Capítulo 3

Nueva York, Estados Unidos.

El Bentley se detuvo frente a uno de los grandes edificios de la Quinta Avenida, cerca del Museo Metropolitano. Bajaron del auto e ingresaron en él. El hombre que les había hablado siempre entró con ellos en el ascensor, mientras que los otros dos que lo acompañaban se quedaron en el auto y siguieron camino. Llegaron a un amplio hall de entrada a uno de los apartamentos, con pisos de mármol y paredes cubiertas con algunos cuadros que suponían debían costar una fortuna. Un mayordomo los recibió y los condujo a través del hall hasta llegar a un despacho que más bien parecía una biblioteca, a juzgar por la cantidad de libros. El mayordomo les pidió que se sentaran, mientras que el otro sujeto les dijo que iba por el señor Richmond, saliendo inmediatamente.

−¿Les puedo servir algo, mientras esperan? −les preguntó el mayordomo.

−Si es posible, una soda −pidió Doris, algo apenada. El mayordomo hizo un leve gesto de asentimiento.

−¿Y para el caballero?

−Solo agua, gracias −contestó Mark.

El mayordomo salió del despacho, cerrando las puertas tras de sí. Mark aún mantenía cierto escepticismo, aceptando ir hasta ese lugar movido por la curiosidad de saber quién era aquel personaje al parecer muy poderoso que había seguido sus pasos en los últimos días y ahora los tenía allí, a su merced, a punto de pedirles información sobre algo que habían prometido mantener en secreto. Miró a su alrededor y notó que sobre la pared del fondo, detrás del amplio escritorio, había una especie de cuadro con un emblema que para él era desconocido, el cual mostraba lo que al parecer era un libro abierto dentro de un sol muy brillante, y en el centro del libro una especie de estrella, con su pico inferior más largo que el resto. En la parte superior del sol se podían leer unas palabras en latín: Dux Vocavit¸ y en la parte inferior otra: Ut Dicitur. A Mark le llamaron la atención y sacó su pequeña libreta y su bolígrafo de su traje, anotándolas. Buscaría lo que significaban luego.

−¿Qué crees que signifiquen? −le preguntó Doris, al ver que anotaba aquellas palabras.

−No lo sé. Pero lo averiguaré luego.

−¿Y por qué luego? Puedo buscar en G****e ahora mismo con mi teléfono.

Acto seguido comenzó a buscar su teléfono celular en su bolso.

−¡Lo buscamos luego! No creo que signifique gran cosa. ¡Guarda el teléfono!

Doris se ofuscó.

−¡Ok! ¡Ok..! ¡No tienes que ponerte así! Ya lo guardo...

Tras ellos volvieron a abrirse las puertas del estudio, dando paso al mayordomo, que traía sobre una bandeja una botella de agua mineral, un refresco de lata, y dos vasos con hielo. Colocó la bandeja sobre el amplio escritorio y de inmediato vació el contenido del agua y el refresco en cada vaso, ofreciéndoselos a cada uno y retirándose luego con la bandeja. No pasó ni un minuto, cuando las puertas se volvieron a abrir, esta vez para dar paso a un hombre alto, delgado, trajeado elegantemente, con un fino bigote y lentes, incipiente calva y cabello entrecano, y al parecer con no más de sesenta años. El mayordomo, que había abierto las puertas para su patrón, las volvió a cerrar, dejándolos solos en el estudio. Mark se levantó para estrecharle la mano, y el señor Richmond se la apretó brevemente, luego saludó a Doris de igual manera.

−Permítanme presentarme: mi nombre es Philip Nathaniel Richmond. Es un grato honor conocerlos, detectives Forney y Ventura. Les ruego me disculpen la tardanza −dijo serenamente mientras se sentaba en el amplio sillón de cuero tras el escritorio−, hoy han servido el almuerzo un poco más tarde que de costumbre.

−Dadas las condiciones de nuestro encuentro, me temo no poder decir lo mismo, señor Richmond −expresó Mark, tratando de disimular un poco la crispación que sentía en ese momento−. En verdad tengo que decirle que toda esta situación nos resulta un tanto incómoda.

Richmond le miró de hito en hito por unos segundos.

−Pido disculpas si mi personal les ha tratado de manera incorrecta. Si están aquí en este momento es porque han rechazado mi oferta inicial, y ahora me toca convencerlos personalmente para que me den la información que necesito para ubicar al niño clon y al doctor Hansen.

−No tenemos esa información −replicó Doris−. Solo los ayudamos a escapar del FBI. No sabemos a dónde fueron luego de eso.

−¿Puedo preguntar por qué ese repentino interés luego de tantos años? −preguntó Mark.

Richmond se echó adelante en el sillón, apoyando los codos sobre el escritorio, mirándolo fijamente.

−Lo que voy a decirles debe quedar entre nosotros. ¿De acuerdo?

Mark dudó unos segundos antes de asentir, si ya estaban allí debían llegar al fondo de todo aquello. Doris asintió también, expectante.

−Tengo información de fuentes confiables en donde se asegura que en los próximos días el autodenominado Estado Islámico ejecutará un violento ataque terrorista de proporciones gigantescas en territorio estadounidense. No sabemos dónde ni cuándo ocurrirá, pero ocurrirá, y será aquí, en nuestro país. Las ciudades más probables: Washington o Nueva York.

Hizo una pausa para ver el impacto que sus palabras habían causado en sus interlocutores. Aunque Mark y Doris se mostraban apenas sorprendidos, estaban aún más confundidos. Mark fue el primero en reaccionar.

−¿Está seguro? ¿De dónde obtuvo esa información?

−De fuentes internas en el gobierno. Hace pocos días les llegó la información de parte de sus agentes y espías en Pakistán y Turquía; interceptaron mensajes enviados entre células terroristas en esos países, donde al parecer estaban negociando los medios para transportar un artefacto de gran tamaño a américa.

−Pero Isis ya está derrotado y no opera en esos países −observó Mark−. Su califato estaba en Irak, donde han sido prácticamente eliminados, según la información oficial.

−Sí, señor Forney, oficialmente el Estado Islámico ha sido derrotado, pero no se sabe si aún continúa operativo. Tuvo a miles de combatientes en muchos países. ¿Quién podría negar que no estén planeando algo como lo que le estoy diciendo?

−¿Y por qué el gobierno no ha dicho nada? −intervino Doris−. Si esa información es cierta, deberían estar preparándose y alertando a la población...

−No quieren generar pánico, lo del 11 de septiembre aún está latente en la mayoría de las personas. Además, no saben desde cuál de esos dos países saldrá el artefacto. Están en fase de comprobación de la información recibida, y hasta ahora lo único que está confirmado es que el artefacto ya está construido, pero no saben cómo es, con qué material está hecho y cuál es su capacidad destructiva.

Richmond se arrellanó en el sillón, que más bien parecía una butaca de lujo, esperando a que sus invitados digirieran la información recibida. Comenzó a tocarse las puntas de los dedos unos con otros, jugueteando con ellos por unos segundos. Como siempre, Mark fue el primero en reaccionar.

−¿Y qué tiene que ver el niño clon en todo esto? ¿Por qué quiere localizarlo?

−Al parecer una de las posibles demandas de Isis será que le entreguen al niño clon, para ejecutarlo en vivo a través del internet, como una lección para la comunidad científica y a los infieles de occidente por haber jugado a ser Dios. Otra demanda podría ser la desocupación y devolución de los territorios perdidos en Irak, pero ni esa información, ni la del niño, aún están confirmadas. Ya se sabrá si son ciertas o no cuando las hagan públicas.

−Pero ellos no creen en Jesús −observó Doris−. No sé mucho de religión, pero según entiendo, ellos creen en el profeta Mahoma y en el Corán. No les afectaría en nada que se haya clonado a Jesús. ¿O me equivoco?

−Digamos que este es un juego peligroso entre religiones −dijo Richmond−. Los musulmanes tienen al Islam con su profeta Mahoma y al Corán; los judíos a Abraham y el Torá; los católicos a la Biblia y a Jesús de Nazaret, los budistas a Buda, y así con otras corrientes teológicas que no voy a explicarles ahora porque no vendrían al caso. Lo cierto es que todos ellos creen tener la verdad absoluta, y en ese sentido desarrollan sus actividades de devoción como les han enseñado a lo largo de los siglos. Los más radicales son Al Qaeda, los Talibanes, y ahora Isis, o Estado Islámico, con sus atentados terroristas contra los «infieles», como nos llaman a los que estamos en esta parte del mundo. Lo cierto es que para cualquier religión que no tenga a Jesús de Nazaret como mesías y guía, el tenerlo de vuelta al mundo representa un peligro o una amenaza para sus creencias, así sea a través de un clon que tal vez no haga nada más que existir. Oxigenaría o empoderaría a las religiones que lo siguen y desataría una verdadera revolución mundial como lo hizo hace miles de años. Jesús de Nazaret ha sido y sigue siendo una figura importante en la historia humana, y muchas personas esperan su «segunda venida» con esperanza y fe, para erradicar los males de este mundo.

−Pero esa segunda venida sería luego del apocalipsis, según la Biblia... −dijo Mark−. Sería ingenuo pensar que el niño clon representa esa segunda venida en los actuales momentos.

−¿Y qué le hace pensar que no estamos a las puertas de un apocalipsis? −preguntó Richmond con algo de perspicacia−. Los conflictos en medio oriente no cesan; los tratados contra la proliferación de armas nucleares están muriendo; hay países como Corea del Norte e Irán desafiando al resto del mundo con sus pruebas; la creciente tensión entre Rusia, Siria y Estados Unidos con sus aliados como Israel...

−Entonces solo haría falta una pequeña chispa que encienda la pólvora −Mark creyó entender a dónde iba Richmond con sus palabras−. ¿Y esa pequeña chispa puede ser el niño clon?

−Puede que sí, puede que no.

−¿Y qué le dicen sus fuentes sobre qué va a hacer el gobierno con respecto al niño? −preguntó Doris.

−Aún no se ha tomado una decisión al respecto. Por los momentos están enfocados en verificar si la amenaza es cierta. No descartan llevar a cabo una operación de búsqueda del niño, pero sólo para asegurarse de tener todos los ases bajo la manga, en caso de llegar a necesitarlos.

−¿Y qué interés tiene usted en el niño? −preguntó Mark esta vez−. ¿Por qué quiere encontrarlo antes que nuestro gobierno?

−Aunque no lo crean, soy un hombre de convicciones, y aunque confieso que no soy muy devoto que digamos, creo en Dios, y le agradezco que me haya dado la salud y el empuje necesarios para tener todo lo que ahora tengo, pero eso no significa que crea que el niño clon es la reencarnación de Jesucristo. Para mí, solo es un niño, y como tal no merece un destino tan horrendo como el que quiere darle Isis. Solo quiero protegerlo, asegurarme de que no lo va a encontrar nadie más que quiera hacerle daño, o que lo utilice como un peón en un juego de poder entre naciones o grupos religiosos. Según mi punto de vista, ese niño puede resultar un poderoso instrumento de perturbación de la paz mundial, desestabilizando naciones y economías, y como yo dependo en gran parte de esas economías, no puedo perder todo lo que he construido durante años con esfuerzos y sacrificios, y estoy seguro que más de una persona en mi posición piensa igual. Por eso requiero de su ayuda, para que me digan dónde pudieron haber ido hace seis años, y por esa información estaría dispuesto a pagarles mucho dinero.

Muy dentro de sí, Mark no terminaba de convencerse de las intenciones de aquel hombre, aunque la parte económica bien pudiera ser un motivo más que válido para cualquiera. Había algo en él que no le gustaba, y de seguro su amiga pensaba igual, por lo que era conveniente ser cautelosos. Terminó su vaso de agua y Richmond le pidió que lo dejara sobre su escritorio. Doris hizo lo mismo con su refresco.

−Sin embargo veo que tiene los medios para pagar una búsqueda profesional del niño, señor Richmond, y aun así no lo ha hecho, o al menos eso parece. Me pregunto cuál es el papel que mi compañera y yo jugamos en todo esto, el verdadero papel, porque no concibo de ninguna manera que dependa de la información que podamos aportar para iniciar la búsqueda.

Richmond soltó una risita franca al verse al descubierto.

−Es usted una persona muy aprehensiva, detective −se inclinó hacia adelante en el sillón de nuevo, y volvió a apoyarse en los codos sobre el escritorio−, y es cierto: tengo los medios y los recursos, y por eso están aquí. Voy a serles franco: no había iniciado una búsqueda del niño porque los quería precisamente a ustedes, en parte para que se convenzan de mis intenciones. Trabajen para mí, investiguen el paradero de Hansen y el niño, y cuando los hayan encontrado, convénzanlos de venir bajo mi protección, y verán por ustedes mismos que lo que les digo es cierto. Serán testigos de adónde los llevaré, donde los esconderé, las comodidades que les facilitaré para que no sigan huyendo. ¿Qué me dicen?

Mark y Doris se miraron por unos segundos. Él no estaba del todo convencido de aceptar el encargo, y su compañera, conociéndolo bien, lo sabía. En su mirada Mark pudo ver que ella aceptaría lo que él decidiera, pero como en los últimos meses su situación financiera no era muy favorable, decidió aceptar, pero bajo una condición.

−Aceptamos el encargo, señor Richmond, pero le tenemos una condición: si encontramos a Hansen y al niño y no podemos convencerlos de venir con nosotros, usted igual nos pagará por nuestro trabajo. Le informaremos su ubicación, y ya dependerá de usted el convencerlos de querer su protección. ¿De acuerdo?

Richmond abrió una de las gavetas de su escritorio y sacó un sobre manila, se levantó y se ubicó frente a Mark.

−Acepto sus términos, señor Forney −le dijo, mientras le ofrecía el sobre−. En este sobre tienen la ubicación exacta de una de mis propiedades en el estado de Texas, con fotografías detalladas de las instalaciones con las que cuenta. Verán que es una pequeña fortaleza en medio del desierto, dotada de todas las comodidades necesarias para la estadía en ella por tiempo indeterminado, y con las medidas de seguridad apropiadas para proteger a quienes vivan en ella.

Mark abrió el sobre y sacó algunas fotografías; más que una fortaleza, como dijo Richmond, parecía más bien una instalación militar, con casetas de vigilancia, cercado eléctrico, y personal armado. Del lado sur en la parte externa se veía lo que parecía ser una pista de aterrizaje para aeronaves pequeñas. En el centro del complejo se podía divisar una edificación de al menos tres pisos: una mansión, dotada con dos enormes piscinas, canchas deportivas, garajes, y hasta un helipuerto con un pequeño hangar donde se podía ver un helicóptero, lo único que contrastaba, además de la pista de aterrizaje, con el estilo militar de las instalaciones.

−¡Vaya! −dijo Mark, mientras le entregaba las fotos a Doris para que las viera−. Más bien parece una prisión, de no ser por la gran casa en el centro. Si Hansen ve esas fotos dudo mucho que quiera vivir encerrado allí con el niño.

−Cierto −dijo Doris−. Parece algo extremo, ¿no cree usted?

−Les recuerdo que mis futuros huéspedes ya fueron ferozmente cazados en una oportunidad −dijo Richmond, mientras se dirigía a uno de los libreros de la biblioteca a su derecha, ubicando un libro y halándolo apenas. La biblioteca se movió hacia afuera, dejando ver una caja fuerte empotrada en la pared. Richmond tecleó una serie de números en un panel digital frontal y la caja se abrió, sacó un par de fajos de billetes, volvió a cerrarla y la biblioteca volvió a su sitio. Volvió a ubicarse frente a ellos.

−Hasta ahora han logrado mantenerse ocultos y espero que a salvo −les dijo−, pero con todo lo que se avecina, dudo que vayan a estar seguros por más tiempo.

Entregó un fajo de billetes a cada uno.

−Allí tienen cien mil dólares en efectivo para cada uno, fuera de su pago y como gastos operativos. En sus cuentas se acaba de abonar un millón de dólares a cada uno como adelanto de sus honorarios. Cuando regresen con Hansen y el niño, se les abonarán dos millones más y con eso cerraremos el trato. ¿Les parece bien?

Doris estaba emocionada y luchaba porque no se le notara, no podía creer que en sus manos tuviera cien mil dólares, y un millón más en su cuenta personal. No se daba cuenta por la emoción de que aquel hombre sabía sus números de cuenta sin habérselo pedido.

−¿Cómo sabe nuestros números de cuenta? −preguntó Mark, receloso.

−Digamos que cuando uno tiene cierta posición, señor Forney, no hay nada que no se sepa.

El Bentley los llevó de nuevo a su oficina en la Cincuenta y Siete este, cuando el auto arrancó, Doris no pudo evitar soltar lo que había estado aguantando durante todo ese tiempo:

−¡Diablos! −gritó, mientras hacía un pequeño bailecito. Mark le lanzó una mirada divertida−. ¡Diablos! ¡Diablos! ¡Diablos! ¡Diablos...!

−Cálmate, te va a dar algo. Te recuerdo que aún seguimos en la calle.

−¡Al carajo! ¡Tengo un millón de dólares en mi cuenta, y cien mil más en mi bolsillo! ¡Diablos!

A Mark le gustaba ver a su amiga contenta, pero recordó que tenía que averiguar algunas cosas, y su semblante cambió. Cuando entraron en la oficina de inmediato encendió su computador, tenía que averiguar quién demonios era ese tal Richmond. Tecleó su nombre en Yahoo! y aparecieron algunos artículos en páginas de periódicos, aparte del ya conocido F******k. Había mucha información, pero la que había en la primera página de resultados era suficiente para él.

Descubrió que Philip Richmond era un importante empresario dedicado a la fabricación y comercialización de productos derivados del petróleo, tales como resinas industriales, combustibles para uso industrial y doméstico, y lubricantes para la industria automotriz. Era además accionista principal en varios periódicos y canales de televisión;  dueño de una empresa cinematográfica independiente, de una importante constructora y de una de las empresas inmobiliarias más importantes del país. Tenía participación y era inversionista en actividades relacionadas con la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías, nuevas medicinas, y el estudio de enfermedades infecciosas y tropicales, además de ser accionista mayoritario de una importante empresa farmacéutica. En otra parte Mark pudo ver el motivo por el cual aquel hombre sabía sus números de cuenta: tenía acciones en uno de los principales bancos del país.

−¡Santo cielo! −exclamó Doris, al ver el amplio currículo de Richmond−. ¡Este sujeto se dedica prácticamente a todo! ¡Sólo le falta lanzarse a presidente!

−Y por poco lo hace −dijo Mark, señalándole otras líneas de información en la pantalla−. El partido republicano le ofreció la candidatura a las primarias en las últimas elecciones, pero la rechazó y prefirió apoyar y financiar la campaña del actual presidente, Sean M. Collins. ¿Qué tal?

−Tal vez no le guste la política. Allí veo que tiene familia. ¿Tres hijos?

−Sí, dos varones y una hembra. El mayor tiene cuarenta y dos años y se llama Philip Nathaniel, Jr. La hembra tiene treinta y cinco, se llama Sarah, mientras que el menor tiene doce y se llama Aaron, y es adoptado. Al año de haberlo adoptado murió su esposa, víctima del cáncer.

−Es sorprendente que se halle tanta información sobre una persona en la web −observó Doris−. No es una figura pública, como un actor, cantante, político o algo así.

−Cierto, a menos que quiera que esa información sea de dominio público. Por algún motivo este hombre permite que prácticamente toda su vida esté en la red. Ya sabemos que no es por la política. ¿Será por el niño clon? Tal vez quiera hacerse ver como el único todopoderoso capaz de cuidarlo y de enfrentar al gobierno, si se llegase a dar ese caso.

−Puede ser, pero recuerda que él también quiere mantener al niño oculto. No tendría sentido que se sepa quién es y toda la fortuna que posee, si no desea que el mundo se entere de que el niño sigue vivo y él lo tiene bajo su protección. Además, financió la campaña de Collins, no creo que vaya a haber enfrentamiento entre ambos por el niño, en caso de que éste último decida ir por él.

Mark meditó por unos segundos la información que tenía frente a sí. Recordó entonces la figura que había visto detrás del escritorio de Richmond y sacó su libreta. Tecleó las palabras en el ordenador, buscando la traducción, y escribió los resultados:

Dux vocavit significaba «llamados a guiar», y ut dicitur «llamados a liderar».

−¿Crees que sea el símbolo de una secta o algo parecido? −preguntó Doris, al ver el significado de aquellas palabras.

−Más bien pareciera una sociedad secreta, como los Illuminati, o algo así.

−Si fuera una sociedad secreta, no mostrarían su emblema tan fácilmente.

−Solo los que van a ese apartamento pueden ver el emblema, como nosotros. A menos que estén saliendo a la luz, por algún motivo.

−Tal vez por eso su información personal está en la red −dijo Doris−. Debe ser el líder de esa sociedad secreta, y comienza a mostrarse públicamente para que la gente lo vaya conociendo. Para cuando dé a conocer su sociedad ya la gente lo admirará y la aceptará sin problemas, así sea un grupo cerrado y limitado solo a unos cuantos poderosos como él.

−Pero en ninguna parte de su perfil se menciona a un grupo, sociedad o hermandad a la que pertenezca.

−Muchos miembros poderosos de sociedades como los Illuminati o los masones no lo andan pregonando a todos los vientos. No te preocupes −le dijo Doris palmeándole el hombro−, si estamos en lo correcto, la oiremos muy pronto.

Phillip Richmond les había mentido a Mark y a Doris. La información que tenía y que supuestamente provenía de fuentes del gobierno apenas estaba por ser entregada a un agente estadounidense en Pakistán.

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