114,. Leila.

El calor de su cuerpo es como una calefacción, su piel suave me fascina y altera de todas las formas posibles mis terminaciones nerviosas. Jonás Serrano es definitivamente el hombre que amo y el que me hace feliz. Pasa la yema de sus dedos por mi espina dorsal y no solo mi piel se enchina, sino que la sangre hierve en mis venas como si fuese lava corriendo dentro de ellas. Hace círculos con la palma de su mano cuando llega a mis nalgas y me hace gemir como un animalito herido, lo deseo de nuevo, pero se sienten tan bien sus caricias que ni siquiera deseo moverme.   

— ¡Te amo Muñeca! – expresa en mi oído con un tono de voz tan diferente, tan frágil que me dan ganas de llorar al instante —. No llores, por favor – giro para mirar sus ojos y percibo algo diferente e increíble: miedo.

— ¡Y yo a ti, pero tengo mucho miedo! – digo e

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