CAPÍTULO DOS

 Capítulo dos 



-Xanthos-

Sentado en la barra de mi restaurante favorito, bebí mi vaso de whisky de un sorbo. Era mi último día en la zona de Paleo Fáliro. El hotel marchaba de maravilla, como ya era de costumbre y no me quedaba nada más por hacer. 

No pude evitar resoplar.

Tenía una carrera como empresario demasiado exitosa para mí edad. Los negocios iban viento en popa y aun así, mi éxito profesional no terminaba por satisfacerme completamente. De un tiempo para acá todo lo que hacía le aburría. Había logrado todo por lo que luché desde joven y eso me enorgullecía. Sin embargo, sentía que me faltaba algo, un poco de chispa, de emoción, de vida. 

Desvariando con mis propios pensamientos observé la puerta de entrada con demasiado ahínco. Pensé que era hora de marcharme…, y entonces la vi.

Me fijé en ella en cuanto entró en el local. No era particularmente llamativa, pero había algo atractivo en su manera de andar, de observar y de sonreír. Era como si estuviese preparada para cualquier cosa, incluso si no supiera lo que estaba buscando. 

Me detuve repentinamente a contemplar el lugar; el negocio era tranquilo a aquellas horas; y volví a mirarla, en esta ocasión, con detenimiento.

Era alta, esbelta. Su piel era demasiado pálida, lo que indicaba a las claras que acababa de llegar a la zona del puerto. Llevaba un vestido blanco que dejaba al descubierto la espalda y los hombros, contrastando fuertemente con su pelo castaño, casi negro.

Ella se detuvo y respiró profundamente. 

Yo casi pude escuchar su suspiro de satisfacción.

La observé mientras le dedicaba una sonrisa al camarero y este a su vez, la guiaba hasta la mesa que le había adjudicado.

Tenía una cara bonita, brillante, inteligente y vehemente. Sobre todo, sus ojos; eran de un color azul profundo, como el mismo mar de las playas de Atenas.

Ella le volvió a sonreír al camarero y se rió mirando alrededor, como si nunca en su vida hubiese sido tan feliz.

 

Deslumbraba sin siquiera proponérselo y eso me resultó demasiado interesante.

<< Sí. Definitivamente, tenía que conocerla >>

No pensaba quedarme más tiempo, no obstante, sucumbiendo a la tentación de ponerle nombre a la causante de cautivar mi atención de ese modo, alcé la mano y le hice una seña al camarero.

El susodicho acudió al momento con presteza; esa era una de las razones por las cuales este constituía mi lugar favorito en la zona del puerto.

No dudé en ordenar una botella de champán para la mujer que en estos momentos me alegraba la vista y ocupaba mi mente.

Minutos después, se giró hacia mí un poco sorprendida y posteriormente, alzó la copa con una magnífica sonrisa y se dispuso a beber.

<< Me gustaría ser esa bebida para tocar sus labios >>, la idea cruzó por mi cabeza de forma repentina.

Aun no la conocía y ya lograba agitar mis pensamientos con gestos demasiados simples. 

<< Y mi cuerpo también>>, agregué mentalmente al percibir mi seño semierecto.

Asombroso; simplemente asombroso.  No había otra palabra para describir mis reacciones.

Sin dejar de contemplarla, seguí con atención las expresiones que reflejaba su rostro.

— ¡Fascinante! —mascullé entre dientes.

 

De repente, me di cuenta de que el vago aburrimiento que había estado sintiendo se había desvanecido con una velocidad impresionante. Y cuando ella me dedicó una genuina sonrisa, mi corazón bombeó con demasiada fuerza. Pude deducir por sus gestos, que aceptaba la invitación de unirme a su mesa.

No tuve que pensármelo dos veces para acercarme.

<< Elisa Payton. Lisa >>, ese era su nombre y me pareció completamente adecuado para una mujer tan espectacular.

Por un momento me detuve a estudiarle. Sentí dudas, no por ella en sí, sino por su actitud. A veces daba respuestas y hacía gestos sorpresivamente espontáneos; y otras, meditaba demasiado sus acciones.

Internamente, me preguntaba por qué recibía unos signos tan contradictorios. Sin embargo, lo dejé estar y decidí disfrutar de su compañía sin más. Disfrutar del tiempo sin segundas intenciones.

Me olvidé de todo y por primera vez en mucho tiempo, me dediqué a vivir el momento; a buscar esa emoción que tanto deseaba. 

Le conté retazos sobre mi niñez —no era algo que deseaba compartir en ese momento— y me explayé en mi juventud. Ella hizo lo mismo, por momentos fue impulsiva y por otros pensaba más su respuesta. Sentía que de alguna forma, ambos estábamos siendo cautelosos. Después de todo, apenas nos acabábamos de conocer. 

No quería dejarla ir. Sentía que podía disfrutar de su compañía por días y quise prolongar nuestra plática. Así que le propuse dar un paseo por la playa. 

Cuando la vi descalzarse y lanzarse hacia el mar con ropa y todo, me dio un vuelco el corazón y en el momento en que desapareció bajo las profundidades del agua, pude jurar que el mismo  dejaba de latir. 

Siguiendo un impulso, me quité los zapatos y penetré en el agua. Al verla emerger hacia la superficie avancé hacia ella. Por segunda vez en la noche me pareció que mi corazón se detenía.

Elisa reía con el rostro vuelto hacia la luna. El agua caía en cascadas sobre su pelo; mojaba su piel, dándole un brillo que encandilaba. Las gotas refulgían como joyas, las únicas que llevaba. No era simplemente hermosa, era eléctrica.

— Es maravillosa —murmuré para mí mismo—. Suave y maravillosa.

Sacudí la cabeza sin dejar de sonreír y me adentré en el agua lo suficiente para tomarla de la mano y llevarla a la orilla.

Aquella mujer estaba un poco loca, pero era muy atractiva y lograba contagiar un poco de su locura a cualquier persona que se encontrara a su lado. 

El rostro de Elisa resplandecía. Había gracia y fuerza en sus pómulos y su barbilla ligeramente respingona. Era toda delicadeza, excepto en su mirada. Cuando la miraba a los ojos, podía distinguir garra, fuerza; un poder que permanecía dormido.

Intenté acercarme a su boca, pero repentinamente me esquivó.

Había algo en ella...; la impulsividad, la incitación natural y una inocencia inconfundible que me atraía y a la vez me confundía. Sin embargo, fuera lo que fuera, tenía claro que quería más, mucho más.

A la hora de despedirnos, continuaba sin querer dejarla ir. Decidí volver a improvisar e invitarla a recorrer la zona al día siguiente. Para mi regocijo, ella aceptó.

La observé marcharse. Aquella mujer me dejaba perplejo, tanto como no lo había hecho ninguna desde que era solo un niño; demasiado joven para comprender que a las mujeres no se las puede entender. 

Y el deseo por probarla era más fuerte que nunca. Eso no era ninguna novedad, pero el deseo se había presentado con una fuerza y una velocidad sorprendentes.

Elisa Payton había empezado siendo una tentación demasiado atractiva como para dejarla ir, pero ahora se había convertido en un misterio para mí. Un misterio que me había propuesto resolver. 

Sonriendo, me agaché a recoger los zapatos que ella había olvidado. 

<< Sí. Definitivamente mi aburrimiento había llegado a su fin >>

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan lleno de vida, demasiado. Sin embargo,  tuve la certeza de que aquello estaba a punto de cambiar. 

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