Capítulo 3

Alex

Cuando Kim llegó a la clase de fotografía, el color rojo de su labial se había diluido.

Estuvo con él. Se besaba con Max mientras yo intentaba encontrarla después que huyó de mí.

Mi corazón dolió al comprender cuál era mi posición en su vida. Nunca sería nada más que su amigo… y hasta ese lugar estaba perdiendo. ¿Qué podía hacer para ganarme de nuevo su confianza? No estaba seguro, pero buscaría la forma de arreglarlo.

Los lunes, Kim se quedaba mirando los entrenamientos de Max y yo caminaba solo a casa. Tenía el resto de la tarde para pensar en un plan que le devolviera la confianza en mí. Tenía que demostrarle que podíamos hablar de cualquier cosa, como hacíamos siempre. Aunque eso incluyera escucharla hablar del imbécil mariscal. Y si había regresado con él, tenía que buscar la forma de convencerla de que ir a tercera base con Max no era buena idea. ¿Pero cómo lo hacía sin sonar como la señorita Robinson en la charla de control de natalidad y sexo seguro?

Cuando llegué a casa, me senté frente a mi computadora y escribí en G****e una pregunta desesperada: «¿Cómo evitar que una chica tenga sexo? Lo que me llevó a un artículo titulado: «Formas de prevenir el sexo en adolescentes», pero eso no me iba a servir con ella. Todo lo que decía ahí era más de lo mismo. Había mejor información de cómo seducir a una chica y llevársela a la cama que de evitarlo. Leí solo un par de artículos. No quería que esas ideas se almacenaran en mi cabeza y me desviaran de mi plan original: mantener virgen a Kim.

—¿Qué haces aquí? —preguntó mi hermanita Stacy cuando entré a la cocina.

—Vivo aquí —contesté de mala gana.

—Tonto. Sé que lo haces. ¿Pero no deberías estar con Kim ahora? —La miré con los ojos entrecerrados. ¿Cómo sabía mi hermana de doce años que todas las noches subía a la habitación de Kim? ¿Me estaba vigilando?—. Todos lo sabemos, Alex —respondió como si leyera mi mente.

—Ve a jugar con tus ponis, enana. —Me burlé mientras sacaba una Coca-Cola del refrigerador. Abrí el microondas y saqué el sándwich que mamá había dejado para mí. Siempre ponía mi comida ahí y venía por ella cuando tuviera hambre. No éramos una familia de comer alrededor de la mesa, salvo en ocasiones especiales, como en las festividades, cumpleaños, o cuando mis abuelos venían a visitarnos.

A esa hora, mis padres ya estaban dormidos. Lo mismo que debía estar haciendo Stacy en lugar de fisgonear en mi vida.

—No juego con ponis, idiota —replicó, girando los ojos.

—Me da igual lo que hagas, pero vete de aquí. —Chasqueé los dedos delante de su rostro.

Ella gruñó enojada, dio media vuelta y se fue.

Regresé a mi habitación con mi provisión de comida en las manos y encontré a Kim sentada en el centro de mi cama con las piernas cruzadas. Llevaba su pijama rosa de Kitty y se había quitado las pantuflas, dejándolas alineadas a un lado de la cama. Sabía que lo hacía por mí, ella no era nada cuidadosa con el lugar en el que dejaba sus cosas.

Mi estómago dio un giro brusco, robándome el apetito. No había forma en el mundo de que comiera y retuviera los alimentos en mi interior con ella ahí. La había extrañado como un loco todo el día y, que estuviera en mi habitación, esperándome, fue como recibir un regalo de Navidad adelantado. Cuando Stacy me preguntó en la cocina por qué no estaba con Kim, la respuesta sincera debía ser que había ido tres veces, pero ella no estaba en su habitación.

—Hola, Donny —saludó con su dulce voz. Era un buen indicio que me llamara Donny.

—Hola, Kitty. ¿Fue un largo entrenamiento el de hoy? —pregunté de forma casual, como si no odiara la idea de ella mirando todo el día a Max mientras él hacia alarde de sus capacidades atléticas.

—No tanto. Fuimos a los bolos y luego por una pizza. —Sabía que había más que quería decirme, sus hermosos ojos miel –que a veces se tornaban verdosos– no eran buenos ocultándome las cosas.

—Esas son buenas noticias entonces. —Sonreí. Tenía que hacerlo si esperaba que me dejara entrar de nuevo en su círculo de confianza.

Me senté en mi silla de escritorio y puse los alimentos en la mesa.

—Sí, lo arreglamos. Se disculpó esta mañana conmigo cuando nos vimos en el pasillo. Fue tan dulce… —Sonrió.

Hablar de él la hacía feliz. Max Grant se había ganado su corazón y no tenía idea de cómo. El tipo era un bruto. Casi todas las chicas del equipo de porristas habían besado a ese idiota antes de que él pudiera fijarse en Kim, y supe exactamente cuándo lo hizo.

El año anterior, Kim Wallace era otra estudiante más sentada en la mesa de los perdedores, a mi lado. Usaba jeans, camisetas holgadas y Converse gastados. Nunca soltaba su cabello, no se maquillaba y colgaba una pesada mochila en su hombro. Nada de esos bolsos combinables con la ropa ni zapatos de tacón. Entonces se hizo amiga de Cassie y todo su guardarropa –y actitud– cambió. Ella le dijo lo hermosa que era y lo bien que le vendría ocuparse un poco más de su aspecto. Yo no pensaba igual. Para mí, Kim era hermosa de la forma que decidiera vestirse, pero todos en la escuela fijaron sus ojos en la muy sensual pelirroja de ojos miel que entró esa mañana en la escuela, usando un vestido verde y un dobladillo no muy corto para que no tuviera problemas, pero de un largo que dejó sus estilizadas piernas a la vista. Ella había sido una chica de jeans toda su vida. Desde entonces, fue una chica de faldas y de vestidos, despertando el interés en más de uno; entre ellos, Max Grant. Quise advertirle, le dije que él no era un buen tipo, pero Kim estaba demasiado deslumbrada por la atención que había ganado con su cambio de look. Me tomó un tiempo comprenderlo, pero lo hice. Su padre la había entregado a sus tíos la semana siguiente de la muerte de su mamá, la dejó atrás, se olvidó de ella, sin considerar sus sentimientos; y por eso, cuando obtuvo el foco de atención de todos los chicos de la escuela, ella comenzó a brillar. Había cosas que seguía sin resolver, pero ganó confianza y obtuvo un puesto en la mesa de los populares. No me mal entiendan, ella no me ignoraba ni me trataba distinto delante de otros, pero pasó de ser Kimberly Wallace “la invisible”, a Kim “la chica popular”.

—Bien por mí, conservaré mi rostro libre de marcas —bromeé.

—¿Por qué lo dices? —preguntó con el ceño fruncido.

—Porque estaba dispuesto a enfrentarme a él si te hacía llorar —contesté con determinación.

Kim se rio, cubriendo su boca con las manos para amortiguar el sonido.

¿Se burlaba de mí? ¿Tan débil me veía? ¿No creía que era capaz de defender su honor de ese idiota?

—Lo haría, Kim. Iría por él si te lastimara —aseguré, serio.

Ella dejó de reírse. La tristeza inundó sus bonitos ojos y eso me hizo sentir como la m****a. ¿Qué rayos pasaba conmigo?

—Lo siento —musitó con voz llorosa.

—No, Kim. Yo lo siento —repliqué. Mis manos sujetaban con fuerza los descansabrazos de mi silla. Sentía que algo se quebraba entre los dos y estaba aterrado.

—Cierra los ojos, Alex.

La miré extrañado. ¿Para qué quería que cerrara los ojos?

—Solo hazme caso. Cierra los ojos.

—Bien. Lo haré. —Liberé la sujeción de mis manos y las dejé caer relajadas en mis muslos. Cerré los ojos y esperé por su voz.

I Just Called To Say I Love You suena en nuestros oídos. Estoy bailando. Tú haciendo esa cosa que parece el andar de un zombi mezclado con movimientos robóticos. —Había una sonrisa en sus labios, lo noté en su forma de hablar. Sonreí también—. Somos tú y yo, Alex. Sin importar que discutamos o nos enojemos, volveremos ahí y bailaremos con Steve Wonder.

Abrí los ojos al sentir su fragancia flotando cerca de mí, y entonces la vi. Bailaba como si en verdad estuviera escuchando música. Sus párpados estaban cerrados y sus rizadas pestañas rojizas descansaban contra la cremosa piel de su rostro; una cálida sonrisa se dibujada en sus carnosos labios. Kim era hermosa.

—Siempre tendremos I Just Called To Say I Love You[1] —murmuré.

Ella abrió los ojos y sonrió, mordiéndose el labio inferior de esa forma sensual de la que quizás ella no tenía idea alguna. Lo más seguro, era que no. Kim no se comportaba de esa manera. Lo sexy le salía natural.

—No nos estamos despidiendo, Donny —bromeó, dándome un golpe con su puño en el costado de mi brazo derecho.

—No arruines nuestro momento de película, Kitty —dije con un guiño.

—¡Ah! Yo también quiero. —Dio saltitos en su lugar, emocionada. Metió los pies en sus pantuflas y caminó hacia la ventana. Cuando estuvo fuera, citó—: Que la fuerza te acompañe, joven Alex. —Y se fue.

La chica estaba chiflada, pero amaba cada una de sus locuras.

***

Las cosas volvieron a la normalidad entre nosotros para el día miércoles.

Kim parecía feliz. Yo era feliz mientras ella lo fuera.

El tema de Max queriendo jugar todas las bases no había sido nombrado más, pero tenía curiosidad. Quería saber si ella había «hecho algo» para solucionar las cosas con él o si todo seguía igual… Mi respuesta fue contestada justo esa noche cuando subí las escaleras de incendio y vi a Kim jugando con una banana y un preservativo. Estaba intentando introducirlo con su boca en la fruta. ¡No lo podía creer! Mis pies se enredaron cuando intenté dar la vuelta para huir y caí sobre mi trasero contra el piso frío de las escaleras.

—¡Alex! ¿Estás bien? —preguntó, asomándose por la ventana.

Asentí con un quejido de dolor. Fue una dura caída la que sufrí ahí, pero eso no era lo peor. Ahora ella sabía que la había visto. No sabía hacia dónde fijar la mirada.

—¿Puedes levantarte o voy por ti?

—E-estoy b-bien —balbuceé con torpeza.

—Sí, puedo ver eso. —Se burló.

Me levanté del piso y entré a su habitación.

No había forma de que huyera ahora. No tenía sentido.

La banana y el preservativo seguían en su escritorio. Había clavado la fruta en un soporte para darle estabilidad, y no parecía en absoluto avergonzada por ello. Y a mí se me quitaron las ganas de preguntar. Ya no quería saber nada de las bases que había jugado Max con ella, o viceversa. Solo necesitaba escapar de ahí.

—Estuve investigando y parece que a los chicos le gusta… emm… que su chica… ya sabes… se lo ponga. —¡Oh, m****a! ¿Ella en verdad va a hablar de esto?—. Sé que tú no sabes, pero quizás deberías.

—¿Yo? ¿Por qué? —Di un paso atrás.

—Porque un día lo harás, Donny. No morirás virgen. A menos que tengas un pacto de celibato o algo así. Y te apoyaría, sabes que lo haría. No te juzgaría si tú… ¿cómo digo esto? —dijo, golpeteando su dedo índice contra su barbilla como si intentara descifrar un enorme enigma—. ¿Prefieres los higos o las bananas?

—¿Qué? —pregunté confundido.

—¡Dios, Alex! ¿Chicas o chicos? ¿Vaginas o penes? ¿Pechos o…?

—¿Crees que soy gay? —La interrumpí. No sabía qué cosa remplazaba a los pechos y no quería averiguarlo.

—¡Umm…! ¿No? —Sonó más a pregunta que a respuesta y unió sus cejas con un gesto de confusión.

¿En verdad dudaba? No lo podía creer. ¿Acaso no se daba cuenta de lo mucho que me atraía? No, no lo hacía. ¡Claro que no! Kim solo me veía como a su amigo –probablemente gay– quien nunca había pisado ni primera base con nadie. En mis diecisiete años, solo había besado a una chica. A ella. ¡Y fue cuando tenía diez años!

—No, Kim. No lo soy —contesté lo más calmado que pude. Sus tíos podían escuchar y no quería que aparecieran en su habitación mientras el experimento sexual de Kim seguía expuesto.

—¿Y por qué nunca has tenido una novia? —preguntó, apoyando sus manos en sus caderas mientras martillaba el pie contra el suelo.

¡Porque te amo a ti!

—No he tenido, pero tendré. Eso no significa que sea gay. —Alegué en su lugar. Admitir mis sentimientos sería perder el tiempo. Kim amaba a su mastodonte descerebrado y me alejaría de su vida si supiera que estaba loco por ella.

—Bien, pero te apoyaría si lo fueras —insistió.

Quería gritar fuerte.

Mucho.

—Gracias, Kim. Es bueno saberlo —dije con acidez.

Ella sonrió. No podía estar enojado con Kim cuando me mostraba ese gesto.

—Entonces necesitas aprender. Lo haremos juntos. —Se sentó frente a su proyecto de felación sin parecer apenada.

—¿Ah? ¿Tú y yo haremos qué juntos?

—No esto. —Apartó la banana—. Aprenderemos la teoría y luego la pondremos en práctica. Yo tengo a Max. Y tú… pronto a una chica. Encontraré una buena para ti, Donny.

Oh, no. No, no, no. Nada de teoría y mucho menos práctica.

—Lo tengo cubierto, Kim… Todo eso de la teoría. —Me apresuré a decir. Sí, sabía cosas, y también mi palma había estado muchas veces ocupándose de la práctica, pero eso era algo que guardaría para mí.

—¿En serio? —Había un brillo extraño en sus ojos. ¿Qué implicaba su pregunta?—. Cuéntame, Alex. Quiero saber.

M****a. ¿Qué hice?

[1] Haciendo alusión a una frase de la película Casa Blanca

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