Capítulo 6

Kim

Rompí el beso cuando se estaba convirtiendo en demasiado. No me gustaba que la gente tuviera sus ojos en mí mientras era besada, mucho menos Alex. ¿Por qué me importaba? No lo sabía a ciencia cierta, pero lo hacía.

Los dedos ásperos de Max se unieron a los míos y me llevó casi a las andadas hacia el interior, cruzando el recibidor, el corredor y la sala de estar hasta llegar al salón de entretenimientos, al fondo de la casa, bajando las escaleras. Miré hacia atrás y noté que Alex y Maya nos seguían. Fue un alivio. Max estaba tan ansioso por llevarme a la fiesta que no me dio oportunidad de decirles que me siguieran.

—Baila conmigo, bebé. Te ves jodidamente sexy y quiero mucho de ti sobre mí —pronunció con voz ronca, cerca de mi oído. Los vellos de mi nuca se encendieron por la proximidad de su aliento y de su boca. Él había estado en ese sector muchas veces, lamiendo, besando y mordisqueando, y la sensación era excitante.

—Dame unos segundos.

—Tienes diez. Iré por ti al segundo once —advirtió con voz áspera. Sabía por qué. Él tenía un profundo resentimiento hacia Alex por todo eso de ser mejores amigos, caminar juntos a la escuela, compartir todas las clases y, por supuesto, vivir a un piso de distancia. Eso sin que supiera que usábamos nuestras ventanas como puertas y que nos visitábamos a diario en nuestras habitaciones.

Asentí y caminé rápido hacia mis invitados. Estaban de pie junto a la entrada mirando con escepticismo la locura que se desarrollaba en aquel espacio reducido. No era tan pequeño, pero no lo suficientemente amplio para lo que sesenta estudiantes frenéticos hacían. Bailar, beber, saltar, gritar…, era una jauría de demencia, y apenas iniciaba.

—Al fondo hay bebidas, pueden tomar algunas. O si prefieren, pueden bailar. Si les abruma aquí, suban a la sala o salgan al patio. No importa, solo diviértanse. —Esbocé una sonrisa simpática –aun cuando no estaba muy feliz de ver a Alex con Maya– y volví a Max antes de que viniera por mí con su espectáculo de macho alfa.  

—Aquí está mi chica —dijo cuando estuve frente a él. Me apretó contra su musculoso cuerpo, inclinando mi cabeza sobre su pecho, y dio inicio a un baile nada acorde con la música que sonaba en los altavoces. Nos balanceamos uno sobre el otro por lo que duró la canción. Fue un momento dulce y a la vez extraño. Max nunca había bailado de esa forma tan cariñosa conmigo. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso intuía que algo estaba cambiando en mi interior? Porque, aunque lo quisiera negar, mis sentimientos estaban en un momento raro. Quería a Max, pensaba en él, disfrutaba de sus besos y caricias, pero también me sentía a gusto con Alex. Y esa noche había experimentado algo que jamás había sentido estando con él: celos. Sí. Odié cada cosa que hizo cerca de Maya. Incluso, que me pidiera que me cambiara de lugar en el auto. Yo era su Kitty. Yo viajaba a su lado siempre.

—¿Qué dices, bebé? —preguntó Max.

—Umm… ¿Sí? —No sabía qué había dicho, por eso mi respuesta fue tan ambigua.

—Gracias, bebé. Te prometo que te haré sentir muy bien —susurró con voz seductora.

¿Sentirme bien con qué? ¿A qué dije sí?

—Espera, Max —pedí cuando comenzó a llevarme hacia las escaleras. No me escuchó, le habían subido el volumen a la música y mi voz era muy suave. Tampoco podía zafarme, su mano sujetaba con fuerza mi muñeca mientras tiraba de mí. Miré a los lados, buscando a Alex, pero no lo veía. Quizás había subido como sugerí, o tal vez estaba perdido entre la multitud, bailando con Maya. No estaba segura.

Cuando estuvimos fuera del salón, sin que la música y los gritos me impidieran hablarle a Max, le pregunté que a dónde me llevaba.

—A mi habitación. Lo acabamos de hablar, ¿recuerdas?

—¿No crees que es descortés abandonar tu propia fiesta?  

—A la m****a la fiesta. Solo quiero estar contigo, bebé. —Sostuvo mi rostro con sus manos y me dio un beso tierno en los labios.

Me derretí.

Él ejercía algún poder sobre mí que me abatía. Sabía qué y cómo hacer para hacerme sentir voluble y dispersa.

—Solo unos minutos. No quiero que todos piensen que estuvimos… ya sabes… haciéndolo —dije ruborizada.

—No te preocupes, Kim. Nadie hablará m****a de ti sin pagar por ello. Ninguno se metería con mi chica.

Estuve de acuerdo. Confiaba en la palabra de Max y estaba segura de que me defendería de cualquiera que intentara sabotearme.

Subimos las escaleras y cruzamos el pasillo hasta llegar a la segunda puerta a la izquierda. Max la abrió y deslizó su mano por mi espalda con sutileza, invitándome a pasar. La luz cobró vida cuando él presionó el interruptor, develando una pulcra y colorida habitación de paredes azul océano, decorada con afiches de fútbol y banderines de la Universidad de Stanford, su mejor opción para una beca deportiva y su enlace a la NCAA[1]. Me había hecho una experta del asunto de reclutamiento y becas deportivas de las veces que él lo había mencionado.

—¿Qué te parece? —Me abrazó por la espalda, inclinando su cabeza entre mi hombro y cuello.

—Es bonita y muy ordenada —contesté un poco asombrada. No pensaba que Max y orden fueran palabras que se podían enlazar.

—No me importaría desordenarlo un poco. —Mi corazón se aceleró con su insinuación. No era estúpida, sabía que no me llevaba ahí para mostrarme su habitación, pero sentirlo tan cerca lo había hecho más real.

—Max… —jadeé con el aliento saturado de excitación. Sus labios y lengua estuvieron jugueteando entre mi cuello y oreja mientras mi mente vagaba en pensamientos discordantes, y se sentía bien. Muy, muy bien.

—¿Quieres que me detenga? —preguntó, su mano deslizándose por el escote de mis pechos. No respondí. Me gustaba lo que estaba pasando y quería probar qué tan lejos podía llegar antes de tener que pedirle que parase—. Tú mandas aquí, bebé. No lo dudes ni un segundo.

Asentí y me dejé llevar por sus consecuentes caricias. Una parte de mí se sentía curiosa por lo que era capaz de hacer y la otra se pregunta de dónde venía su conocimiento.

Con un giro inesperado, me enfrentó hacia él y tomó mi boca por asalto. Su lengua rozaba el interior de mi boca con hambrienta necesidad. Habíamos compartido besos intensos, pero ese era… incomparable. Sentía que mi cuerpo se calentaba y electrizaba ante su toque. Era una sensación adictiva que se nutría con cada uno de sus hábiles movimientos. Sus manos en mi espalda, cintura, trasero…, los estaba acunando con las palmas de sus manos, empujándome hacia la dureza que había crecido debajo de sus jeans. Mi excitación comenzó a deslizarse en la parte baja de mi pelvis, humedeciendo la tela de algodón de las bragas amarillas que me había puesto antes de salir de casa.

«Estás tan húmeda, nena», había leído en un sinfín de historias que había devorado hasta altas horas de la noche, pero era la primera vez que lo vivía mientras era tocada por un chico. ¿Qué sentiría si los dedos de Max me exploraban?, ¿gritaría extasiada?, ¿suplicaría como esas chicas en los libros?, ¿me dolería?, ¿él mencionaría lo dulce que es mi esencia mientras se lamía los dedos? Preguntas, tenía cientos de preguntas y para responderlas tenía que dejarme llevar.

—Quiero probarte, bebé —murmuró en mi oído mientras deslizaba una de sus manos por mis caderas, trazando un camino hacia mi pelvis.

¡Ay, Dios! Significa… su boca ahí.

Eso me recordó la conversación con Alex, la turbación en sus ojos y el temblor de sus labios cuando me preguntó si Max había intentado algo así. ¿Por qué le afectó tanto? ¿Era su instinto protector saliendo a flote o había celos involucrados?

—Bebé… —instó, esperando mi respuesta.

Demonios. ¿Cómo se metió Alex en mis pensamientos mientras estoy toda caliente por Max?

—Yo nunca… ¿Tú sí? —Lo miré a los ojos, encontrando la clara respuesta en ellos. Lo había hecho, había besado a otras chicas en el lugar que él quería probar. Y no lo juzgaba, Max era un chico atractivo y había tenido novias antes de mí, fui consciente de eso desde antes de convertirme en su novia.

—Pero ellas no eran como tú, Kim. A ellas no las amaba. —Su voz fue consecuente y tierna. Intentaba convencerme de algo de lo que no había dudado jamás. Sabía que me quería.

—Lo siento, Max. —Estaba excitada y muy curiosa por lo que podía experimentar, pero no me sentía preparada para dar ese paso.

—¡Maldita sea, Kim! ¿Para qué demonios me dejaste traerte aquí si no querías hacerlo? —reclamó, soltándome con un empujón.

Me tambaleé un poco hacia a un lado, pero logré estabilizarme, evitando una caída que me habría lastimado. Sin embargo, dentro de mí, algo se había fragmentado y dolía más que cualquier herida física.

—¡Eres un imbécil! —Le grité, sintiendo la humedad de las lágrimas descendiendo por mi rostro. No podía creer que Max fuera capaz de gritarme y empujarme solo porque me negué a hacer lo que pedía.

—Mierda, bebé… —dijo con un tono de arrepentimiento e intentó acercarse a mí, pero le rehuí. Sus ojos se habían llenado de culpa y temor, pero no iba a darle otra oportunidad. Vi esa mirada mil veces en mi padre, escuché una y otra vez que le pedía perdón a mi madre por golpearla e insultarla, pero siempre lo volvía a hacer, y no iba a permitir que nadie me tratara de esa forma. Él no me tocaría nunca más.

—Se acabó, Max. Lo nuestro termina aquí. —Corrí hacia la puerta y abandoné su habitación sin mirar atrás.

—¡Kim! ¡Joder, Kim! ¡Detente! —gritó detrás de mí.

No me detuve. Estaba muerta de miedo y temía que si me alcanzaba me hiciera daño. Él era grande y fuerte, podía inmovilizarme sin ninguna dificultad.

Bajé las escaleras con prisa, saltando de dos en dos los peldaños, y pronto me encontré en la planta baja y volví a correr rumbo a la salida. Lágrimas nublaban mi visión y el dolor inconfundible de un corazón roto rasgaba mi pecho.

—¿Kim? ¿Qué pasó? —preguntó Alex cuando tropecé contra él. Estaba tan enfocada en salir de ahí que no lo noté.

—Llévame a casa, por favor —pedí entre sollozos.

—Te llevaré, pero dime qué pasó. —La preocupación estaba presente en su voz y en su mirada.

—Alex, por favor. Sácame de aquí. —No tenía tiempo de explicarle lo que había pasado. Ni siquiera sabía si quería hacerlo.

—¡Kim, espera! —demandó Max cuando me alcanzó en el recibidor.

Negué con la cabeza. No quería hablar con él.

—No te acerques a ella —advirtió Alex, interponiéndose entre Max y yo como un escudo protector.

—Esto no es tu puto problema, Donovan. —Discrepó iracundo. Sus ojos ardían en llamas y sus puños estaban tan apretados que gruesas venas se marcaban en sus dorsos.

Temblé de miedo. No quería que Alex saliera lastimado en toda esa situación.

—Intentaré calmarlo. —Le susurré a Alex.

Él negó con la cabeza. Estaba dispuesto a enfrentarlo por mí. Lo dijo una noche en mi habitación y sabía que cumpliría con su palabra.

—Ella quiere ir a casa y eso hará. —Determinación gobernaba el tono de su voz. Ese era un Alex que nunca había conocido y me sentí muy orgullosa de él. Me defendería. Lo haría sin importar qué.

—Kim, bebé... —Insistió Max, pero eso no iba a funcionar. Vi a la persona en la que se convertía cuando estaba enojado y no me gustó ni un poco. Me recordaba a mi padre y yo no repetiría el patrón de abusos en el que mi madre vivió por tantos años.

—Se acabó, Max. No hay nada que quiera escuchar de ti. Me voy ahora. —Sus ojos alternaron entre Alex y yo un par de veces y luego asintió.

No le estaba pidiendo permiso para marcharme, pero tal vez él necesitaba pensar que lo hacía.

[1] National Collegiate Athletic Association

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