CAPÍTULO I

Tevah-Sheva 2999

Aston se sorprendió cuando notó que los latidos de su corazón iban al mismo ritmo de las percusiones. La música sonaba cadente y exótica, invitando a los cuerpos a moverse vibrantemente unos contra otros en la pista de baile. Tomó una inspiración profunda y se pasó una mano temblorosa por el cabello con incomodidad, era su turno de estar encubierto, pero viendo el espectáculo, se arrepintió de dejar su lugar seguro desde la posición de vigilancia. Tres semanas esperando por ese momento nublaron su juicio, no debió ir, sin embargo, estar en la trastienda casi siempre implicaba menos diversión para él.

Hizo una segunda inspiración para tratar de calmar sus ímpetus.

No hagas eso de nuevo. Hay feromonas vampíricas en el aire. La atmosfera del lugar tiene una concentración de veinticinco porciento, si sigues inhalando profundamente tendrás problemas dentro de tus pantalones durante las próximas cuarenta y ocho horas.

La voz en su oído casi le hizo dar un respingo, sabía que su compañera cuidaba su espalda, pero aun así estaba tan aturdido que no lo esperaba. Suspiró resignado y se internó en la pista de baile.

―¿Feromonas? ¿En serio? Debes estar jodiéndome con eso.

Estando entre los bailarines podía disimular el movimiento de sus labios. Aunque se arrepintió casi de inmediato, porque varias mujeres y hombres se le acercaron, rodeándolo con claras intenciones sexuales; mirándolo con ojos lascivos y sonrisas lujuriosas.

―Sí, aunque en realidad ese es el menor de tus problemas.

―¿Qué significa eso? ―preguntó alerta.

Una mujer disfrazada de hada, con alas de color azul eléctrico, se acercó a él. Era deslumbrante, con un largo cabello plateado y unos labios de color ciruela. Su cuerpo estaba cubierto por una delgada tela traslúcida que no dejaba lugar a dudas de que iba desnuda debajo de su vestido. Duros pezones se marcaban en el tejido, los miró fijamente y se relamió los labios sin percatarse; su boca salivaba ante la expectativa.

Antes de poder siquiera reaccionar, la mujer se plantó frente a él con una sonrisita pícara, enredó las manos alrededor de su cuello y se inclinó sobre sus labios.

El mundo se detuvo, Aston recibió una descarga eléctrica que dejó su cuerpo desarticulado, todas sus terminaciones nerviosas se concentraron en la suavidad de aquellos labios carnosos y sugerentes que se cerraron alrededor de los suyos y comenzaron a danzar hábilmente, derribando cualquier defensa que todavía le durara. Cuando creyó que no podía quedarse sin aliento, la punta de la lengua húmeda rozó la suya y el mundo antes detenido, estalló en miles de fragmentos multicolores. Sin poder atajarse a sí mismo, sus brazos se envolvieron alrededor de la diminuta cintura del hada y la apretaron contra el palpitante bulto que se había levantado en su entrepierna. Ambos gimieron ante el contacto íntimo de sus pelvis y mientras su cerebro era licuado y filtrado, la mujer se desvaneció en el aire dejándolo aturdido.

―¿Qué tal estuvo el beso? ―La voz burlona en su cabeza lo trajo de vuelta a la realidad.

―¿Qué fue lo que pasó? ―inquirió con un hilo de voz. Se llevó la mano a la boca como si estuviera reviviendo un sueño. Los cuerpos a su alrededor se restregaban contra él con desesperación, la música pasó a otro nivel, ya no solo su corazón iba al ritmo de las percusiones, ahora sentía que toda ella fluía dentro de su sangre e inundaba todos sus sentidos.

Hambre, tenía hambre y no de la clase convencional. Se sintió desesperado y, por un momento, cegado por el deseo y el placer, apretó con fuerza una muñeca dispuesto a arrastrar a su dueña o dueño a un rincón para liberarse de la frustrante necesidad que sentía crecer y expandirse desde su caja torácica hasta sus testículos.

«Demonios, es el Frenesí.»

 ―Creo que no debí hacer esto ―masculló de mal humor, tratando de poner orden en sus pensamientos.

―Yo también lo creo, pero acabas de hacerme ganar 300 créditos. Así que… ―Escuchó una risita burlona.

―Malditos vampiros ―farfulló cada vez peor.

―Ajá, ahora es culpa de ellos… ―De nuevo la risita.

―Se supone que eres mi compañera, deberías cubrirme la espalda…

―Realmente no me pareció que te estuviera atacando…

―¿Qué me hizo? ―Caminó con decisión fuera de la pista.

―Era una ninfa, Aston. ―El tono suave, como si le estuviese hablando a un niño de dos años no ayudó a mejorar su ánimo.

Aston miró de nuevo hacia la pista maldiciendo en su cabeza, buscaba a su hada; el recuerdo de sus labios sobre los suyos le hizo estremecer, una fantasía se plantó en su cabeza: aquella boca cubriendo su glande y succionándolo con suavidad.

Casi se corrió en ese instante, resopló con fuerza e intentó nivelar sus funciones corporales haciendo ejercicios de respiración.

Las Ninfas y Sátiros eran vampiros de cuidado, a diferencia de los otros, estos tenían la capacidad de sumir a sus Benefactores en estados de excitación prolongada, convirtiendo el simple roce de una tela en una experiencia sexual abrumadora. Esos estados eran conocidos como el Frenesí, y nadie era inmune a ellos, ni siquiera los mismos vampiros. Se suponía que esas sensaciones ayudaban a los Benefactores a pasar el proceso de alimentación de una manera agradable y placentera; todos los vampiros podían producirlo por medio de la mordida, pero en el caso de estos, su solo olor o contacto era suficiente.

―Nueve en punto.

Giró su cabeza en la dirección que le indicaban y ordenó a todos sus impulsos enfocarse en su misión. La policía local llevaba un año tratando de desmantelar una operación de drogas y todos sus esfuerzos habían sido en vano. Las raves se realizaban de manera aleatoria y los avisos de sus ubicaciones se hacían por medio de complicados acertijos que los participantes debían resolver. Una vez que llegaban, una primera dosis de Cheshire se entregaba como recompensa por haber conseguido el lugar de la fiesta después de salir del “laberinto”, pero estando dentro, debían abastecerse con nuevas dosis por sus propios medios.

El problema principal para la policía era que la droga podía realizarse en laboratorios móviles, lo que había frustrado cualquier intento de erradicar su producción. Los componentes no necesitaban más que una hora para asentarse y las ampollas eran entregadas para su consumo inmediato.

Cuando las fuerzas locales de Sheva se dieron cuenta de que no podrían acabar con la producción y distribución por sus propios medios, solicitaron ayuda de las Fuerzas Especiales de la ciudad, una organización compuesta por hombres y mujeres: humanos, vampiros y mestizos en igual medida; lo que garantizaba que no hubiese favoritismos para ninguna de las razas.

El agente Dagger al fin distinguió la bandeja que portaba los tubos de ensayo con líquidos de distintos colores destellando con las luces estroboscópicas. Una mujer con el torso desnudo iba repartiendo el contenido mientras un hombre iba recogiendo el dinero de forma discreta. Aston rodeó la pista de baile en dirección a la pareja. Se impresionó por la velocidad en que los tubos de ensayo iban desapareciendo entre las manos de los bailarines; comenzó a calcular una ruta de desplazamiento para alcanzarlos a medida que se zambullía en la marea de personas danzantes.

En determinado momento, el hombre giró en su dirección, sus ojos se encontraron a pesar de que él intentó disimular que miraba más allá de ellos, se inclinó hacia la mujer y susurró algo. Ella asintió y él se alejó en dirección contraria de ella, separándose.

―¡Maldita sea!

―¿Qué sucede?

―Creo que me descubrieron.

Ya no hubo tiempo para la discreción, metió la mano dentro del bolsillo de la chaqueta y extrajo una tira flexible y transparente que se calentó con el contacto de sus dedos, se la colocó frente a los ojos y esta tomó la forma de unos lentes que los protegían, al igual que el tabique nasal y pómulos.

Nadie pareció notarlo a pesar de que no estaba siendo discreto. La máscara[1] que usaba indicaba que era parte de las fuerzas de la ley. Antes de quitarse la chaqueta y abandonarla, sacó del bolsillo oculto su arma, que emitió un pitido de reconocimiento cuando escaneó su palma. Saltó sobre un trío que ni se dio por enterado de su presencia, y alcanzó a ver cómo el hombre desaparecía detrás de un panel deslizante disimulado en la pared. Su máscara escaneó el espacio indicándole, por medio de una reposición tridimensional, dónde se encontraba el punto exacto de la entrada.

Deslizó el panel con suavidad y entró, la puerta fluyó a su posición original sumiéndolo en la oscuridad. Protegió su espalda con el panel y elevó su arma a la altura del hombro, la máscara cambió automáticamente a modo nocturno mientras él hacía un barrido meticuloso del lugar con su dedo firme en el gatillo. La notificación de que no había nadie allí, llegó medio segundo después de que se diera cuenta. Soltó el aire lentamente, analizó los datos que la máscara le iba suministrando en cuanto a disposición de las paredes y posibles rutas que pudo haber tomado su el sospechoso por medio de la medición de calor.

―Creo que jugamos con vampiros, Fira ―dijo a su compañera―. No hay huella de calor residual.

La máscara le indicó que su mejor opción era continuar por el pasillo lateral a su izquierda. Aston se movió con rapidez, escudriñando la oscuridad a pesar de que las notificaciones le iban informando que no había nadie. Llegó a una pared y casi soltó un improperio antes de que le avisara que había una escotilla que llevaba a un piso inferior.

Probó levantar la puerta con una sola mano, y aunque cedió, era bastante pesada para elevarla con facilidad. Le tomó un par de preciosos minutos bajar por la escalera de concreto hasta el final, donde las suaves luces de unas bombillas facilitaron su análisis del lugar. No había direcciones alternativas, las escaleras desembocaban en un pasillo de unos cinco metros de largo donde una segunda puerta, esta de metal, obstruía el paso. La máscara le indicó que detrás de la puerta, había tres individuos más, uno de ellos presumiblemente mujer, por su estatura y contextura; todos sin lugar a dudas, vampiros.

―Fira, voy a entrar.

No esperó respuesta, desplazó la puerta con fuerza y levantó su arma.

Disparó sin dar la voz de alto, los impactos dieron en uno de los blancos que se desplomó en el suelo. El hombre al que había seguido dio un salto hacia atrás y se escondió detrás de una mesa que había volcado apenas él entró en el lugar. El ruido de cristales rotos sonó por todos lados. Aston se protegió detrás de una columna mientras buscaba un tiro limpio para someter a cualquiera de los otros dos.

Una risita masculina se sobrepuso a todo, se asomó para ver qué causaba tanta gracia. El individuo, que había sido identificado como una posible mujer, parecía de hecho un adolescente; aunque era difícil determinarlo en realidad, porque los vampiros no se desarrollaban de la misma forma que los seres humanos.

Aston apuntó y disparó. Sus impactos fallaron de manera notoria debido a la velocidad sobrehumana con la que se movió su contrincante. Antes de poder cambiar a municiones letales, recibió un golpe en la muñeca que le hizo soltar el arma. Pudo detener el siguiente contacto, y a pesar de que su brazo quedó doliendo, devolvió el ataque con fuerza, dejando a su oponente sorprendido por pocos segundos.

El chico soltó una carcajada, divertido por la situación; miraba a Aston como si fuera un nuevo juguete mientras contratacaba con un golpe al abdomen que lo dejó sin aliento.

Unas manos suaves y delgadas lo tomaron del cuello lanzándolo por la habitación. El golpe llegó más tarde de lo que pensó. El impacto contra la pared, a unos seis metros del suelo, le hizo notar que se encontraban en una especie de galpón de altísimas paredes, un detalle que no había tomado en cuenta, pero que tal vez jugara a su favor.

El vampiro joven se inclinó sobre él en un parpadeo, lo levantó de nuevo tomándolo por el cuello y lo observó con satisfacción.

«Diablos, Fira. Qué te está tomando tanto tiem…»

Un manchón oscuro salió desde una esquina cayendo velozmente sobre el chico, que sorprendido por la interrupción lo soltó. Aston tosió con fuerza mientras su garganta ardía buscando algo de aire para sus pulmones. Levantó los ojos para ver el momento en que su compañera bloqueaba el ataque del vampiro joven y devolvía, con asombrosa pericia, golpes que iban debilitando a su oponente.

El vampiro más grande decidió dejar su posición privilegiada y se abalanzó sobre Fira atacándola por la espalda. Ella cayó sobre sus rodillas, pero de inmediato evadió al segundo oponente y se levantó tras rodar sobre sí misma quitándose del alcance de ambos. Estaba tentado a dejar que ella se ocupara de los dos, porque cada golpe que daba, dejaba a uno de los vampiros aturdido por suficiente tiempo para atacar al siguiente; sin embargo le parecía muy injusto que ella se llevara toda la diversión, así que antes de pensarlo con seriedad, se lanzó a la batalla y le dio un codazo en la base del cuello al vampiro más viejo.

Fira ya había previsto sus intenciones así que se concentró en el vampiro joven, que tenía un labio partido y un corte sangrante al lado derecho de su frente justo en el nacimiento de su cabellera rubia.

El hombre se levantó con rapidez y encaró a Aston, este estaba preparado para inhabilitar a su oponente en el menor tiempo posible. Él no había pasado por los dolorosos tratamientos de mejoramiento genético de la Fuerza para no poder reducir un oponente como ese. Tal vez no lo reduciría con facilidad, pero era definitivo que lo sometería, eventualmente.

Un quejido femenino lo distrajo solo un momento, Fira se encontraba tendida en el suelo sosteniéndose un costado. Tuvo el impulso de ayudarla, no obstante se contuvo. Se concentró en atacar de manera eficiente, limitando los movimientos de su oponente y arrinconándolo cerca del lugar donde su arma había caído. Recibió un golpe en la mandíbula que le hizo probar su propia sangre, sin embargo no lo detuvo y devolvió un contrataque. Un grito masculino le dijo que Fira había logrado ponerse de pie y agredir. El vampiro se volvió para ver que sucedía, distracción suficiente para Aston. Atacó directamente la entrepierna, y mientras el hombre se doblaba de dolor, saltó encima de él, se lanzó por su arma reglamentaria, sacó un cartucho del bolsillo de su pantalón, recargó con municiones no letales y disparó tres a la espalda del vampiro, que se desplomó pesadamente sobre el concreto.

Aston no se detuvo, se giró hacia donde su compañera continuaba peleando con el otro vampiro. Era evidente que este no era uno común, se notaba que la pureza de su sangre le daba una ventaja sobre Fira, pero la determinación de ella era alarmante. Sabía que su compañera podría continuar peleando hasta desfallecer, solo con tal de dominar al criminal; así que levantó su arma, apuntó al cuello del joven y disparó. El impacto falló, pero rozó la piel dejando una línea roja que se recuperó casi de inmediato.

El vampiro siseó y lo miró con ira. Aston sintió un escalofrío que nació en la base de su columna vertebral, no lo había notado en el furor de la pelea, pero tenía los ojos de un diamantino color azul. Fira aprovechó la distracción y conectó un puñetazo en la mandíbula que lo hizo volar un par de metros hasta caer en el concreto. Aston disparó de nuevo, pero el chico ya se había puesto de pie fuera de su alcance. Miró a Fira con una mueca divertida, hizo una reverencia elegante a modo de despedida y dio un salto de varios metros hasta el techo, donde un panel de vidrio oscuro había sido quebrado.

―¡Maldito hijo de perra! ―exclamó la agente.

No tuvo tiempo de decirle que no lo siguiera, Fira corrió a toda velocidad y saltó hasta el techo, tocando dos puntos del vértice de las paredes para impulsarse y lo siguió en la noche.

Aston suspiró con fastidio.

Sí, era frustrante trabajar con una mestiza.

**********

[1] Implemento de los miembros de la Fuerza Especial, es de grafeno que gracias a nano tecnología tiene la capacidad de permanecer como una malla flexible cuando está inactiva. Esta protege ojos, tabique nasal y pómulos de los agentes con la finalidad de evitar daños severos en esta zona que puedan causar la muerte al enfrentarse a un vampiro. Gracias a su tecnología, la máscara sirve como visor, permitiéndole a su portador, percibir lecturas de calor, ver en la más absoluta oscuridad o traspasar gruesas paredes para determinar si hay personas en otras habitaciones.

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