5.- Leila.

¡Uf, casi no llego a tiempo! A Dios gracias el profesor de matemáticas es más sociable que el de química, es una m****a de profesor y pedante hasta los tuétanos.

—¿Dónde voy a estar? ¡Meando en el baño tonta! El maldito Marshall casi deja que me haga en la ropa ¿qué su madre no lo quería? ¡Hijo de puta! – me acomodé la ropa y salí a lavarme.

—¿Con esa boca tan sucia besas a tu madre muñeca? – salté tan alto del susto que casi doy con el techo y caí sentada en piso con las piernas abiertas, obsequiándole una vista perfecta de mi entrepierna con una panty de encajes que odio pero por levantarme tarde hoy tuve que ponérmela.

—¿Estás loco idiota? – el muy estúpido sonríe y pasa la lengua por sus labios.

—¿Te ayudo con la falda muñeca? – se acuclilló para mirarme bien y poder darme cuenta que me encontraba sentada con las piernas separadas y el pasaba la vista de mi rostro a mi sexo.

—¡No! – grité y se levantó de un salto carcajeándose.

Sentí un enojo incontrolable bullir por todo mi cuerpo y rápidamente me levante y lo golpeé en el pecho lo más fuerte que pude y la maldita falda se mantenía enrollada en mi cadera. Su rostro en un momento pasó a estar serio pero su mirada era divertida, le solté otro guantazo pero perdí el equilibrio y un tacón se dobló haciendo que el peso de mi cuerpo me llevara a una caída inminente hasta que me sostuvo con sus brazos fuertes llenos de tinta ¡por las nalgas! Me removí incomoda haciendo lo posible por qué me soltara. Es muy alto y mi rostro quedaba justo en el hueco de su cuello que olía delicioso ¿qué, qué dije?

—¡Tranquila muñeca! No haré nada que no desees – y por un momento me perdí en ese par de cielos tormentosos que parecen hipnotizarme.

—¡Suéltame! – Me apretó y bajo mi atrevida falda, temblé ante su toque, su piel era casi hipnótica  — ¡Gracias! – nunca apartó sus ojos de los míos sin embargo su seriedad me puso más nerviosa de lo usual — ¡Su-suéltame por favor! – lo hizo, sonrió y me contagió. Besó mi nariz y salió.

—¡Ten buen día Leila! Gracias por alegrar el mío – se fue cerrando la puerta tras él.

Me quedé con un vacío extraño en el estómago y un cosquilleo en la piel que descontrola mis sentidos y me hace temblar como un cachorro asustado. Esta sensación de angustia es desconocida para mi ¡bueno! Tampoco es que a mis diecisiete años haya tenido algún tipo de experiencia en el sexo o en el amor, por supuesto que me he enamorado como cualquier Chica: de algún profesor o de Henry Cavill, Capitán América o Airón Man, me abanico por el calor que produce el pensar en todos estos bombones pero, algo formal, con alguien de manera íntima y personal, no he tenido.

Salgo del baño, una vez que acicalo mi rostro, acomodo mi atuendo y recojo la dignidad regada en piso a causa de la caída patas arriba de hoy. 

—Pudiste haber elegido un salón de clases vacío ¿no? - ¿hola? ¿Mila Brockovitch está hablándome?

—¿Disculpa, me hablas a mí? – Rodó los ojos de lo más odiosa y me observó de pies a cabeza, me recompuse —¡Hola Mila, chao Mila! – me dispongo a dejarla sola como la m****a y Didy Black me interceptó. Ella es una gigante y yo soy bueno… ¿enana?

—¿A dónde crees que vas? – preguntó y tragué saliva.

—¿Lejos de ti? – la miré y sonreí buscando poder escapar.

Todas se franquearon a mí alrededor de manera amenazante y colocaron las manos en jarras.

—Te decía pequeña idiotita, que si te vas a tirar a mi chico… ¡que no sea en el  baño de la uni por favor! – tapa sus ojos con el dorso de la mano en un gesto teatral y ridículo.

Pero como mi boca decidió hacer caso omiso a las órdenes de mi cerebro que le decían tener miedo y que guardara silencio, me metí en el lío.

—¡Veras cariño! No me tiré a tu chico, él entró ya cuando iba a salir y ¿adivina? Pues me interceptó, besó mi nariz y ¡se fue! – la cara de Mila hervía y sus puños apretados me corroboraron que iba a exterminarme ¡ay m****a voy a morir!

Su movimiento fue rápido, me tomó por el cuello y apretó con tanta fuerza que mi vista se nubló y mis extremidades superiores perdieron fuerza. Escuché un murmullo y luego me desplomé.

— ¡¿Estás loca Mila?! – sus brazos me sostenían y sentía su aliento en mi rostro como una caricia, entonces quiere decir que sigo viva ¿cierto? — ¡Leila, Leila! Abre los ojos por favor – y cuando los pude abrir descubrí unos pozos grises preocupados y con un dejo de algo que no reconocí — ¡Gracias, gracias,  gracias! ¿Te encuentras bien? – Asentí y mi labio inferior tembló, mi pecho dolió y las lágrimas salieron sin permiso — ¡Dios, te lastimó! – acaricio el contorno de mi cara con la nariz y yo me sentía en el cielo.

Me estrechó pegándome a su pecho tranquilizándome, se sentía delicioso estar entre sus brazos mientras  susurraba palabras dulces a mi oído para calmarme  — ¡Sr. Serrano tráigala a enfermería por favor! – me levantó del piso sin problemas y nunca dejó de mirarme a los ojos con esos preciosos cielos tormentosos ¡Dios! ¿Por qué tiene los ojos tan bellos?

Ingresé a la enfermería en los brazos del chico malo de la universidad y bajo la mirada gris más hermosa que en mi vida haya visto.

¿Y saben qué?

¡Se pueden ir a la m****a todas!

¡Porque me encantó!

"La tinta en tu piel y el tormento de tus ojos, me invitan apecar". Leila.

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