CAPÍTULO SIETE

Capítulo siete


-Elisa-

Él estaba a punto de besarme y entonces, se irguió. 

Un suspiro escapó de mis labios, no sabía si había sido producto del alivio o de la decepción. Me encontraba demasiado confusa.

Me bajé del coche y con la mente agitada, eché a andar por el sendero polvoriento. En el camino no dejaba de reprenderme mentalmente; me decía a mí misma que una mujer de mundo no se ponía a temblar cada vez que un hombre se acercaba. Pero lo curioso es que yo ya había sido besada antes, y jamás había temblado; era una sensación nueva y ante ella sentía un poco de temor. 

Ahora podía responder con seguridad que no sentía temor de Xanthos, sino de las sensaciones que él  me provocaba y el efecto que tenían sus acciones en mí.

Sacó la cesta de comida del maletero y sorprendiéndome una vez más, volvió a tomarme de la mano. En silencio, cruzamos el viñedo, como si fuéramos una pereja de novios normal de varios años. El sol caía con fuerza sobre las hojas polvorientas y el suelo pedregoso. Atrás quedaba el rumor del mar; sin embargo, cuando el viento llegaba de la dirección correcta, sí se podía escuchar la honomatopeya de las gaviotas. 

Me asombró ver que el campo parecía deshabitado.

— No he comido en el campo desde hace años —confesé mientras extendía el mantel—. Y nunca lo he hecho en un viñedo. ¿Qué tal si viene alguien y nos echa?

— Nadie vendrá —afirmó con demasiada seguridad.

Eso solo significaba una cosa—: ¿Conoces al dueño? —deduje.

— El Dueño soy yo.

Me permití sorprenderme por unos segundos y después la sensación pasó.

Miré alrededor queriendo grabar en mi memoria cada hoja y cada piedra.

Debería haber supuesto que él sería el propietario de algo diferente, impresionante.

— Suena muy romántico tener un viñedo.

— Pues por lo romántico —entrechocó su copa con la mía. Me pregunté cómo un objeto hecho de un cristal tan frágil, había  sobrevivido al viaje y a los baches del camino. 

Tuve que bajar la mirada para combatir mi timidez.

— Espero que tengas hambre —comenté y noté que hablaba demasiado de prisa; era algo que hacía cada vez que me sentía nerviosa—, porque yo estoy famélica. La comida tiene un aspecto formidable.

Bebí un trago de vino para refrescar la garganta que se me había quedado seca de forma repentina y posteriormente, continué sacando las cosas de la cesta en silencio.

Había aceitunas negras del tamaño de un dedo pulgar y un gran trozo de queso suizo —mi favorito—, y también lonjas de jamón de york, mantequilla, pan de molde y frutos rojos que parecían recién recogidos. Mientras me empeñaba en la labor de ordenar la comida sobre el sencillo mantel de picnic, poco a poco los latidos de mi corazón se fueron ralentizando. 

— Me has dicho muy poco de ti misma —comentó luego de un silencio incómodo y prolongado—. Lo único que sé es que eres de Sydney, te gusta viajar y de niña querías casarte el Señor del Antifaz.

— No te burles, era fánatica de la Guerrero Luna—ambos reímos al mismo tiempo; se lo había comentado en durante la cena la noche anterior. 

Luego, mi gesto se ensombreció.

<< ¿Y qué más podía contarle? >>

Un hombre como él se aburriría con la triste y aburrida historia de Elisa Payton; la mujer que perdía a todos sus seres queridos: primero a sus  padres y más tarde a su  tía. La mujer que mantenía una vida monótona, silenciosa y sin complicaciones. La mujer a la que todos  llamaban Bendita Lisa porque prefería ocuparse de los problemas de los demás para no enfocarse en su vida sin sentido.

Nunca había sido buena mintiendo, de modo que opté por contarle un camino intermedio entre la verdad y la ficción—; No hay mucho más que contar. Crecí en Sydney. Perdí a mis padres cuando era pequeña y me fui a vivir con mi tía Lola hasta que ingresé a la universidad. Ella fue muy cariñosa conmigo y me ayudó a soportar su pérdida.

— Es doloroso —dijo Xanthos con demasiado sentimiento y melancolía—. Esos sucesos te roban la infancia.

— Es verdad —confirmé, sintiéndome más cercana a él. Sentía que me había entendido aunque no le hubiese dado detalles sobre lo sucedido; y eso me daba seguridad—. Tal vez ese  sea el motivo por el cual me gusta viajar. Siempre que ves un sitio nuevo, puedes volver a ser niño.

— ¿Y no quieres echar raíces? —preguntó.

Me dediqué a mirarle: estaba apoyado en el tronco de un árbol, fumando un cigarrillo perezosamente. Una escena perfecta para guardar en la memoria.

— Aun no tengo idea de lo que busco —declaré en un momento de sinceridad.

— ¿Hay un hombre? —tomó mi mano y me acerco a él—. ¿Ninguno?

— No. Yo…

No estaba segura de lo que iba a decir, pero me quedé muda cuando le dio la vuelta a la mano y me besó la palma. Sentí que mi mano comenzaba a arder y que el fuego se iba propagando hacia el resto de mi cuerpo.

— Eres una mujer muy sensible. Si no hay ninguno, los hombres de Australia deben ser un poco lentos, incluso muy tontos. Solo hay que verte para saber que eres especial…

— He estado muy ocupada —mencioné como si necesitase dar una explicación. Me di cuenta del error que había cometido cuando sentí el temblor en mi voz.

Jamás había sentido algo así: una atracción devastadora que me estremecía con el rayo de una fuerte tormenta.

— ¿Sí? —cuestionó.

— Sí —afirme con mayor seguridad que antes.

Temerosa de hacer el ridículo, retiré la mano y me la pasé distraída por el cabello.

>> Este lugar es una preciosidad y el momento es perfecto —decidí desviar el tema de conversación—. ¿Sabes lo que necesito?

— No. Dime.

— ¡Otra foto! —exclamé, levantándome de un salto. Después sonreí, sintiéndome un poco más tranquila—. Un recuerdo de mi primera comida en un viñedo. Vamos a ver… —comencé a meditar, buscando el enfoque y la iluminación adecuada; como si fuese una fotógrafa profesional. Sin embargo, Xanthos no se quejó en ningún momento—. Ponte allí —señale a la izquierda de un viejo sauce—. El sol es perfecto frente a ese árbol y la toma quedará…

— ¿Perfecta? —terminó la frase por mí.

— Ahora pondré la cuenta regresiva —continué ignorando su actitud divertida—. Solo tienes que quedarte ahí. Una vez que haya ajustado el bendito aparato, correré hacia ti para que salgamos los dos en la foto.

Crucé los dedos y eché a correr hacia él.

>> Si no he metido la pata, disparará sola y…

Mis palabras quedaron suspendidas en el aire.

El resto del mundo se desvaneció cuando me abrazó y aprisionó mis labios con los suyos.

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