Capítulo 2

—¡Wow! John. Estuviste sorprendente. ¿De dónde salió todo eso? —pregunta Hanna con una sonrisa satisfecha.

—¿Importa? —espeto de mal humor.

—No te enojes, sabes que soy muy curiosa —ronronea mientras traza un camino descendente desde mi pecho hasta mi miembro todavía endurecido.  

—La curiosidad mató al gato, muñeca —aparto su mano de mi entrepierna y me levanto de la cama. Disfruté follándola, pero fue suficiente para mí.

—Sí, pero se murió sabiendo —replica burlona. Cuando comienzo a vestirme, su sonrisa se convierte en un puchero infantil—. Quédate esta noche.

—No hacemos eso, lo sabes. ¿Comprendes que esto no es una relación?

—Sí, lo sé. Pero…

—Pero nada. Buenas noches, Hanna.

—Buenas noches, John —esboza una pequeña sonrisa y se deja caer en el colchón, sin preocuparse por cubrir su desnudez. No puedo despreciar su belleza, su cuerpo es una oda a la perfección y es una gran amante, pero creo que esta fue la última vez. Hanna se está ilusionando con una relación y eso no lo puedo permitir.

***

Llego a casa tarde en la noche. No sé cómo lograron convencerme de comprar una vivienda tan grande y lujosa. La mujer de bienes raíces aseguró que era una inversión a largo plazo; quizás fue solo por eso, por la inversión. No me gusta desperdiciar el dinero. Vivíamos con tan poco que no me acostumbro a esta clase de lujos. Cuatro habitaciones, cuatro baños y medio, piscina, recibidor, una sala para recepción, cine, spa, un garaje para cinco autos… es demasiado para un hombre solo. Aunque Arthur y su esposa viven en un anexo cercano.

Él es un gran hombre, quien con mucho esfuerzo y trabajo, logró levantar a su familia. Tiene dos hijos, Manuel y Milady, son unos buenos muchachos trabajadores e inteligentes, ambos están estudiando en las mejores universidades del país, costeado por mí. Cuando tienes dinero de sobra, la mejor inversión es ayudar a los demás.

Subo a mi habitación luego de beberme dos vasos de whisky, necesitaba relajarme, sacar de mi cabeza los acontecimientos del día, pero ni eso surtió efecto. Entre mi reunión con Alexia, con noticias del desgraciado que me engendró, y mi experiencia con Candy, no he tenido ni un minuto de silencio en mi cabeza.

Recién pude quedarme dormido a las tres y tanto de la madrugada, para escuchar la jodida alarma a las cinco treinta. Me levanto con pesar y camino adormilado hasta mi baño para darme una ducha que termine de espabilarme.

Una vez vestido con un traje azul, camisa blanca y corbata con franjas azules y negras, bajo a tomar el desayuno. Sandra, la esposa de Arthur, es la mejor cocinera que he conocido jamás, aparte de mi madre, y siempre se encarga de que salga de casa bien alimentado. Al inicio, no me gustaba molestarla, pero ella es bastante testaruda y no me quedó opción.

Después de devorar el omelette de Sandra, salgo de la casa, maleta en mano, hasta el sedan negro en el que me espera Mick. Lo saludo como de costumbre y emprendemos viaje a Stuart Publicity. No suelo tener conversaciones con él de camino al trabajo, casi siempre empleo ese tiempo en revisar algunos emails personales y leer la prensa en el móvil, pero estoy al tanto de que está casado y tiene una hija de tres años.

—Buenos días, caballeros. ¿Quién comienza? —pregunto, mientras ocupo mi asiento habitual en la sala de reuniones. El primer punto de mi agenda es la campaña de Lewis y espero no perder mi tiempo.

 Anderson se levanta y despliega un afiche con su propuesta.

—Para la campaña, he creado este eslogan “Sé natural, compra Lewis Cosmetics” acompañado con una fotografía de una modelo con labios rojos y un labial en su mano.

—Típico. Siguiente propuesta.

Una tras otra, son puro cliché. No hay nada que valga la pena. Presiono el intercomunicador y hago pasar a Hanna a la sala de conferencia. Espero que no me defraude, la puse en un pedestal ayer delante de mis publicitas.

—Caballeros, les presento al futuro de la publicidad, Hanna O´connor —anuncio, una vez que cruza la puerta. Está usando una falda de tubo negro con una blusa blanca. Se recogió el cabello en un rodete y lleva el maquillaje adecuado. Exuda elegancia y profesionalismo, pero no me impresiono. La estimo, sí, pero no siento nada especial por ella y solo por eso me atreví a incluirla en el proyecto.

—Gracias por el halago, señor Stuart. Es un placer saber que me tiene en tan alta estima —dice, mientras se sienta en la silla disponible diagonal a mí.

—Muéstranos tu campaña, Hanna —directo al grano.

—La he nombrado belleza natural y el eslogan será Lo natural te embellece, exclusivo de Lewis Cosmetics. La campaña abarcará anuncios publicitarios, vallas, cuñas en radio y televisión, acompañados de la imagen femenina, una hermosa mujer sin maquillaje observándose en un espejo que la refleja completamente maquillada luciendo más atractiva y natural. Al tocar el espejo, se desvanece su reflejo dejando ver el logo de Lewis Cosmetics con la frase Lo natural te embellece.

—Excelente. Caballeros, Hanna se merece sus aplausos, usaremos su propuesta. Oficialmente, estás contratada en Stuart Publicity para dirigir la campaña de Lewis. Felicidades

Sonríe ampliamente y luego dice—: Gracias, señor Stuart. Estaré encantada de trabajar en tan prestigiosa agencia.

—Que esto les sirva de ejemplo. Y no me vengan con la excusa de que ella lo logró por ser mujer, ustedes también pueden crear grandes campañas, y lo han hecho. Solo recuerden: quien no avanza, se queda en el camino y no quiero rescindir de ninguno de ustedes. Somos un equipo. Eso es todo por ahora.

Me pongo en pie y salgo de la sala de conferencia. Hanna me alcanza en el pasillo y me da de nuevo las gracias. Le digo que se reúna con Blake, el encargado del personal, que él le mostrará su oficina. Ella asiente, sin borrar la sonrisa, y luego se aleja rumbo a la oficina de Blake, por indicaciones mías.

Pasé todo el día trabajando, incluso, almorcé en la oficina. Tenía varias llamadas por hacer y una reunión con el contador, que fue pesada como siempre. A las seis en punto de la tarde, bajo en el ascensor hasta el sótano, donde me espera Mick para llevarme al Café Ragazzi, donde me cité con Candy. El viaje es rápido, a pesar de estar en la hora pico.

Me quito la corbata y el saco y lo dejo en el asiento trasero de mi auto para lograr un aspecto más casual.

Mi ansiedad cobra fuerza a medida que avanzo al café. La idea de verla, y tener quizás algún tipo de conversación, me emociona más de lo que debería. Llevo un par de años teniendo este tipo de reuniones con diferentes mujeres, pero esta es la primera vez que experimento este nivel de estrés, temiendo que ella no aparezca.

Pasada una hora, mi temor se hace evidente: ella no vendrá. Pago la cuenta y salgo del café, totalmente decepcionado. Debí suponerlo, Candy no es como las otras, hay un misterio detrás de ella, incluso, en su mirada. No supe discernir qué quería decirme cuando me miró con tal intensidad, luego de pedirle que leyera mi nota, pero parecía que quería gritarme algo a través de sus ojos marrones. Pensando en eso, quizás ella nunca leyó el papel y por eso no acudió a la cita. O tal vez la asusté, también es posible. A muchas chicas tuve que visitarlas varias veces antes de que dijeran que sí.

Al subir al auto, le pido a Mick que me lleve a la fundación Cambiando el Futuro, necesito más información de Candy y sé muy bien dónde encontrarla.

—Buenas tardes, John. —Me recibe con mucho cariño Martha, la secretaria de la fundación. Ella era la mejor amiga de mi madre y sabe porqué hago esto. La saludo con un abrazo y le pregunto cómo está su familia, tiene dos hijos adolescentes que suelen ser un dolor de cabeza. Por suerte, su esposo Jack la ayuda mucho con ellos. Su respuesta es corta y concisa «bien».

—Quiero ver a las chicas. ¿Podemos hacer una video conferencia?

—Claro que sí, John. Dame diez minutos mientras las contacto a todas.

Camino a mi oficina, que es un poco más pequeña y sencilla que la que tengo en la agencia, pero en ambas, hay dos portaretratos. Uno con una foto de mi madre, se ve sonriente, feliz. Ver su imagen siempre me pone emotivo, han pasado varios años y no dejo de extrañarla. En el otro, Taylor y yo estamos de pie frente a lo que sería mi primera oficina.

—Todo listo —anuncia Martha desde la puerta. Camino detrás de ella hasta la sala de conferencias y me siento en el sillón reclinable frente a una gran pantalla de televisión.

—Hola, chicas. ¿Cómo han estado?

—Hola, John —responden las diez al mismo tiempo. Todas pertenecían al club La Perla, yo las recluté para sacarlas de ese mundo tan sucio y peligroso. Cada una, se encuentra ahora cumpliendo sus sueños: unas estudian, otras son modelos y algunas ya se han graduado y están ejerciendo las profesiones que eligieron.

—Susy aceptó la propuesta días atrás. —Les cuento emocionado.

—Me alegro mucho, quisiera que todas lo hicieran, pero sabes que algunas tienden a aferrarse a lo que conocen y tienen miedo de salir de allí —comenta Jessica.

—Tristemente, Candy no acudió a la cita. —Todas comienzan a murmurar a la vez cuando hablo de ella.

—Chicas, no logro entenderlas. Hable una a la vez.

—Ella no aceptará, John —revela Vivian, con tristeza.

—¿Por qué dices eso? —La preocupación es evidente en mi tono de voz y me arrepiento enseguida de fallar. No es típico en mí reaccionar de forma beligerante.

—Porque ella es la mujer de Steven. Ella no aceptará, hasta puede que te delate.

¿Candy es la mujer del dueño del club la Perla? Ahora entiendo porqué no fue a la cita.

—Él la cuida mucho, John. Lo mejor es que te alejes de ella, es peligroso —agrega Marla.

—Gracias por el consejo, chicas. Estaré atento.

La pantalla queda en negro segundos después, pero no soy capaz de ponerme en pie. Las palabras de Vivian se repiten en mi cabeza como un eco: «ella no aceptará, hasta puede que te delate». Si es verdad, entonces estoy jodido.

***

Pasaron dos semanas antes de obtener otra cita con Candy. Es una locura, pero quiero intentarlo de nuevo. Ella podrá ser la mujer del jefe, pero tiene derecho a las mismas oportunidades que tuvieron las demás. ¿Quién dice que está ahí por decisión propia? Eso es lo que quiero averiguar.

Trato de ocultar mi ansiedad detrás de una perfecta cara de póker. Lo menos que necesito es llamar la atención de nadie, en especial, la del tal Steven. Por lo que sé, es un maldito proxeneta, un explotador sexual que trafica adolescentes y subasta su virginidad como si fuese un maldito objeto. Luego, las lleva a los clubes menos exclusivos donde se prostituyen por un par de billetes.

Por lo que me han dicho las chicas que he reclutado, las que trabajan en La Perla tienen libertad de salir y entrar cuando quieran, lo que facilita mi tarea. Con Alexia, estoy trabajando en un plan para recabar pruebas en su contra y desmantelar su comercio ilegal de trata de blanca, pero requiere de mucho tiempo y paciencia.

Le entrego mi identificación al guardia de la puerta uno y luego entro a la habitación. Me siento en el sofá y espero que Candy aparezca. Esta vez, estoy más ansioso que antes y mi corazón me lo hace saber, latiendo con todo su poder. Sus golpes derivan a un dolor tan agudo en mi caja torácica que, de no saber que gozo de buena salud, diría que estoy al borde de un infarto.

Me seco el sudor de las palmas de las manos sobre mis pantalones. Hasta mi frente, espalda y cuello están sudando.

¿Por qué tarda tanto en salir? ¡Mierda! Estoy paranoico y al borde de un ataque de ansiedad. Tengo que controlarme. Piensa en Candy como otra de las chicas, olvida lo que sentiste cuando la viste caminar por esa pasarela.

Cuando finalmente la luz se apaga y la música comienza a sonar, mi estado de ansiedad empeora. No pensé que mi corazón pudiera latir más deprisa y mucho menos que mi virilidad cobraría fuerza en segundos.

¡Estoy tan duro que duele!

Lentamente, la habitación vuelve a cobrar vida y veo la perfecta silueta de Candy acercándose con un andar sensual y atrevido que me lleva a la locura. Mi necesidad es tan carnal que me estremece.

¡Joder, John. Contrólate!

¡Mierda! Está caminando hacia mí. ¡Se está acercando! Cinco pasos más y la tendré al alcance. Cuatro, tres, dos… ¡joder!

Candy se sienta en mi regazo y su peso presiona directo sobre mi miembro macizo. Un gruñido ronco se escapa de mi boca y tengo que hacer acopio de todo mi valor para no tocarla. Son las reglas.

¿Y que ella esté sobre mí no rompe las reglas? ¡Qué importa!

Me humedezco los labios al ver los suyos tan cerca de los míos y me digo: ¡Eres fuerte, John!

Con esa idea formada en mi cabeza, aparto los ojos de su boca y miro sus pupilas ambarinas. Son los ojos más hermosos que he visto alguna vez, expresan un mar de sentimientos que me hacen perder en ellos.

Inhalo con fuerza, apreciando el olor acaramelado de su piel, ese que sin duda quedará impregnado en mí y que jamás olvidaré.

—No lo intentes más, no aceptaré. —Su voz es delicada, grácil, tan cautivante como un panal de miel es para las abejas.

Me pregunto si sabe tan dulce como huele.

—¿Por qué? —pregunto con un hilo en mi voz.

Esta mujer tiene un poder ridículo sobre mí. Es perturbador.

—Porque no soy libre —contesta sin titubear.

Luego de eso, se levanta de mi regazo y camina con exuberante sensualidad hasta el tubo de cromo que envidio para terminar su rutina.

Me quedo pasmado mirando cómo su delicioso cuerpo se devela para mí. Soy un masoquista, sin duda, y también un cínico, pero simplemente no puedo cerrar los ojos, no puedo pretender que no estoy disfrutando ver cómo sus manos se pasean por sus pechos y cómo sus pezones se endurecen al contacto.

Mi cuerpo reacciona ante aquellos estímulos visuales y la necesidad de liberar mi miembro para rodearlo con mi palma crece cada segundo.

Con el poco valor que me queda, me levanto del sofá y abandono el recinto sin mirar atrás. No puedo más.

Antes de salir del club, me acerco al área de citas para programar otra con Candy. No me rendiré, y mucho menos ahora que sé que no está aquí voluntariamente. No descansaré hasta lograr su liberación. Ella despertó en mí un instinto descontrolado por querer protegerla y estoy determinado a lograrlo.

La recepcionista de La Perla es una mujer de unos cuarenta años, de cabello rojo y ojos verdosos que, aunque hermosos, carecen de brillo. Vi esa mirada en alguien más y el simple recuerdo me afecta de tal forma que aprieta mi corazón. ¿Cuál será su historia?

—Lo siento mucho, señor, pero Candy no volverá a estar disponible —dice en tono amable.

—Entiendo —deslizo una tarjeta sobre la mesa, le doy dos toques con el dedo índice y ella se apresura a tomarla. Fue un movimiento rápido, pero vi que sus manos temblaron. Me gustaría ayudarla.

 Salgo del edificio con el tiempo suficiente para llegar a la despedida de soltero de Taylor, que será en un restaurant no muy lejos de aquí. Mientras conduzco mi Audi por las oscuras calles de Boston, la imagen de Candy en mi regazo se repite como la proyección de una película en una sala de cine. Su recuerdo me sacude de una forma tan brutal que me eriza la piel. Es un pensamiento tan vívido que puedo hasta sentir su aroma dulce y el calor de su cuerpo en mi regazo. ¡Es una locura! Ni cuando era un adolescente con las hormonas revueltas, sentí tanta conmoción en mi interior. No puedo explicar lo que siento, pero comienzo a pensar que el amor a primera vista existe.

¡Mierda, no! ¡No puedes enamorarte de una stripper!

—¡Hermano, qué bueno que viniste! —me saluda Taylor con un abrazo.

—¿Creías que me lo perdería? Cuando las bebidas son gratis… —bromeo.

Lo sigo a la barra, me siento en una silla a su lado y pido una cerveza. Mientras la tomo, me habla de su boda y de lo loco que lo está volviendo su prometida.

Una hora después, con todos los invitados presentes, la típica música de stripper comienza a sonar por los altavoces. ¡No puedo creer que permitiera algo así! Lo miro con el ceño fruncido desde mi lugar, pero él niega con la cabeza.

Bueno, quizás no lo sabía y sus amigos decidieron… ¿qué m****a?

Bradley –uno de sus amigos– sale al escenario con la vestimenta más horrenda que he visto en mi vida. ¡Voy a tener pesadillas hasta que muera! El hombre corpulento y velludo se contonea delante de Taylor, haciendo alarde de una falsa sensualidad. Todos parecen disfrutarlo, se están riendo fuerte, pero yo solo ruego por una cosa: que termine ya.

—Nos vemos mañana, John. No faltes —pide Taylor una hora después, cuando la despedida de soltero llega a su fin.

—Aún estás a tiempo de huir. —Él me mira como si quisiera asesinarme. Me rio.

—Mañana a las nueve, sin falta —espeta.

—Está bien. Asistiré a tu ejecución.

—Tu día llegará, John, y cobraré mi venganza —sentencia.

—¡Espera sentado! —grito, mientras rodeo mi Audi para subirme a él.

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