Capítulo 4

Kim

—No —dijo por tercera vez.

—Pero, Alex…

—No hablaré de sexo contigo, Kim. —Crucé mis brazos y extendí mi labio inferior en un puchero infantil. Él tenía que ayudarme. Era mi mejor amigo y el único chico al que me atrevería a preguntarle cualquier cosa.

—Entonces solo asiente o niega. Yo leo. Tú mueves la cabeza.

—¿Para qué quieres saberlo? ¿Max te está presionando de nuevo? —indagó con recelo. Odiaba que pensara así de mi novio, pero no lo podía culpar. Solo intentaba cuidarme.

—No. Te dije que ha sido dulce conmigo, pero quiero saber. El baile de graduación será en unos meses y necesito estar lista.

—Eso es tan cliché, Kim. —Resopló, dejándose caer de espaldas en mi cama y cubriendo su rostro con sus brazos cruzados. Su camiseta negra se subió, develando la piel blanca de su abdomen. Había líneas ahí marcando su estómago. ¡Alex tenía abdominales! Mi corazón se aceleró de una forma extraña y dolorosa. ¿Por qué lo hacía? Alex era mi mejor amigo, casi mi hermano. No podía mirarlo de esa forma.

Tomé una profunda y silenciosa inhalación, que dejé escapar lentamente.

—Amo el cliché. Todo el mundo lo hace. —Defendí cuando mi corazón logró calmarse. La respiración profunda funcionó, y también que dejara de mirarlo y me concentrara en la pantalla de mi computadora.

Había mucha información en la red y algunas imágenes bastante sugerentes que, de pronto, no quise compartir con Alex. Algo cambió esa noche. Hablar con él de sexo, felaciones y juegos previos dejó de parecer “adecuado”.

Apagué el monitor e hice girar mi silla hacia Alex. Él estaba extrañamente silencioso y me dio curiosidad saber por qué. Sus brazos habían caído de su rostro y reposaban a cada lado de su cuerpo. Su pecho subía y bajaba al ritmo lento de su respiración y sus ojos estaban cerrados. Se había quedado dormido en mi cama.

Me puse en pie y caminé seis pasos hacia él. Se veía muy sereno y cómodo sobre mi colchón y no quería despertarlo.

Fui de regreso a mi escritorio y alcancé mi Polaroid. Debía tomar una fotografía de él durmiendo sobre mi colcha rosada de Hello Kitty. La imagen era de lo más dulce y no podía perder la oportunidad de capturar el momento. Tenía un álbum repleto de retratos robados y, en casi todos, el protagonista era Alex. Él no lo sabía, era uno de mis secretos. ¿Por qué lo hacía? No sabía. Comencé cuando recibí mi cámara; tenía doce años. Esa tarde, Alex estaba en su escritorio, leyendo muy concentrado un libro, que después supe era de física. Tomé la fotografía y regresé a mi habitación para guardarla dentro de una caja que escondía debajo del piso de madera, junto con las fotografías de mamá, su cadena de oro y el frasco de perfume que quedó en su peinadora cuando falleció.

Cuando bajé de regreso a su habitación, seguía en el mismo lugar. Lo miré un poco más antes de hacerle saber que estaba ahí. Me gustaba observarlo. Creo que estuve enamorada de él por un tiempo. Era solo una niña. Y que mi primer beso lo haya obtenido de sus labios, me mantenía más interesada en él y en todo lo que hacía.

Con la cámara en la mano, cerré el ojo izquierdo y apunté el derecho a la ventanilla del visor. Enfoqué su rostro y presioné el obturador, obteniendo mi primera toma. Una en la que solo se veía su rostro sereno. Su cabeza reposaba a un costado, exponiendo la peca oscura de su cuello, lo que me hizo recordar que tenía más regadas en su pecho y espalda. Las vi varias veces hacía muchos años, cuando salí de vacaciones con sus padres y su hermana a Florida. Por un momento, deseé que la camiseta negra que lo cubría se fuera para fotografiar su pecho desnudo, pero sacudí la cabeza, tratando de deshacerme de aquel pensamiento absurdo. Estaba enamorada de Max. No podía pensar en mi mejor amigo de esa forma. Era incorrecto en muchos sentidos.

—No lo hagas, Kim —murmuró Alex mientras se ponía de costado en la cama. Sus piernas se flexionaron hacia su estómago y sus brazos se aferraron a mi almohada.

Sufrí un semi infarto. Lo juro. Pensé que me había atrapado tomándole fotografías sin su permiso. Vacié mis pulmones, aliviada, cuando noté que seguía dormido. No quería estar en posición de tener que responder por qué lo hacía, tomando en cuenta que ni yo misma lo sabía con certeza.

Dejando a un lado mi confusión, volví a lo que había dicho en sueños: «No lo hagas, Kim». ¿Se refería a lo que hablábamos cuando se quedó dormido? Era probable, o tal vez no tenía nada que ver.

¡Ah! Mi cabeza es un enorme desastre. Y ese es el menor de mis problemas. ¿Dónde se supone que dormiré si él ocupa toda mi cama?

Salí de la habitación para buscar un poco de agua en la cocina antes de decidir qué haría con Alex. Caminaba distraída por el pasillo cuando tropecé con mi tía Clara. Verla me recordaba a mamá. Su cabello y ojos eran del mismo tono acaramelado y también compartían el suave y dulce tono de su voz. Por lo demás, eran distintas. Mi tía era de piel aceitunada, ojos pequeños, nariz aguileña y labios finos. La piel de mamá era pálida como la mía, tenía ojos grandes y expresivos, nariz perfilada y labios voluminosos. Me parecía mucho a ella y me sentía orgullosa de eso. De mi padre, heredé su cabello rojizo y el color de sus ojos.

—¿No puedes dormir, cariño? —preguntó con voz somnolienta.

—Vine por un vaso de agua antes de dormir —contesté con una sonrisa nerviosa.

Si le decía que Alex estaba en mi cama, dormido, y que probablemente estaría ahí toda la noche, nos meteríamos en problemas.

—Yo vengo de hacer lo mismo. —Bostezó y luego se despidió de mí.

—Buenas noches, tía. —Le dije mientras se alejaba a su habitación.

***

—Fue tan vergonzoso —dijo Alex, frotándose el rostro con la palma de sus manos.

—Está bien. Te sentías cansado —aseguré antes de darle un sorbo al delicioso café que me proveía cada mañana.

Alex se quedó dormido en mi cama hasta que lo desperté temprano en la mañana antes de que el sol saliera. El pobre se puso rojo de la pena y me pidió mil disculpas. Y yo dormí en la habitación de mi primo Tom, que estudiaba en la Universidad de Columbia, en New York, y solo venía a casa en las vacaciones.

—¿Y si tu tía me hubiera encontrado en tu cama? Debiste despertarme.

—Tranquilo, Donny dormilón. No pasó nada.

Alex giró los ojos y gruñó. Últimamente se enojaba mucho. No sabía cuál era el motivo, pero haría algo para cambiar su humor.

—Encontraré una chica para ti, Alex. Eso te animará.

—¿A qué viene eso? —replicó con el ceño fruncido.

—Te dije que lo haría.

—Podría encontrar a una chica si quisiera, Kim —espetó.

—¿¡Ah, sí!? Demuéstralo. —Lo reté.

Él necesitaba salir de su caparazón.

—Bien —contestó elevando los hombros como diciendo: «Es pan comido».

—Te doy hasta el sábado. Habrá una fiesta en casa de Max y quiero que lleves a una chica contigo.

Se detuvo.

Yo también lo hice.

—No iré a casa de Max.

—¿Por qué no?

—Porque él me odia y pateará mi trasero cuando me vea ahí.

—No te odia y no pateará nada de ti. Si lo hace, me perdería, y lo sabe. —Noté el inicio de una sonrisa en sus labios, pero luego la borró—. ¿Qué fue eso?

—¿Eso qué?

—Tu gesto. La sonrisa que no terminaste de soltar.

—¿Hice eso? No me di cuenta. —Reinició la caminata hacia la escuela.

—Estás muy raro, Alex Donovan.

—Y tú muy curiosa, Kimberly Wallace.

—¿Cuándo no lo he sido?

—¿Cuándo no he sido raro yo?

Touché. Entonces… ¿Irás el sábado a la fiesta?

—Tal vez.

—Bueno, eso es mejor que un no rotundo.

Llegamos a la escuela y entramos a nuestra primera clase, álgebra. No era buena en esa asignatura, ni un poco. Por suerte, en un par de meses estaría fuera de la escuela y nunca más tendría que lidiar con ese montón de números sin sentido. Lo malo era que no vería a Alex cada día. Él estudiaría informática en la universidad y yo iría a la escuela comunitaria. No tenía las calificaciones adecuadas para una beca y mis tíos no contaban con el dinero para pagarme una licenciatura. Pero estaba bien con eso. Yo no era la estudiante más lista o dedicada.

A la hora de la comida, me reuní con Max en la cafetería. Hablaba con su amigo Landon de lanzamientos, yardas y touchdown. Me aburría. No era fan del fútbol y esperaba ansiosa la hora de la comida para estar con él, no para escuchar sus charlas interminables de deporte.

Dejé de prestar atención a lo que decían los adictos al fútbol y miré hacia la mesa en la que Alex conversaba animado con Brady, su mejor amigo. Me pregunté qué le estaba diciendo. ¿Había conseguido ya a una chica? ¿Le estaría contando de ella?

Me estremecí. No estaba lista para ver a Alex con alguien. No quería que nadie más estuviera cerca de él y lo alejara de mí.

¡Era egoísta!

—¿Qué haces? —susurró Cassie a mi lado, pateando mi pierna por debajo de la mesa.

—Nadando con tiburones —dije sarcástica. Preguntar qué hacía mientras estaba comiendo era una pregunta absurda.

—Muy graciosa, Kim —ironizó, girando los ojos—. Hablo de ti mirando a Alex como si lo desearas.

—¿Qué? No —musité. Lo menos que necesitaba era que Max escuchara lo que Cassie estaba insinuando.

—Sí, claro. Y mis pestañas son naturales —resopló.

—Deja eso ya. Sabes que Alex es mi amigo. Y, hola, tengo un sexy y muy atractivo novio del que estoy muy enamorada.

—Exacto. ¿Qué haces mirando al nerd de Donovan mientras Max está a tu lado? —parpadeé lo que parecieron cien veces. ¡Cassie tenía razón! Estaba mirando a Alex y quería estar en su mesa. ¿Qué pasaba conmigo?—. ¡Lo sabía! —enunció mi amiga, golpeando la mesa con las palmas de su mano.

Todos la miraron.

Yo la quería matar.

—¿Qué sabías? —preguntó Max con curiosidad. Y no era el único, todos los que estaban en el cafetín miraron a la rubia escandalosa sentada a mi lado.

Hice una oración. Su respuesta me podía lanzar directo al paredón de fusilamiento.

—Umm… el final de un libro que estaba leyendo. Sospechaba que la chica… ella… moriría —resolvió en responder. No lo hizo de una forma muy convincente, pero al menos no me involucraba a mí en absoluto.

—¿Tanto alboroto por un libro? —Se burló mi novio. Cassie le lanzó una mirada asesina. Meterse con su pasión por los libros era peor que decirle zorra—. Me voy, bebé. Nos vemos esta noche. —Besó mis labios y se alejó de la mesa.

—¿Cómo lo soportas? —rechistó entre dientes.

—Cassie…

—Lo sé. Es Max Grant y todo eso, pero se comporta como un completo imbécil.

—No fue para tanto. —Defendí. Él solo estaba bromeando.

—¿No? Menospreció a los libros y eso fue suficiente para mí.

—Creo que hemos tenido antes esta conversación. ¿O fue que lo soñé? —bromeé.

—Estás de muy buen humor esta mañana ¿no? ¿Tiene algo que ver con Alex? ¿Por eso lo mirabas así?

—No lo miro de ninguna forma, Cassie. Todo está en tu cabecita de lectora empedernida. —Me levanté de la mesa y llevé la bandeja al contenedor para eliminar los desperdicios. Ella me siguió los pasos. No se rendiría hasta escuchar lo que quería, pero no admitiría algo que no pasó solo para saciar su curiosidad.

—Cinco minutos, Kim —dijo Alex, pasando por mi lado. Era el tiempo que faltaba para nuestra próxima clase.

Mi estómago se estremeció al escuchar su voz. Fue como una punzada profunda que se transformó en aleteos constantes.

¿Qué significaba? ¿Por qué mi mejor amigo estaba despertando esas emociones en mí?

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