerdote hiciera que mi corazón saltara de emoción. No necesitaba ver a Robert para saber que chispeaba de enojo. Mi ex no creía que yo fuera capaz de vivir sin él.

—¿Tu novia? Ponla al teléfono —exigió.

—Ella no quiere hablar contigo y espero que no vuelvas a molestarla, porque te las verás conmigo.

—¿Quién te crees que eres? ¡Dale el celular a ella! ¡Es con Elizabeth con quien quiero hablar! —gritó muy enojado.

—Escúchame, no te conozco —dijo frunciendo el ceño expresando lo molesto que estaba—, pero te advierto una cosa: no te acerques a ella jamás en tu vida. Dejaste ir a una mujer maravillosa y ahora ella es mía.

Lo dijo con tanta convicción que se me puso la piel de gallina y por un momento yo también lo creí: Ahora soy del padre Christian. Acto seguido, colgó la llamada y sentí que aún seguía enojado por las palabras de Robert, pero al voltear su cabeza hacia mí, nos quedamos viendo a los ojos por unos segundos y me sonrió. Estaba tan cerca que era muy fácil que lo besara en los labios sin que él pudiera evitarlo, pero me contuve contra mi voluntad.

—Eres mi héroe —le dije recompensándolo con un beso en la mejilla—. Robert jamás volverá a molestarme gracias a ti.

Christian contestó a mis palabras asintiendo con la cabeza y noté que en sus mejillas bronceadas aparecía cierto color. Mi beso le había afectado más de lo que creí y me alegré por eso.

—Los pasajeros del vuelo 7080 con destino a Atenas, favor acercarse para iniciar el abordaje —escuchamos decir a una de las señoritas de la aerolínea.

—Ese es nuestro vuelo —dijo Christian regresándome el celular y poniéndose de pie.

—¡Fantástico! ¡Grecia, allá vamos! —exclamé con entusiasmo tomando mi mochila de aventurera.

Caminamos juntos hacia nuestra puerta de abordaje y buscamos nuestros asientos.

—Después de lo que le dijiste a Robert, no le quedarán deseos de volver a llamarme —le dije después de sentarnos en nuestros asientos.

—Sí, creo que se enojó bastante —contestó.

—Tú también te enojaste… —le recordé observando cada detalle de su expresión con el fin de adivinar su pensamiento.

—No me gustó la exigencia con que quería hablarte. Fue poco caballeroso. En su posición le conviene ser menos idiota.

—Él no suele ser así. A pesar de todo, Robert es un buen hombre. Creo que su único error fue serme infiel. A veces pienso si fui muy dura con él.

—Como sacerdote, estoy llamado a promover la reconciliación, pero como hombre te digo que eres una mujer valiosa y yo en su lugar nunca te hubiera sido infiel —dijo acomodándose en su asiento y cerrando los ojos. Había dado por terminada la conversación y me dejaba en ascuas.

¿Qué era lo que pasaba por la mente del padre Christian? Decía sus frases que me erizaban la piel, que me enamoraban y hacían que mi mente volara pensando que él podría sentir algún tipo de atracción por mí. Pero lanzaba sus bombas y luego se echaba a dormir para mortificarme.

Cada vez la fruta prohibida se hacía más apetecible y yo empezaba a estar hambrienta. ¿Por cuánto tiempo podré resistir el no seducirlo abiertamente e ir en contra de los mandatos de la Iglesia? y ¿Cuánta fuerza tendrá él para no caer en la tentación de probar mis besos y hacerme realmente suya como le había dicho a Robert? 

27 de junio del 2018

Algún lugar sobre el Mar Mediterráneo

Mía. Acabo de decirle a su ex que ella es mía. ¿Qué me está pasando? Estoy enloqueciendo y no mido mis palabras. Estoy seguro que si continúo comportándome de esta manera se dará cuenta que me siento atraído por ella. Dios, no me dejes caer en la tentación. Te he servido fielmente durante todos estos años y sentí que me abandonaste en el peor momento de mi vida. No me dejes ahora. Estoy destruido por dentro, me siento vulnerable y ya no sé si tengo las fuerzas para continuar con lo que he prometido. Di todo de mí en la misión, pero ¿a qué costo? ¿Cuál es tu plan conmigo? ¿No fue suficiente? ¿Ahora permites esta mujer en mi camino para terminar de una buena vez con lo poco que queda de mí? ¿Quieres probar otra vez mi fe? O ¿Quieres castigarme por mis errores?

Recuerdo cada detalle de ese día. Los niños de la escuela se habían marchado a sus casas y el padre Donatelo acudió a visitar una de las señoras que iban asiduamente a las actividades religiosas. Llevaba varios días con fiebre y Donatelo había sido enfermero antes de ser sacerdote y podría verificar qué tan grave estaba. Las tres voluntarias del Cuerpo de Paz terminaron de ordenar los salones de clases y preparar los materiales para la jornada de la mañana siguiente y luego se fueron a descasar a la pequeña casa que había dentro del terreno de la misión para ellas.

Contábamos con una capilla y tres salones donde reuníamos a los niños y niñas según sus edades para enseñarles a leer, escribir y nociones básicas de los temas que creíamos les ayudarían a desenvolverse en la vida cotidiana. Principalmente tratábamos de abrirles los horizontes y hacerles ver que podían llegar a tener un futuro mejor si estudiaban. Sin embargo, la realidad era otra. Los niños y jóvenes no tenían oportunidades. Asistían a nuestra escuela porque les dábamos desayuno y almuerzo. Me obsesioné con luchar contra esta realidad. Hervía de ira cada vez que veía que algunos niños dejaban de asistir a la escuela porque sus padres los ponían a hacer trabajos forzados o a mendigar, o peor aún, a delinquir.

Esa tarde decidí salir por los alrededores en busca de algunos niños que llevaban dos días seguidos sin asistir. Entre las visitas domiciliarias y mis conversaciones con las personas que me detenían me atrapó la noche. Regresando a casa me encontré con aquella mujer con el rostro desfigurado por la desesperación. Escuché lo que tenía que decirme y el enojo se adueñó de mí. Debí haberme detenido a pensar antes de actuar como lo hice.

Ahora me encuentro aquí, perdiendo el control con una mujer que apenas conozco y que produce en mí reacciones que no había sentido antes con esta intensidad. Me preocupa mucho estar a solas con ella, pero no sucumbiré ante los deseos de la carne.

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