CAPÍTULO 2. ¿CÓMO HUELEN LAS MAMÁS?

Valentino llevaba a Meliena tomada de la mano, hasta que la pequeña testaruda se negó a continuar.

—No quiero seguir caminando —dijo cruzándose de brazos, haciendo un puchero.

—Debemos continuar andando, tus tíos están esperando en casa—indicó Valentino con firmeza.

—¡Tú eres un papá muy malo! Hiciste llorar a mi amiga Itzae y quería invitarla para  que nos acompañara y no dejaste. No me gusta dejarla sola —manifestó muy irritada—. ¡No te quiero! Eres un papá muy feo.

—¡Cálmate Meliena!  Sigamos caminando —exclamó enfadado por la pataleta de la niña, quien se mantenía firme en la actitud.

—¡No voy!—espetó la chiquilla.

Valentino suspiró con impotencia, sabía que en eso su hija era como su madre, a través de la fuerza bruta o ganas de imponerse, no lograría nada con ella, debía buscar la forma de convencerla de porque debía ir con él. 

No le quedó más alternativa, sino terminar doblegado a la pequeña traviesa,  se acuclilló junto a ella y le habló.

—Escúchame Meliena, con atención. Ella está en su casa, no le pasará nada. Además Itzae no tiene ningún vínculo contigo para que quieras vivir siempre junto a ella—expresó un tanto molesto.

—Eres muy cruel papá. Itzae es muy importante para mí, es mi amiga, ese es un vínculo —pronunció con enfado—. No caminaré más, quiero regresar con Rena.

Al Valentino escuchar el hipocorístico, sintió que los vellos de la piel se le erizaron.

—¿Qué acabas de decir Meliena?

—Dije, que quiero regresar con Itzae —enfatizó la niña.

—No dijiste Itzae, la llamaste Rena ¿Por qué?

—Porque ella se llama Macarena, y yo le pregunté si podía llamarla Rena, al principio respondió que no, pero luego insistí y cambió de opinión, aunque solo cuando estuviésemos nosotras dos a solas.

—Ya veo— mencionó con malestar, la levantó y la llevó en brazos, mientras la niña comenzaba a sacudirse y a llorar de manera desconsolada, porque quería regresar a casa de Itzae.

» ¡Ya nena! Te estás comportando muy mal, eso no me gusta, porque te conviertes en una niña caprichosa y odiosa —expresó con seriedad y frunciendo el ceño molesto.

La niña se dio cuenta del enfado de su padre, como buena manipuladora, se quedó viéndolo por unos segundos, con sus dos pequeñas manitas lo tomó por las mejillas y comenzó a besarle el rostro por todos lados.

—Por favor, papá —mencionó en tono infantil y su padre no pudo negarse a esa petición.

—Está bien princesita, hagamos algo, te dejo en casa, donde está también tu tía Melody, muy ansiosa por verte y luego vengo a buscar a Itzae ¿Te parece?

La niña lo miró dubitativa, no muy convencida, mientras miraba hacia la cabaña de Itzae y lo cuestionó.

—¿Por qué no las buscamos de una vez? Está más fácil regresarnos a buscarla qué llegar a nuestra casa.

—Porque debo conversar algunas cosas con ella —expresó con calma.

—¿Me lo prometes? ¿Vas a convencerla de venir a la casa con nosotros? —preguntó Meliena esperanzada.

—Realmente no puedo prometer algo que no estoy seguro de lograr, aunque sí puedo prometerte hablar con ella ¿Te parece? —declaró Valentino para tranquilizarla.

—¡Siiii!—respondió la pequeña emocionada, alzando sus brazos en un gesto de victoria.

Valentino llegó con ella a casa, la bajó de sus brazos, al hacerlo, la tía Melody la vio llegar, salió a su encuentro, la cargó y comenzó a darle numerosos besos mientras la niña le respondía con entusiasmo.

Entró con ella donde estaba el resto de la familia, esperando para abrazarla y besarla.

 —Mi princesa Meliena, ¡Qué grande y hermosa estás!, ¡Cómo has crecido!

—Tía tú también estás hermosa —le dijo colocando sus dos manos en cada mejilla—, toma un beso de esquimal—le dijo rozando la nariz con la de su tía.

—¡Wow! Es el beso más rico que me han dado—expresó una emocionada Melody—¿Quién te enseñó a dar esos tiernos y ricos besos?

—¡Mi Rena! —. Ante la respuesta de la niña, todos exhibieron un gesto de sorpresa en sus rostros y dirigieron la mirada a Valentino.

—¡¿Quién es Rena?! —preguntó un poco alterada Meredith.

—Ella es mi mejor amiga—respondió la niña con inocencia.

—¿Ves lo que te digo? ¿Por qué le permite llamarla Rena? ¿Acaso está tratando de desplazar los recuerdos de mi hermana? —Indicó molesta la mujer.

Valentino tenía un cúmulo de sentimientos, aunque le molestaba que Itzae se hiciera llamar Rena, en ese momento le desagradaba que la familia de Macarena se dirigiera despectivamente en contra de ella y sin meditar un momento en el efecto de sus palabras en los presentes, expresó con severidad, pero con una mirada triste.

—Itzae le permite decirle así, porque de esa manera se llama y no creo que tenga intenciones de desplazar a Macarena y de ser ese su objetivo, jamás lo logrará, ninguna mujer es digna de ocupar el lugar de ella.

Meliena lo escuchó y respondió.

—Mi mami es la más linda de todas y mi Rena es quien le sigue, yo también la amo, porque es muy amorosa conmigo.

Todos se quedaron en silencio, Melody tomó a la pequeña de la mano y salió con ella a su habitación para ayudarla a cambiarse, pues la ropa que tenía estaba un poco sucia. Sin embargo, no pudo dejar de preguntarle a su sobrina.

—¿Por qué  quieres tanto a esa chica?

—No lo sé—respondió la niña con inocencia—, pero tiene un olor especial, huele a una mamá.

Melody se sonrió y le preguntó con curiosidad.

—¿Y cómo lo sabes? ¿Cómo huelen las mamás? 

—Porque yo sueño siempre con la mía, abrazándome,  igual a como lo hace Rena. Las mamás huelen a brisa fresca, a la tierra cuando llueve, al café que hace mi papá todas las mañanas, a agua fresca cuando tengo ganas de tomar agua, a un pan recién salido del horno, a las olorosas flores del campo. A…—iba a continuar diciendo y Melody la frenó.

—Ya mi pequeña, te entendí —dijo sonriendo—, así olía mi madre y luego mi hermana Macarena también  me daba tanta paz estar con ella. Me sentí desolada cuando la perdí, porque con ella perdí a mi segunda madre.

La joven no pudo evitar las lágrimas brotar de sus ojos, porque a pesar del tiempo transcurrido, aún le causaba dolor recordarlas; la pequeña la vio y se acercó más a ella se subió en sus piernas y enjuagó su llanto con las pequeñas, manitos.

—No llores tía, ellas desde el cielo nos observan y nos cuidan, con amor —respondió convencida.

—¿Quién te ha dicho todo eso? —preguntó, sin embargo, no tenía duda de la responsable, por un momento sintió ganas de conocer a la mujer.

—Mi Rena, ella siempre me habla, me cuenta de su vida, su mamita también está en el cielo, aunque ella no la recuerda, pero me habla de su papá. Su voz me hace sentir tranquila. Yo la amo y ella me ama —expresó la chiquilla con sus ojitos brillantes de la emoción, entretanto dejaba a su tía pensando en sus palabras.

*****************

Valentino salió de la casa con destino a la cabaña de Itzae, porque se lo prometió a Meliena siempre le cumplía sus promesas, no pudo evitar acudir, con un poco de recelo, a decir verdad siempre temía estar cerca de ella, pues le producía demasiada culpa, confusiones y un cúmulo de sensaciones abrumadoras. El gran parecido con la mujer a quien amaba, tendía a confundir su cuerpo, por eso decidió después de las fiestas navideñas y de Año Nuevo, poner distancia entre ellos, hasta ese día en la mañana, cuando la vio en su habitación y tuvieron ese altercado.

Aceleró el paso, aun cuando se trataba de una pendiente, ese gesto dio la impresión de estar corriendo. Llegó a casa de Itzae y tocó la puerta, pero al no recibir respuesta abrió el pestillo, este cedió y entró. Se percató de que la casa estaba en silencio, no obstante, se dejaba oír en tono bajo, el sonido del televisor. 

Caminó hacia las habitaciones, la primera estaba completamente sola, recorrió la distancia que lo separaba de la segunda, la puerta estaba abierta, se paró en silencio, sin poder evitar observarla, desnuda frente al espejo, tenía una pierna subida en la peinadora, mientras se aplicaba crema en la pantorrilla en total concentración, ajena al hecho de ser observada por Valentino.

Al verla de perfil, fue inevitable darse cuenta de sus perfectos senos, firmes, el vientre apenas perceptible, no pudo evitar que su sexo en el pantalón despertara, después de mucho tiempo ante la presencia de una mujer. Su corazón latió de prisa, la respiración también se le aceleró, quería acercársele y tocarla, «Es hermosa», pensó mientras seguía observando como ella seguía aplicándose la crema.

Itzae, observaba con atención el reflejo del espejo, aun cuando fue sometida a una serie de reconstrucciones, aún tenía cicatrices cruzándole el estómago, y en la cara interna de sus muslos, bajo la pierna y con uno de sus dedos comenzó a acariciárselas, muchas veces las dudas la agobiaban, su padre le había dicho que esas heridas habían sido producto de los vidrios, los cuales penetraron su cuerpo en el accidente, mas a ella, siempre le habían parecido como puñaladas.

Su figura estaba cruzada de esas horribles marcas, aunque ya eran menos horrorosas a como las llegó a tener, suspiró con un lamento; se llevó la mano a la frente deseando traer esos recuerdos a su mente, pero no había nada, solo era un inmenso vacío, como si su vida hubiese comenzado al despertar del accidente, meses después de ocurrido, eso la hacía sentir impotente.

Caminó al closet y sacó ropa interior y un ligero vestido largo, se vistió con prisa. Se acostumbró a usar ropas de ese estilo, porque no le gustaba exhibir el cuerpo, esas cicatrices la atormentaban día y noche y la hacían sentirse horrible como mujer, sin embargo, continuamente se decía «Itzae debes agradecer que estás viva, eso es lo importante».

Se volvió a parar frente al espejo, esta vez ya vestida, para salir, pensaba ir al pueblo a hacer unas compras, pese a haber planificado ir al día siguiente, como quedó sola, terminó cambiando de opinión, porque deseaba distraerse, le hacía mucha falta la pequeña Meliena, aun cuando en el fondo sabía, que no debía apegarse a ella, porque su padre podía alejarla de su lado en cualquier momento.

No pudo evitar suspirar, al recordar al hombre, su cercanía le erizaba la piel, haciéndole sentir sensaciones que no recordaba haber experimentado. Le hacía palpitar su centro, era un tormento tenerlo cerca. Un pequeño crujido de la madera la abstrajo de sus pensamientos, cuando giró la vista, vio a Valentino, observándola con intensidad, enseguida el corazón comenzó a palpitarle con fuerza, parecía un tambor golpeteándole en el pecho.

Un leve gemido salió de sus labios, producto de la sorpresa, no obstante, antes de poder reaccionar, él estaba a su lado, la tomó por las caderas, acercándola a su cuerpo y sin mediar palabras, unió sus labios con los de ella, fundiéndose en un profundo beso, entretanto chispas de excitación saltaban entre ellos.

“Desear no conduce a nada, a menos que esté respaldado por la acción y el empeño.” Orison Swett Marden.

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