CAPÍTULO TRES

Capítulo tres


-Elisa-

Resultaba fácil sentarme, reír y probar sabores nuevos. Olvidé que él era un extraño, que el mundo en el que me encontraba era solo provisional. No hablamos nada importante, retazos de nuestra niñez, París, el tiempo, el champán… No obstante, estaba segura de que era la conversación más interesante que había tenido en toda mi vida. Él me miraba como si estuviese encantado de pasar el tiempo hablando de cualquier cosa. El último hombre que había cenado conmigo había pretendido que le hiciera un descuento de su declaración fiscal y en ese momento me sentí patética.

Xanthos no me pedía nada más que no fuese su compañía. Cuando me observaba, no parecía precisamente que fuera a preguntarme cómo se rellenaba el impreso de deducciones.

Cuando sugirió que diéramos un paseo por la playa, acepté sin remordimientos.

 

<< ¿Qué mejor forma de coronar una velada que con un paseo a la luz de la luna? >>

— He estado contemplando la playa desde mi ventana antes de cenar —confesé, quitándome los zapatos—. No se me ocurrió que estaría más bonita a la luz de la luna, que de día.

Xanthos se detuvo a encender un cigarrillo.

>> ¿Se siente atraído por el mar? —pregunté, deseando conocer la respuesta.

— Me he pasado la vida en él —contestó—. De pequeño pescaba en estas aguas.

Me había contado durante la cena que había crecido viajando por las islas griegas junto a su padre.

— Debe ser emocionante ir de isla en isla —comenté—. Ver algo nuevo todos los días. 

Él se encogió de hombros—. Tenía buenos momentos.

— A mí me encanta viajar.

Dejé caer mis zapatos y metí los pies en el agua, mientras reía sin un motivo en especial. El champán hacía su efecto y la luna era una caricia. Cuando las olas salpicaron mi vestido, no dejé de reír. 

<< Si mi tía pudiese verme en estos momentos... >>

Yo, la racional Elisa Payton, estaba disfrutando de la vida y en compañía del hombre más apuesto que había conocido. 

— Si tuviera que decidirlo en una noche como esta, jamás volvería a casa —expresé mis pensamientos en voz alta.

— ¿Dónde vive? —inquirió mi acompañante.

— Todavía no lo he decidido —respondí con total sinceridad. Realmente no había hecho planes en un futuro cercano; solo quería vivir el momento—. Tengo ganas de nadar.

Sintiendo la tentación de bañarme bajo la luz de la luna, penetré en el agua. Minutos después, sentí unos brazos arrastrarme hacia la orilla y no pude dejar de reírme en todo el trayecto.

— ¿Es siempre tan impulsiva? —pregunto asombrado.

— Lo intento. ¿Usted no? —decidí retarlo—. ¿O siempre les envía champán a las desconocidas?

— Cualquiera que fuera mi respuesta —señaló—, me metería en problemas.

Odié que fuese tan inteligente.

>> Tenga —dijo ofreciéndome su chaqueta—. Eres irresistible, Elisa —añadió mientras me colocaba la chaqueta sobre los hombros.

— Estoy mojada —acerté a decir entre la confusión que me provocaron sus palabras.

— Lo que te hace hermosa… y fascinante.

<< ¿Por qué decía aquello? >>

<<¿Realmente estaba siendo sincero? >>

Con las manos aun sobre su chaqueta, me atrajo hacia él. Estábamos demasiado cerca y ambos alternábamos la mirada de nuestros ojos a nuestros labios. 

Nerviosa, me eché a reír—. No lo creo, pero gracias de todos modos. Me alegro de que me hayas invitado al champán, me hayas asesorado en la cena y hayamos compartido este ameno paseo.

Pude percibir como mi nerviosismo iba en aumento. Xanthos tenía la mirada fija en mis ojos; solo la apartó una vez para observar mi boca, seca por la ansiedad y al mismo tiempo húmeda por el agua salada de la playa. 

Nuestros cuerpos se encontraban  tan cerca que casi se rozaban. Comencé a temblar y sabía muy bien que no tenía nada que ver con que estuviera empapada.

— Tengo que volver a cambiarme —me obligué a romper el momento.

— ¿Te veré otra vez? —preguntó y su interés realmente me sorprendió.

— Puede ser —contesté, intentando calmar los frenéticos latidos de mi corazón—. Después de todo, la vida puede dar más de mil vueltas.

Él sonrió ante mi ocurrencia. Sentí, con una mezcla de alivio y arrepentimiento, que mis manos se relajaban.

— Mañana tengo asuntos que atender —anunció—, pero a las once De la mañana habré acabado. Si te viene bien, podría enseñarte la zona. Cerca hay unos viñedos extraordinarios.

— De acuerdo —respondí como solo una mujer de mundo sabría hacerlo y me sentí orgullosa de mí misma en el acto—. Nos veremos en el vestíbulo.

El buen juicio y los nervios no tenían nada que decir al respecto; yo quería ir con él, ver lo que tenía para mostrarme y tomar lo que pudiera. 

Con cuidado, porque no sabía si al final me atrevería. Me di la vuelta: la luna dibujaba su silueta contra el mar. El paisaje era cautivador; pero no más que el dios griego a mi lado.

— Buenas noches, Xanthos.

— Buenas noches, Elisa. 

De un momento a otro, me olvidé de ser sofisticada y eché a correr hacia el hotel.

Apenas llevaba un día en Grecia y ya me parecía el mejor lugar de todo el mundo. 

***

Al tercer intento, me decidí por un conjunto. No tenía demasiada ropa porque prefería gastarme el dinero viajando; pero me había permitido algunos caprichos en mi recorrido por Europa. Nada que me recordase a los trajes insulsos de una contable diplomada. Me ajusté un fajín fucsia sobre unos pantalones de algodón azul zafiro. Nada de zapatos delicados o de blusas color pastel. El último toque de color lo dio una blusa ancha amarillo pálido con el cuello a juego con los pantalones.

La combinación de colores  me encantaba, aunque solo fuera porque mi antigua empresa hubiese preferido un color menos llamativo y una línea más austera. No sabía dónde me dirigía y tampoco quería saberlo.

Hacía un día hermoso, aunque me había levantado con un molesto dolor de cabeza, supuse que había sido  fruto de la resaca que acompañaba al champán.

Ingerí un desayuno ligero en la terraza de la habitación y luego me zambullí en el mar. Aquello bastó para aclarar mi mente. Aún no me había acostumbrado a poder haraganear una mañana a mi gusto y todavía no me creía que iba a pasar la tarde con un hombre al que acababa de conocer.

La tía Lola hubiese chasqueado la lengua y me hubiese recordado los peligros de ser una mujer soltera. Algunas de mis amigas se hubiesen sorprendido, otras me hubieran envidiado; pero todas se hubieran quedado pasmadas de que la Bendita Lisa hubiese paseado a la luz de la luna con un hombre atractivo y demasiado tentador.

Si no hubiese tenido su chaqueta como prueba existencial, habría pensado que se trataba de un sueño. A menudo me había imaginado a mí misma en un lugar exótico con un hombre igualmente exótico. Siempre a la orilla del mar, con luna y música. En aquellos momentos, siempre tenía que rechazar los sueños y volver al ordenador y al trabajo.

Pero el día de ayer no lo había soñado.

Todavía recordaba la sensación de alegría y de terror que me había recorrido cuando él me había puesto la chaqueta sobre los hombros y me había atraído hacia sí; cuando nuestras bocas habían quedado solo a pocos centímetros de distancia, al tiempo que el mar y la bebida resonaban en mi cabeza.

<< ¿Qué hubiese sucedido si me hubiera besado? >>

<<¿Qué sabores habría conocido? >>

Estaba segura que sería un sabor rico y fuerte. Me pasé un dedo por los labios convencida de que no había nada tibio en Xanthos Katsaros; hasta el nombre era caliente. Sin embargo, no estaba tan segura con respecto a mí misma.

Probablemente hubiese titubeado y me hubiese puesto colorada. 

Rápidamente aparté aquellos pensamientos y comencé a cepillarme el cabello. Los hombres atractivos no se morían por besar a mujeres de mente práctica.

Pero me había pedido que nos viéramos de nuevo. No tenía claro si me sentía desengañada o aliviada de que él no se hubiera aprovechado de aquella ventaja para besarme. Ya me habían besado y abrazado antes, pero intuía que sería algo muy diferente con Xanthos. Quizá me hiciese querer más, ofrecer más de lo que nunca había ofrecido a ningún hombre.

Eran demasiados sueños. Además, no iba a tener una aventura ni con él ni con nadie. Incluso la nueva Elisa Payton no era de esa clase de mujeres. Aunque tal vez… 

Inconscientemente, me mordí el labio inferior. 

Quizás pudiese tener un romance que recordar mucho tiempo después de haber abandonado mi aventura en Grecia.

Ya me encontraba lista, pero era demasiado pronto para bajar al vestíbulo. No creía que esperar diez minutos a la vista de todos, encajase muy bien con la imagen de mujer de mundo que quería dar. No deseaba que él pensase que me encontraba  ansiosa y mucho menos, que carecía de experiencia.

Una llamada a la puerta evitó que me volviera a cambiar de ropa—. Hola.

 

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