Capitulo 3:

—¿Qué te ocurre?—preguntó Hat mientras saltaba sin dificultad un robusto tronco partido que obstruía su camino.

Unos pasos por delante, Fenryr caminaba bufando por lo bajo y haciendo morisquetas al aire, mientras sus pensamientos se veían abstraídos hacia una sola persona.

—¿Por qué es tan necia y obstinada?—preguntó el chico de cabello dorado como el oro mientras detenía su andar y se giraba lentamente en su dirección.

Hat ya sabía de quién hablaba, entendía a la perfección lo que pasaba por el corazón de su amigo, sin embargo fingió desentendimiento.

—¿A qué te refieres?—inquirió él frunciendo su ceño y deslizando las manos en su bolsillo.

—Freyha… ¿Por qué es tan terca? Desobedece y se enfrenta al Alfa sin inmutarse—respondió pasando una mano bronceada por su dorada cabellera—¿Acaso no siente el tirón de la correa?.

Ahí estaba, la pregunta que tanto atormentaba a su amigo y a muchos otros miembros de la manada.

El poder de decisión que tenía su hermana no era normal, todos incluso el lobo más fuerte y poderoso sucumbía ante el tirón de una orden oral o silenciosa impuesta por el Alfa.

Todos menos Freyha.

El solo hecho de pensar el poder con el que cargaba su hermana era aterrador, más luego de la conversación de aquella mañana. 

Ella casi no tenía control sobre su lobo.

Pero todo aquello era un secreto, uno que compartían solo los tres hermanos y morirían por protegerlo. De ser conocido, otros miembros de la manada podrían pedir su encierro o incluso su muerte, ya que un ataque no controlado por parte de Freyha podría dejarlos en evidencia ante el mundo humano.

—Freyha no es como los demás, tú lo sabes… ella tiene poder, su lobo es el más fuerte que jamás haya existido en esta manada—se limitó a responder Hat, una verdad a medias.

Fenryr asintió, sin embargo, el lobo negro sintió que algo más le ocurría a su amigo, después de todo veía que sus angulosas facciones seguían contraídas.

—Suéltalo—dijo de forma brusca Hat, preparándose para más preguntas relacionadas con el poder de su hermana.

Pero fue la mirada de ojos negros como el ónix que su amigo poso en el, la que le dijo que su actitud no tenía relacion alguna con lo que acababan de charlar.

—Ella me odiará, la humillé frente al círculo del Alfa—respondió con voz rasposa Fenryr.

Ante aquellas palabras, los hombres del lobo negro se relajaron, mientras una mueca torcida aparecía en su rostro.

—Obedecias una orden, ella lo entenderá—explicó Hat, suplicando a la luna porque aquellas palabras fueran verdad.

El chico de cabello color oro y piel de bronce soltó una baja risa escéptica ante el intento por levantar su autoestima.

—Vamos, conozco a Freyha desde que somos niños y ambos sabemos muy bien que no lo entenderá—contestó Fenryr con media sonrisa torcida en sus labios y una inmensa tristeza aflorando en sus ojos.

—Si es verdad, pero también es racional. Habla con ella está noche en el funeral de Isis y explica la situación.—respondió Hat retomando su perezoso andar—A parte…¿me puedes explicar que hago dándote consejos para acercarte a mi hermana?.

Fenryr siguió el ejemplo de su amigo y comenzó a caminar por el frondoso bosque de hermosos pinos, mientras los tenues rayos de luz se filtraban por las copas.

El chico de cabello como oro fluido soltó una baja y profunda risa de medianoche al oír las palabras del lobo negro.

—No es eso—intentó defenderse Fenryr.

—¿No?—respondió Hat elevando una tupida ceja negra mientras le dirigía una mirada incrédula a su amigo.

Ambos se observaron durante unos segundos antes de estallar en risas, la de Fenryr era histérica y frenética, mientras que la de Hat era contagiada de su amigo.

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La clara y fría luz de luna, se filtraba de forma delicada por las copas de los árboles, envolviendo el bosque en una espesa cortina de seda blanca.

Hacía frío, pero ninguno de los presentes lo sentía, eso gracias al lobo que cada uno de los miembros de la manada guardaba en su interior.

Vestidos con ropajes blancos, alrededor de cincuenta personas se ubicaban en torno a una pira vacía en forma de medio círculo. Freyha incluida entre la multitud.

—Hola—escuchó susurrar una profunda voz a su lado y al instante conoció su portador.

Fenryr estaba de pie a su lado, a escasos centímetros de ella, sin embargo, Freyha mantuvo su mirada al frente suplicando a la luna para que alguien más entablará conversación con ella.

Pero aquello era casi imposible, los demás miembros de la manada hablaban en un susurró entre ellos o simplemente aguardaban a la espera de que la luna ocupara su punto más alto en el cielo.

—¿Me vas a ignorar?—volvió a susurrar el chico de oro, en esta ocasión inclinándose hacia adelante para volcar las palabras en su oído.

El cálido aliento besando su cuello envío un electrizante escalofrío por su cuerpo que viajó a lo largo de su columna vertebral.

—Si—respondió tajante ella.

—Ya dejaste de ignorarme—ronroneó él en su oído, con un dejo de satisfacción.

Freyha apretó sus dientes con fuerza, mientras se daba la vuelta hacia él, deslizando su mirada color sol bañada de falso enojo en él.

—¿Qué quieres?—escupió ella en un susurró.

El gesto de Fenryr cambio, por un instante dejó de ser todo coqueteo y burlas, en sus ojos color ónix apareció un dejo de tristeza y culpa, algo que partió el corazón de la loba gris.

—Pedirte disculpas por lo de hoy—susurró él con un hilo de voz.

—¿Por qué exactamente?¿Por arrojarme al suelo y ensuciar mi ropa, o por humillarme?—siseó ella, enojada por sentirse mal por Fenryr.

—Me refería a lo segundo...pero ahora también te pido disculpas por ensuciar tu ropa—ronroneó él, notando el falso enojo que aparentaba tener ella.

—¿Y por arrojarme al suelo no?—increpó ella cruzando los brazos sobre su pecho.

El chico de oro hizo brotar una sensual sonrisa que habría paralizado cualquier corazón.

—No, eso lo disfruté bastante—respondió él regalándole un guiño de ojo.

Freyha escupió una risa, la cual hizo que todos a su alrededor girarán hacia ella, obligándola a poner su mejor cara de piedra mientras pedía disculpas y fingía mantener silencio hasta que los rostros a su alrededor volvieron a voltear en diferentes direcciones.

—Eres un idiota—siseó ella con sus mejillas enrojecidas por la vergüenza.

—El muerto se asusta del degollado—ronroneó él inclinándose levemente hacia adelante.

La loba gris esbozó una sonrisa lupina mientras se preparaba para arremeter contra él.

Sin embargo, notó cómo las personas comenzaban a mirar en una dirección, la cual ella siguió con sus ojos color sol.

Unos metros más allá, cargando el cuerpo de su difunto primo, se aproximaban sus dos hermanos, acompañados por su tío y el propio Alfa.

Bajando levemente la cabeza, todos los presentes vieron pasar el cuerpo de Isis a su lado, para luego ser depositado con delicadeza sobre la pura apagada.

Hat colocó una corona de laureles sobre su cabellera rubia, Skol dejo dos monedas de cobre sobre sus ojos cerrados, mientras que su tío, con lágrimas en los ojos, dejaba una espada entre sus manos que reposaban sobre su pecho.

Su abuelo le dirigió una mirada a su tío para ver si estaba en condiciones de hablar, pero este último negó con la cabeza, tragando el nudo que se apretaba en su garganta.

Un asentimiento por parte del Alfa fue todo el aviso que recibieron antes de que sus palabras comenzarán a envolverlos.

—Hoy, con dolor en nuestros corazones, despedimos de este mundo a Isis. Algunos perdieron a un amigo, otros un primo, su padre a un hijo, yo a un nieto, y la manada a un leal miembro; pero no deben olvidar que él no se fué realmente, su espíritu permanecerá con nosotros siempre—expresó su abuelo, acercándose a su hijo y apoyando una mano en sus hombros—De las sombras salimos y a las sombras volvemos, que la luna guíe tu camino.

—De las sombras salimos y a las sombras volvemos, que la luna guíe tu camino—dijeron todos los presentes al unísono, sus voces volviéndose eco en la inmensidad del bosque.

Ante aquellas palabras, Skol encendió una antorcha y comenzó a aproximarse a la pira, pero fue el brazo de su tío el que detuvo su caminar.

Bastó una mirada para que el hermano de oro le entregará a su tío la antorcha encendida.

Este último, acortó la poca distancia que lo separaba de su difunto hijo y acariciando su cabello dorado por última vez, dejó que las llamas de la antorcha comenzarán a devorar la cama de troncos dónde reposaba el cuerpo inerte de Isis.

—Que la luna guíe tu camino hijo—susurró él con un hilo de voz.

Las llamas no demoraron en consumir todo a su paso, incluido el cuerpo de Isis, el cual se convirtió por completo en cenizas ante el primer contacto.

Solo hizo falta una pequeña ventisca para hacer desaparecer las cenizas de su primo en la fría oscuridad del bosque.

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