Capítulo 2: Hermano Mayor.

Luego de una semana de llegada Gabriela a casa, mi mamá tuvo que ser internada en el hospital por un problema de infección o algo así. 

Como no tengo con quien dejar a Gabriela tuve que quedarme en casa. José se va con una vecina y Magaly se quedó acompañándome, porque cuidar a un bebé no es sencillo. Mientras yo cumplo con el trabajo de las tardes, ella se queda con nuestra hermana. 

Por una amiga de mamá supimos que no saldrá hasta la próxima semana, por lo que a ella misma le pedí que avisara en el colegio que no asistiríamos a clases para cuidar a nuestros hermanos pequeños. 

Como hoy es domingo, no tengo que ir a trabajar a la panadería, pero sí me iré a la feria para vender algunas cosas que ya no usamos y están en buen estado.

Busco la cesta de mimbre en donde cargaba a José cuando era pequeño y coloco allí a Gabriela. Lo bueno de vivir en Arica es el clima, aunque estemos en invierno, no hace frío. 

Cargo un carrito con las cosas de la venta, con una mano lo llevo y con la otra, cargo a Gabriela.

Mientras camino hacia la feria, muchas personas se me quedan viendo, pero nadie pregunta o ayuda. Al llegar, me instalo en un lugar donde no moleste a nadie, así tengo menos posibilidades de que me echen o peor, me quiten mis cosas.

Poco a poco la gente comienza a llegar, al parecer hoy podré irme temprano, ya que en una hora he conseguido vender más de la mitad de artículos. Me dedico a leer “El Cantar de Mío Cid", no es una tarea para el colegio, pero como me gusta leer es una buena manera de matar el tiempo muerto. 

Gabriela se despierta llorando, lo bueno de su llanto es que no te revienta los tímpanos. Busco el biberón que envolví en una pequeña manta para para se mantuviera caliente y se la doy. En eso pasa una señora, que me pregunta curiosa.

-¿Tu mamita ya regresa?

-Mi mamá está en el hospital. Yo cuido de mis hermanos mientras se recupera. 

-Oh. Con trece o catorce años, eres muy responsable. Seguro serás un buen padre cuando crezcas.

-Tengo diez – Gabriela termina su leche, la acomodo con su cabecita en mi hombro y la ayudo a soltar sus gases -.

-Eres todo un hombrecito. Me gustaron algunas cosas.

- Claro, solo dígame lo que quiere y le saco las cuentas. 

La señora se llevó unos cuantos artículos. Dejo a Gabriela en la cesta, la animo con un juguete que encontré por ahí en casa y luego se duerme.

Sigo con mi lectura, este libro me gusta mucho. Aunque está en castellano antiguo y a veces debo leer un verso dos o tres veces para entenderlo, la historia me encanta. Me gustaría ser un caballero algunas vez, con tanto honor y prestigio como Rodrigo Díaz de Vivar.

Estoy realmente concentrado en la historia cuando una señora me pregunta:

-¿Vendes el libro?

-No, es mi lectura personal. 

-Lo necesito. Te pago todo lo que tengo, mi hijo debe leerlo y no lo encontramos por ninguna parte. Ni en la biblioteca pública está disponible – Abre su cartera, busca el dinero y me pide desesperada-. Tengo veinte mil pesos – abro la boca, porque eso es demasiado por un libro viejo y usado -. Si no lo lee lo reprobarán, está en cuarto medio.

Miro la primera hoja, tiene mi nombre con hermosa caligrafía y la fecha en que lo adquirí por mil pesos hace unos meses, luego de vender todo aquí. 

-Por favor - me suplica -.

Estoy a punto de decir que no, pero Gabriela se despierta llorando y sé que es por el pañal. En casa ya no me quedan, la mujer vuelve a buscar y saca otro billete más. 

-Que sean treinta mil y le compras pañales a tu hermana. 

-Está bien – hacemos el cambio, reviso que los billetes no sean falsos  y la mujer se va totalmente agradecida -.

Siento que he vendido una parte de mí, ese libro es lo único que he conseguido comprar con mi trabajo y lo vendí por leche y pañales para mi hermana. 

-Pero por esa hermosa sonrisa, lo vale todo.

Decido quedarme unos minutos más, esperando a vender lo que me queda, ya que ese dinero será para comida. 

Estoy en eso cuando aparece la orientadora del colegio. 

-Marco, niño ¿Qué haces aquí? – ve a mi hermana y se acerca rápidamente-. Tu hermana ya nació. 

-Sí, tiene un poco más de una semana. La estoy cuidando mientras mi mamá está en el hospital. 

-Pero… - no tengo idea que va a decirme, mas se retracta, supongo-. Por eso no te vi en el colegio, pensamos estabas enfermo, al igual que Magaly.

-¿No les avisaron? Le pedí a una amiga de mi mamá que les dijera, la próxima semana tampoco podré ir, Magaly se queda ayudándome con Gabriela y José, hasta que mamá salga del hospital. 

No pregunta nada más sobre eso, me compra las cosas que me faltaban, carga a mi hermana un momento mientras recojo la manta donde exhibía los artículos y luego nos despedimos.

Me voy al centro de la ciudad, para comprar leche y pañales para mi hermana. Al entrar la vendedora no deja de observarme mientras saco los pañales y, al llegar al mostrador, le pido la leche. Me mira con curiosidad, no puede evitar preguntarme sobre la bebé que cargo en la cesta.

Se queda sorprendida con mi historia, un hombre que llega a comprar también se queda escuchando, se le nota que tiene dinero por la ropa que trae.

El hombre me pregunta si voy al colegio y le cuento que sí, pero que no he conseguido ir esta semana por la salud de mi madre, además de no tener con quien dejar a mis hermanos pequeños.

Tanto la mujer como el hombre me miran con compasión. No es eso lo que esperaba, yo no quiero la compasión del mundo, quiero oportunidades. Tengo mis manos buenas, salud, juventud e ingenio. Quiero que en lugar de verme como un pobre niño sacrificado me vean como un futuro hombre que hará grandes cosas.

Entre ambos me regalan más leche y pañales, además de otras cosas que podría necesitar mi hermana. La mujer me deja pasar al baño para que la cambie, ya que por más que se ofreció en hacerlo ella, no se lo permití. Una vez limpia, Gabriela me dedica algo así como una sonrisa. 

Magaly me dice que los bebés no sonríen, solo lloran, berrean, comen y duermen. Pero para mí ella me sonríe cada vez que me ocupo de ella.

Cuando regreso a la tienda, ellos han acomodado varias cosas en mi carrito. El hombre me pregunta dónde vivo y se ofrece a llevarme. No me parece mala idea, porque ahora me queda de subida y el carro está más pesado. Una mano no me bastará para tirar de él. 

Él compra lo suyo, me lleva hasta su auto el cual me deja impresionado. Es uno de los más lindos he visto por la ciudad, espero algún día tener el mejor auto del momento, en donde pasear a mis hermanos. Me ayuda a subir en la parte trasera, me aferro a la cesta para que no le suceda nada a Gabriela si frena de golpe.

Tras varias indicaciones, llegamos hasta mi casa. El hombre baja para ayudarme, mientras José sale de la casa de la vecina corriendo hacia mí para darme un abrazo.

-¡Mano! Te estañé – me ha costado mejoré su lenguaje, pero va bien para su edad -.

-¿En serio? Yo también. Ve a casa, iré a preparar la comida.

-¿Tú cocinas? – me pregunta el hombre -.

- Claro, desde los ocho años. Nunca me he quemado ni cortado un dedo -le digo orgulloso-.

-¿Cuántos años tienes?

-Diez, pero en dos meses cumpliré los once.

-Te ves mayor, pensaba tenías catorce o quince años.

-Según mi mamá seré alto como mi papá.

Luego de unas palabras más nos despedimos, pero antes me deja una tarjeta con la dirección de su oficina.

“Gustavo Montes, Defensor Público.”

No tengo idea lo que significa su trabajo, pero guardo la tarjeta por si llego a necesitar su ayuda algún día. 

Al entrar, José tiene sobre la mesa una bolsa de fideos, un sobre de salsa de tomates y unas salchichas. 

-Así que eso es lo que quieres comer – asiente con entusiasmo y le sonrío -. Bueno, eso será. Ve por Magaly para que alimente a Gabriela.

-No tá. Fue casa buelos. 

-¿Fue a la casa de los abuelos? – le digo preocupado-.

-Shi. 

En otras circunstancias, hubiera ido por ella. Pero no puedo salir tras Magaly con Gabriela en una cesta, además ese sector es muy peligroso y no puedo exponer a mi hermanita. 

Me resigno a que Magaly no tiene remedio, para ella la vida que llevan mis abuelos es atractiva, fácil y con muchas recompensas. Eso a mí no me atrae, porque creo que en el trabajo limpio, con mi ingenio sacaré a mis hermanos adelante.

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