CAPÍTULO VI

Abandonaron la oficina en completo silencio, uno que se prolongó durante el descenso en el ascensor.

Las puertas se abrieron a la recepción del piso de los agentes, un androide estaba apostado detrás de un mostrador y les dio la bienvenida, solicitando su clave de acceso.

Unas segundas puertas dieron paso a una sala circular de grandes dimensiones, dividida en cubículos de dos por dos metros delimitados por paneles transparentes y separados unos de otros por una distancia de un metro ochenta por cada lado. Estas cabinas inteligentes constaban de estantes ocultos en el suelo que surgían directo del piso inferior donde se hallaba la armería; cada agente tenía un equipo designado previamente y almacenado en su propio armario que era manejado por Sia y por el plantel androide de la base. Cada estantería tenía sus nichos y compartimientos. Del mismo modo, el equipo de análisis médico se desplazaba desde el techo de manera automática y escaneaba el estado físico de cada agente, llevando un control estricto de la salud de los miembros activos de La Fuerza.

Apenas entraron a su área designada, Fira dio la orden de oscurecer los paneles. El panel que servía para proyectar las pantallas de comunicación y video brilló mientras se formaba una imagen de un ser andrógino de cabello casi blanco y ojos cafés.

―Hola, Sia ―dijo Fira.

―Saludos, agente Volk ―espetó cordialmente la imagen―. Mi análisis preliminar indica que no has recibido el sustento necesario para ti. Tus niveles de nutrición están lo suficientemente bajos para colocarte en alerta naranja. ¿Deseas una dosis de Sanguis[1]?

―No, gracias, Sia.

Te recuerdo, agente Volk, que si tus niveles descienden a un punto peligroso, entrarás en alerta roja y serás considerada un peligro para los individuos de tu entorno, lo cual me permite ejercer acciones correctivas antes de que hagas daño a alguien más. Debes consumir por lo menos un litro de sangre al día, o dos litros de sanguis a la semana.

―Lo sé, Sia. Tengo sanguis en mi casa y en estos momentos voy saliendo rumbo a mi departamento.

―Excelente, agente Volk. Entonces procederé a la verificación en su vivienda en las próximas doce horas. Según mis registros el último consumo de sus nutrientes especiales se realizó hace diez días, sin contar el litro de sanguis que el agente Black le suministró en la escena la noche de hoy.

Aquello no era negociable, así que Fira no peleó por ello. Masculló un ajá y presionó su palma sobre la pantalla para que aparecieran los controles. Elevó su armario y se despojó de sus armas reglamentarias. Pasó su reloj por el lector lateral, este se cerró con un temporizador de cuarenta y ocho horas y volvió al suelo. Un segundo armario apareció, ella se despojó de la chaqueta, el enterizo negro del uniforme y las botas de combate, quedando con la piel de diamante del mismo color de su uniforme como única prenda que cubría su cuerpo.

―Voy a darme un baño ―anunció, mientras soltaba la trenza de su cabello oscuro y el armario volvía a su lugar.

―Está bien ―respondió Aston sucintamente.

Él escuchaba el análisis de su propio sistema. Sia le recomendaba una serie de inyecciones que estabilizarían de manera paulatina sus niveles hormonales. Las feromonas de la ninfa afectaban la pituitaria generando niveles elevados de oxitocina, testosterona y adrenalina. Las inyecciones ayudarían a regular dichos niveles hasta que su cuerpo secretara de manera natural la “toxina” de la ninfa por medio del sudor.

Diagnóstico:

Hacer actividad física.

Una rutina de cardio.

Correr unos cuantos kilómetros.

Hacer spinning.

Tener sexo.

Mucho sexo.

Aston hizo una mueca ante el comentario final en la pantalla, remarcado en letras gruesas que parpadeaban en rojo; no comprendía el extraño sentido del humor de Sia, aunque era más justo decir que era de los programadores.

Activó su armario y guardó su arma. Se deshizo de la ropa que llevaba en su misión y quedó exactamente igual que Fira, con una malla de cuerpo entero de color negro.

―Ejercicio, Sia. Mucho ejercicio para mí.

―Excelente, agente Dagger. ¿Desea que le envíe cuál es la rutina adecuada para acelerar el resultado necesario?

―No Sia. Yo mismo lo haré.

La pantalla se desvaneció y los paneles se aclararon. Aston salió de allí rumbo a los ascensores privados que lo llevarían al gimnasio y a los vestidores. Su cabeza era un caleidoscopio de pensamientos e imágenes que lo tenían aturdido. Por un lado, veía una y otra vez los cadáveres en esa habitación, preguntándose si los traficantes sabían de ese lugar y eran los culpables de esos asesinatos. De vez en cuando se colaba la conversación con el Comandante y cómo Fira parecía más alterada de lo que dejaba traslucir, y mientras su cabeza se devanaba los sesos entre los dos casos en cuestión, la vampira de la fiesta se infiltraba por aquí y por allá, con sus alas de color azul eléctrico, sus labios de ciruela y la erótica suavidad de su lengua acariciando zonas de su cuerpo que podrían llevarlo a la gloria.

Abrió la puerta de los vestidores, escuchó el ruido de las duchas y las voces mixtas que hablaban sobre su noche. Él era un miembro de La Fuerza en pleno derecho, había pasado los últimos veinticinco años de su vida allí, más los diez que previamente estuvo en la base de entrenamiento en Ajat, y aun así, a veces le costaba adaptarse al hecho de que allí no había distinciones de género. Entrenaban juntos, se duchaban juntos, comían juntos, los dormitorios de la base eran mixtos.

En La Fuerza se trataba de que todos eran iguales, y como iguales iban a ser tratados.

Solo que, en ese momento, él consideraba que no iba a ser nada agradable encontrarse con algún cuerpo femenino tonificado y curvilíneo, por completo desnudo con su piel humedecida. No señor, de hecho, él con sus niveles hormonales fuera de control, encontraría eso como una tortura dulce y agonizante. Así que se regodeó en su propio y personalísimo dolor, accionó los controles del traje en su cuello, muñecas y tobillos para que este adoptara una textura más suave para podérselo quitar sin problemas. El tejido cayó a sus pies y quedó como llegó al mundo, solo que con una potente erección entre sus piernas.

―¿Necesitas ayuda con eso, Dagger? ―preguntó un ronca voz masculina que venía en su dirección desde las duchas.

¿Por qué demonios se sentía tan erótica esa maldita voz? El escalofrío nació en sus testículos y llegó hasta su coronilla. Masculló una maldición mientras rebuscaba en su casillero un bóxer de color verde y se lo subía por las piernas.

―No, gracias… ya me encargaré yo, de hecho ―respondió con mal humor.

―Si necesitas ayuda, ya sabes, compañero, yo podría ayudarte… ―Erotismo puro en su voz. Una vez más maldijo en su cabeza a los vampiros y su sensualidad latente y natural.

Se volvió hacia su compañero mientras se colocaba el pantalón de deporte y una guardacamisa con el símbolo de la fuerza en el pecho. El mestizo en cuestión, el agente Díaz-Vega, era una escultura de carne y hueso de dos metros de altura, su piel era tersa, de un agradable tono tostado que brillaba en cada curvatura de sus músculos. Y no es que no hubiese vampiros feos, Aston había visto más de uno, pero los que trabajaban en La Fuerza parecían hacer sido diseñados a mano por un artista amante de la proporción aurea y la perfección física. Claro que exageraba, todo lo estaba viendo bajo la óptica del deseo sexual; pero más allá de eso, Díaz-Vega era jodidamente atractivo, tanto que podía confundir a cualquier hombre heterosexual que existiera en el mundo.

Aston se dejó caer en uno de los bancos y comenzó a ponerse las medias y las zapatillas deportivas. Se sentía capaz de correr diez mil kilómetros esa mañana, iba a correr hasta que le sangraran las pantorrillas.

Un aroma suave a lavanda y manzanas verdes inundó sus fosas nasales, la boca se le llenó de saliva, su corazón cuadruplicó sus latidos y lo único que podía pensar era que esa fragancia era lo mejor que había olido jamás en toda su vida. Levantó la vista para encontrar la fuente y se le contrajo el estómago cuando se dio cuenta quién era.

Fira se encontraba frente a su armario, concentrada en secarse su frondosa y abundante cabellera oscura. Su erección dio un respingo y Aston dejó escapar un gruñido, mitad frustración y mitad anhelo. Se enfocó de nuevo en atarse el cordón de su zapato, para luego ponerse el otro calzado, pero de manera repentina se había quedado en blanco por completo, como si pasar una cinta alrededor de un lazo fuese un cálculo de física avanzada.

Concentró todos sus esfuerzos en no mirar a su compañera, ¡joder! Ni siquiera era la primera vez que la había visto desnuda, eso no era una novedad y la cosa no es que él no supiese que ella era atractiva. Conocía bien la forma de sus muslos, la tonificación de su abdomen, o la tersura de su piel. A diferencia de otras mujeres dentro de La Fuerza, Fira entraba dentro del grupo de mujeres que mantenían una saludable figura femenina y no era un manojo de músculos marcados.

Finalmente levantó la vista, justo en el momento en que ella se inclinaba para pasar una de sus piernas dentro de un pantalón de cuero. Aston se mordió la cara interna de la mejilla.

«Y claro, la desgraciada no lleva ropa interior.»

Sacudió la cabeza y se puso de pie. Se despidió de todos, salió del vestuario, encontrándose de frente con Desmond Black.

―¿Qué hay hombre? ―le preguntó en un tono cordial. Aston frunció los ojos y gruñó un saludo. Desmond rio―. Todavía con los efectos de la ninfa. ―No era una pregunta―. Conozco un lugar donde podrían, ya sabes, ayudarte…

―No voy con prostitutas ―ladró cortante. Desmond negó con la cabeza.

―Es un club de pelea.

Aston lo miró con desconfianza.

―No sabía que eras esa clase de personas, Black.

Desmond soltó una carcajada.

―Es un club, legal, de pelea. Vas allá, te registras, te hacen una prueba de fuerza y resistencia, y luego te emparejan con alguien que tenga las mismas habilidades que tú ―le explicó―. No hay apuestas, ni público, ni alcohol. Solo un par de cuadriláteros y tatamis para que los participantes luchen y drenen todo su estrés allí…

―No suena mal ―le respondió―. ¿Vienes a cambiarte para ir a entrenar un rato? Tal vez podamos tener nuestro propio club de pelea aquí, exclusivo para ti y para mí.

―No, hombre… yo no entraría contigo a una pelea y menos en ese estado que tienes…

―No sé de qué estado me hablas ―refunfuñó.

―¿En serio? Pues en primer lugar ese síntoma inequívoco de ansiedad te va a dejar surcos muy rojos y profundos en la piel ―señaló sus antebrazos.

―Maldición… ―dejó de rascarse―. Entonces ¿qué haces aquí?

No quiso sonar acusador, el vestuario era una zona pública y todos los agentes tenían un casillero allí. Desmond parecía incómodo, pero al final le dijo:

―Vine a ver a Fira. Quiero saber cómo sigue su herida.

Como si hubiese sido convocada, apareció en la puerta de los vestuarios. Llevaba su cabello suelto y rebelde alrededor de los hombros, cayéndole hasta las caderas; el pantalón ceñido alrededor de sus muslos, la camiseta blanca y suelta dejaba al descubierto un borde de piel muy atractivo sobre sus caderas, debajo de la chaqueta de cuero brillante de color negro. Sostenía entre sus manos un casco del mismo color de la chaqueta y un bolso colgaba lánguido, cruzado sobre su pecho, separando de forma provocativa ambos senos.

―Saludos, caballeros ―dijo ella con tono divertido―. Entorpecen el camino de los peatones.

Desmond la miró de arriba abajo y Aston tuvo que contenerse de lanzarle un puñetazo. Verla así, tan atrevida y rozagante cortocircuitaba su cabeza.

―Hola, Fira. Vine a ver cómo estabas.

―Estoy bien, doc. ―Se subió la camisa y dejó al descubierto su costado. Aston se llevó las manos a la espalda y apretó los puños de forma más fuerte que sus mandíbulas.

La franja de piel era de color caramelo claro, Fira había elevado la camisa hasta el nacimiento de su pecho y la curva de su seno le hizo rechinar los dientes. Desmond en cambio entró en modo doctor, deslizó los dedos por el borde de una línea de color rosado que poco a poco comenzaba a desaparecer.

Quiso arrancarle los dedos, a pesar de que en ese toque no había más que interés profesional.

―¿Quieres venir a gastarte con nosotros trescientos créditos que gané anoche? ―preguntó Fira. Desmond se enderezó y le sonrió con galantería.

―¿A quién le birlaste trescientos créditos? ―le preguntó.

―A mí ―respondió Aston.

―En realidad, fue a mí ―dijo Díaz-Vega que se sumaba a la conversación―. Están trancando el paso, ¿lo sabían?

―Aposté en contra de Dagger ―le informó Fira a Desmond―. Así que iré a beberme unos tragos en honor de mi compañero.

―¿Un domingo a las ocho de la mañana? ―le preguntó Desmond.

―Estoy libre hasta el martes ―respondió ella encogiéndose de hombros. Se alejó caminando con lentitud.

Ambos hombres la siguieron en silencio. Aston se dirigió a la sala de máquinas. Estando allí se dirigió al área de las pesas, colocó doscientos kilos para comenzar y se recostó. Inmediatamente un androide de respaldo se acercó hasta él y empezó a asistirlo.

Iba a ser una mañana muy larga para él. Preguntándose con quién se acostaría Fira, si con Desmond, el agradable e interesado doctor; o Díaz-Vega, el bombón mitad vampiro de dos metros que tenía unos labios tan sensuales como los de la ninfa.

Sí, iba a ser una jodida mañana muy larga para él.

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[1] Sangre en latín. Sangre mejorada con nutrientes especiales para el consumo de los agentes vampiros y mestizos de las Fuerzas Especiales

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